Fármacos, cabildeo y manipulación
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
En el caso de Marcia Angell las opiniones están nutridas de solidez y seriedad. Cuando escribe de modo crítico sobre el papel de la industria farmacéutica en los Estados Unidos lo hace desde una posición de comprobada validez, tanto en la certeza de las cifras y documentos en que apoya sus conceptos, como en la independencia de criterio y lucidez académica que conforman lo que sí cabe llamar una opinión autorizada.
Durante veintitrés años se desempeñó como editora de una de las publicaciones de mayor importancia en al ámbito médico contemporáneo: The New England Journal of Medicine. Además de su independencia de criterio, no es su caso el del mero activismo de ciertas actitudes gratuitas y contestatarias que buscan revuelo mediático; no es infrecuentes ésa clase de autores de millonarias tiradas que van tras el escándalo y el lucro. En cambio, se trata del producto de una editora arraigada en un prolongado y coherente compromiso personal con la verdad: ceñirse a lo que las cosas son. En el libro “La verdad acerca de la industria farmacéutica” (con el subtítulo: “como nos engaña y qué hacer al respecto”), Angell cuestiona severamente la realidad de la manipulación mediática, académica, comercial y política del multimillonario y doloroso tema de las drogas de uso clínico, controladas por las compañías productoras de fármacos. Aparecen allí los nombres de grandes compañías y de importantísimas instituciones norteamericanas: Pfizer, Merck, Jonhson&Jonhson, Bristol-Myers Squibb y Wyeth; entidades universitarias o gubernamentales: FDA (Administración de Drogas y Alimentos), Institutos Nacionales de Salud; y también otros grupos como los intermediarios financieros de la práctica médica en los Estados Unidos (Grupo Médico Kaiser Permanente). También hay gigantes europeos involucrados: GlaxoSmithKlein, AstraZeneca, Novartis, Roche… Son industrias de colosales balances financieros que por medio de información parcial y poco transparente han hecho creer a la gente que el fabuloso costo de medicamentos “novedosos” se debe a “investigación y desarrollo”: es ejemplar la descripción del caso de la AZT (Zodovudina), el primer fármaco para el SIDA y la hábil manipulación, por parte de la industria, de sus precios comerciales. En estas historias aparecen escenas de cabildeo político de los interesados ante Washington con agentes en ambos partidos dispuestos a afianzar las leyes que favorecen los intereses de los productores y sus patentes. Para mencionar algunos de los temas considerados por Angell bastaría con la lectura de los subtítulos de los capítulos: “La venta agresiva… señuelos, sobornos y corrupciones”, “La publicidad disfrazada de enseñanza”, “Cómo conseguir el monopolio…” Otro punto muy crítico mencionado como ejemplo es el de los antihipertensivos: la hipertensión afecta a millones de “usuarios-clientes”, especialmente en las edades avanzadas propias del perfil demográfico de occidente. Fueron impuestas –aquí aparece el cuestionado papel de los entes académicos y científicos- las pautas de manejo con medicamentos de alto costo (inhibidores de la ECA, bloqueadores de canales de calcio) y se desplazó el uso de otros, de bajo costo y de comprobada eficacia clínica y bajos efectos colaterales (diuréticos). Este giro, que afecta a muchos millones de pacientes cubiertos o no por sistemas de seguridad, representa movimientos financieros de incalculables proporciones y de alcance mundial. La lectura de Marcia Angell aporta mucho para la formación de una opinión pública que disponga de discernimiento y rigor en la documentación.
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