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La eutanasia

viernes, 7 de mayo de 2010

La eutanasia

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Dos de los argumentos más frecuentemente presentados a favor de la eutanasia son: primero, evitar al enfermo sufrimientos inútiles que menoscabarían su dignidad humana; y segundo, que la no aceptación de esta práctica es una cuestión religiosa. Ambos argumentos indican ignorancia de quien los presenta o, peor aún, mala fe porque tratan de ocultar la verdad sobre el tema.
La eutanasia, por definición, es la supresión de la vida de un enfermo en fase terminal, con el fin de evitarle dolores o sufrimientos. Esgrimir esta razón es ignorar que la obligación del médico, obligación ética, es administrar al paciente los fármacos disponibles que alivien plenamente tanto sus dolores físicos como su sufrimiento psíquico. Insisto: es deber del médico, y falta gravemente si no está atento a ello, calmar los dolores que atormentan al enfermo así la substancia de que disponga y las dosis exigidas tengan efectos secundarios no deseados pero inevitables como el embotamiento o pérdida de la conciencia, o los que afecten otras funciones -respiratoria, circulatoria, etc.-. Es su responsabilidad procurar una «atención al moribundo -y agrego yo, al enfermo terminal- con todos los medios que posee actualmente la ciencia médica: para aliviar su dolor y prolongar su vida humana», como lo enseña Vidal. Más aún, es su deber velar por que su labor sea oportuna y adecuada y satisfaga aspectos humanos tales como afectos, confianza, aspectos religiosos, legales, etc. Y consideramos medidas terapéuticas necesarias, debidas y con sentido, la adecuada hidratación y la alimentación del paciente por medios ordinarios, proporcionales, no extraordinarios. Es un deber ineludible de todo profesional del área de la salud no acortar la vida ni prolongar la agonía más allá del límite biológico esperado, oportuno, natural, de las reservas biológicas propias de cada organismo -lo que se conoce como ortotanasia-. Es clara la diferencia entre “matar” o eutanasia y “dejar morir” u ortotanasia.
Desde la ética personalista el médico ni ninguna persona del área de la salud puede éticamente disponer de la vida del paciente ni por acción directa ni por omisión -acción por omisión-; tampoco es ético caer en el encarnizamiento clínico. Destruir a un ser humano que no ha cometido ningún delito, ninguna falta, y que está sometido a una condición intrínseca de su existencia, no es dignificarlo ni respetarlo así se haga por compasión, por “amor”. Matar por amor o por compasión también es matar, es suprimir una vida humana injustamente.
El argumento de que son las religiones, especialmente la católica, las que se oponen a la práctica y despenalización de la eutanasia es igualmente falaz e indica ignorancia o mala fe. Cualquier médico medianamente informado sobre su profesión sabe, o mejor debe saber, que en el Juramento llamado hipocrático -hórkos- proclamado entre lo siglos V y IV antes de Cristo, el voto cuarto afirma: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte».
La antopología filosófica condena el aborto, la eutanasia, el “suicidio asistido” y exige al médico y a todo aquel que esté al cuidado del paciente terminal con toda claridad, que entre su deber frente al ser humano enfermo no se interpondrá ningún interés político, económico, religioso, racial, social, etc.
La historia y el êthos de la medicina nos muestran que el “sanador” o médico tiene como misión esencial el cuidar de la vida en general y de la humana en particular, y que en las culturas en las que se practicaban sacrificios humanos él -el “sanador”- no participaba, y dichos sacrificios los realizaban sacerdotes. Si se contamina la misión del médico con la del verdugo, cualquiera sea la razón que se dé para ello, traerá como consecuencia que el paciente pierda la esencial confianza en el profesional médico y en el personal del área de la salud.
En la decisión eutanásica la intención es obviamente la de poner fin por medios externos -omisión o comisión- a la vida de una persona, cuya dignidad no se pierde porque esté en la fase terminal. En decisión ortotanásica la intención y la acción de la voluntad expresan el reconocimiento de las limitaciones biológicas de toda vida, a las de la medicina, a las del médico, pero prestando siempre al enfermo en fase terminal todos los auxilios que le ayuden a vivir con dignidad su estar muriendo.
La misión del médico es según Laín Entralgo:«Curar con frecuencia; aliviar siempre; consolar aliviando no pocas veces; consolar acompañando, en todo caso [...] como en la época de Bérard y Gluber -más aún como siempre-, allá donde no puede llegar la técnica debe llegar la misericordia». La misericordia como técnica médica de gran eficacia para el bien del paciente, que es el sentido fundamental de la medicina.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0905may/opinion/opinion.htm

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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