Bioética
Sobre la proporcionalidad
Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD
Desde una postura bioética respetuosa con la dignidad del paciente, está claramente entendido que el quehacer del terapeuta parte del entendimiento de la realidad limitada y contingente de la existencia humana. Limitación que comienza -no por obvio debe dejarse de recordar oportunamente- por la propia del citado terapeuta. Ya lo sabía bien el médico de la época clásica, de cuya conducta conocemos hoy mucho. Herófilo de Alejandría había definido al buen médico como “aquel que es capaz de distinguir entre lo posible y lo imposible”.
En la práctica tecnocentrista y comercial de hoy, caracterizada por una pesada intermediación instrumental ante la realidad del enfermar, se llega a veces al extremo absurdo del encarnizamiento terapéutico. La preocupación y el temor del paciente lo han llevado, de la mano de la desconfianza, a querer en cierto modo “gestionar la muerte” acercándose al peligroso límite de “hipertrofia de la autonomía”. En tal sentido puede entenderse la extensa trayectoria de documentos jurídicos sajones como el “living will” y las “advanced directives”, no despojados de un autoritarismo unilateral. Quizás sean apenas una solicitud del futuro paciente para no ser convertido en víctima de una tecnología deshumanizada y fría; quizás, una expresión más de insatisfacción ante un acto médico degradado a la realización de un contrato multilateral, susceptible de evaluación judicial constante.
El “testamento vital” es un tema que pronto se toca con el de la eutanasia, el suicidio asistido y la sutil manipulación terminológica relacionada con la “muerte digna”, que conduce a que muchos terminen llamando “bueno” a lo que es malo y viceversa.
Ayuda a despejar el panorama, para quien quiera tener en cuenta esta realidad, la enunciación del “principio de totalidad o terapéutico”, basado en el todo unitario en que consiste la existencia corpórea, única y personal de todo ser humano.
El respeto por la vida incluye la proporcionalidad de la terapia propuesta, la justa evaluación de las medidas en el contexto de la totalidad de la persona: riesgos, daños, beneficios, costos, expectativas. Si este ponderado análisis tiene lugar, el médico se sabrá mantener lejos del engaño, de la participación dicotómica en la explotación comercial, de la manipulación sombría e indebida, y del encarnizamiento. En una atmósfera de respeto a la dignidad del otro, se comprende la máxima “todo exceso es enemigo de la naturaleza” y el texto hipocrático: “haré uso del régimen en beneficio de los enfermos, según mi capacidad y mi recto entender y, si es para su daño e injusticia, lo impediré.”
Tal es la validez de algunos conocimientos clásicos, ahora que no es infrecuente que algunos imaginen que el acto médico “científico” lo es cuando se acoge a la “MBE” (Medicina Basada en la Evidencia). Para quienes reafirman su condición de científicos acudiendo a las últimas cifras provenientes de la base de datos “Cochrane”, podría hacerse una respetuosa sugerencia: debería haber una rotación del personal en entrenamiento en las ciencias de la salud por un curso de algunas semanas que incluyera unos turnos de biblioteca e investigación y lectura crítica de la historia de la medicina. Se debieran matricular -es “evidente”- también los profesores. Así podremos superar el peligro de que las cosas se reduzcan, como acontece, a “facturo, luego existo...”. El ensañamiento terapéutico es, además de una falta contra códigos vigentes, un lamentable error de juicio clínico y de juicio ético-antropológico.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/ene06/opinion/opinion.htm