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¿De cuál perspectiva bioética se habla?

jueves, 6 de mayo de 2010

¿De cuál perspectiva bioética se habla?

Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co

Existen diversas corrientes de pensamiento que ejercen su influencia en el modo de afrontar los problemas bioéticos. La bioética propone una metodología sobre el actuar concreto del hombre en lo que atañe a la salud y la vida. A fin de cuentas, la ética explica las acciones libres del hombre, con lo que se pone en operación un determinado sistema axiológico para la calificación de los actos humanos como buenos y deseables, o desacertados, injustos o censurables. Y no siempre coinciden aquellos sistemas de valor.
Cada una de las perspectivas contiene su arquitectura conceptual-filosófica, y tiene una mayor o menor incidencia en los campos académicos, políticos o prácticos, de las diversas profesiones. Por supuesto, no faltan aquellos que disfrutan de un cierto renombre en la disciplina y que sostienen, con mayor o menor habilidad racional, que es lo mismo lo malo que lo bueno, que todo da igual, que nadie tiene “derecho” a calificar o a juzgar nada, que todo es relativo, como los retóricos a quienes Sócrates incomodó. Hay variedad en este bosque urbano de inicios de siglo, incluyendo los agnosticismos de las edades presocráticas, hoy también comunes.
Tiene utilidad, para quien quiera aproximarse de modo ordenado al estudio de la bioética, un intento de organización de estos diversos modos de afrontar la problemática. A modo de resumen, va esta referencia a una nota de valor didáctico fundamental: “Las seis versiones de la Bioética”, (J. Núñez García, revista “Persona y Bioética”, No. 4 Junio-Septiembre 1998 pp. 1-61). Para este autor, puede hablarse de seis versiones: 1. Utilitarismo, 2. Enciclopedismo, 3. Ética kantiana, 4. Nietszche, 5. Opción fundamental y 6. Antropología filosófica. Unas breves palabras sobre ellas:
- Utilitarismo: Se propone un nivel de igualdad entre los conceptos felicidad, utilidad y placer. Lo útil, que constituye el sumo bien, se reduce a lo sensible, a lo material. Tendencia a la matematización y maximización de lo útil. De acuerdo con empirismo, materialismo y positivismo. J. Stuart Mill y J. Bentham. Eticas de la “calidad de vida”.
- Enciclopedia: Pensamiento ilustrado, liberalismo francés del siglo XVIII; autonomía de la razón, supervaloración de la libertad individual. La razón es fundamento del hombre, de sí mismo y de todo. Antecedentes: Voltaire, Rousseau. La verdad dialógica de la democracia es la fuente de los valores; propuestas de éticas de “mínimos”.
- Ética Kantiana: Se funda en la razón y el deber; defiende la validez universal de los imperativos categóricos. La autonomía es exigencia de la dignidad del hombre.
- Nietzsche: Aniquilación de la moral. El ultra-hombre, creador de valores, después de la muerte de Dios. La vida es voluntad de poder.
- Opción Fundamental: Proporcionalismo, consecuencialismo. Advertencia sobre el carácter deshumanizante de los nuevos dioses que aparecen en escena: el bienestar y el trabajo. Reflexión sobre el problema antropológico, con consecuencias y autores muy divergentes.
- Antropología Filosófica (Realismo Personalista): Afirmación del valor digno de toda vida humana. La conciencia no crea, sino que descubre las normas objetivas de moralidad. Afirmación de la persona humana, centro de decisión, y a la vez, responsable. Relación estrecha entre Libertad y Responsabilidad. El ser humano, ser corpóreo, es unidad cuerpo-espíritu, con apertura a la trascendencia. Principios de la autonomía justa y de la solidaridad-subsidiariedad. Algunos antecedentes: Kierkegaard, Marcel, Scheler; Mounier, Maritain, Marías.
Pues bien. Hay expertos en la disciplina de la bioética que sostienen las más encontradas concepciones, teorías y afirmaciones; algunas de ellas, disparates; otras que llegan a ser tragedias e injusticias aprobadas por ley. Puede tener valor didáctico para el lector en estos temas estar alerta y reconocer una realidad: algunas de ellas tienen solidez en sus procesos de raciocinio y fundamentación, otras con evidentes puntos débiles e intenciones ideológicas muy específicas, tanto en su fundamentación filosófica como en sus salidas a problemas concretos.
En este tema se requiere sindéresis, según el diccionario: discreción, capacidad natural para juzgar rectamente; y se exige también conocimiento de los antecedentes histórico-filosóficos. Sin ellos es difícil decir algo coherente, y se corren además, grandes peligros, sobre los cuales, por lo menos, hay que estar al tanto 6
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-


http://www.periodicoelpulso.com/html/sep04/opinion/opinion.htm

El utilitarismo y la Ley 100

El utilitarismo y la Ley 100

Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

Uno de los conceptos fundamentales del utilitarismo es el que lo propuesto tenga algún elemento de eficacia, y aunque intrínsecamente las acciones que impliquen su puesta en marcha carezcan de sentido ético, dicho proyecto debe llevarse a cabo, pues el aparente progreso no puede detenerse ante “principios éticos antiguos”, ante “tradiciones pasadas” que deben dar paso a las innovaciones que abren caminos de avanzada. De esta aparente racionalidad y justicia está impregnada la Ley 100 de 1993 que hoy rige la atención médica en nuestro desorientado país.
¿Y es que tiene alguna utilidad verdadera para los pacientes, para el común de los colombianos, la tan pregonada Ley 100? Lo que proclaman a los cuatro vientos sus creadores y defensores es que el “cubrimiento” en salud se acrecentó para un considerable número de personas que no tenían acceso al sistema de salud -y hace poco anunciaban el incremento en cerca de dos millones más- pero ocultan las deficiencias que dicho cubrimiento trae consigo y cómo, en última instancia, sólo contribuye a que unos pocos dueños de las instituciones comerciales que la misma Ley creó y protege, acrecienten los ingresos a sus arcas particulares. Son entidades comerciales, no entes de salud, y su función primordial es producir ganancias económicas y no salud, contrasentido lógico de la Ley que las creó, pero que enmascaró sagazmente con la apariencia de igualdad y solidaridad en la prestación del cuidado de la salud, por lo tanto en la salvaguardia de la existencia de los colombianos. Es una de las tácticas del utilitarismo: crear sutilmente apariencias de racionalidad y solidaridad.
No, no es útil para el paciente, porque quienes dirigen estos comercios de salud han fijado arbitrariamente tiempo a la duración del acto médico -15 minutos por paciente-desvirtuando así la esencial misión del profesional de la medicina; porque limitan también arbitrariamente las posibilidades del honesto empleo de exámenes para-clínicos que orienten la labor de éste; porque fijan precio a los tratamientos adecuados, porque en las puertas de estos comercios de atención médica fallecen enfermos, porque “el Sisbén” no es de este municipio, o porque no aparece su nombre en pantalla o porque no fue debidamente remitido, etc. Pero esto se calla en el despliegue propagandístico del sistema de salud.
Entonces, ¿para quién o para quiénes sí es útil la malhadada Ley 100? Es útil, y muy útil, para los políticos demagogos, populacheros, que con el ánimo de conseguir votos muestran la aparente pero falsa bondad de una ley que desconoce la dignidad del paciente y lo convierte en simple objeto de explotación comercial, que se inspira en el capitalismo salvaje -como lo denominó Juan Pablo II-, en el cual el contenido ético de las acciones debe ceder al progreso económico, sin importar que la mercancía sea el ser humano. Es útil para los orientadores del gobierno estatal que en forma engañosa se liberaron de la obligación inherente a su misión de cuidar de la vida, de la salud, de la honra y de los bienes de todos los colombianos. Es útil, y muy útil, para quienes con la protección de la ley explotan comercialmente la existencia y la salud de sus conciudadanos, acrecentando en forma ostensible sus ganancias económicas, meta de su actividad. Es útil también para los doctores que hicieron de las estadísticas y de los lucros en dinero la meta de su actividad, olvidando las reales situaciones de la salud de cada paciente.
Una vez más, insisto, es necesario no olvidar que la misión esencial del profesional de la medicina es el bien del paciente, y que de esta misión no debe desviarlo ninguna otra consideración. Además, para ser fieles a los pacientes y a nuestra profesión, debemos informarlos sin ambigüedades de los nefandos engaños que oculta la Ley 100 tras la apariencia de igualdad, solidaridad y libertad en el área de la salud.

http://www.periodicoelpulso.com/html/sep04/opinion/opinion.htm

Permiso para matar

Permiso para matar
Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

Para el común de los ciudadanos que, en general, no alcanzamos las cumbres de la lógica del derecho y nos guiamos por lo que las autoridades en la materia nos dan a conocer, se nos plantean confusiones que deberían aclarar las altas Cortes que deciden sobre la vida y la muerte. Así ocurre con la sentencia relativa al delito de aborto de la Corte Constitucional, en la cual leemos: «no se incurre en delito de aborto, cuando con la voluntad de la mujer, la interrupción del embarazo se produzca en los siguientes casos: a) Cuando la continuación del embarazo constituya peligro para la vida o la salud de la mujer, certificado por un médico… »
Para quienes no alcanzamos las cumbres de la lógica de la jurisprudencia, repito, lo anterior deja el derecho a vivir del hijo, en manos de la madre, pues es tan fácil aseverar que el embarazo resultado de una noche de bohemia, de un arrebato de pasión, de un delirio de entrega tan frecuente en determinadas edades y circunstancias, pocos días después se convierta para esa mujer en un peligro para su vida o su salud, y que así lo pueda certificar un médico.
Iguales circunstancias de peligro para su salud causadas por la supervivencia de su hijo, puede alegar ante los jueces una mujer que lo asesina a los 8 ó 15 días, o a los 6 meses, o a los 2 años de nacido, o más tarde, y si se aplica razonable y lógicamente la sentencia de la Corte Constitucional no debe ser condenada, porque no incurre en delito si puede demostrar con un certificado que estaba en peligro su salud o su vida por abandono del compañero que asegura su subsistencia material, su equilibrio emocional. ¿Cuándo cesa y en virtud de qué, ese derecho que le otorga la citada Corte a la mujer para disponer arbitrariamente de la vida del hijo? ¿Con qué fundamento de verdadera justicia, según la lógica de la mencionada sentencia, no merece sanción matar al hijo dentro del útero materno y la merece asesinarlo cuando vive, necesitado todavía del cuidado de su madre, de su amor, fuera del vientre que lo albergó en estado embrionario o fetal?
Más aún, el común de las gentes consideramos que esas altas instituciones que deciden en Derecho tienen entre sus ineludibles obligaciones velar porque la aplicación de la justicia sea verdaderamente justa, es decir, que se dé a cada quien lo que le pertenece, lo que es suyo. Sin embargo, encontramos que los Magistrados de la Corte Constitucional, ante el derecho absoluto e inalienable del hijo, persona en estado de embrión o feto, lo conculcan a favor de la madre: lo cual equivale a aseverar que el ser más débil, que para nada intervino en la condición que vive en ese momento la madre, es condenado a muerte; es la aplicación de la Ley del más fuerte o Ley de la selva. ¿Acaso fue él quien violó a la madre o la puso en estado de indefensión? ¿Acaso eligió él los genes defectuosos o expuso a sus progenitores a las situaciones que causaran daño a su desarrollo? Condenarlo a muerte o permitir que se le condene a muerte es la lógica de la irracionalidad.
Contrasta todo esto con la campaña en contra de la desatada e infame violencia que sufren los niños: se sanciona con años de cárcel a madres que los abandonan, a madres que contribuyen o son cómplices de los abusos y muerte de niños por parte de padrastros, a parejas que se deshacen de los niños porque estorban para realizar sus proyectos, etc. Contrasta, repito, con la posición de los Magistrados de la Corte Constitucional que autorizan a madres y a verdugos con títulos universitarios a matar niños, personas humanas, sin someterlos siquiera a un juicio justo.
En la balanza de la justicia, cuyo símbolo es una diosa con los ojos vendados para dar así a cada quien lo que es suyo, lo que le pertenece, la sentencia de la Corte Constitucional introduce un desequilibrio que impide reconocer y salvaguardar el derecho a la vida de todo vástago humano, de respetar su derecho a continuar viviendo, y no podemos pensar que lo hicieron con los ojos vendados; al contrario, fueron conscientes, así lo pensamos, de la injusticia que introducían en la relación del más fuerte con el más débil, conculcando el respeto que exige la dignidad de éste que es tan ser humano, tan persona, como aquél.
Nos preguntamos: ¿qué derecho nos protege y qué justicia podemos esperar si las altas Cortes autorizan eliminar la vida que comienza, acción denominada aborto en el derecho positivo colombiano por la etapa de crecimiento y desarrollo de la víctima, pero en realidad un homicidio desde el punto de vista del sentido común y de la antropología?
Homicidio es, según el Diccionario de la Real Academia: «1. [m.] Muerte causada a una persona por otra. 2. [m.] Por lo común, la ejecutada ilegítimamente y con violencia».

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/jun06/opinion/opinion.htm

No todo lo que brilla es oro

No todo lo que brilla es oro
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

La historia de todos los tiempos nos enseña muchos personajes que se destacan en diferentes épocas, cuyas imágenes en bronce perpetúan sus ejecutorias, aún cuando no siempre sean modelos de bondad, de verdadero bien para el género humano, para el ser humano como individuo o como comunidad. Y si hiciéramos un balance, quizás tendríamos que aceptar que son muchas menos las que nos recuerdan y conmemoran la existencia de personajes que sí llevaron a cabo acciones de Bien, acciones que realizaron en su momento y que continúan haciendo bien a la persona humana individual y al género humano en general.
Frente al conocimiento del común de las gentes sobre Nabucodonosor, Herodes, Atila, Gengis Kan, Nerón, Diocleciano, Stalin, Hitler, etc., y sus respectivas imágenes -actuales o pretéritas-, ¿cuánto se conoce? Y, ¿cuántas imágenes -también actuales o pretéritas- de Francisco de Asís, Pasteur, Alexander Fleming, Miguel de Cervantes, Maimónides, Edward Jenner, Christian Neethling Barnard, Mozart, Antonio Vivaldi, del Greco, Diego de Silva Velásquez, Omar Rayo, Fernando Botero, Tomás Carrasquilla, Rafael Pombo, Marco Fidel Suárez, Miguel Antonio Caro, Manuel Uribe Ángel, Alejandro Echavarría, etc., y cuya lista podría extenderse? Estoy seguro que muchos de ellos son desconocidos y que han merecido, no obstante su obra humana y humanitaria, el reconocimiento sólo de unos pocos.
Sí, no todo lo que brilla es oro. Se puede pasar al recuerdo de la humanidad por acciones reprobables desde todo punto de vista, como lo atestigua la historia, porque un grupo aunque pequeño -dadas los intereses particulares y los vientos culturales que predominen-, exalta como modelos a quienes han transitado por caminos de sangre, de desprecio a la dignidad del ser humano, pero que adquieren fama por su osadía, a veces por su desvergüenza. Personajes o personalidades que se convierten en hitos culturales o históricos pero cuyas actuaciones no podemos aconsejar como ejemplos para imitar si luchamos en defensa de la dignidad incondicional del ser humano, de todos los seres humanos y de cada ser humano, sin discriminación del período de desarrollo, de raza, de sexo, de credo político o religioso, desde la concepción hasta la terminación natural de sus recursos vitales.
No todo lo que brilla es oro y, más grave aún, es que el brillo del oropel puede ser tan deslumbrante que oculte el pobrísimo acervo de ideales humanos nobles que ostenta el paradigma -ejemplo o ejemplar- que se nos propone como hito cultural, como hito histórico para la humanidad.
Antes de aceptar lo que se nos propone como ejemplo, es necesario reflexionar y elegir entre el brillo del oropel y el brillo del verdadero oro.
Sí. No todo lo que brilla es oro.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0710oct/opinion/opinion.htm

El caso del obstetra solitario

El caso del obstetra solitario

Carlos A. Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co

La tasa de mortalidad materna es uno de los más sensibles indicadores de las condiciones de salud de un determinado país. En los países desarrollados (el “primer mundo”), aquella suele ser muy baja desde hace muchas décadas. Se trata del resultado obvio de la disponibilidad racional de recursos, de excelentes niveles de educación y políticas de atención prenatal, de organizados y eficientes niveles de comunicaciones y pronta referencia de pacientes a unidades hospitalarias de mayor complejidad cuando así se requiere. Estas constantes se han observado desde los inicios del siglo XX, cuando se organizaron los primeros programas de atención materna e infantil.
El Japón vive una paradoja en este sentido. Siendo un país de altísimo nivel de desarrollo, tiene las tasas de mortalidad neonatal y perinatal más bajas del mundo; es lo que corresponde a unos buenos niveles de atención inmediata para el recién nacido. Pero, al mismo tiempo, son altas sus cifras de mortalidad materna, especialmente por lo relacionado con hemorragia obstétrica. Sus tasas son comparativamente altas para los datos que se encuentran aceptables en otros países desarrollados.
Un serio estudio (JAMA 2000;283:2661-2667) describe los resultados del cuidadoso análisis multidisciplinario de 230 casos de muerte materna en dos años consecutivos en el Japón. Mediante estrictos criterios se evaluó la causa de las defunciones: revisiones de historias clínicas, análisis de registros e informes de necropsias; la hemorragia obstétrica aparece como un hallazgo frecuente. Además, se encuentra la relación entre los casos de mortalidad clasificados como “prevenibles” y la situación del obstetra solitario y relativamente aislado, cuya práctica ocurre en sitios periféricos de bajo nivel de complejidad. Es frecuente allí la atención obstétrica por un solo especialista, sin el apoyo de anestesiólogo, y con poca oportunidad de compartir el manejo rápido de las situaciones y casos complejos con otros especialistas.
Se conoce el valor de la prevención mediante la mejora en las condiciones de la práctica clínico-quirúrgica de la obstetricia. Se sabe que debe mejorar la infraestructura hospitalaria y la mayor disponibilidad de especialistas en sistemas de cubrimiento total de los servicios de urgencias, con trabajo presencial en equipos bien estructurados: anestesia obstétrica, laboratorio clínico y banco de sangre, apoyo de capacidad hospitalaria y de otras especialidades para los casos de mayor complejidad.
Para el Japón es imperativo aún el mejoramiento global de condiciones de atención sanitaria en el tema de la maternidad. Debe mejorar en remisión, en comunicación, en soporte tecnológico multidisciplinario. Esto ocurre en un entorno que ya tiene grandes avances en aspectos educativos y sociales.
Notablemente, en el artículo de JAMA no existe referencia al activismo abortista de la ideología de género que pretende ahora -sobre todo en el tercer mundo- hacer creer a la gente que el aborto (la política que trata de imponer el Ministerio de la “Protección Social” en Colombia) sea determinante para disminuir la mortalidad materna y lograr la cuestionable “safe motherhood”, convertida, como sucede tan frecuentemente con los problemas sanitarios, en bandera de activistas políticos presuntamente comprometidos con causas sociales.
En cambio, sí ocurre entre nosotros otra circunstancia: sí tenemos obstetras solitarios, obligados a complejos procesos de decisión-acción, agobiados por largas jornadas de trabajo en las cuales las posibilidades de oportunidad en discusión y apoyo sobre casos complejos son limitadas y escasas.
En este tema hay una gran responsabilidad en quienes diseñan e imponen las políticas de atención sanitaria. Es al obstetra a quien corresponde el enfrentamiento dramático de estas situaciones. No están, a ésas horas y en ésas circunstancias, presentes y al tanto de lo que ocurre, los distantes diseñadores y administradores de las políticas. Obedece al imperativo ético de la justicia que se debe a las madres, la generación de condiciones dignas y técnicamente correctas para el ejercicio de esta especialidad.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/0805may/opinion/opinion.htm

El paciente, el médico y la verdad

El paciente, el médico y la verdad

Ramón Córdoba Palacio MD - elpulso@elhospital.org.co

¿Qué “verdad”, o mejor, qué aspecto o aspectos de la verdad deben revelarse al paciente? En anteriores oportunidades hemos expresado que, fieles al principio médico, humano, de «favorecer, no hacer daño», principio que debe orientar toda actividad médica, al paciente debe dársele a conocer «[...] toda la verdad que convenga a su bien natural (el logro de su salud) y a su bien personal (el destino último de su existencia, tal como sus creencias lo entiendan); por tanto, toda la verdad que sea capaz de soportar», según enseña Laín Entralgo.

Y no es engaño como seguramente estarán pensando algunos de los lectores. Permítasenos un ejemplo que puede dar claridad al anterior concepto: si un niño de cinco años de edad pregunta por qué vuela un avión, no se nos ocurre explicarle planos de sustentación, revolución y fuerza de propulsión de turbinas, etc., porque se quedaría más confundido que antes de preguntar; nos limitamos a decirle razones verdaderas, ciertas pero no exhaustivas que él pueda captar, hacerlas suyas.
No es frecuente que el paciente solicite, verbalmente o con sus actitudes -con «su mirada», con «sus silencios»- la verdad científica, la evidencia fundada en algún examen “incontrovertible”. Generalmente, y porque para él es de mayor interés, desea una verdad existencial que le muestre el probable horizonte de su vivir. Y decimos probable porque la “seguridad biológica” de la vida es siempre incierta, porque no siempre los pronósticos en este sentido se cumplen con la precisión que expresan las palabras del médico o de los familiares. A veces escuchamos: “a fulano de tal hace 10, 20 años le dijeron que duraría unos meses y está vivo”. Es lo que llamamos la “incierta seguridad biológica”.
La revelación de esa verdad o de esos aspectos de la verdad que no hagan daño al paciente, que sean convenientes a “su bien natural” y a “su bien personal” y que “sea capaz de soportar”, exige un conocimiento profundo del paciente, una verdadera amistad médica que le dé seguridad de que se busca sin reservas su bien pleno y de que encontrará siempre quién escuche sus inquietudes, quién aclare sus dudas, quién lo acompañe en el transcurrir de su enfermedad, quién esté atento a indicar los medicamentos que necesite para sus dolencias -sin acortar la existencia ni prolongar los sufrimientos-, quién no siembre falsas esperanzas pero que tampoco destruya las humanamente necesarias. «Porque el médico debe saber curar al enfermo, pero también debe saber acompañarle humanamente, cuando las posibilidades de la actividad terapéutica han llegado a su límite», afirma Laín Entralgo, y esto no como simple acto humanitario o de caridad sino como uno de sus deberes profesionales.
Y en esta misión del médico es imprescindible la noble colaboración de los familiares, de los amigos, de quien pueda orientarlo en lo pertinente a su fe cualquiera que ella sea -sacerdote, pastor, rabino, etc.-, siempre con el consentimiento del paciente, buscando todos el bien, el pleno bien de éste. Bien que no se consigue, queremos insistir hasta la saciedad, ocultándole la realidad que vive, la verdad de su situación de salud.
Ese acompañamiento profesional fundado en la verdadera amistad médico-paciente, es requisito esencial de quien responde a la vocación médica, al êthos de la medicina. El médico deber estar diligentemente atento a las necesidades físicas, mentales y espirituales de quien se confió a su cuidado, y por respeto a la incondicional dignidad de éste y a la suya propia, no acortarle ni por acción ni por omisión la vida -eutanasia-, menos aún prolongar sin sentido sus sufrimientos distanasia-. Su obligación es cuidar con oportunidad y prudencia su estado de salud y reconocer los límites de la medicina, los límites humanos de su labor y los biológicos de la existencia -ortotanasia o derecho a morir con dignidad-. No olvidemos que su deber es: «Curar con frecuencia; aliviar siempre; consolar aliviando no pocas veces; consolar acompañando; en todo caso [...] -más aún, como siempre-. Allá donde no puede llegar la técnica debe llegar la misericordia», enseña Laín Entralgo.
El doctor Frederick Stenn, profesor asociado de medicina en Northwester Medical School, escribió en su lecho de muerte: «El otro día mi médico se sentó al lado de mi cama para hablar. Me reafirmó que mis molestias físicas serían aliviadas y que él continuaría su atención regular. Hablamos francamente del proceso de la muerte y de la necesidad de vivir como estoy muriendo: viviendo con pleno aprecio cada momento de mi vida. La mayoría de los médicos han perdido el tesoro que en otro tiempo fue parte esencial de la medicina y lo que es humanismo. Las máquinas, la eficacia y la precisión desterraron el afecto cordial, la compasión y el respeto por la persona. La medicina es ahora una ciencia yerta; su calor pertenece a otras épocas. El hombre moribundo recibe poca ayuda de los doctores mecánicos».
¡Dura lección! ¡Tremendo reclamo!.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/feb04/opinion/opinion.htm

Mujer, responsabilidad y aborto

Mujer, responsabilidad y aborto
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Todo acto humano, es decir, todo acto llevado a cabo por el hombre -ser inteligente y racional-, con conocimiento de lo que hace, con consentimiento o advertencia de las consecuencias que pueden derivarse de la acción una vez realizada, consecuencias que él acepta y, consciente de éstas, lleva a cabo voluntaria y libremente lo que eligió como su acción, le crea necesaria e ineludiblemente, responsabilidad frente a la acción y frente a dichas consecuencias. Esto nos distingue de los seres irracionales a los cuales, como no pueden deliberar y sólo obedecen a sus instintos, no les podemos exigir responsabilidad por sus acciones.
De esta responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos no podemos excluir el uso adecuado o inadecuado de la genitalidad y menos cuando de dicha relación surge una nueva vida, un nuevo ser humano, una persona humana como es, desde siempre, el vástago de la fecundación de un óvulo de mujer por un espermatozoide de varón, cualesquiera sean las circunstancias de esta fecundación. El concepto de salud implica el de prevención, y si los padres fueron irresponsables en su relación, no es racional ni justo que sea el hijo porque es su hijo, quiéranlo o no el castigado, y castigado con la pena de muerte que es lo que realmente significa el aborto voluntario. En justicia la sanción debe ser para los comprometidos en el acto generativo por irresponsables en su realización y por negarse a cumplir con su obligación frente a su hijo.
Para solicitar el beneplácito legal de la eliminación del nuevo ser, del embrión humano que sólo requiere de quienes lo engendraron un ambiente propicio para realizar el crecimiento y desarrollo característico de su especie, se trae a colación la igualdad de derechos del hombre y de la mujer, desconociendo así la función biológica natural: concebir en la mujer y fecundar en el varón, cuando hacen uso de su genitalidad. Conceder legalmente permiso a la mujer para deshacerse del fruto de esa relación no es igualar sus derechos con los del varón sino permitirle matar a quien ella misma llamó a la vida y que biológicamente es una vida diferente, ontológica y antropológicamente tan valiosa como la suya.
Ciertamente que el Estado debe preocuparse por impartir educación en el área de la salud, no obstante ser la familia la responsable en primer lugar de inculcar los valores de la sexualidad, incluyendo los de la genitalidad; pero no es educar por parte de aquél desamparar legalmente al hijo, indefenso, y en ninguna forma responsable de la incomodidad personal o social de sus padres, específicamente de su madre. Si es un derecho matar a quien nos incomoda, a quien no queremos, ¿por qué se sanciona como homicidio lo que hacen sicarios, guerrilleros, etc.?
Todos los seres humanos, todas las personas, hombres y mujeres, somos seres racionales que tenemos la capacidad y la imprescindible necesidad de elegir en todas y cada una de las acciones que llevamos a cabo como actos humanos, previa una deliberación inteligente y racional en la cual evaluamos las consecuencias de nuestras acciones y las aceptamos, y por las cuales debemos responder ante nosotros mismos y ante los demás. Somos “animales racionales”, inteligentes, libres, con una voluntad que determina nuestras acciones y una conciencia que nos indica si son justas o no lo son. No es cuestión religiosa sino puramente antropológica. Frente a estos “animales racionales” encontramos los “animales irracionales” que por carecer de una inteligencia racional, que por obedecer a instintos y no tener la capacidad de deliberar para evaluar lo justo de su proceder, están exentos de un juicio sobre el bien o el mal en sus actos.
Surge, pues, una pregunta: ¿por qué los movimientos feministas que dicen reivindicar los derechos fundamentales de las mujeres, seres racionales, reclaman que al menos legalmente se las trate como a “animales irracionales” y que no se les exija responsabilidad en los actos que realizan, actos que cuestan la vida a seres humanos indefensos y que no participaron en el origen de las causas que molestan e inquietan a sus progenitoras? ¿Por qué a estos movimientos les perturba hasta el delirio el carácter racional de la mujer y pretenden que se la tenga por “animal irracional”, irresponsable de sus acciones? ¿Será esto una verdadera defensa de los derechos y de la dignidad de la mujer? ¿Serán más dignas y humanas siendo consideradas legalmente como “animales irracionales” que como “animales racionales”? Y es de recordar que aún cuando las leyes positivas no castiguen su acción, éticamente no confundirlo con dictamen religioso su acción es repudiable, condenable, pues “no todo lo legal es ético”.

Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

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Cuidados paliativos vs Eutanasia y encarnizamiento: los derechos no se consensúan

Cuidados paliativos vs Eutanasia y encarnizamiento: los derechos no se consensúan

Ramón Lucas Lucas. - Catedrático de bioética en la Universidad Europea de Roma. Miembro fundador del Observatorio de Bioética de la Universidad Católica de Colombia. -
elpulso@elhospital.org.co

La legalización de la eutanasia que la Primera Comisión del Senado propuso el pasado 16 de septiembre (2008) en el «Proyecto de Ley estatutaria 44 de 2008 Senado», por el cual se reglamentan las prácticas de la Eutanasia y la Asistencia al suicidio en Colombia, el servicio de cuidados paliativos y se dictan otras disposiciones, es un asesinato legal y una contradicción jurídica: eliminar viejos inútiles, enfermos terminales y, en determinados casos, apropiarse de sus bienes. Aunque se enmascare con palabras bonitas: «muerte digna», «muerte dulce», «no sufrir», «respeto de la dignidad», es un verdadero crimen.
No hay ninguna duda en el ámbito científico, moral, político ni religioso sobre el hecho de que cuando la medicina no puede proporcionar la curación, lo que tiene que hacer es aliviar el sufrimiento y el dolor de los pacientes, no suprimirlos. El remedio de una enfermedad no es matar al enfermo. Ni siquiera porque él lo pida.
El enfermo no desea la muerte, lo que desea es dejar de sufrir. Por eso se le pueden y se le deben administrar toda clase de paliativos del dolor. Incluso los que pueden indirectamente acelerarle la muerte, pero sin intención de matarle, como son aquellos que su acción primaria es analgésica, y el efecto secundario no querido, es el acelerar la muerte; en cambio, la eliminación voluntaria y directa del enfermo es eutanasia. Lo que sí es lícito, y además un deber ético y social, es evitar el encarnizamiento terapéutico, que se define como el uso de medios desproporcionados y ya inútiles para el enfermo. Es decir: se pueden retirar o no dar al enfermo todos esos medios a él ya desproporcionados, inútiles y que prolongan su agonía, más que ofrecerle elementos de mejora. Lo que nunca se puede hacer, por respeto a su dignidad de persona, es negarle o privarlo de los medios a él proporcionados según la situación y según el nivel sanitario del país en ese momento.
La eutanasia es un atentado mortal a la dignidad de la persona humana sobre la que se funda el Estado colombiano, según lo expresa el pacto constitucional. Es siempre un crimen, también cuando se practica con fines piadosos y a solicitud del paciente. La principal expresión del respeto de la dignidad de la persona, no es sólo el respeto de su autonomía (la decisión hecha por ella), sino el respeto del bien objetivo contenido en dicha decisión, o el evitar el mal objetivo contenido en la decisión. Para que esta decisión sea auténtica y digna de ser respetada por el médico y la sociedad, es necesario que no contradiga el bien primario del enfermo, que es la vida. Eliminada la vida se pierden todos los valores. La libertad está intrínsecamente unida a la verdad, y no hay auténtica libertad fuera de la verdad. Disociarlas es poner las premisas de comportamientos arbitrarios e inicuos. Por eso la eutanasia propuesta por el proyecto de ley de la Primera Comisión del Senado es la supresión de un ser humano, la eliminación del primer valor que tenemos: la vida, la violación del fundamental principio constitucional de nuestro país: la dignidad de la persona humana.
Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea anciano, enfermo incurable o agonizante. Ninguna autoridad puede imponerlo o permitirlo. Se trata de una violación a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad. Los derechos fundamentales no se consensúan, ni se conquistan: se tienen y se defienden. La vida es un don y, si se quiere, el derecho fundamental, que jamás puede estar sujeto al consenso de una mayoría parlamentaria. Un Estado democrático y social tiene el deber de proteger a los más pobres e indigentes, como son los discapacitados, los ancianos o los enfermos terminales. Cuando el Estado, en vez de proteger a los más débiles, da cobertura legal a su muerte, se transforma automáticamente en un Estado totalitario, los fundamentos de la convivencia se quiebran y surge una sociedad de la muerte, una auténtica «tanatocracia».
También cuando se practica por sentimiento de piedad, la eutanasia viola la dignidad de la persona humana. Monstruosa aparece la figura de un amor que mata, de una compasión que elimina a quien sufre, de una filantropía que se entiende como liberación de la vida de otro porque se ha convertido en un peso, de una compasión selectiva y eugenésica que no cura, sino que discrimina. El amor verdadero es siempre presencia, cercanía, apoyo; no es supresión, huída.
La legalización de la eutanasia en Holanda creó un fuerte problema social, porque se perdió la confianza en los hospitales y motivó que los ancianos no quieran ir al hospital ante el temor de que se les administre una inyección letal. Por eso se fundó una organización, la NPV, que tiene cerca de 100.000 afiliados que llevan una tarjeta donde dice que el portador no quiere ser ingresado en un hospital.
El «Proyecto de ley estatutaria» del Senado de Colombia ampararía muchas otras barbaridades, no sólo éticas, sino económicas y sociales: por ejemplo, se podría comprar un coche con el dinero del seguro del enfermo al que se aplica la eutanasia. Detrás del «para que no sufra», puede esconderse el «porque para mí es molesto; me da compasión; me lo quiero quitar de encima». Se daría también el caso de otros enfermos desesperados, porque aunque se ha hecho por ellos todo lo que es razonable hacer, piensan que se les aplica la eutanasia. Además empujaría a las políticas sociales hacia posturas extremas que violentan la conciencia de muchos colombianos. La objeción de conciencia por parte de los médicos puede quedar así borrada de la normativa vigente, a la hora de tomar la decisión sobre el final de la vida. El «Proyecto de ley estatutaria» no prevé dicha objeción de conciencia y los médicos se verían penados si no se atienen a los mandatos gubernamentales.
La muerte digna no es matar al enfermo sino ayudarle en ese momento. Los enfermos necesitan verse bien tratados, estimados, acompañados. Nunca he visto un paciente, en situación terminal, que no se agarre a la vida con todas sus ganas. Sus ojos no han mirado nunca con desdén hacia el trabajo terapéutico y de acompañamiento. El enfermo necesita, además y sobre todo, motivación en su dolor. La aceptación del dolor es una actitud madura frente a una enfermedad que no se puede superar, o a una muerte que viene inexorablemente al encuentro. También quien sufre de este modo puede realizarse a sí mismo y vivir la propia dignidad de persona. Los sacrificios motivados se hacen con gusto. Donde se ama no se sufre, y si se sufre se ama el sufrimiento que el amor procura. Por eso la Conferencia Episcopal Española redactó un «modelo de testamento vital» que, entre otras cosas, dice: «El que suscribe pide que no se le practique la eutanasia activa, ni se le prolongue irracionalmente el momento de morir, sino que en caso de muerte desea la compañía de sus seres queridos».
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0906jun/opinion/opinion.htm

Situación actual de los valores éticos

Situación actual de los valores éticos

P. Guillermo León Zuleta S.

No es necesario hacer un gran esfuerzo para darnos cuenta de que existe una crisis profunda en el terreno de la moral. Es un hecho que se nos impone con una descarnada evidencia. Esta crisis no significa el fin o la muerte de la moral, pero tampoco significa una variación sin importancia en el comportamiento moral de los hombres.
En la actualidad no faltan voces que, desde uno u otro ángulo de visión (religioso o civil, privado o público) y con unos u otros intereses, expresan valoraciones sobre la situación moral de la sociedad: hablan de un modo pomposo y grandilocuente del "nivel ético" de la humanidad, de la "salud moral" de la sociedad.
Los diagnósticos se mueven, de ordinario, dentro del genero de la "patética moral", y las medidas terapéuticas se limitan también, de ordinario, a exhortaciones generales y abstractas sin incidencia efectiva en la realidad del problema moral.
Salta a la vista la poca fiabilidad objetiva y la abundante sobrecarga "ideológica" de estas valoraciones morales sobre la sociedad en general. Quienes explican la situación moral actual con la hipótesis de "desmoralización", creen que nos encontramos en un momento de involución moral.
Interesa, sobre todo, realizar una descripción del fenómeno, principalmente partiendo de:
Quienes ven la desmoralización como un aumento cuantitativo del mal moral (Inmoralidad).
Quienes entienden la desmoralización a partir del carácter "permisivo" de nuestra sociedad (Permisividad).
Quienes valoran la desmoralización a partir del tipo de hombre que está creando la sociedad actual (Amoralidad).

A. Desmoralización: Inmoralidad
De entrada se afirma que es la manera más superficial de entender la moralidad. Esto porque es muy difícil, por no decir imposible, "medir" la salud moral concreta de un grupo humano.
Además es necesario admitir la fuerza operante de lo que se ha dado en llamar la conciencia purificadora o "catártica" de la misma sociedad.
En definitiva: la valoración del fenómeno de desmoralización como aumento cuantitativo de inmoralidad es un aspecto del problema y, ciertamente, no el más decisivo.

B. Desmoralización: Permisividad
En verdad nuestra sociedad es de signo "permisivo". La sociedad "paternalista" (cerrada, de control absoluto) ha dado paso a una sociedad "permisiva" (abierta, con poco o ningún control). La permisividad aparece en una sociedad pluralista y conlleva, como consecuencia, la "tolerancia".
Esos tres factores: Pluralismo + Permisividad + Tolerancia, repercuten hondamente en la manera de vivir y de formular la moral.
La permisividad, propia de nuestra sociedad pluralista, tiene dos manifestaciones fundamentales:
- Permisividad Social: Es notable el paso de la "clandestinidad" a la "publicidad". Muchos comportamientos éticamente reprobables permanecían antes en la esfera privada, mientras que ahora han pasado a la esfera de lo público. Es bueno insistir principalmente en dos aspectos negativos de esto:
a) La publicidad de las fallas morales va creando una situación de oscurecimiento de los valores éticos; va apareciendo una "connaturalidad", con relación al mal, que hace descender el nivel de reacción moral.
b) Los aspectos negativos repercuten de un modo especial en todas aquellas personas que podemos llamar "débiles": niños, personas en período de educación y formación, personas inmaduras, etc.
- La Tolerancia Jurídica: El pluralismo de nuestra sociedad lleva consigo la realidad de la tolerancia.
a) Por una parte denota un descenso real de los valores morales. Un ordenamiento jurídico de tolerancia supone una realidad social que configura su vida con esa valoración tolerante.
b) Al mismo tiempo, el ordenamiento jurídico de tolerancia supone un progreso en la aceptación real de la libertad de conciencia de las personas.
En todo caso, hay que distinguir claramente entre lo "lícito moral -lo "ético"- y lo "lícito jurídico" -lo "lícito"-.

C. Desmoralización: Amoralidad
La amoralidad supone una mayor desmoralización que la inmoralidad y la permisividad.
No cabe duda de que nuestra sociedad está proyectada y se expande dentro de una civilización dominada por la ley del "consumo". La industrialización de anteayer, el urbanismo y la masificación de ayer y el tecnicismo (post-industrialidad, postmodernidad) de hoy, abocan necesariamente a una nueva forma de civilización. Nace así la "sociedad del consumo".
En la sociedad consumista actual existen factores estructurales que la hacen refractaria al cuestionamiento ético. Se puede decir que la sociedad de consumo provoca cierto grado de "amoralidad".
Se pueden destacar los siguientes factores que la caracterizan:
La creación de un nuevo tipo de hombre: El hombre - masa.
La desintegración de las relaciones humanas.
La función manipuladora de la palabra.
La degradación del amor y de la sexualidad.
La violencia como forma de relación interhumana.
El empobrecimiento del espíritu humano.
También es cierto que nuestra época es favorable a la aparición de una nueva estimativa moral. Los siguientes son los factores socioculturales que propician la pregunta moral:
La búsqueda de "fines" y de "significados", ante el agotamiento de la preponderancia de la "razón instrumental".
La necesidad de utopías globales, ante la ambigüedad de las estrategias y ante la multiplicidad de alternativas sociales.
El valor inalienable del hombre, de todo hombre y de todo grupo humano.

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética --Cecolbe-


http://www.periodicoelpulso.com/html/feb03/opinion/opinion.htm

Responsabilidad y seguridad

Responsabilidad y seguridad

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co


Dada la condición estructural del ser humano, su racionalidad y su ineludible necesidad en todas las circunstancias de su existencia -incluyendo la satisfacción de necesidades puramente orgánicas-, de optar por ejecutar alguna acción en sentido positivo o negativo, la inmensa mayoría de los sistemas de educación, por no decir la totalidad, prefirieron como meta ideal crear ante todo un sólido sentido de responsabilidad basado en el sumo respeto que exige la persona, tanto de quien ejecuta el acto humano como el de la persona o personas que reciben el resultado de esa acción. Esta responsabilidad trae como lógica consecuencia que se analice y se busque la mayor seguridad para que ni el actor ni las demás personas puedan ser rebajadas a la simple condición de objeto, ni que se desconozca su dignidad incondicional reduciéndolas a la condición de medio para conseguir un fin, por noble que éste aparente ser.
Sin embargo, desde altas esferas del Estado, que deberían tener como máximo empeño educar a los ciudadanos, en formar en ellos principios de honestidad y de respeto por la dignidad propia de cada persona y la de los demás, se ha lanzado una intensa campaña en la que se invierten los términos y se proclama que el sexo seguro se limita al uso de preservativo, y se subraya esta idea facilitando por todos los medios el logro de condones.
No es mi intención discutir los aspectos de seguridad en el uso de estos elementos, pues aún cuando alcanzara el ciento por ciento, lo aberrante es que desde esas altas esferas estatales se prefiera la seguridad a la responsabilidad, y con mayor razón en una campaña dirigida especialmente a seres humanos que viven una etapa del desarrollo en la cual se escudriñan los valores y las enseñanzas recibidas, y se estructurán los que orientarán su comportamiento en el futuro. Esto parece más una campaña de adiestramiento que de educación, en el sentido verdaderamente antropológico.
Es obvio, verdad de Perogrullo, que este adiestramiento no va a funcionar únicamente en lo que hace relación a la genitalidad, sino que conformará la manera de enfrentar la vida en todos las áreas, que se hará parte del ethos, de la conducta habitual de estas personas, y no será la responsabilidad, la honestidad, lo que oriente sus acciones sino la seguridad, sin importar los medios que tengan que poner en práctica para lograrla.
Si como parece hasta ahora es una filosofía formativa y social del Estado, es de esperar que también, y en nombre de la equidad, se adelanten intensas campañas en las que todos los ciudadanos recibamos las instrucciones oficiales necesarias sobre: evasión segura de impuestos, fraude seguro en las próximas elecciones, consecución fraudulenta pero segura de títulos universitarios, etc.
¿Debemos concluir que entre nosotros, que en el Estado Colombiano, el delito de quienes hoy pagan condenas de cárcel u otras penas no merecen las sanciones impuestas por sus crímenes, sino por no haber sido lo suficientemente hábiles al ofender a la sociedad y en burlar la ley para no ser descubiertos?
Se enseña y reclama no responsabilidad, honestidad, sino habilidad para faltar sin poder ser señalado. Esto es dar carta de presentación oficial, legal, a la corrupción.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/0804abr/opinion/opinion.htm

Objeción de conciencia y complicidad

Objeción de conciencia y complicidad

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

En estos días se está llevando a cabo un trascendental debate de aspecto ético, relegado a segundo lugar por los también trascendentales hechos políticos que inciden directamente sobre la dignidad de Colombia, pero a mi juicio de tanta importancia como éstos. Se trata de la insistencia de algunos funcionarios del Estado que, desconociendo los más elementales derechos de todo ser humano, de toda persona humana, y los ordenamientos constitucionales -Constitución de 1991- quieren obligar a todos los médicos que ejercemos en el país a convertirnos en cómplices: si usted no realiza el aborto porque su conciencia se lo prohíbe, tiene obligación, según dichos funcionarios, de remitir a la madre abortista a donde o a quien sí se lo realice. Esto es, en otras palabras, la dictadura del poder: la interpretación de la ley por encima de la dignidad incondicional e intrínseca de la persona humana.
Si usted no asesina tiene que contribuir a esa muerte indicando quién y dónde el asesinato se lleve a cabo según las indicaciones oficiales de un funcionario del Estado que considera que asesinar personas que viven en un determinado período de su normal desarrollo es diferente de asesinarlo unos días, meses o años después de nacer. La despenalización del aborto no indica que el crimen de matar a un ser humano indefenso y que no ha cometido ningún delito, convierte en ético o legal dicho acto sino que el actor, el asesino, no será castigado penalmente por su crimen. Y digo asesino, porque en el Diccionario de la Real Academia de nuestra lengua encontramos que: Asesinar es un verbo transitivo que significa «Matar a una persona con premeditación, alevosía, etc.», condiciones que se cumplen plenamente en el aborto voluntario.
Pero tras esta aparentemente inane oposición entre los abortistas y los defensores de la vida se oculta un principio de dictadura, de tiranía: debe obedecerse al criterio de quien en un momento dado ostenta el poder, así sus decisiones no se ajusten al respeto por la dignidad intrínseca e incondicional de todo ser humano -incluyendo el no nacido- y, en nuestro caso a las normas de la Constitución que en el Artículo 18 proclama: «Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia».
Sin embargo, para algunos funcionarios la persona que hace objeción de conciencia frente a la realización del aborto, tiene que comprometer su conciencia, valga la redundancia, para contribuir en forma clara con la ejecución del mismo. La conciencia no puede dividirse en estancos y la objeción de conciencia que una persona hace frente a un acto que se le solicita es para todo lo que rodee dicho acto, no sólo para no llevarlo a cabo directamente. ¿En qué queda la doctrina jurídica sobre complicidad? Yo no robo pero contribuyo a que roben; yo no mato pero indico el mejor sicario, etc., ¿qué dirán sobre esto los jueces honestos? Y esto es lo que exigen quienes pretenden obligar al objetor de conciencia a que contribuya al crimen indicando quien lo cometa y amedrentando a quienes nos oponemos al aborto con denunciarnos penalmente, como ocurrió recientemente en Cúcuta.
Toda dictadura es esencialmente la negación de la libertad de optar responsablemente en los actos humanos que otro ejecute o se abstenga de ejecutar y tener que obedecer a la determinación de alguien que tiene poder, aunque a veces no tenga autoridad, para exigir el cumplimiento de su voluntad, cualquiera sea ésta 6

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0806jun/opinion/opinion.htm

Ignorancia crasa o fanatismo impertinente

Ignorancia crasa o fanatismo impertinente

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Hay temas o hechos que sin duda porque hacen relación a situaciones vitales importantes para todo ser humano -cualquiera sea su grado de preparación académica-, agitan profundamente nuestro interés participante. Temas o hechos que nos deben hacer reflexionar y ante los cuales asumimos con más frecuencia de lo conveniente actitudes que demuestran ignorancia crasa y, unida a ésta, un fanatismo que como todo fanatismo es impertinente y revela, además, una elemental carencia de buenos modales.
Ejemplos de estos temas o hechos pueden ser el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, etc.
Veamos: en los últimos meses se presentaron en el debate público manifestaciones en pro y en contra de la llamada Clínica de la Mujer, en la cual según criterio de autoridades municipales convencidas de la “ideología de género” se debe hacer la interrupción voluntaria del embarazo y reconocer en toda su extensión los llamados “derechos sexuales y reproductivos” de la mujer.
Surgen entonces como por arte de magia adalides vacuos, seres iluminados, que carentes de argumentos para oponer a una u otra opinión -ignorancia crasa- no encuentran otra forma de hacerse presentes más que por medio de la ofensa rabiosa -fanatismo impertinente-. Bien sabido es que frecuentemente a falta de argumentos se echa mano del insulto como estandarte de vencedor, dando a conocer no sólo carencia de conocimientos sobre la materia sino también carencia de buena crianza.
Los interrogantes que plantean el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido y otros temas propios de esta área, son antropológicos antes que legales y religiosos. En relación con el aborto los interrogantes son: ¿Qué es, ontológicamente, lo que se elimina o suprime? ¿Cuál es el estatuto del embrión humano? ¿Es realmente sólo un cúmulo de células y órganos o posee estructuralmente la condición de ser humano, de persona humana? ¿Cuándo adquiere y por qué razón la calidad de persona humana?
No es el momento de hacer un amplio análisis de cada uno de los temas mencionados. Bástenos expresar que la biología y la antropología filosófica permiten afirmar que el zigoto (o cigoto), resultado de la unión de un óvulo y un espermatozoide humanos, es una realidad humana, una persona humana en acto, que evidencia su existencia en cada momento según su circunstancia.
Ya a finales del siglo V antes de Cristo, es decir antes de que existieran Iglesia Católica, sacerdotes y monjas cristianos, el Juramento (Hórkos) llamado hipocrático exigía a los médicos -insisto, bajo juramento-, no practicar ni el aborto ni la eutanasia: «No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte» -IV voto-.
Los interrogantes que plantean el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido y temas afines, son antropológicos antes que religiosos o legales, y en este contexto deben ser discutidos.

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/1001ene/opinion/opinion.htm

Decretos de "emergencia social": Grave injusticia y grave conducta contra ética médica

Decretos de "emergencia social": Grave injusticia y grave conducta contra ética médica

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

Me limitaré a señalar escuetamente algunos aspectos de los decretos de “Emergencia Social” que atropellan la ética médica, que desconocen y violentan la dignidad y la libertad del paciente y del médico en aras de una demagógica ambición de mayor cobertura, del deseo estadístico de aumentar el porcentaje de protección sin pensar realmente en la calidad que aquélla debe tener. No basta para quien está desnutrido y tiene hambre darle con qué la calme, sino que deben suministrársele elementos que lo nutran. Estos decretos son hijos legítimos de la mentalidad mercantilista que inspiró la Ley 100.
En todos ellos predomina el interés económico, y en el 128 y el 131, que hacen relación más directa a la atención del paciente y a la responsabilidad del médico, ni siquiera se hace alusión a la misión fundamental de la medicina, a la dignidad incondicional del paciente, a la del médico y a la de las personas que laboran en el área de la salud. Se ignoran principios fundamentales de la ética médica como que es la persona humana la que enferma, la que sana o la que conserva su salud; que la misión primordial del médico y de las otras personas que laboran en esta área no es únicamente la salud sino la colaboración honesta al mejor éxito del proyecto existencial del paciente, sano o enfermo.
Se desconoce, por ignorancia o maliciosamente, que «no hay enfermedades sino enfermos»; mejor aún, «que hay enfermedades en enfermos», porque cada ser humano enferma no como quiere o como lo indica un protocolo “basado en la evidencia”, sino como sus reservas biológicas se lo permiten. Ignorar esto es convertir al paciente en un panel o cartelera de síntomas y al médico en un técnico en sintomatologías, en órganos, en ayudas diagnósticas, en sistemas terapéuticos, atropellando su dignidad y su libertad intrínsecas, violentando así los más elementales principios éticos, tanto para el paciente como para el profesional de la salud. En el caso de las EPS y de las IPS, dichos decretos y la Ley 100 convierten a los médicos en técnicos al servicio no del paciente sino del vademécum y de las directivas de la institución.
Es importante que se aclare qué se entiende en estos decretos por “medicina basada en la evidencia”. La medicina, aún entre los llamados pueblos primitivos, siempre se ha basado en la evidencia, si entendemos el concepto como la búsqueda del procedimiento más eficaz para lograr el resultado apetecido: el intercambio de experiencias, la comparación personal de resultados en la práctica de cada “sanador”, etc. Pero la “medicina basada en la evidencia” puede convertirse en camisa de fuerza opresora del criterio honesto del médico frente a la realidad clínico-patológica de cada paciente, e infortunadamente parece éste el significado que le dan los citados decretos de “emergencia social”. Así, en el decreto 131 se constriñe la libertad del médico que no puede aplicar honestamente sus conocimientos a la evidencia clínica del paciente que recibe su esfuerzos, sino que debe obedecer a patrones preestablecidos y adoptados por el “Organismo Técnico Científico para la Salud” y, quizás, ser juzgado por “doctores en medicina” que no vivieron con él la realidad vital de la persona enferma que se confía a su cuidado. Gran injusticia, porque no es lo mismo evaluar una historia clínica por bien elaborada que esté, que compartir los avatares de un proceso patológico. Grave injusticia y grave conducta contra la ética médica.
No pretendo que el ejercicio de la medicina, misión esencialmente social, no sea vigilada por el Estado. Infortunadamente entre los médicos también hay explotadores deshonestos que merecen máximas sanciones. El Estado tiene el deber de vigilar al respecto. Pero dicha vigilancia debe respetar estrictamente la dignidad y la libertad tanto del paciente como la del médico, porque si no lo hace se trataría entonces de intromisión injusta que no debe obedecerse, sino que por el contrario en conciencia debe desobedecerse. También tiene el deber de vigilar la formación integral de los fututos profesionales no sólo en lo académico sino y primordialmente en lo ético, en el sentido humanitario de la profesión, y castigar severamente las instituciones que por cualquier motivo entregan a la sociedad mediocres doctores en medicina, perversos mercachifles de la vida humana.
En la Ley 100 y, con mayor razón, en los inicuos decretos de la “Emergencia Social” se vislumbra algo más ofensivo para la dignidad de todos los colombianos: un principio de dictadura, de tiranía; debe obedecerse al criterio de quien en un momento dado ostenta el poder, así sus decisiones no se ajusten al respeto por la dignidad intrínseca e incondicional de todo ser humano, sin importar que la Constitución Política de la República de Colombia de 1991 en el Artículo 18 proclama: «Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia».
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/1003mar/opinion/opinion.htm

El sigilo profesional médico

El sigilo profesional médico
Ramón Córdoba Palacio, MD

¿Qué entendemos por sigilo o secreto profesional médico? Es la obligación, tanto ética como legal, de no revelar lo que conocemos como profesionales o empleados de cualquier nivel en el campo de la salud, acerca de la intimidad del paciente -que incluye la intimidad de sus antepasados, de sus familiares y de las personas que con él conviven-.

Es necesario tener en cuenta que esta obligación no cesa con la muerte del paciente y su obligatoriedad se extiende a toda persona que por razón de su profesión u oficio conozca toda esa intimidad o parte de ella.
Pero, ¿es secreto u obliga al secreto lo que conozcan dos o más personas? La respuesta es sí: cuando un secreto lo conocen dos o más personas no se pierde el deber de guardarlo sino que esta exigencia se extiende a cada una de las que lo comparten; se amplía el número de los comprometidos, pero no se disminuye el rigor del deber de callar, porque la esencia del secreto, subjetivamente, implica el hecho de recibir una revelación íntima que no debe darse a conocer a otro y, objetivamente, es el contenido de esa revelación recibida o conocida como confidencia, sin importar el número de quienes participan de ésta.
¿Por qué es tan importante la guarda del secreto profesional médico? Porque el paciente personalmente o por su representante -como en el caso de los niños y de otros pacientes-, no le confía al médico simplemente sus malestares, pues éstos son solamente un episodio, por significativo que sea, de su biografía, de su vida y es de ésta de la que el médico se hace responsable, para mantenerla en salud, para recuperar la salud si se ha perdido, para rehabilitarla si es necesario; en otras palabras, cuando la “persona paciente” requiere la ayuda de la “persona médico”, cuando reclama su cuidado, lo constituye realmente en responsable solidario, in solidum, pleno, de la perfección de su existencia, y por consiguiente de su dignidad y de su libertad como ser humano.
La revelación de esa intimidad en el acto médico no es un capricho sino un requisito ineludible para poder llegar con alguna certeza a una acción preventiva, terapéutica, de rehabilitación o a un pronóstico. En esta revelación, al médico se le confía la manera de vivir el paciente interna y externamente para que él, como verdadero médico, contribuya a la realización humana de esa existencia, a dignificar la vida que se confía a su cuidado honesto. Y cuando el médico recibe la confidencia de esa intimidad, queda ligado para siempre a su salvaguarda, no es posible renunciar a ese deber, pues está obligado al secreto aun después de la muerte del paciente. Y éste, el paciente, relata detalladamente durante el acto médico su manera de vivir en todo sentido orgánico, mental, sentimental, social-, con la seguridad, consciente o inconsciente, de que dicho relato no será divulgado, no se dará a conocer sino para su bien total y siempre con su autorización, excepto casos especiales. Así se conforma uno de los elementos indispensables en el ejercicio de la medicina: la confianza entre el paciente y el profesional, que idealmente debe ser mutua y que actualmente está muy deteriorada.
¿Qué significa y qué importancia tiene la intimidad en el ser humano? La intimidad es una característica estructural de la persona humana, hace parte sustancial, fundamental, de su dignidad y de su libertad; y sin el derecho -no sólo teórico sino realmente exigible-, inherente a su condición de persona, a que se respete dicha intimidad en grado sumo, no es posible el desarrollo del proyecto existencial propio ni la convivencia en una comunidad. Esta intimidad es lo que le permite al ser humano ser “yo” y tener la vivencia de ser su “propia realidad”, de ser dueño de sí mismo, de ser responsable de las decisiones que asuma en la vida.
¿Qué significa y qué consecuencias tiene la violación del sigilo profesional médico?
La exigencia de guardar el sigilo profesional en el ejercicio de la medicina lo encontramos desde los albores de la humanidad en los “sanadores” considerados “naturales” -chamán, piache, jaibaná, etc.- y se expresa como un deber inherente a la relación médico paciente, en el Juramento llamado Hipocrático: «Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto». Veinticinco siglos después, este fundamento del êthos de la medicina es recogido por la Asamblea de la Asociación Médica Mundial que en su «Promesa» exige al graduando: «Guardar y respetar los secretos a mí confiados». Ni el Juramento Hipocrático ni la Promesa de la Asociación circunscribe el secreto a la enfermedad «vergonzosa» ni a la no vergonzosa. Es el sumo respeto por la dignidad de la persona humana lo que se proclama y se defiende en el primero como en la segunda. Esta Promesa es exigida legalmente en el acto de graduación de nuestros médicos.
Quien difunde el secreto profesional médico, sea directa o indirectamente, atenta en forma grave: 1) Contra la dignidad de la persona, tanto la del paciente y como la propia -la del médico, la enfermera, etc.-. 2) Contra la justicia conmutativa. 3) Contra el bien común. 4) Contra la práctica de la medicina, porque desacredita el ejercicio de ésta, porque desconoce el precepto universal: «favorecer, no perjudicar», «ante todo no hacer daño».
Entre nosotros el deber de salvaguardar el secreto médico está protegido por decisiones legales, así: a) Constitución Política de la República de Colombia: Artículo 21 y Artículo 74. b) Ley 23 de 1981: Artículo 34, Artículo 37 y Artículo 23 del decreto reglamentario 3380/81.
Es de advertir que en las excepciones a la guarda del secreto profesional médico: «No es que pierda relevancia la fuerza obligatoria del secreto, sino que queda debilitada frente a la aparición de otras razones más importantes, que reclaman la revelación de la noticia confiada» (Taliercio).

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0707jul/opinion/opinion.htm

El sigilo profesional médico y los personajes públicos

El sigilo profesional médico y los personajes públicos
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co

¿Qué entendemos por personaje público? El Diccionario de la Lengua Española nos indica como primera acepción del vocablo personaje: «1. m. Sujeto de distinción, calidad o representación en la vida pública». Esto bastaría para comprender a qué nos referimos en el presente artículo, pero para mayor abundancia consultemos el término público; el mismo diccionario nos enseña: «1. adj. Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos».
Si reflexionamos un poco sobre esta última definición, tenemos que concluir que por el hecho de desempeñar cargos públicos o de ser por cualquier otra causa personaje público, no se pierde el derecho que a la intimidad tiene un tal sujeto ni al respeto sumo por ella, ya que no todo lo que éste realiza en su vida este personaje tiene el carácter de “notorio”, “manifiesto”, de “sabido por todos”. Como lógica consecuencia tenemos que aceptar que, como para todo ser humano, existe una clara delimitación entre lo que es intimidad -patrimonio espiritual o íntimo- y actuaciones públicas -patrimonio público-.
Recordemos someramente, ya que en otras oportunidades nos hemos referido en extenso al tema, el sentido antropológico de la intimidad. La intimidad es un elemento estructural, esencial, del ser humano; es el fundamento de su libertad y de su dignidad, elemento que le permite realizarse como persona y, además, convivir en la comunidad en la cual se desenvuelve su existencia. No es algo que la cultura haya concedido o agregado a la condición del ser humano; la necesidad de tener intimidad y de que ésta no sea violada por la curiosidad de otro o por la divulgación de quien por razón de su profesión o de su oficio la conozca parcial o totalmente, es una exigencia perentoria, un derecho primordial que surge como imperativo categórico, como un deber ineludible respecto de toda persona, cualquiera sea su condición social, su credo religioso o político, las condiciones de su salud, etc.
La intimidad es propiedad espiritual legítima de cada persona e igual que se exige respetar su patrimonio material es, repito, deber ineludible hacer lo mismo con su patrimonio espiritual. Quien atropella y divulga lo que conoció como secreto o sigilo profesional está apoderándose de algo ajeno muy valioso, quizás a la par con la existencia misma lo más valioso del ser humano, es decir, arrebata lo ajeno, lo hurta, lo roba.
Es conveniente recordar que tanto la ética como las determinaciones legales aceptan que, cuando el valor del sigilo entra en conflicto con otros valores, se establezcan excepciones a la guarda del secreto profesional y en consecuencia éste debe ser revelado a la autoridad competente, siempre procurando hacer el menor mal posible al dueño del secreto, que, en el campo de la medicina, es el paciente. Pero entre estas excepciones no figura ni podrá figurar la simple noticia o el chismorreo social, el afán de mostrarse enterado de lo que padece en su salud un personaje público.
Recordemos también que en las excepciones a la guarda del secreto profesional médico, aparece la siguiente aclaración: «No es que pierda relevancia la fuerza obligatoria del secreto, sino que queda debilitada frente a la aparición de otras razones más importantes, que reclaman la revelación de la noticia confiada» (Taliercio). No debemos olvidar las graves consecuencias que la revelación injustificada de la intimidad trae para el paciente, para el médico, para la medicina, para la convivencia ciudadana.
Me atrevería a afirmar que si la guarda del sigilo profesional obliga perentoriamente para todo paciente, sin tener en cuenta su condición social, su sexo, su raza, sus creencias religiosas ni políticas, etc., la prudencia nos obliga a ser más cautelosos si se trata de un personaje público, ya que el mal que se derive de la revelación puede traer mayores y más graves consecuencia para él y para la comunidad.
Las anteriores reflexiones son válidas para salvaguardar la verdadera intimidad de los personajes públicos, pero no pueden servir de excusa para que ellos oculten acciones u omisiones que en su diario quehacer deben llevar a cabo de manera manifiesta, patente, visible, para que puedan ser conocidas y juzgadas por la comunidad, pues hacen parte de su vida pública.

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com/html/0709sep/opinion/opinion.htm

Ser madre o mamá

Ser madre o mamá
Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co

En todas las culturas conocidas, el significado de la palabra madre, o su sinónimo mamá, trae e la mente la imagen de una mujer amorosa que da origen a la vida de quienes son sus hijos, que los ampara y defiende hasta dar su propia vida por defender la de su prole. Madre o mamá es un vocablo que evoca los más nobles conceptos de amor desinteresado, de sublime espíritu y capacidad de sacrificio, de defensa heroica de la vida, especialmente la de sus hijos- y por esto ha inspirado en el transcurrir de los siglos excelsas obras en todas las artes, en todas los modos de expresión que el ser humano ha practicado.
Y ese sentido de amor, de capacidad de sacrificarse por la prole, de defensa de la vida de ésta inclusive poniendo en peligro la propia, se manifiesta profundamente arraigado en los otros seres animales; desde los más domésticos como son las aves -recordemos las gallinas, las vacas, etc.-, hasta las más feroces como las leonas, las osas, etc., que se enfrentan a los machos de su especie o los predadores para defender a sus cachorros. Paradójicamente, a medida que ascendemos en la escala evolutiva nos encontramos que la hembra humana, la más desarrollada, dotada de inteligencia, razón y voluntad, reniega de esa ley de la naturaleza indispensable para conservar el don de la vida en toda sus manifestaciones y exige normas que la protejan de castigo por suprimir criminalmente la vida de seres indefensos, que no han podido por su circunstancia ontológica y biológica cometer ninguna ofensa ni daño a quien lo condena a muerte. Consciente, voluntaria y arbitrariamente aniquilan a quien sólo respondió a una ley fisiológica, biológica, e inició su vida como ser distinto de sus progenitores, dotado de una dignidad incondicional y absoluta como la de éstos.
Encontramos también paradójicamente grupos de gentes que se expresan a veces violentamente en defensa del sacrificio de animales, contra las acciones humanas que ponen en peligro de extinción especies de animales, contra la destrucción de ecosistemas, etc., pero con la misma violencia y tozudez proclaman la necesidad de permitir a la mujer condenar a muerte a su hijo y ejecutar la sentencia sin que las leyes positivas puedan defender la vida de la persona humana que se desarrolla por ley natural en su vientre, que vociferan fanáticamente con falsos y retorcidos argumentos médicos pidiendo al Estado que defienda la vida de las mujeres “madres” sacrificando, sin razón valedera, la vida de los niños en la etapa de embrión o feto.
Será acaso el momento de empezar a enseñar a nuestros descendientes, niños y jóvenes, que la imagen de amor y sacrificio que evoca la palabra madre o mamá tiene hoy en día una connotación diferente, contraria en todo sentido a lo que aprendimos de nuestras madres y abuelas, y que cuando les toque elegir compañera para fundar una familia deben, por el futuro de sus hijos, convencerse de si la elegida es de las que conservan sin menoscabo el sentido sublime de la maternidad o si, por el contrario, pertenece a las que sacrifican la existencia del hijo para satisfacer sus criterios egoístas, si es capaz de condenar a muerte el vástago que engendró -del que es madre, quiéralo o no- y permitir que sicarios, pagados por ella o por otro, ejecuten la sentencia que ella misma dictó.
Muchas de estas damas se rasgan las vestiduras, y con razón, porque se vende pólvora que daña a los niños, pero, ¡oh paradoja! con más furia vociferan para que se les permita legalmente matar a sus propios hijos.
«Bueno es: conservar la vida, hacer prosperar la vida, llevar la vida capaz de perfeccionarse a su más alto valor. Malo es: destruir la vida, dañar la vida, inhibir la vida capaz de perfección», escribió Schweitzer. Y «la vida capaz de perfeccionarse» es, sin duda, la de la persona humana, la del hombre.

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com.co/html/mar06/opinion/opinion.htm

Dosis de realidad y acompañamiento

Dosis de realidad y acompañamiento
Carlos A. Gómez Fajardo, MD

Han sido señalados insistentemente muchos de los peligros que acechan a la práctica médica contemporánea. Uno de ellos -en época de progresiva intromisión de la intermediación tecnológica de gran complejidad en la clínica-, es lo que acontece alrededor de los procesos y acciones sanitarias en la vecindad del desenlace lógico final cronológico de toda vida humana: la muerte.
La confianza desmedida e irracional en el “poder hacer” de la civilización tecnológica hace bordear con facilidad aquellas zonas en donde también el enfermo terminal resulta convertido en instrumento de intereses y manipulaciones ajenas al “ethos” de la profesión médica. Muchos autores llaman la atención sobre la pérdida del sentido antropológico y de la sumisión a criterios economicistas, que bajo el esguince conceptual de la “calidad de vida” reducirían algunas de ellas a la condición de “vidas que no merecen ser vividas”. Aparece la hoz de la eutanasia bajo el disfraz de la práctica de un calculador y deformado criterio de “piedad”. También, pero de signo opuesto, el encarnizamiento terapéutico. Ambas prácticas obedecen a una degradación del sentido de la medicina.
Romano Guardini (“Mundo y Persona”, “Etica. Lecciones de la Universidad de Munich”) ha escrito: “La enfermedad no es únicamente un acontecimiento fisiológico, sino también, psicológico, o más exactamente, personal”, “…es también un acontecimiento biográfico en el cual se hace efectiva la existencia personal de este ser humano…”
Sucede que el hombre muere. Llegar a alcanzar la condición de enfermedad “terminal” nos acontece, tarde o temprano, como uno de los escalones del ciclo vital. Llega el momento claro cuando lo esperado en un plazo breve es la muerte y cuando las posibilidades terapéuticas no prometen una recuperación. También Hipócrates, dos y medio milenios atrás, cuando nacía la visión racional de la base de la práctica clínica de Occidente, lo había expresado claramente: El “abstenerse de lo imposible” contiene la profunda dosis de realidad que la cosmovisión griega aportó a Occidente; se complementa con el también hipocrático precepto: “Todo exceso es enemigo de la naturaleza”.
No hay que hacer lo imposible. Sí hay que intentar hacer lo posible, lo debido. Lo posible sigue teniendo lugar: hacen parte de la atención médica del paciente terminal el acompañamiento humano, la disponibilidad de ayuda encarnada en el personal asistencial y en la familia. Siempre hay algo que hacer para favorecer en los aspectos relacionados con los cuidados paliativos: manejo adecuado del dolor y de otros síntomas, alimentación, hidratación, aseo. Hay mucho que aportar en el tema de la sedación, de la proporcionalidad terapéutica y de la generación de un ambiente (en el domicilio o en la institución) en el que sea posible la práctica del cuidado, con actitud de respeto, afecto y apoyo. Muchas veces es necesaria la oportuna presencia física de los profesionales que con su actitud hablan silenciosa y efectivamente de respeto y de solidaridad.
La muerte es también un acontecimiento biográfico, tanto de quien muere como de quienes asisten a ello. Es un acontecimiento personal para cada uno de ellos, incluidos los terapeutas.
En este campo cabe tocar una vez más las alertas ante el tecnocentrismo, la deshumanización, la explotación comercial del “poder hacer”, los conflictos de intereses, la mentalidad eutanásica y utilitarista que en realidad propone el abandono como “solución”. La crisis de humanidad exige compromiso, abstenerse de lo imposible pero no renunciar a lo humano, al acompañamiento, que promueve el bien del enfermo y de quien lo acompaña. Con la solidaridad efectiva se hace práctica concreta la dosis de realidad que se requiere para enfrentar lo definitivo que a todos nos interpela.

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com.co/html/0703mar/opinion/opinion.htm

¿El bien o el bienestar?

¿El bien o el bienestar?

Ramón Córdoba Palacio. M D.

En el ejercicio de su noble misión, la obligación del médico es buscar siempre para su paciente el bien, el mayor bien posible dentro de las limitaciones que plantee la condición clínico patológica de éste y también las propias -aunque cambiantes- de la medicina como actividad humana. Infortunadamente se proclama con frecuencia, y en medios académicos, que la actividad médica tiene como finalidad el bienestar de quienes la requieren. Más aún, con el propósito de procurar bienestar a los pacientes, se promueven procedimientos reñidos francamente con la ética médica personalista, ya que lesionan gravemente el respeto a la dignidad del ser humano que dicha ética exige en grado sumo, desde la fecundación hasta la muerte, sin que sea lícito optar por ninguna intervención para poner fin a la vida -ortotanasia-.

El tener claridad en el significado de ambos vocablos, el bien y el bienestar, no es un algo intrascendente, pues las con-ductas médicas que tengan por finalidad el procurar uno u otro pueden tener consecuencias benéficas o, al contrario, graves e irreparables daños para el paciente. La determinación de realizar el bien para el paciente no siempre trae aparejado lo que en el lenguaje ordinario se entiende y se reclama como bienestar ni a corto ni a mediano ni a largo plazo. La prescripción de una dieta más o menos estricta a un diabético, junto con fármacos parenterales que pudieran ser de rigor aplicarle una o varias veces al día, sin duda le causará molestia, pero no hacerlo cediendo a su deseo de bienestar sería una grave falta al deber médico de cuidar de la existencia y de la salud del paciente. Insistimos: “el bien” ontológico y moral no conlleva siempre lo que en el lenguaje ordinario se desea y se entiende como “bienestar”.
Si el deber primordial de la actividad del médico es procurar el bien del paciente “favorecer, no hacer daño”, enseña ya el Corpus Hippocraticum tenemos que ser conscientes de que ese bien puede ocasionar molestias de mayor o menor magnitud a quien lo recibe, al paciente, y el médico está ineludiblemente obligado, por respeto a la dignidad y a la libertad de aquél, a informarle con lenguaje comprensivo de acuerdo con su capacidad cognoscitiva, acerca de las conductas que debe adelantar y las consecuencias de rehusarlas para que pueda ejercer idóneamente su autonomía si está en condiciones de hacerlo. Más, si no es correcto que el médico imponga autoritariamente su criterio, tampoco lo es que deje de indicar lo adecuado así vaya en contra del bienestar y prefiera tergiversar su criterio profesional, honestamente fundamentado. Sobre este tema, el consentimiento idóneo o informado, volveremos en otra oportunidad.
No olvidemos que lo que el paciente confía al médico es, en primer lugar, el cuidado de su existencia, y que el diagnosticar y tratar enfermedades, el prevenirlas, la rehabilitación cuando sea necesaria, son simples elementos que le permiten cooperar con su paciente para que él lleve a cabo el proyecto de su vida como persona. Esos elementos que hacen parte de aspectos científicos y técnicos, la tecnociencia con los cuales cumple su misión el médico, pueden desviarlo de su verdadera meta si los hace absolutos y termina comportándose como un perito en procedimientos terapéuticos, diagnósticos, etc., desconociendo a la persona que requiere su atención y mirando sólo la entidad nosológica, el sistema u órgano enfermo, el examen paraclínico, etc., deshumanizando la más humana de las profesiones.
Ese bien que honestamente quiere hacer realidad el médico en su acción de ayuda a quien se confió a su cuidado, debe recaer «en el paciente mismo en cuanto titular y beneficiario de la salud por qué se lucha», como lo enseña Laín Entralgo, pues si otros intereses se interponen, por nobles que parezcan -la sociedad, el Estado, “el buen orden de la naturaleza”, etc.-, convertimos al paciente, que es un fin en sí mismo por ser persona humana, en “objeto”, en cosa explotada para ganancias de otros, menguando así su dignidad y la nuestra como profesionales, ya que nos comportamos como intermediarios mercantiles.

Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-

http://www.periodicoelpulso.com.co/html/sep03/opinion/opinion.htm

La destrucción de la otredad en el acto médico

La destrucción de la otredad en el acto médico
Mario Montoya Toro, MD

La relación entre el médico y el paciente fue herida seriamente por leyes, decretos y resoluciones que, como meteoritos, cayeron en medio de esa relación y crearon un cráter entre los dos sujetos de ella. Porque en la relación médico-paciente que durante siglos pervivió, no había un solo sujeto y un objeto, no era como las gentes a veces han creído y como ahora resulta en gracia de todo lo que hemos dicho, un sujeto -el médico- y un objeto -el paciente-.
Eran dos seres humanos cada uno sujeto para el otro, que intercambiaban ideas: las del uno -sus preocupaciones, angustias y dolores-, las del otro -sus palabras de consuelo, de esperanza, de apoyo fraterno y de guía en el tratamiento-.
Cada uno era para el que estaba frente a él en la consulta “el otro”, un ser humano, con sentimientos humanos, con preocupación humana, era en resumen «el otro», y esa otredad establecía para cada quien la obligación moral de un diálogo, una relación humana que respetara siempre la dignidad del hombre.
El médico conocía a su paciente, y lo recordaba cada que era necesario; el paciente conocía al médico y podía llamarlo por su nombre, lo cual hoy en día no se da. Pacientes anónimos, médicos anónimos, han sido el resultado de todo lo que hemos visto.
¡Qué triste que hoy en día al médico no le importe el nombre de su paciente y ni siquiera le interese recordarlo, o qué triste que al paciente no le importe quién es el médico que lo atendió, no conozca su nombre ni le interese conocerlo!
¿Hay aquí una relación verdaderamente humana entre un hombre que necesita la ayuda del otro y éste que está en capacidad de dársela ? ¡En absoluto! Hay simplemente una relación formal entre uno más de los enfermos y uno más de los médicos posibles. Para el médico ya ese paciente no es “el otro”, sino uno más, y así como hemos criticado el que en los hospitales aprendan a veces los estudiantes a hablar del paciente 238, 241, etc., sin siquiera mencionar el nombre de la persona, o, lo que es peor, del cáncer de la cama 122, del infarto de la cama 140, así también resulta deshumanizado ese trato actual del médico con su paciente y de éste con aquél.
¡Cómo recordamos con nostalgia aquel acto médico en el que el paciente era recibido con afecto por el profesional que lo saludaba por su nombre y le preguntaba incluso por su familia, e introducía aunque fuera una corta relación de ser humano a ser humano antes de entrar a la consulta propiamente dicha, cuando vemos hoy esa despersonalización en la consulta médica! No es raro que cuando uno pregunta al paciente al que ve por primera vez, o ha visto ya en otras ocasiones, quién lo atendió en determinado servicio médico, le responda: “No sé su nombre”. Pero además si le pregunta qué le dijo el doctor, qué exámenes le hizo, responda: “Ni siquiera me examinó, solamente me preguntó qué sentía y me dio esta fórmula”. Esto bien pudiera cumplirlo una máquina a la que no hay que pagarle salario ni prestaciones sociales. El médico-máquina es una de las desgracias del momento actual en la medicina, así como lo es el paciente-objeto.
Ojalá se pudiera rescatar la otredad en la relación médico- paciente, para que hubiera la armonía necesaria entre dos seres humanos que se complementan, cada quien desde su respectivo campo, aportando lo que le es propio, para que el uno -el médico-, pueda cumplir su función; o para que el otro -el paciente-, pueda recibir la atención necesaria como brindada con conocimiento médico, pero sobre todo con afecto humano, que es una gran parte del tratamiento que debe dársele.
Si en la relación médico-paciente, yo, además de no involucrar mi “mismidad” (yo soy yo mismo), ignoro la otredad humana del paciente y éste hace lo mismo recíprocamente, esa relación bien pudiera decirse no sólo que nace resquebrajada, sino que es verdaderamente” mortinata”.
Los grandes maestros de la medicina tuvieron siempre centrada su atención médica en el ser humano enfermo, antes que en la enfermedad como tal. Cuando alguno de esos médicos acuñó la frase que nos presentaban a los estudiantes de medicina al comienzo de la enseñanza clínica: «No hay enfermedades, sino enfermos», se nos estaba diciendo que la enfermedad puede tener distinta forma de presentación según quien la padezca, pero se nos estaba diciendo también que ese “quién” es un ser humano igual que nosotros, pero necesitado no sólo de un tratamiento para su mal, sino de la acogida fraterna del médico. «¿En dónde está eso ahora?»

NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com.co/html/1004abr/opinion/opinion.htm

Sobre la proporcionalidad

Bioética
Sobre la proporcionalidad

Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD

Desde una postura bioética respetuosa con la dignidad del paciente, está claramente entendido que el quehacer del terapeuta parte del entendimiento de la realidad limitada y contingente de la existencia humana. Limitación que comienza -no por obvio debe dejarse de recordar oportunamente- por la propia del citado terapeuta. Ya lo sabía bien el médico de la época clásica, de cuya conducta conocemos hoy mucho. Herófilo de Alejandría había definido al buen médico como “aquel que es capaz de distinguir entre lo posible y lo imposible”.
En la práctica tecnocentrista y comercial de hoy, caracterizada por una pesada intermediación instrumental ante la realidad del enfermar, se llega a veces al extremo absurdo del encarnizamiento terapéutico. La preocupación y el temor del paciente lo han llevado, de la mano de la desconfianza, a querer en cierto modo “gestionar la muerte” acercándose al peligroso límite de “hipertrofia de la autonomía”. En tal sentido puede entenderse la extensa trayectoria de documentos jurídicos sajones como el “living will” y las “advanced directives”, no despojados de un autoritarismo unilateral. Quizás sean apenas una solicitud del futuro paciente para no ser convertido en víctima de una tecnología deshumanizada y fría; quizás, una expresión más de insatisfacción ante un acto médico degradado a la realización de un contrato multilateral, susceptible de evaluación judicial constante.
El “testamento vital” es un tema que pronto se toca con el de la eutanasia, el suicidio asistido y la sutil manipulación terminológica relacionada con la “muerte digna”, que conduce a que muchos terminen llamando “bueno” a lo que es malo y viceversa.
Ayuda a despejar el panorama, para quien quiera tener en cuenta esta realidad, la enunciación del “principio de totalidad o terapéutico”, basado en el todo unitario en que consiste la existencia corpórea, única y personal de todo ser humano.
El respeto por la vida incluye la proporcionalidad de la terapia propuesta, la justa evaluación de las medidas en el contexto de la totalidad de la persona: riesgos, daños, beneficios, costos, expectativas. Si este ponderado análisis tiene lugar, el médico se sabrá mantener lejos del engaño, de la participación dicotómica en la explotación comercial, de la manipulación sombría e indebida, y del encarnizamiento. En una atmósfera de respeto a la dignidad del otro, se comprende la máxima “todo exceso es enemigo de la naturaleza” y el texto hipocrático: “haré uso del régimen en beneficio de los enfermos, según mi capacidad y mi recto entender y, si es para su daño e injusticia, lo impediré.”
Tal es la validez de algunos conocimientos clásicos, ahora que no es infrecuente que algunos imaginen que el acto médico “científico” lo es cuando se acoge a la “MBE” (Medicina Basada en la Evidencia). Para quienes reafirman su condición de científicos acudiendo a las últimas cifras provenientes de la base de datos “Cochrane”, podría hacerse una respetuosa sugerencia: debería haber una rotación del personal en entrenamiento en las ciencias de la salud por un curso de algunas semanas que incluyera unos turnos de biblioteca e investigación y lectura crítica de la historia de la medicina. Se debieran matricular -es “evidente”- también los profesores. Así podremos superar el peligro de que las cosas se reduzcan, como acontece, a “facturo, luego existo...”. El ensañamiento terapéutico es, además de una falta contra códigos vigentes, un lamentable error de juicio clínico y de juicio ético-antropológico.


Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.


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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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