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El pesimismo de Malthus

miércoles, 29 de julio de 2009

El pesimismo de Malthus
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Thomas R. Malthus, sumido en una envolvente mezcla de pesimismo y de cálculo utilitarista con respecto a lo que es el ser humano, planteó su apocalíptico panorama sobre el crecimiento poblacional dentro del marco del positivismo inglés.
Sus pronósticos eran desalentadores: la población -especialmente la de los pobres- crece en proporción geométrica, mientras los recursos alimentarios lo hacen apenas en progresión aritmética. La conclusión aparente es fatal: no habrá alimento para tantos y el mundo no podrá albergarlos. La realidad de hoy, en cambio, es la progresiva, injusta y asimétrica distribución de los recursos: en los países ricos la gente se muere de enfermedades relacionadas con la obesidad, la vida muelle y el sedentarismo. Los pobres mueren de hambre, de miseria y discriminación; las 84 personas más ricas del mundo tienen unas fortunas que superan el PIB de China, país con 1.300 millones de habitantes; los 15 sujetos más ricos del mundo amasan una fortuna que es superior al PIB total del conjunto de los países del África subsahariana. El bicentenario dogma maltusiano, a pesar de las grandes evidencias que la historia presenta en su contra, ha hecho una gran carrera. Especialmente entre aquellos que se creen con la autoridad y la capacidad para dirigir el desarrollo de las naciones desde los sitios claves: gobiernos y organizaciones internacionales del más alto nivel. Las campañas de controlismo poblacional dentro de la ideología malthusiana continúan a la orden del día en sus metas orientadas a disminuir las tasas de natalidad de los países pobres. Repiten la versión actual de la consigna falsa: con la baja natalidad mejora el desarrollo de los pueblos. Se imponen políticas abortistas; se hace creer que el desarrollo económico se debe al control poblacional, en ingenua inversión de la ecuación de causalidad. Se repiten las consignas antipoblacionales tal como las dictara el clérigo anglicano de inicios del siglo XIX. El tema hoy se condimenta con los extremismos ecologistas que propugnan por la defensa de la naturaleza y simultáneamente promueven la aniquilación de los débiles por medio del control eugenésico. En el vecindario están la “ideología de género” y el errático concepto de los “derechos sexuales y reproductivos”. Esas variantes contemporáneas hacen énfasis en un grave error antropológico, que es entender al ser humano como predador. Ya Julián Marías había hecho la advertencia sobre el peligro de la “visión zoológica” del ser humano. Los países ricos enfrentan ahora las consecuencias de bajas tasas de reemplazo generacional; no hay niños, no hay jóvenes; hay viejos exigentes, acostumbrados a gastar sus jugosas pensiones de jubilación y poco dispuestos a disminuir sus beneficios. No hay masa de trabajadores jóvenes que alcance a llenar las exigencias generadas por el cambio de la estructura piramidal de la población. Las familias se fragmentan en el egoísta caos de motivación y de sentido existencial que acontece en medio de la opulencia. En algunos países nórdicos renacen xenofobias y obtusos nacionalismos, mientras las masas inmigrantes provenientes del tercer mundo llegan ansiosas a ocupar sus puestos de trabajo. La realidad brutal de una injusta distribución de recursos se expresa en el círculo vicioso típico del sur: pobreza-ignorancia-baja productividad-poca capacidad y oportunidad de competir-pobreza. El avance del antinatalismo ocurre al mismo tiempo que la muerte selectiva de miles de embriones humanos producida por los procesos de tecnologías de reproducción asistida. El “hijo deseado” nórdico no es más que el “baby to carry home”, como el cliente lo desee. En el sur, en cambio, es el “no deseado”: los problemas no son de recursos y de espacio para albergar a la población; son de asimetría, injusticia y egoísmo en escala masiva. Merece la pena revisar la responsabilidad de quienes someten su capacidad de discernimiento y análisis de realidades demográficas, históricas y sociológicas, y ocupan aún el puesto de propagandistas de eternas frases que les imponen desde los niveles más elevados de organismos financieros internacionales. No se debe olvidar que para Kissinger en 1974 el crecimiento demográfico de algunos países en vía de desarrollo constituía una amenaza para la seguridad nacional del suyo. Asombrosamente el extremismo ecologista contemporáneo se pone al servicio de la falacia neomalthusiana, desde los años veinte exitosamente divulgada por las organizaciones controlistas que los han conducido dócilmente -rebaño- a creer que el aborto es “un derecho”.

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Serotonina, infelicidad y mercadeo

Serotonina, infelicidad y mercadeo
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Con frecuencia se recuerda la clásica novela de Aldous Huxley “Un Mundo Feliz”. Aquella obra ha llegado a ser sinónimo de crítica a una civilización en la que ocurre la despersonalización máxima: el individuo es aniquilado ante los imperativos del bienestar colectivista. En un ámbito de eugenesia e igualitarismo todos viven en un paraíso artificial rigurosamente controlado por un estado omnipresente y anónimo, aparentemente amable con todos, pero vigilante e implacable con quien pretenda manifestar su autonomía. Se espera de todos que asuman patrones de conducta “políticamente correctos” y simétricos: trabajo-placer-trabajo-placer. Se repiten monótonamente los nuevos imperativos, la productividad, la eficiencia, la risa colectiva.
La obra de Huxley está a tono con la preocupación orteguiana respecto al “hombre masa”, prefigurada por el pensador español en la primera mitad del siglo XX. Cuando cundía entre la muchedumbre la insatisfacción existencial, cuando alguien se comportaba diferente, las autoridades se apresuraban a repartir el “soma”, una especie de píldora de la felicidad. El rebaño acudía a sus proveedores de paz colectiva y pronto todo retornaba a la calma. En el mundo sometido dócilmente a los imperativos del mercadeo, se logra la comercialización y estandarización de todos los bienes, incluido el de la salud; el consumidor ideal es un “homo económicus”. No escapa el campo de la mente humana y sus desórdenes, a la misma dinámica impulsada por la difusión de patrones y de conceptos definidos: ahora el síntoma mental corresponde a un trastorno bioquímico; las empresas farmacéuticas logran ventas fabulosas satisfaciendo las nuevas necesidades de los consumidores; se llega a hablar de epidemia de trastornos sicológicos: cunden síntomas como ansiedad, insomnio, trastornos de concentración, depresión, estados disfóricos. El mercadeo se dirige hábilmente a la promoción del síntoma y a la creación de la necesidad hacia el potencial usuario-cliente, como también sucede con el sildenafil, ejemplar caso de una visión parcial y reducida de lo que es la interioridad psicológica del ser humano. Es un fenómeno sociológico mayor: en los diez últimos años el consumo de antidepresivos en el Reino Unido ha aumentado 234 %. En los Estados Unidos el 10 % de las mujeres consumen medicamentos antidepresivos. Se activan las cajas registradoras de unos cuantos hábiles “benefactores” que saben derivar recursos del servicio que prestan. Quizás a algunos padres de familia les pueda sonar conocido el tema cuando recuerden en sus proximidades familiares aquel caso del niño desatento o inquieto en clase que se “controla” con cierto medicamento. El consumismo promueve en el usuario la generación del deseo insatisfecho; determina la necesidad de comprar como si el ser humano en sus aspectos de voluntad-deliberación-intencionalidad fuera un complejo saco de reacciones bioquímicas. Es el tiempo de la negación de la libertad; el “homo sapiens” es apenas un ejecutor de órdenes de compras, un robot consumidor en busca de la felicidad pre-diseñada. Ya hay quienes esperan encontrar un fármaco modulador de neurotransmisores para controlar el comportamiento del “comprador compulsivo”. Pronto se le podrá también vender el producto terapéutico a ése usuario-cliente, necesitado de ello. Se tratará, lógicamente, de un cliente con capacidad de compra para el específico. Este círculo vicioso es una de las consecuencias de un horizonte antropológico que se estrecha y degrada ante la indiferencia del rebaño que se obstina en creer que la felicidad es cuestión de serotonina.

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La realidad no existe

La realidad no existe
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Que la realidad no existe. Que la verdad es cuestión de acuerdo entre algunos, pareciera ser la idea que resume el pensamiento mayoritario de la Corte Constitucional con su erróneo fallo: según los magistrados no se incurre en delito de aborto en las comentadísimas tres circunstancias de las que hablan muchos en estos días, quienes saben de qué hablan y muchos otros que se creen originales cuando apenas repiten “slogans” y lugares comunes. Acudieron también los magistrados al equívoco lugar común de la “terminación del embarazo”, término lúcidamente criticado en nota memorable de Julián Marías.
No obstante, la lógica del ciudadano, sometido a las leyes de un sistema constitucional racional y ordenado, puede plantearle interrogantes sobre el mismo. A fin de cuentas, no es excepcional que se presenten las situaciones injustas convertidas en ley; desde Antígona la historia en esto es pródiga y a la vez trágica. Conocemos lo que sucedió en la civilizada Europa del siglo XX cuando bajo momentáneos imperativos ideológicos se decidió otorgar la categoría de “subpersona” a algunos. Puede parecer que dentro de las varias equivocaciones adjuntas a la despenalización, se niegan adicionalmente dos realidades: la realidad del derecho y la realidad de la vocación y de compromiso por la vida humana de la profesión médica. La realidad del derecho: si el derecho corresponde a la aplicación cierta de la justicia, es su tarea otorgar a cada cual lo suyo. Hoy sucede que a unos pocos ( y a “unas” pocas) fuertes y vociferantes, se les otroga el derecho de eliminar a otros, quienes son en cambio, silencioso e inocentes. Resulta tortuoso tratar de comprender como tan alta corte hace coincidir su opinión sobre la negación del derecho a la vida de los no nacidos (seres humanos, pertenecientes a la especie) con el artículo 11 de la Constitución: “el derecho a la vida es inviolable”. Los magistrados no han demostrado científicamente, ni podrán hacerlo, que el no nacido no pertenece al género humano, razón de ser de la preocupación del derecho. Han reducido el derecho a una reunión de personas que se pone de acuerdo sobre algo –sus razones tendrán- pero sin importarles si tal acuerdo se ajusta o no a la realidad. La otra grave negación en que incurren es en la del “ethos” de la profesión y del “ars médica”. Ahora, apoyándose en un tecnicismo legal, la medicina es instrumento de aniquilación y muerte selectiva, según los intereses, deseos y solicitudes de terceros. También es pródiga la historia en ejemplos de las aberrantes profundidades de deshumanización a que es capaz de llegar una sociedad hipnotizada con el poderío de la tecnociencia pero que desplaza el horizonte antropológico en dirección del utilitarismo que apenas ve en algunos humanos unos seres de categoría intercambiable o estorbos, según determinados vaivenes existenciales y circunstanciales. El concepto de la Corte Constitucional se opone a lo que son las evidencias ante quien tiene la disposición de contemplar la realidad humana con la actitud que se merece: respeto y objetividad. Mucho más cuando el tema tiene que ver con el sentido fundamental de las relaciones entre los miembros de una colectividad que se someten, voluntaria e inteligentemente, a la fuerza y a la lógica del derecho.

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Fármacos, cabildeo y manipulación

Fármacos, cabildeo y manipulación
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

En el caso de Marcia Angell las opiniones están nutridas de solidez y seriedad. Cuando escribe de modo crítico sobre el papel de la industria farmacéutica en los Estados Unidos lo hace desde una posición de comprobada validez, tanto en la certeza de las cifras y documentos en que apoya sus conceptos, como en la independencia de criterio y lucidez académica que conforman lo que sí cabe llamar una opinión autorizada.
Durante veintitrés años se desempeñó como editora de una de las publicaciones de mayor importancia en al ámbito médico contemporáneo: The New England Journal of Medicine. Además de su independencia de criterio, no es su caso el del mero activismo de ciertas actitudes gratuitas y contestatarias que buscan revuelo mediático; no es infrecuentes ésa clase de autores de millonarias tiradas que van tras el escándalo y el lucro. En cambio, se trata del producto de una editora arraigada en un prolongado y coherente compromiso personal con la verdad: ceñirse a lo que las cosas son. En el libro “La verdad acerca de la industria farmacéutica” (con el subtítulo: “como nos engaña y qué hacer al respecto”), Angell cuestiona severamente la realidad de la manipulación mediática, académica, comercial y política del multimillonario y doloroso tema de las drogas de uso clínico, controladas por las compañías productoras de fármacos. Aparecen allí los nombres de grandes compañías y de importantísimas instituciones norteamericanas: Pfizer, Merck, Jonhson&Jonhson, Bristol-Myers Squibb y Wyeth; entidades universitarias o gubernamentales: FDA (Administración de Drogas y Alimentos), Institutos Nacionales de Salud; y también otros grupos como los intermediarios financieros de la práctica médica en los Estados Unidos (Grupo Médico Kaiser Permanente). También hay gigantes europeos involucrados: GlaxoSmithKlein, AstraZeneca, Novartis, Roche… Son industrias de colosales balances financieros que por medio de información parcial y poco transparente han hecho creer a la gente que el fabuloso costo de medicamentos “novedosos” se debe a “investigación y desarrollo”: es ejemplar la descripción del caso de la AZT (Zodovudina), el primer fármaco para el SIDA y la hábil manipulación, por parte de la industria, de sus precios comerciales. En estas historias aparecen escenas de cabildeo político de los interesados ante Washington con agentes en ambos partidos dispuestos a afianzar las leyes que favorecen los intereses de los productores y sus patentes. Para mencionar algunos de los temas considerados por Angell bastaría con la lectura de los subtítulos de los capítulos: “La venta agresiva… señuelos, sobornos y corrupciones”, “La publicidad disfrazada de enseñanza”, “Cómo conseguir el monopolio…” Otro punto muy crítico mencionado como ejemplo es el de los antihipertensivos: la hipertensión afecta a millones de “usuarios-clientes”, especialmente en las edades avanzadas propias del perfil demográfico de occidente. Fueron impuestas –aquí aparece el cuestionado papel de los entes académicos y científicos- las pautas de manejo con medicamentos de alto costo (inhibidores de la ECA, bloqueadores de canales de calcio) y se desplazó el uso de otros, de bajo costo y de comprobada eficacia clínica y bajos efectos colaterales (diuréticos). Este giro, que afecta a muchos millones de pacientes cubiertos o no por sistemas de seguridad, representa movimientos financieros de incalculables proporciones y de alcance mundial. La lectura de Marcia Angell aporta mucho para la formación de una opinión pública que disponga de discernimiento y rigor en la documentación.

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La rampa resbaladiza

La rampa resbaladiza
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

El tema de la “rampa resbaladiza” no suele ser motivo de grandes titulares de prensa; sí lo es, ciertamente, de algunos medios intelectuales y académicos de la mayor seriedad. Se podría expresar la idea de modo simple así: una vez perdido el norte antropológico -el imperativo racional del respeto debido a cada ser humano- se pierde también el sentido de las proporciones y se da paso al inicio de un proceso en el que se precipitan las cosas, de modo vertiginoso e irreversible, hacia la aniquilación y la brutalidad, hacia la imposición de la voluntad del más fuerte sobre el débil.
La historia existe; las cosas sucedieron, aunque a algunos no les interese recordarlas: una vez establecido el partido nazi en el poder, en la deprimida y manipulada Alemania de los años 30, el legislativo se subyugó al servicio de la ideología reinante. Es un dato histórico, cierto e inmodificable, que fueron unas medidas de orden médico, aprobadas por la ley positiva, las que iniciaron el proceso de discriminación de acuerdo a los dictados del utilitarismo materialista entonces también vigente. Se comenzó el proceso de esterilización selectiva de algunos enfermos, se iniciaron los métodos de discriminación racial y se impuso la creación de los tribunales de eugenesia, compuestos por “juristas” y por “médicos” al servicio del sistema. Sólo tendrían derecho a vivir aquellos que el régimen estableciera como deseables y aptos para los fines propuestos por los líderes del momento: después, el exterminio. Las actuales intenciones abortistas y eugenésicas del movimiento feminista extremo, cuyos brazos controlan algunos potentes medios de formación de opinión pública en Colombia, desde hace meses, se tratan de disfrazar bajo el aparentemente dinámico y altruista disfraz de la democracia. Alegan que el aborto es una adquisición de la mujer (un “derecho”) que hace parte de su proceso de liberación de una opresión despiadada y centenaria a la que han sido sometidas. Hay quienes todavía, quizás inflamadas por recónditos y personales traumas, creen tal invento, pues ignoran que es apenas una reedición de la palabrería de Engels. Allá quienes crean hoy en el discurso extremista “de género”; aún, si desean hacerlo, podrían corregir sus prejuicios o al menos evaluarlo con mayor seriedad y discernimiento si conocieran los antecedentes históricos que lo sustentan y que vienen, desde años atrás, ganando adeptas para ser usadas con fines electorales. Véase como ejemplo, el caso de Hillary Clinton, ahora ambiciosa activista “pro-choice”. Con la imposición del aborto no se logra “avanzar” en los procesos legislativos. Apenas se re-editan los errores antropológicos y jurídicos que legitimaron la aniquilación de los débiles y los inocentes por medio de un sistema legal que se subyugó a imperativos de una ideología utilitarista y que olvidó deliberadamente el principio más nuclear de la democracia: los seres humanos, todos, somos iguales en dignidad. Debemos respeto y consideración, con mayor razón, a quienes se hallan en estado de fragilidad y debilidad. La democracia no consiste en la aniquilación de quienes no pueden hacer escuchar su voz. Precisamente, por el contrario, consiste en el compromiso de quienes vigorosamente pueden actuar en el empeño indefectible de manifestar el respeto por la vida de todo ser humano sin discriminación de ninguna naturaleza. No es lógico que el activismo anti-vida humana sea presentado simultáneamente como parte de un proceso democrático y participativo: es lo contrario. Es una nueva y proteica expresión de la rampa resbaladiza del totalitarismo amparado en la ley injusta que aniquila a la persona humana pisoteando su dignidad.

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¡Diecisiete intentos!

¡Diecisiete intentos!
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Algo ha de andar muy mal cuando se ha intentado en múltiples ocasiones -diecisiete en total- reformar en el congreso, la inicua ley 100. Tal ha sido el tema, desde la puesta en operación de aquel sistema mercantilista, de los interminables debates y propuestas en las comisiones séptimas de senado y cámara. Allí está el escenario en que desfilan los “actores” involucrados: cabildeo de diversos intereses en juego, infinidad de variaciones y propuestas alrededor de un esquema estructuralmente erróneo.
Aún existe quien dice que se “necesita reglamentación”, en postura que bordea lo inverosímil –cuando no el cinismo- ante el observador de lo sucedido en el tema de la salud en estos años. Para discernir qué ha pasado se necesitarían volúmenes; es imposible hacer una disección del tema, pero sí cabe señalar algunos de los puntos criticables y susceptibles de mejorar al respecto, si existen oídos que escuchen y conciencias que deseen rectificar. La salud no puede ser entendida como un negocio. Aquella comprensión, de inspiración materialista y utilitarista nace de un error antropológico, filosófico y político de magnitud fundamental. El tema legislativo no puede reducirse -desafortunadamente así ha ocurrido hasta hoy- a la confrontación de grupos de intereses que luchan en una selva de búsqueda de “tajadas del mercado”, para usar la feroz terminología que impusieron sus promotores. Se omitió la dimensión humana fundamental que subyace al acto médico como expresión concreta de la solidaridad; se negó la realidad básica del encuentro entre una confianza y una conciencia en que consiste el acto terapéutico. Se pretendió reducir el hecho médico a la condición de un accionar tecno-centrista y burocrático, de sabor jurídico y comercial, como si la desconfianza entre las partes fuera el factor común que las uniera, como si se tratase de conjugar el ánimo de lucro de un inversionista con la necesidad apremiante de quien padece: aquí hay una colosal pérdida del horizonte antropológico que debiera guiar el ordenamiento social solidario. Los principios mencionados por quienes impusieron la ley -solidaridad, universalidad, cobertura- no existen; son apenas retórica. Están basados en una visión materialista del estado como regulador de transacciones comerciales; ello es opuesto al sentido auténtico de la solidaridad. No hay un espacio para la solidaridad –padecer con el otro, ponerse en su radical situación de necesidad- en el entendido de Adam Smith y sus sucedáneos, pues para ellos hay un motor de la economía, el lucro egoísta. Hasta ahora la ley, con aquel supuesto, ha permitido que el poder de decisión médica se concentre en manos de financistas. No son gratuitas las abundantes críticas al papel paradójico del auditor médico; en este maremágnum normativo, aparece la figura del “defensor del paciente” como si su propio médico tratante fuera un agresor de quien aquel debe defenderse. No es realista olvidar que el mercader aboga por sus intereses y rentabilidades, usando de los medios que la ley legitime. El auditor es apenas un empleado, dependiente y subordinado del intermediario financiero. El rostro del paciente ha sido oscurecido por un eclipse: la ley ha permitido la discriminación y la selección adversa como modo lícito de actuar. Es típico el caso de la concentración de enfermos renales en determinados entes. La figura de la enfermedad catastrófica (¿“catástrofe” para quién, para el enfermo o para su asegurador?) relata la misma realidad injusta. El trabajo del personal relacionado con áreas de la salud se ha convertido en un entorno de alta desmotivación y desengaño. La medicina y las profesiones afines no han sido consideradas de acuerdo a la realidad humana y a las dimensiones sociológicas de su razón de ser, de su “ethos”: fue omitido el respeto por el ser humano menesteroso, propio de una concepción de la solidaridad y del compromiso colectivo auténticamente humanos. Los legisladores ignoraron las magnitudes políticas de la sucesión de errores en que incurrieron desde el inicio. Permitieron reducir el tema de la salud a los esqueléticos téminos de Smith y de Marx; que parecen hacer sido los que inspiraron originalmente la inicua ley 100, pensada apenas por y para “homo económicus”. Los intentos legislativos deben ser algo más que la puja de quien más vocifere en una feria de intereses de diversos actores. Es menester que se indague en las bases filosóficas que acudan a una comprensión humana realista y afirmativa sobre el ser humano y la sociedad. Es la persona concreta la razón de ser del estado. En el caso contrario, el que hoy vivimos, impera un oprobioso desierto en el cual el individuo frágil y contingente es aniquilado por las fuerzas impersonales del anonimato, la mercadotecnia y el utilitarismo.

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Don Pedro Laín y la Esperanza

Don Pedro Laín y la Esperanza
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Ha pasado casi medio siglo desde que el español don Pedro Laín Entralgo publicara por primera vez una de sus numerosas obras: La espera y la esperanza, (1957); el profesor Ramón Córdoba Palacio, autorizado estudioso y difusor del pensamiento de Laín afirma que se trata tal vez de su obra más bella y profunda. El español, haciendo referencia a los tiempos contemporáneos recuerda que el modernismo iluminista europeo se ha empeñado en permanecer sordo a Dios y que Occidente, a mediados del siglo XX, ha querido vivir subyugado bajo una especie de “dictadura del presente”.
La validez de aquellas afirmaciones es contundente al dar un vistazo a los medios masivos de comunicación en los inicios de este nuevo milenio, cuando ya ni siquiera parece ser noticia importante el lanzamiento de una nueva sonda espacial que alcance las fronteras del sistema solar. Aquello que antes fuera portentoso salto de la tecnociencia es algo que hace parte de un pasado, de una rutina que a las nuevas generaciones –desensibilizadas por un entorno hipertrófico en técnicas e instrumentos- parece ingenua, trivial o simplemente indiferente. Así se ven las cosas desde la perspectiva “light”, obstinada en nutrirse de la venta de intimidades, de frivolidad y de problemas sórdidos en “realities”, en consumismo egocéntrico y en interminables procesos políticos en los cuales pareciera finalmente que es lo mismo ocho que ochenta, pues durante años unos y otros han dicho cosas que no dan la razón a ninguno de los tres o cuatro bandos involucrados. Se toma ya como costumbre pasar por encima del significado exacto de las palabras y suena una espiral retórica que no parece tener fin. Y los medios de comunicación alimentan –alimentamos, la autocrítica cae bien- de modo algunas veces irracional, ésa bola de nieve de amarillismo, frivolidad y apasionamiento que concentra inexplicablemente la atención de la muchedumbre en una euforia por lo presente. En cambio, el humanista Laín Entralgo afirma: “el hombre es un ser que, por imperativo de su propia constitución ontológica, necesita saber, hacer y esperar…” Laín, heredero de la tradición de Unamuno, Marañón, Ortega, García Morente, Zubiri, y contemporáneo y amigo del gran Julián Marías, recuerda con lógica y lucidez la perennidad de las grandes preguntas que formulara Kant, y que tienen que ver –esas sí- con la intimidad más radical de toda persona: “¿qué puedo saber?”, “¿qué debo hacer?”, “¿qué es lícito esperar?”. Y todo ello enmarcado dentro del gran interrogante antropológico, “¿quién es el hombre?”, el cual quizás sea una nueva formulación del inmortal “conócete a ti mismo” de los tiempos del clásico contertulio ateniense, Sócrates, a veces incómodo e impertinente para sus conocidos. Conviene no dar la espalda a los grandes temas de la metafísica, la moral, la religión y la antropología. Se trata de algo que si llegásemos a enfrentarlo de un modo honesto nos permitiría una aproximación sensata a la verdad y a la existencia auténtica… Puede venir bien un poco de contemplación, un desprendimiento de la tiranía de lo presente. Es aportar oxígeno -a lo mejor miles o millones de litros- a la generación de una atmósfera apta para la reflexión y la conversación, propicia a la actitud cordial hacia el semejante, imagen también de cada uno, pues el prójimo es el igual a todos, siempre digno en sí mismo y siempre sujeto merecedor de respeto. Contra la angustia y la desesperanza la apertura a la luz y a la esperanza; a fin de cuentas, el hombre es un ser que se puede formular preguntas antes de actuar bien; y para hacerlo, debe disponer del tiempo y el ambiente apropiado. Esto es lo natural del ser humano, ser proyectivo, preguntante y expectante, ante un futuro que es estímulo para corregir y mejorar.

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Sí a la vida, a pesar de todo

Sí a la vida, a pesar de todo
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

El pasado 30 de agosto el psicólogo Luis Fernando Velásquez Córdoba dio un magnífico presente a la Academia de Medicina de Medellín: se refirió a la vida y obra del psiquiatra y neurólogo vienés Víctor Frankl (1905-1997), padre de la logoterapia, descrita también como psicoterapia del sentido o análisis existencial. No son infrecuentes hoy, en medio del ruido postmoderno que enajena y dificulta el conocimiento interior necesario para los procesos de la buena deliberación y acción, las “neurosis nooógenas”, las crisis de pérdida del sentido existencial.
Se dan aquellos síntomas de carencia de dirección para la vida en todos los ámbitos sociales o intelectuales, en medio de opulencias o de privaciones, en jóvenes y en ancianos: sus manifestaciones, no pocas veces, llegan a los extremos de la tragedia. Es conveniente para muchos una pacífica y bien dispuesta apertura a la auto-reflexión de tono socrático. “Conócete a ti mismo” decía el oráculo; el autoanálisis tiene que ver con el encuentro del propio interior, con el planteamiento auténtico de los interrogantes más definitivos; una buena medicina para los tiempos de inautenticidad que discurren, una terapéutica que dista mucho de la búsqueda de paraísos artificiales en la enajenación farmacológica, o del ensimismamiento en la forja de imágenes corporales moldeadas en gimnasios o en quirófanos e impuestas por hábiles mercadotecnólogos. Los interrogantes acerca del sentido de la existencia están algo pálidos, aletargados; a fin de cuentas, la humanidad que inicia el siglo se ha dejado sumergir, dócil, en un torrente de incoherencias, y comportamientos erráticos y livianos, dictados por la moda, y por una combinación de relativismo y de “hipertrofia del yo” que se imagina autosuficiente pero que apenas es igual de gaseoso y liviano que el del resto de los miembros de la muchedumbre. Pululan las conductas y opiniones impuestas por medios masivos y por la superficialidad hilarante y fugaz de quien no sabe de donde viene ni para donde va. Desde muy joven Frankl quiso encarar honestamente el problema lógico de la transitoriedad de la vida; concluyó que ante las realidades de la “triada trágica” - sufrimiento, culpa, muerte- no caben respuestas superficiales o equívocas. Allí se encuentra el ser humano, en su intimidad radical, ante el planteamiento de los grandes interrogantes, y cómo no, ante las grandes respuestas. Hay una antropología cabal en la visión de la logoterapia; el ser humano, ser libre, digno por esencia, es una unidad con sus tres dimensiones inseparables: somática, psíquica y espiritual. Coherentemente con su formación intelectual, familiar y religiosa, Víctor Frankl da un reconocimiento serio a la importancia de la dimensión espiritual, al inherente afán de trascendencia que anima al ser humano a salir más allá de sí mismo, hacia los otros, hacia el Absoluto. Por ello se refiere a la importancia de los valores, los que clasifica didácticamente en tres especies: valores creadores: las obras, los trabajos; valores vivenciales: la belleza, el amor, la verdad; y valores actitudinales: el sentido de lo profundo. En la psicoterapia del sentido -análisis existencial- el sujeto adquiere conciencia de las responsabilidades propias, superando el frecuente reduccionismo determinista y fatal que bordea con la ideología freudiana o el cientificismo organicista y materialista de otras corrientes neuropsiquiátricas. No pasaron en vano sus experiencias de tres años en los campos de concentración; allí se moldeó de forma robusta la síntesis psicoterapia-humanismo como visión coherente y práctica. En el análisis de la existencia aflora la conciencia de la responsabilidad y del valor superior de la vida de cada persona concreta: “…Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el ‘por qué’ de su existencia y podrá soportar casi cualquier ‘cómo’.” Estas son las palabras de uno que sobrevivió a los campos de ignominia; allí vio perecer a sus seres queridos, allí conoció los extremos de perversión y maldad que alcanza el ser humano como pieza de un sistema político que ha perdido el horizonte antropológico, y allí, al mismo tiempo, contempló los extremos de bondad, heroísmo y superación a que también llega el ser humano en trance de adversidad. Después de aquello continuó Víctor Frankl en su caminar existencial, dio los frutos de su reflexión y los compartió hasta llegar hasta más allá de los noventa años, regalando a los demás, con generosidad y entusiasmo, herramientas para continuar caminando hacia la forma de trascendencia definitiva. Su obra más conocida “El hombre en busca de sentido” merece lectura cuidadosa y repetida. Este es un caso concreto de pensador cuya afirmación: “Sí a la vida, a pesar de todo”, no es retórica: es coherente y testimonial. Felicitaciones a Luis Fernando Velásquez por su buen ánimo y profundidad en el conocimiento y aplicación de la logoterapia; felicitaciones por los preciosos documentos que guarda con cariño y legítimo orgullo en sus archivos: su correspondencia personal con Frankl, uno de los grandes del siglo XX.

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Ahora: ¿Lucha de géneros?

Ahora: ¿Lucha de géneros?
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

El “activismo de género”, en su extremismo publicitario y comercial, invoca a la democracia, al respeto y a la participación ciudadana, mezclando algunos elementos atractivos en su discurso. Sobre todo, parece ser coherente cuando se relaciona con la corrección de evidentes marcos históricos de injusticia y discriminación hacia a las mujeres en su condición sociológica y política.
Apenas en el siglo XX el sufragismo, entendido en su versión moderada y realista, logró los avances que hoy parecen naturales; es justo diferenciar entre aquel feminismo y el hoy militante feminismo de género. Pero las cosas alcanzan ya límites ajenos al raciocinio cuando aquellos activistas vociferan que lo del género es “cuestión de opción personal” y que la “construcción social crea la verdadera naturaleza del individuo”. Estos son algunos absurdos que se remontan a los dogmas impuestos por Engels en su concepción ideológica sobre la familia: no en vano el “manager” de Marx llegó a afirmar que la familia fue la “gran derrota histórica del sexo femenino” y que la monogamia era una forma de esclavitud y una expresión del primer “antagonismo de clases”. Es muy explicable que dentro de la plataforma ideológica de quienes se creen “progresistas” se incluyan invectivas contra la realidad natural e histórica de las familias de los seres humanos. A fin de cuentas, para esa metodología –que además imagina tener la propiedad de ser “científica”- el motor de la historia de todos modos, es la lucha. Sucede que la vetusta “lucha de clases” hoy ha querido ser sustituida por una “de género”. Mucho antes de la confusión existencial sartreana y del radicalismo izquierdista de Simone de Beaouvoir, Engels en el siglo XIX, había proclamado que era necesario destruir los cimientos de la familia. Esto coincide con el activismo propagandístico de quienes pretenden elevar a condición contractual equivalente a la familia las uniones jurídicas de todas las variantes de “opción de género”. Hay una gran falsedad en la cuestión de entender el género como “papeles definidos y asignados socialmente”. La falsedad de aquella premisa radica en que la realidad de la diferenciación sexual entre los mamíferos es apenas un dato de la naturaleza. Es una realidad, no una “opinión” o un hecho que pueda modificarse por lo que piensen y legislen sobre ello en los parlamentos. El ser humano, como cuestión intrínseca a su propia naturaleza, es ser sexuado, varón o mujer. Y lo es en la totalidad de las esferas de su existencia: en lo genético, lo gonadal, lo endocrino, lo psicológico, lo cultural, lo espiritual. No lo es meramente en una de ellas. Esto es un hecho cierto, verificable por los datos de la realidad sensible, no es una opinión modificable por grupos activistas que lleguen conformar mayorías de políticos transitorios o de delegados a la Conferencia de Pekín auspiciada por la ONU. La realidad no es modificada por la opinión. Pretender hacerlo es continuar imponiendo una gran falsedad antropológica; el feminismo extremo contiene en su “ideología de género” las premisas equivocadas y pesimistas de Engels, tan equivocadas como la otra clásica, la de que el motor de la historia es la lucha de clases y que el paraíso vendría luego de la dictadura del proletariado. Aquella es una visión pobre, pesimista en términos de humanidad, pues niega acríticamente la posibilidad y las realidades históricas del amor y de la solidaridad; y parte, además, de una arbitrariedad que no hace honor a la razón ni a los datos que proporciona la realidad. Esto lo puede afirmar, con energía y alegría, cualquier ser humano que ame la verdad y que acceda a reconocer, en su profundidad existencial, el auténtico sentido de la familia, de la solidaridad y de la democracia.

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Siliconas y consentimiento

Siliconas y consentimiento
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Esta podría ser la conversación, sostenida a media voz, en una clase de matemáticas, entre dos niñas de los últimos grados de secundaria:
-¿Y por qué no te has operado todavía? Ya varias del grupo lo hemos hecho. -Yo estoy esperando a cumplir los quince- responde la otra. Se refieren, casi sobra aclararlo, a la aplicación de prótesis mamarias de silicona. -¿Y qué dicen tus papás? La segunda calla, pues en ese momento la maestra, cejijunta, les señala en el tablero, enfáticamente, algo relacionado con una factorización. Claro que la respuesta sobra: en últimas, no importa lo que ellos, los padres, piensen. En los casos que conocen las dos chicas, queriéndolo o nó, los papás han terminado aceptando la cirugía estética de las adolescentes; además, estamos en épocas de cambio extremo y de “libre desarrollo de la personalidad.” Sólo un fanático intolerante se atrevería a cuestionar el derecho que asiste a cualquiera “a disfrutar y a ser feliz con su autoimagen”. Pese a lo anterior, podría ponerse en tela de juicio la totalidad de la teoría del “consentimiento libre e informado” en el caso de las menores de edad que son manipuladas, por complejas fuerzas externas, para ser convertidas en figurines de moda y en usuarias–consumidoras de un entendimiento parcial y equívoco del sentido y fin de la tecnología médica. El acto auténticamente libre supone la existencia de algunas condiciones: conocimiento, deliberación, ausencia de coerción y manifestación decidida de la voluntad en un sentido específico. Al menos algunas de aquellas condiciones no se dan (o se dan de modo imperfecto) en el caso de las adolescentes que exigen la cirugía en una dinámica de compraventa y que se someten a lo que les ofrezcan, de modo generoso y amable, algunos comerciantes mimetizados tras la fachada de una medicina altruista y técnicamente impecable, cosa que por otra parte, no es así, como lo atestiguan los casos fatales relacionados con el tema. Existe la tiranía de la moda. Cuando se da esto, el sujeto consumidor (“hombre masa”) actúa porque fuerzas superiores a él, (o a ellas, las niñas del diálogo en este caso) lo obligan a hacerlo. Hay que añadir el agravante de la minoría de edad, margen aceptado universalmente para un ejercicio “jurídico”. Ellas actúan -millones de adultos también lo hacen, y ésa es la idea del mercado- simplemente porque por ahí va Vicente, para donde va la gente. Son las fuerzas ocultas pero no invisibles del todo, de la manipulación de la mercadotecnia y de la mentalidad “light” que las conducen a “desear” un determinado, homogéneo y plástico modo de tener la parte anterior de sus cuasi infantiles troncos. Por otra parte, la formación de la voluntad (volición tendente) otro de los requisitos para que el acto sea auténticamente libre, requiere del ejercicio previo y constante de un hábito, producto de la práctica, el tiempo y la debida orientación. En el caso de menores de edad, aún no se han fortalecido y ajustado los mecanismos de la personalidad que permitan, en sentido estricto, enunciar con coherencia y solidez un concepto de virtud. Tiene vigencia actual que hace unos veintitrés siglos se hubiera escrito: “No sin razón el bien y la felicidad son concebidos a imagen del género de vida que a cada cual le es propio. La multitud y los más vulgares ponen el bien supremo en el placer, y por esto aman la vida voluptuosa.” Hay algunas preguntas que se podrían plantear en un escenario de democracia y libertad; necesitamos discernimiento. No sea que en esta ciudad lleguemos a ganarnos como ya lo dicen algunos, un mote que tiene mucho de cínico, de acusador y a la vez de cierto: “silicon valley”. Un valle de adolescentes voluptuosas, aún con evidente inmadurez intelectual y académica, convertidas en objetos pasivos de utilitarismo y de degradación de su condición personal y sexual. Esta pérdida del contexto humano –relacionada de modo específico con la sexualidad- puede conducir a la disolución de la persona. ¿Qué dirán sobre esto los padres que no están de acuerdo con la conducta comentada y al mismo tiempo, de su cuenta bancaria, hacen la transferencia correspondiente, a regañadientes?

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¿Y, dónde está el clínico?

¿Y, dónde está el clínico?
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Se ha dicho que la medicina contemporánea se ubica en una fase de “poderío y perplejidad”. Poderío, pues nunca antes el avance de las aplicaciones de la tecnociencia ha crecido y se ha ampliado hacia las masas de un modo tan acelerado y exponencial.
El crecimiento en diversos aspectos de la economía, del desarrollo y la convivencia social, pone al alcance de millones lo que antes fue apenas lujo de exquisitas y poderosas minorías. Aunque persisten cuestionables diferencias en temas como el acceso a prestaciones sanitarias y a la equidad humana básica, el habitante normal del planeta, de un modo similar a su contacto cotidiano con temas como las telecomunicaciones o el transporte, frecuentemente tiene que ver con la aplicación de medios diagnósticos o terapéuticos que involucran el poder de la alta tecnología. Este es un dato que alcanza a ser algo de carácter “rutinario” para muchos. Perplejidad, también por varios motivos: el alcanzado nivel de especialización es extraordinario, dada la máxima complejidad de las aplicaciones. Simultáneamente el crecimiento de sistemas logísticos, jurídicos y administrativos aproximan el peligro de reducir el acto médico a una especie de trámite de carácter administrativo. El paciente ha querido ser convertido en “usuario” y el médico en “dispensador” de servicios, en parte de un personal operativo cuyo alcance se llega a asimilar al de un empleado bancario que atiende tras una ventanilla a alguien anónimo que realiza un trámite… Es explicable la perplejidad que se presenta ante la deshumanización y la pérdida de un horizonte antropológico que ha permitido la intromisión de terceros implacables y todopoderosos en la relación médico-paciente. El estado y entes de otro orden se llegan a convertir en el “poder tras del telón” en un inmenso e intrincado escenario en el que aquellos dos originales “actores” (médico y enfermo) apenas se limitan a ejecutar un brevísimo diálogo secundario. Ahora cabe la pregunta: ¿Y, dónde está el clínico? En la semiología clásica se recuerda la raíz griega klinée (lecho) haciendo referencia al actuar del terapeuta junto al lecho del enfermo. El proceso de la anamnesis, recopilación de datos y de la historia personal del enfermo, sus antecedentes, aspectos de su entorno laboral, familiar, en fin de su existencia, a los cuales se añade la visión -a la vez analítica y sintética del médico, investigador-. Es el clínico, por excelencia, quien elabora un diagnóstico, propone un plan y por último responde al paciente a su más difícil pregunta: “¿a qué atenerme?”. La pregunta por el futuro –prognosis- es también constitutiva del alma del quehacer clínico. Sólo conociendo con antelación se ejercita de modo prudente la acción terapéutica. Ambos, médico y paciente, reconocen que aquel encuentro de carácter personal, un encuentro de saber y de conciencia, tiene lugar entre seres humanos concretos, limitados, expuestos ante la realidad misteriosa y a veces agobiante de la enfermedad y de las situaciones del sufrimiento -propio o de los seres amados- y de la muerte. Estos datos reales no se pueden cuantificar según manuales de “Medicina Basada en Evidencia”. Flexner, gran reformador de la educación médica en Canadá y los EEUU en los primeros años del siglo XX trató de imprimir orden, vigor racional y metodológico al proceso de formación de los médicos en Norteamérica. A pesar de los logros, sus esfuerzos no fueron del todo compensados; él mismo, en 1925, se quejaba de una de las grandes carencias del sistema norteamericano: reconocía que faltaba mucho por hacer en el aspecto de la formación cultural, filosófica y humanista de sus profesionales. Quizás la queja de Flexner continúe teniendo ahora validez: el clínico auténtico no puede ocultar su rostro humano tras la intermediación de la aparatología biotecnológica. El “homo faber” o el “homo económicus” no pueden abarcar la totalidad de lo que atañe al hecho de enfermar. Enfermar es un modo individual de vivir experimentado por cada ser humano. Más que aplicación de una mentalidad protocolaria –propia de una impensable y rígida ingeniería- estamos ante la necesidad del apoyo y acompañamiento existencial de un “homo viator”, ser contingente, que se pregunta y padece y que debe afrontar sus particulares situaciones límites como un hecho de carácter personal más que un hecho sociológico, económico o político. El clínico, investigador e intérprete de signos y síntomas, debe ser un integrador de conocimiento científico que a la vez sabe asumir su compromiso humano con el bien de su paciente. Al tratar de aceptar esta responsabilidad lógica y afectiva, honra la dignidad del arte-ciencia de la medicina; al esquivarla, se convierte en un operario tecnócrata que ha cedido su obligación a otros intereses y prioridades.

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Historia de una tristeza

Historia de una tristeza
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Como si se tratara de estrenar zapatos o un nuevo automóvil, centenares de mujeres van al quirófano a remodelar su cuerpo. A aquella masiva peregrinación hacia el riesgo se acude también como si el propio cuerpo fuera otro de los artículos que se adquieren o intercambian en el centro comercial. Una sintomática expresión de esta conducta es promocionada por las fotografías de las revistas de farándula con el “antes y después”. Sin escote y con escote. Sin sonrisa y con sonrisa.
Basta que la apreciación subjetiva del propio yo de cada quien manifieste algo de insatisfacción con su apariencia física –sumada al oportuno y constante estímulo de unas pautas de la colectividad que presionan en el mismo sentido- para que se configure el argumento suficiente para llevar a las gentes a las salas de cirugía. Todo, naturalmente, ofrecido y encontrado a cambio de buenas sumas de dinero. Se reciben tarjetas de crédito y se ofrecen facilidades. Las menos pudientes de la muchedumbre también tienen los modos de hacer valer su “derecho” a estos recambios: las prótesis mamarias se modifican al gusto, las inyecciones de sustancias que perfeccionan el contorno corporal se suman a las liposucciones colectivas. Como resultado se obtienen mujeres uniformadas no ya en el modo de vestir sino en el modo de ser, en ordenada fila alrededor de un simétrico ordenamiento del pensamiento en lo que atañe al gusto y la actitud ante lo corporal; por supuesto, la sexualidad va incluida en este proceso alienante. ¿Cómo negar la evidente conexión entre el aspecto de los senos moldeados por criterios de moda y el hecho cierto de la instalación sexuada del ser humano según livianos criterios de “postmodernidad”? Suceden las cosas como si todo fuera parte de la exhibición y promoción de una mercadería más, como si lo correcto fuera el dominio tiránico de cada subjetividad que en poco se diferencia de la de centenares de vecinas. En esta plaza de mercado se dan cita las voluntades de poderes particulares: cada quien se cree autónomo y “feliz” pues trata de parecerse a alguien. Además, con facilidad se encuentran disponibles los tecnócratas mercadotecnistas que se aprestan a satisfacer deseos y necesidades de clientes en una dinámica complaciente y amable que no es sino disfraz de explotación. El tema de la cirugía estética en lo que atañe a las siliconas y a la glándula mamaria –haciendo salvedades obvias de enfermedades que no son la norma- puede relacionarse con el de la afanosa búsqueda de paraísos artificiales y con la hipertrofia mediática de un yo que en realidad es débil e inauténtico pero que cree estar acudiendo a la autonomía y a la libertad. Quizás las mujeres con los senos igualmente turgentes compartan una simetría en el modo de aparecer ante la vida en una atmósfera colectiva de degradación de la feminidad alimentada por el poder de compra. Hay un sombrío tono de deterioro de la feminidad auténtica en este ambiente de hiper-erotización: las exageraciones pronto recuerdan la caricatura cuando no lo francamente grotesco. Quizás también esto corresponda a una igualdad en el vacío, en la tristeza respecto al propio yo que se niega a la aceptación de sí mismo; en el mar de la inautenticidad no se sabe cuál de aquellos vacíos es más grande, desértico y profundo. Son gajes de un consumismo que quien sabe adonde conducirá finalmente. Es el caso de la banalidad, de tratar al cuerpo como cosa. Puesto que no se trata del “cuerpo de alguien” en particular, sino de “ella misma”: de la totalidad de la persona involucrada en su destino. Con tanta razón pensadores se han referido al cuerpo como signo, lugar y manifestación de la totalidad de la persona. Esto es más acertado y correcto que la tonta expresión “soy dueña de mi cuerpo”, expresión que, además de falsa, es otra de las consignas ideológicas de género, en una época que propone lo banal y el vacío existencial como norma y como actitud generalizada y políticamente correcta.

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El autismo de los profesores

El autismo de los profesores
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

El autismo se expresa por una limitada y peculiar manera de relacionarse con la realidad. Estas personas tienen contacto con ella, pero es un contacto en cierto modo hipertrófico, que suele reducirse a una atención exagerada a algunas parcelas o fragmentos de la misma realidad. Hay en estos casos una asombrosa capacidad de concentración, de memoria, de análisis, en torno a aspectos para la mayoría desapercibidos. Con gran capacidad de profundización en detalles en algunas zonas de las ideas y del quehacer humano, los autistas pueden llegar a manifestar geniales destrezas en temas como el dibujo, la música, las matemáticas y otras artes, mientras simultáneamente padecen de grave dificultad en la comunicación cotidiana y en la interacción social normal.
Algo parecido puede suceder en los ambientes académicos: encumbrados profesores universitarios parecen haber llegado a extremos de desconexión de la realidad, como se deriva de sus escritos o del modo de expresarse. A veces sus discursos parecen extraídos de una historia clínica psiquiátrica. Tal vez este apenas sea un síntoma del exceso de especialización, problema educativo propio del siglo XX, pero que para el XXI representa un interesante reto pedagógico. Seguramente este “autismo profesoral” continuará en proceso de agravamiento, pues todo indica que la creciente –sin fundamento racional- fe en la técnica y en el “poder hacer” de la instrumentalización y de la progresiva complejidad en los aparatos y tecnologías, proliferará hacia máximos niveles de especialización y de atomización del conocimiento. Dar un vistazo a publicaciones académicas permite con facilidad recoger algunos ejemplos de hermetismo que hace recordar el tema de las dificultades de comunicación de aquellos enfermos a que se hace referencia. Sin mucho esfuerzo, tomando dos recientes publicaciones universitarias locales, se pueden escoger unos títulos. Para el lector no especializado aquellos, por sí mismos, dan cuenta de que son oscuridades conceptuales, y cuando los autores “aclaran” a qué se refieren, el desconcierto aumenta. Se hace presente el Babel contemporáneo. Veamos dos casos: En la Revista EAFIT, 43 (148) aparece el título “Sistema paraconsistente y paracompleto LBPcPo”. El lector curioso indaga un poco más y los autores le explican a qué se refieren los tales “sistemas paraconsistente y paracompleto”; resulta que no se trata sino de una “una extensión de la lógica clásica positiva al incluir dos operadores de negación alterna, un operador de incompatibilidad y un operador de completez…” En otra publicación local, revista de Ingeniería de la UdeA (Marzo 2009) está el artículo: “Aplicación del método Petrov-Galerkin como técnica para la estabilización de la solución en problemas unidimensionales de corrección-difusión-reacción”. Como consuelo para el lector, los autores cuentan que el tal método es algo que sirve para “eliminar el efecto no autoadjunto inducido por el término convectivo”. Lo que sigue, podrá usted imaginarlo, es un galimatías académico altamente especializado; el memorioso Funes, de Borges, pasaría toda una tarde descifrando estos contenidos… El lector normal puede preguntarse si se trata de la insólita profundidad de los actuales Galileos o de unos casos de simple pedantería que hace parte del sistema de adquisición de puntos académicos para un escalafón -publica o pereces, se ha dicho antes- o a lo mejor, de algo que se escribe sólo para que sea leído por sus “pares”, por sus “iguales”, en un curioso club de iniciados similar a las sociedades secretas que supuestamente comparten un saber de carácter esotérico. Allí no caben ni son bienvenidos, siquiera como lectores, los no iniciados. Por otra parte, don José Coll y Vehí, un profesor de lengua castellana, en 1857 escribía con contundencia y sencillez, esta lección: “Para que los demás nos entiendan es preciso que nos entendamos a nosotros mismos.”

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Ser y no ser, simultáneamente

Ser y no ser, simultáneamente
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Se ha dicho que el principio de no contradicción es una exigencia del pensamiento lógico-racional. Algo no puede ser y no ser al mismo tiempo. No es, de modo simultáneo, día y noche en el mismo sitio, así como no es lo mismo la afirmación “correcto” que “incorrecto”. En este principio de razón está fundamentada una buena porción del convivir humano civilizado. Mediante la aplicación de la lógica de modo honesto y riguroso, es posible para las personas un norte práctico para emitir apreciaciones sobre la realidad.
Nada valen la memoria, la sagacidad, el avance tecnológico, el asombroso “poder hacer” de que se dispone hoy, si no se plantean las ideas dentro del mundo de lo lógico. Cuando se renuncia a la lógica se suele afirmar que algo es y a la vez no es. Las consecuencias de este desbarajuste para la práctica del vivir concreto cada quien puede descubrirlas, si quiere hacerlo. Mucho más ahora, cuando se suele ocultar la verdad tras incontables tecnicismos y sofismas. “Todas las opiniones son respetables”, acostumbran decir, mientras se poco se menciona esto: “hay unas opiniones mejores que otras”. El producto del razonamiento ordenado suele aproximarse más certeramente a la verdad, mientras que cuando se afirma algo contradictorio se puede concluir: allí hay una mentira. Hay autoridades “científicas” contemporáneas que afirman esto: hay fetos que son pacientes y hay fetos que no son pacientes. Esa asombrosa y actual contradicción -aunque puede remontarse a los tiempos de los sofistas, pues ya Protágoras con su sinuosa mezcla de escepticismo relativista se quiso resignar a que el conocimiento no es posible- es carta de presentación de una nueva retórica teñida de academia. Los sofistas engrosan hoy la larguísima fila de retóricos que a lo largo de generaciones han sabido hacerse pasar como autoridades de peso. Hay referencias bibliográficas que merecen análisis muy cuidadoso pues sus autores tienen ahora fuerte influencia en al ámbito médico de los Estados Unidos y del mundo entero; influyen en las opiniones y recomendaciones de entidades rectoras que son escuchadas casi con reverencia en todo el planeta. Concentramos el análisis en una de sus arbitrariedades (son más, con fatales consecuencia tanto en el ámbito de la práctica clínica como en el mundo de las leyes). Hay –dicen- fetos paciente y fetos no paciente. Es la madre quien “otorga” tal estatuto a su hijo. Si ella decide continuar con el embarazo, su hijo es paciente, y en este caso, se establecen obligaciones del médico hacia aquél. Por ello Chervenak y McCullough no encuentran objeción racional a la eliminación de seres humanos por medio del feticidio. Los citados autores promueven el aborto eugenésico, el diagnóstico prenatal para la detección y eliminación de mongolismo y defectos abiertos del tubo neural, y en otras circunstancias. Promueven además la idea de que el obstetra carece de competencia para hacer un escrutinio lógico sobre los valores y creencias de la madre. Según ellos, el obstetra es una especie de observador neutral, un aséptico proveedor de servicios de tecnología médica que accede acríticamente a las solicitudes de sus “usuarios-clientes” según variables decisiones, necesidades y prioridades. El papel del médico se reduce al accionar de un sujeto sin prioridades, necesidades o decisiones propias: es sólo un espectador amorfo en lo que atañe a la ejecución de acciones técnicas impuestas por otras personas. Negar la cuestión intrínseca de la condición personal del feto -usted y yo lector somos personas de modo “intrínseco”, independientemente de si estamos en ejercicio de la conciencia o no, de que estemos consignados como indeseables en los archivos de la KGB o de la Gestapo debido a nuestras raza, carga genética o ideas políticas. Más allá de la opinión de cualquiera, tal es uno de los principios fundantes de la democracia, también de la lógica: la igualdad entre los seres humanos. La imposición de criterios “extrínsecos”, en este caso la voluntad de una persona como base de obligación del respeto a la vida de una tercera persona, es una lamentable abdicación de la razón. Los autores citados incurren en graves contradicciones, en confusiones deliberadas, en falsedad, en negación de la razón y de los datos que brinda la realidad. Se convierten en retóricos del siglo XXI: son los nuevos Protágoras que van por ahí diciendo que algo es y no es al mismo tiempo. También ellos exigen que el diálogo científico sea razonable y documentado: por supuesto. Son, como se ve, capaces de decir cualquier cosa.

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Los recuerdos antiguos son regrabados y a veces modificados

Los recuerdos antiguos son regrabados y a veces modificados

El equipo conducido por el profesor Karim Nader ha descubierto que los recuerdos relacionados con miedos muy intensos no sufren inicialmente la reconsolidación, pero con el paso del tiempo (del orden de un mes o algo así) incluso estos recuerdos pueden ser objeto de dicho proceso.

Éste nuevo hallazgo se basa en la investigación previa de Nader, que mostró que es posible borrar químicamente los recuerdos de temor en las ratas, y contribuyó a esclarecer la neurobiología de la memoria, además de mostrar que los recuerdos a largo plazo pueden ser desbloqueados e incluso modificados. Los descubrimientos de Nader han desafiado a los puntos de vista tradicionales sobre la base neuronal de la memoria.Además, en el nuevo estudio los autores han identificado algunos de los mecanismos cerebrales que determinan si un recuerdo sufrirá o no la reconsolidación.Los nuevos hallazgos profundizan en el conocimiento del mecanismo molecular básico a través del cual el cerebro controla qué recuerdos sufren o no la reconsolidación.

El bloqueo de la reconsolidación ha sido sugerido como un posible nuevo tratamiento para víctimas de trastornos psicológicos, incluyendo las alteraciones en las que intervienen recuerdos inquietantes que el sujeto evoca una y otra vez sin poder evitarlo, como sucede por ejemplo con el Trastorno por Estrés Postraumático. Los resultados de esta investigación indican que las terapias para tratar este trastorno basadas en la reconsolidación no deberían ser aplicadas a los pacientes poco tiempo después de haber sufrido el trauma. El motivo es que los recuerdos extremadamente fuertes no pueden pasar por la reconsolidación hasta varios meses después de que el sujeto haya experimentado el trauma.En una investigación previa en la que Nader participó, se demostró que la reconsolidación interrumpida puede usarse para aliviar el sufrimiento de pacientes con Trastorno por Estrés Postraumático crónico. La terapia incluye la administración de un medicamento común para la presión sanguínea, el propranolol, cuando el sujeto narra o rememora detalladamente un evento traumático. El propranolol bloquea parcialmente la reconsolidación del miedo asociado con el recuerdo.Los resultados obtenidos en esta línea de investigación indican que las personas con los traumas más antiguos responderán mejor al tratamiento.

http://www.solociencia.com/medicina/09072904.htm

La Ortotanasia

La Ortotanasia
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

En la medicina clásica griega se hace continua referencia, como lo recuerda don Pedro Laín Entralgo, al papel del médico como servidor de la naturaleza (Physis). El médico, quien actúa sabiendo por qué actúa, es un conocedor de la realidad, tanto de la realidad de la naturaleza, como de la del ser de su propio paciente. Su saber va más allá de la opinión y se aproxima al criterio de certeza racional y científica para la acción. El médico es un conocedor de pacientes y enfermedades, ha incorporado a su quehacer el concepto de “curso natural de la enfermedad”. La medicina hipocrática es un saber que se aferra a la realidad; en los tratados se menciona el “abstenerse de lo imposible”. Por tales razones el saber médico griego se encuentra en la raíz del árbol genealógico de la sabiduría de la cultura occidental.
Desde el siglo V aC se habla de la “ananke physeos”: la forzosidad, la necesidad inexorable de la naturaleza. Con facilidad en el estado actual de las posibilidades de aplicación de la tecnociencia puede perderse de vista tan esencial dato. Quizás por ello tiene lugar la frecuente medicalización del proceso de la muerte, en el ambiente hospitalario de alta complejidad y de máxima intermediación tecnológica e interdisciplinaria. En ocasiones dolorosas se pone en evidencia la pérdida del sentido de las proporciones: costos exagerados en la fase final de la vida, uso de medidas terapéuticas de beneficios dudosos, el extremo del encarnizamiento terapéutico. Además de ello, viene la generación de expectativas poco realistas alimentadas por el temor al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. A ello se sobrepone el afán de la venta de aplicaciones tecnológicas desarrolladas y costosas que están en la punta de la tecnología del momento, como si con ello se cumpliera el deber de “hacer lo posible…” Si a lo anterior se suma la colectiva carencia e ignorancia de aspectos propios de la naturaleza humana -como lo religioso y lo trascendente- el panorama se torna aún más desolador, deseperanzador y algunas veces trágico. Esto sucede en lo que se llamó “situaciones límite”. En personas que carecen de puntos de referencia certeros -sin fe, sin apertura a la trascendencia- la aceptación de la realidad del sufrimiento originado en la enfermedad crónica degenerativa y otras circunstancias supone dificultades grandes, cuando no el máximo sentimiento de absurdo existencial. La ortotanasia hace relación al principio de la proporcionalidad. Citando a Elio Sgreccia, se refiere a la “evaluación de la terapia en el contexto de la totalidad de la persona”, con la exigencia racional de un sano equilibrio entre los beneficios, los riesgos, los costos, los resultados. Con ello se logra evitar la aplicación de medidas que no tengan resultados previsibles. En las situaciones terminales se imponen las medidas de apoyo, en el campo psicológico, en la efectiva presencia (solidaria, educativa, afectiva) que es necesitada en un entorno familiar muy afectado por la crisis. Los cuidados de hidratación, alimentación, aseo personal, analgesia y manejo de síntomas son medidas proporcionadas bien establecidas por el estado del arte de los cuidados paliativos. Todo ello, dentro de un soporte administrativo-logístico que facilite la ejecución oportuna y prudente de aquellas acciones. Este reconocido papel de los cuidados paliativos se enmarca dentro del ethos del respeto. Con la ortotanasia se honra el principio hipocrático del amor por la realidad al aplicarse la proporcionalidad en las medidas y evitar la futilidad y la generación de expectativas exageradas. Tal es el sentido técnico y humano de la medicina con la tradición del non nocere hipocrático. Es el imperativo de la prudencia: hacer lo debido y hacerlo bellamente, abstenerse de lo imposible, siempre con el norte del bien del paciente, frágil como el junco de Blas Pascal, como lo somos todos. “El hombre no es más que un junco, el más débil de la naturaleza, pero un junco que piensa. No es necesario que el universo entero se arme para aplastarle. Un vapor, una gota de agua son bastantes para hacerle perecer. Pero, aun cuando el universo le aplaste, el hombre sería más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere.”

http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=108508&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=1277

Un concepto esperanzador

Un concepto esperanzador
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Las técnicas de cultivos celulares y del estudio del comportamiento y reproducción de los tejidos en condiciones controladas de laboratorio tienen antigua tradición.
Dos premios Nobel de la primera mitad del siglo XX estuvieron relacionados íntimamente con el desarrollo de técnicas de cultivos celulares y del estudio del comportamiento y multiplicación de diversos tejidos. Alexis Carrel y Hans Spemann -respectivamente galardonados en 1912 y 1935- habían desarrollado el primero, las técnicas de cultivos de fibroblastos -obteniendo por muchas generaciones la reduplicación de estas células adultas- y el segundo, el concepto de los “núcleos inductores” en el estudio de la embriología y zoología comparadas. En la búsqueda de la multiplicación de determinados tejidos con la pronta capacidad futura de generación de órganos útiles en la práctica clínica (tejido neural, tejido pancreático, y otros) se ha contado con la obvia dificultad que existe asociada al uso de tejidos embrionarios de origen humano. Como desde hace varios años muchos investigadores y estudiosos lo han señalado, las investigaciones en embriones humanos no son necesarias ni esenciales para el desarrollo eficaz de las técnicas de cultivos celulares: existen vías alternas con resultados bien sólidos e importantes. Los investigadores japoneses Yamanaka y Takahashi han demostrado con claridad algo que es conocido desde hace algún tiempo: se pueden obtener células con gran potencial de reduplicación a partir de fibroblastos adultos, es decir, de las células tomadas del propio animal adulto sin que sea imperativo el uso de embriones. Los autores han llamado a sus células “iPS” (induced pluripotent stem cells), y las han obtenido por medio de sofisticadas tecnologías de manipulación de cultivos, de genes, y de células, a partir de fibroblastos del adulto. Los resultados demuestran que las “iPS” se comportan con una gran potencial de diferenciación hacia variadas líneas o estirpes celulares, la conocida característica de la “pluripotencialidad” en la diferenciación celular. En el ámbito académico se habla del concepto de la reprogramación celular. Los científicos japoneses han demostrado que no es necesaria la manipulación de embriones humanos; han verificado que por medio de tecnologías ya establecidas y eficaces, se abren posibilidades ciertas para la creación de órganos de repuesto. Con el paso del tiempo se pone en evidencia la arbitrariedad legislativa de los europeos y sus absurdos conceptos (“pre-embrión”, informe Warnock de la Gran Bretaña, 1984), los cuales han sido apenas sórdidos capítulos de la manipulación de los medios masivos de comunicación y de los entes legislativos con el objetivo de desviar la atención de la comunidad hacia los intereses comerciales deshumanizados de otras técnicas de las cuales sólo ha salido la muerte deliberada de miles de seres humanos bajo condiciones de laboratorio, ante la aparente indiferencia de casi todos que erróneamente creen ver “progreso” en aquellas instancias. Por el contrario, Yamanaka y Takahashi están mostrando con su concepto de la reprogramación celular los caminos de una investigación científica que realmente es respetuosa con el ser humano y con el ethos de la medicina. Es un concepto muy esperanzador para el panorama próximo de la medicina regenerativa.

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Una visita: el deber y el derecho

Una visita: el deber y el derecho
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

El ámbito universitario de Medellín ha tenido una refrescante visita académica con un mensaje de reafirmación del valor de la dignidad de toda persona. Cada “homo sapiens”, singular en cuanto es ser libre, es también “homo éticus”, alguien capaz de decidir acertadamente en lo que ha de hacer de su propia biografía o capaz también de hacerse el sordo y el ciego ante la realidad y optar por los caminos del desacierto y el egoísmo sin límites, con las consecuencias que se ven a diario en titulares de prensa, en cada rincón agitado por la violencia, la injusticia y el despojo.
Con sólidos argumentos y propuestas de carácter antropológico, Eduardo Casanova Ríspoli -internista uruguayo, doctorado en bioética luego de una dilatada experiencia en la práctica de la medicina de urgencia y cuidados críticos y en la docencia universitaria- ha visitado a Colombia y ha dado un buen espaldarazo y voz de ánimo a quienes se han empeñado en la afirmación de lo obvio: el marco de la convivencia social justa está enclavado en una actitud bioética que afirma el indeclinable respeto al valor del bien de la vida de cada ser humano, sin ninguna excepción, en la más coherente y fiel adhesión al principio clásico del “primum non nocere”: no hacer daño, inspirador de la práctica médica desde el siglo V antes de nuestra era. Casanova Ríspoli es un vigoroso convencido de la bioética personalista que difunde la original vocación hipocrática del acto médico como escenario del respeto y reconocimiento de la dignidad de todo paciente. Como observación añade que aquel tono respetuoso de inspiración milenaria trasciende el campo de acción de las áreas de la salud e impregna otros amplios ámbitos sociológicos que incluyen obligaciones de solidaridad, protección y acogida hacia los miembros más desafortunados o frágiles de la sociedad. Este argumento tiene su base en los aportes de los pensadores de la antropología filosófica del siglo XX que han entendido al hombre como una realidad de naturaleza personal con vocación de libertad-responsabilidad y con una natural tendencia al reconocimiento de su carácter trascendente. Bajo este método se aprecia la objetividad de los valores, la capacidad racional humana para discernir y optar por las decisiones prudenciales, y la conexión inseparable de los términos libertad-responsabilidad. El contraste es obvio ante el fantasma presente del utilitarismo que ve a la persona como cosa, como usuario-consumidor o como “homo económicus”, al tiempo que anula de modo arbitrario su horizonte religioso. Esto es lo propio de la frecuente doctrina laicista que predica el respeto y que simultáneamente convierte a la fe en objeto de burla y de descalificación sistemática, lo que alguien acertadamente llamara la “tolerancia intolerante”: se tolera todo pero no se tolera la fe católica. Casanova nos ha obsequiado su obra “Bioética, salud de la cultura”; critica al principialismo norteamericano (Beuchamp y Childress) en lo que atañe al concepto “autonomía-libertad” cuando es sólo un brote de carácter subjetivo inspirado en criterios de utilidad-placer (para Bentham lo bueno es lo útil y lo placentero) con las correspondientes consecuencias prácticas de disolución de criterios de vida en comunidad y de imposición de la arbitrariedad de los fuertes sobre los débiles. Las reflexiones del académico uruguayo han resonado en la escuela de humanidades de la UPB y en la Universidad de la Sabana (Chía), instituciones comprometidas con la labor de difusión y estudio de la antropología filosófica contemporánea. Son fundamentos necesarios para la lenta germinación de una cultura del respeto y de una actitud de amor por la realidad, imprescindibles ahora cuando los criterios de cultura (naturaleza, verdad, bien y justicia) suelen ser plantados en arenas movedizas en las cuales nadie sabe a qué atenerse. En el relativismo de moda todo son “opiniones” y se niega la capacidad de discernimiento racional entre lo bueno y lo malo, como si la vida consistiera en una interminable “hermenéutica”, en una errática y confusa interpretación de oscuros signos que son las divagaciones propias de la anticultura que niega obstinadamente la naturaleza y la verdad. Por ello con frecuencia las gentes suele exigir y reclamar “derechos” y con muy poca frecuencia recordar que a cada derecho corresponde un deber y que existe el deber básico de la formación individual de la conciencia para sustentar racionalmente el actuar prudente, responsable y libre, característico de lo humano.

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Está ocurriendo en la India

Está ocurriendo en la India
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Para el primer ministro de la India se trata de una situación que representa una vergüenza nacional: han muerto millones de niñas debido a los feticidios selectivos, consecuencia del uso despiadado de la tecnología diagnóstica prenatal. Por razones de utilidad las familias prefieren a los hijos hombres y eliminan las niñas, especialmente cuando los hijos previos han sido de sexo femenino. A tal punto han llegado las cosas que se han establecido penas de prisión para los médicos que se presten a ése oscuro juego. En estudios de población se ha comprobado que nacen sólo 759 niñas por cada mil varones, y que la explicación de esta diferencia está en lo anotado: muertes selectivas. Este genocidio está llegando a afectar demográficamente al país. Un fenómeno similar ocurre en otras poblaciones asiáticas y en países de mayoría musulmana; el aborto selectivo –dice el primer ministro en encomiable autocrítica- es algo inhumano, reprochable e incivilizado.
Se trata de una de las duras paradojas de un mundo que cada vez tiene una mayor confianza en que la aplicación de la técnica hace parte del progreso y del mejor vivir. En el fondo la realidad es la del abismo de la brutalidad y deshumanización al cual son llevadas las naciones cuando se pierde de vista el norte antropológico y el sentido de la verdadera utilidad de los avances de la tecnociencia. Es el pavoroso escenario de discriminación y de muerte selectiva propiciado por padres y por médicos -mejor llamarlos tecnócratas- que reducen a la persona a la condición de instrumento para obtener fines diferentes a los del respeto debido a su propia dignidad humana. La paradoja se extiende a los Estados Unidos y al occidente “civilizado”. Allí una de las principales autoridades académicas, el Colegio Americano de Ginecología y Obstetricia, en opiniones que tienen alcance e influencia mundial y que pretenden ser recomendaciones de carácter “técnico”, se concede aval a iguales o peores conductas. Se justifican (Comité del ACOG, opinión No. 360 de febrero de 2007) procesos de la selección de sexo “en algunos casos”. Tal es el de las discriminaciones genéticas de condiciones hereditarias ligadas al sexo y otras con el eufemismo de la “terminación del embarazo”, brutal y cuestionable concepto recientemente acogido y copiado por el Ministerio de Protección de Colombia. Sí a la muerte selectiva, pero “sólo en algunos casos”... El retorno a idénticos modos de razonar en las políticas de depuración racial de los años treinta, unánimemente rechazadas por las Naciones Unidas. No en vano desde 1981 en la literatura académica norteamericana se describe como una técnica “científica” (NEJM 1981;304 1525-7) la ejecución de punciones intracardiacas para feticidios dirigidos bajo visión ecográfica. Paradojas de los dos mundos: el desarrollado que pone el poder económico y el criterio de utilidad por encima del sentido de la solidaridad humana, y el de la India, potencia en algunos aspectos, pero en otros, triste teatro de deshumanización y de pérdida del sentido del respeto a las bases de una convivencia humana justa y democrática.

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Algo sobre la ideología de género

Algo sobre la ideología de género
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Un escoliasta con razón anotaba: “Al descubrir infiltraciones marxistas en un libro, sólo queda cerrarlo murmurando suavemente: ¡Ah, pereza!”; y añadía, refiriéndose a la misma tendencia ideológico-política: “La izquierda es la pendiente por donde ruedan todas las facilidades del espíritu”.
Ahora, ya avanzado el siglo XXI, estos agudos escolios –y otros no menos severos- vienen necesariamente a la memoria al leer las diatribas que periódica y sistemáticamente traen determinados columnistas pertenecientes a la categoría de quienes ya se sabe qué van a decir o con cuál consigna vienen de nuevo. Son aquellos que han tomado con vehemencia su papel como propagandistas de la “ideología de género”. Repiten unos conceptos fáciles de identificar, como “leitmotiv”: que el género es una “adquisición de la cultura”; que las mujeres han sido históricamente oprimidas y explotadas por una sociedad androcéntrica y patriarcal; que la historia es una sucesión dialéctica de enfrentamientos y de atropellos; que los “roles culturalmente construidos”; que la “deconstrucción del subordinamiento”; que el cambio de los roles de género por unos nuevos de “preferencia y orientación sexual”… En la misma dinámica está la combativa terminología de los “derechos sexuales y reproductivos” convertida desde hace unos años en pétreo dogma de dependencias oficiales como el ministerio de la Protección Social, ahora empeñado en la práctica de la ideología abortista. La constante repetición de aquellas consignas recuerda el sonido fingido de altavoces y el tumulto de pancartas de épocas pasadas. Corresponde al mismo tono de reivindicación y de llamado “a la lucha”. Hay excesivo volumen en la pretensión de reivindicaciones sobre atropellos -reales o imaginarios-; para ellos en eso consiste la historia, en un dialéctico y constante atropello contra determinados “géneros”, pero principalmente, contra las mujeres débiles y oprimidas. Pocos incautos caen en estas redes de propaganda, de resentimiento y de terminología abstrusa, como “roles culturalmente construidos” o “lenguaje hegemónico y deconstrucción del patriarcado”. ¿Por qué suena tan equívoco aquel pertinaz sonsonete? ¿Por qué, a pesar de la excesiva publicidad que les brindan determinados medios se evidencian unas contradicciones que alertan al más ingenuo de los lectores? ¿Por qué causa tanto cansancio esta cascada de reivindicaciones? La explicación quizás por simple sea sorprendente: porque se trata de consignas que no son ciertas y que no tienen un apoyo en la realidad. Son repetición de viejas premisas políticas que los activistas profesionales supieron oportunamente poner a la orden del día en escenarios de influencia mundial, como las conferencias de El Cairo y Pekín. Pero esta falta de consistencia merece comentario adicional, aunque genere ampolla y aunque Simone de Beauvoir insista en lo contrario: resulta que es falso que el “género se construya culturalmente”. La naturaleza existe, tiene realidad objetiva. Existe una condición femenina y existe una condición masculina. Son hechos dados. Datos ciertos, biológicos, cromosómicos, afectivos, neuroendocrinos. Por supuesto, también –pero nunca sólo- culturales. Existe una naturaleza humana de carácter constitucional y radical, sexuada. Y esta naturaleza, insisto humana, está dotada también de las esferas de la inteligencia y la voluntad. El ser humano es centro de decisión-acción, alguien de un tenor muy diferente a un simple ratón determinado e hipercomplejo. Los impulsos y las conductas humanas están bajo el control inteligente y voluntario de la persona. Ésta, hombre o mujer, centro de decisión-acción, puede ser coherente con su naturaleza y puede, por ejemplo, ser fiel y ser consecuente con ella misma. Por supuesto, esto es exigente en el campo de la conducta, algo que no está muy a tono con la ostentación del activismo propagandístico de diversas “preferencias de opciones de género” que ahora pretenden imponer como muestra de pluralismo. La ideología de género es apenas una refundición del marxismo: Engels, hacia 1884, proponía que la verdadera revolución socialista se llevaría a cabo cuando se aniquilara la familia, cuando el Estado terminara con la religión y cuando por fin tuviera lugar la nueva lucha de clases, la lucha de géneros. Los nuevos activistas no han descubierto nada. Apenas vociferan y repiten acríticamente sus aprendidos versos, como en la balada de los búhos estáticos -filosofantes filosofículos- las antiguas consignas de la fatal profecía marxista. Un discurso amargo, de resentimiento y de hipertrofia de la emotividad en el que la aniquilación de la reflexión se combina con la voluntad de generar discordia. De nuevo hay que darle la razón al escoliasta: “Marxismo y psicoanálisis han sido los dos cepos de la inteligencia moderna”.

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Lo vano, lo banal y lo fatal

Lo vano, lo banal y lo fatal
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Quienes se han querido someter voluntariamente a la ideología género con su dogma de los “derechos sexuales y reproductivos” han pretendido reducir algunos aspectos del comportamiento del ser humano a realidades parciales; han tratado de introducir en el léxico, como si ello fuera obvio e incuestionable, el propio concepto de “derechos sexuales”. Simultáneamente omiten la referencia a los “deberes” existentes en un ámbito tan complejo y fundamental del comportamiento de cada persona. Pretenden referirse al “disfrute” y a una sesgada visión del derecho y de la educación, como si la difusión propagandística e instrucción sobre el uso de métodos anticonceptivos, tuviera la consistencia de un programa “educativo”. Aquella clase de educación, en realidad, puede ser deseducadora y aniquiladora del proceso de formación del ser humano.
Las autoridades de salud locales y nacionales, ahora convertidas en agentes de la “salud sexual y reproductiva” bajo los delineamientos de las conferencias de El Cairo y Pekín, incurren en graves errores: se aproximan al tema de la sexualidad según unas miras de banalidad y al mismo tiempo de fatalidad. Vale la pena acudir al diccionario: banalidad: insustancialidad, trivialidad; lo banal hace referencia a lo trivial, a lo vulgar. De similar modo, lo vano describe lo “falto de realidad, sustancia o entidad; hueco vacío y falto de solidez”. Es banal y vano el enfoque que se pretende dar al tema de la sexualidad desde la óptica de las actuales autoridades sanitarias. Ello conduce a lo fatal, o sea, a lo aciago, lo nefasto, lo funesto; lo malo o pésimo, como también dice el diccionario. Hay banalidad en la opinión que reduce la sexualidad humana a su dimensión de genitalidad; la reducción de la sexualidad a unos burdos conceptos descriptivos de la genitalidad, es algo propio de una educación en minúscula, la que pueden brindar los “raperos” que reparten preservativos en los buses como lo impone el municipio de Medellín con su idea de “sexo a lo bien”, en el mismo tono del “proyecto sol y luna” de la anterior administración local. Estas estrategias comparten características comunes: tienen pretensión educativa, pero son somera instrucción, y son también –es menester mencionarlo- uso de recursos económicos municipales que podría ser cuestionado por quienes los aportan, los contribuyentes. El uso de dineros públicos para la propaganda de la ideología de género y de los “derechos sexuales y reproductivos” podría ser objeto al menos de reflexión por parte de algunos sectores de los contribuyentes: no parece lógico que el sesgo de la imposición oficial de una única manera de afrontamiento de una realidad suceda sin que alguien observe que hay funcionarios que convierten la estructura del poder en un organismo oficial al servicio de una ideología. La re-edición de los esfuerzos abortistas de antiguas corrientes ideológicas es notable. Cabe aquí señalar la similitud existente entre la sentencia C-355 de la Corte Constitucional (despenalización del aborto en tres circunstancias) y las medida abortistas y eugenésicas impuestas bajo el régimen de la república comunista en Barcelona en 1936, en época previa a la guerra civil. Entonces la “consellería de sanidad” ejercía funciones de policía para que aquellas normas -inspiradas en el “amor”- se cumplieran. El parecido con los mecanismos policivos ejercidos para detectar y sancionar a quienes no funcionaran bajo el régimen se repetiría pocos años después bajo otro totalitarismo, tan aniquilador de la dignidad de la persona como lo fue el comunista durante más décadas. No deben olvidar los lectores la reciente sanción que le aplicaron al Hospital san Ignacio de Bogotá por negarse a ejecutar un feticidio. Son similares los mecanismos de control que ejerce el Minprotección en igual sentido; tal vez pronto vengan sanciones a médicos e instituciones hospitalarias que se nieguen en conciencia a la ejecución de actos que no son “actos médicos”. Matar seres humanos no constituye una acción coherente con el ethos de la profesión médica ni con el sentido del respeto que inspira a la democracia. El propio ministro del ramo, vasectomizado, se presentó hace un par de años como ejemplo de conducta responsable. Es cuestionable tal concepto de la responsabilidad como también lo es antropológicamente el hecho de atentar voluntariamente contra la integridad de su propio organismo en aras de una hipertrófica autonomía. Puede ser responsable, y quizás en mayor grado de inteligencia y ejercicio de su dominio como ser humano digno, quien conserva sus capacidades físicas pues acude al uso de la razón y de la voluntad como norma de conducta. El dominio de sí exige un proceso de esfuerzo y formación constante muy diferente a las frágiles propuestas de verdad “light” en que se han empeñado las autoridades, ahora convertidas en agencias operativas de IPPF. La educación en la sexualidad es una tarea de la mayor envergadura; incluye la formación de la totalidad de la persona para la existencia, para el ejercicio profundo y personal del respeto y la justicia como patrón de conducta en la vida social y familiar. Este aspecto nunca –exceptuando la época de la postmodernidad relativista- ha sido degradado a cuestión de risa. De lo banal a lo fatal hay poca distancia, pues la caricatura de un proyecto disfrazado de educación conduce a la conducta irresponsable y fatal. Sucede también que así se van aniquilando los esfuerzos educativos de algunos padres de familia y contribuyentes al fisco que ven con preocupación cómo los recursos oficiales son destinados a la demolición de sus convicciones educativas en relación a sus propios seres queridos, de quienes son ellos directos responsables.

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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