Vestigium Una lectura del Memorial de Agravios
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Los primeros años del siglo XIX fueron tiempos de mucha confusión, tanto en los virreinatos americanos como en la propia península. El imperialismo ambicioso y homicida de Napoleón quiso hacer de España una de sus regiones satélites, y muy caro habría de costarle al propio emperador su proyecto de dominio europeo.
Pondría en la península como rey a su hermano José, “Pepe Botellas”, José Bonaparte I, “el primero y el último”, diría con gran precisión alguien. Entre 1808 y 1814 se vivió en la propia España la guerra de independencia contra el usurpador francés; la violencia que se vivió fue inmortalizada en las escenas del 2 de Mayo de 1808, el dramático cuadro de Goya. En ése mismo año se constituye la Junta Suprema de España e Indias en Sevilla y se formaliza la declaración de guerra contra Bonaparte. En los pueblos y campos españoles, a bala, a piedra, a puñal y a garrote, se manifiesta la oposición a los franceses. Corre la sangre; surgen los héroes populares como la galana de Valdepeñas y ése pueblo, en el camino Real de Madrid a Andalucía, es incendiado y convertido en campo de batalla, casa por casa. En 1809, el payanés don Camilo Torres escribe su “Memorial de Agravios” a la junta de Sevilla. En una documentada exposición de hechos el neogranadino (bachiller, abogado, doctor en derecho, funcionario del virreinato) llama la atención sobre la necesidad de equidad y justicia en la representación de las provincias americanas en la junta que se constituyó en Sevilla. No entiende el insigne americano por qué la proporción de representantes es así: 36 españoles peninsulares y 9 españoles americanos. Enumera las dimensiones colosales de los virreinatos americanos, su historia, su tradición, sus riquezas, su creciente población. Se queja de las ineficiencias administrativas y de una intolerable deficiencia educativa en América. Insiste el americano en los temas de la justicia, la igualdad, la representatividad. Es consciente del reciente momento geopolítico y de las causas y consecuencias que tuvo para Inglaterra el injusto trato dado al tema administrativo e impositivo de sus provincias en Norteamérica. En el memorial de agravios se pone en evidencia, pese a las dificultades obvias del momento, que el nivel de información sobre los acontecimientos globales no era deficitario. Se sabía bien qué era lo que estaba aconteciendo. Tanto en España como en la América española comienzan a polarizarse las concepciones políticas en torno a dos grandes tendencias: el “liberalismo” teñido de los ideales ilustrados franceses y una visión más arraigada en las tradiciones monárquicas. Hay un aspecto de la lectura del memorial de agravios que merece consideración especial: el tema de la “conciencia de hispanidad” que para Torres está absolutamente claro. “Las Américas, señor, no están compuestas de extranjeros a la nación española. Somos hijos, somos descendientes de los que han derramado su sangre por adquirir estos nuevos dominios a la corona de España”…” “Tan españoles somos como los descendientes de don Pelayo”. Torres entiende a las provincias americanas no como colonias, sino como una parte “esencial e integrante” de la monarquía; “… todos somos españoles”. Con coherencia se observa como este histórico documento de los tiempos inmediatamente previos a la independencia se comienza con una sincera referencia a “nuestro muy amado soberano Fernando VII”. Con los acontecimientos la confusión se agudizaría. Después de echar a los franceses que equivocadamente quisieron hacer de las suyas en las belicosas tierras del Quijote y del Cid, se reorganiza la monarquía con nuevas energías. Viene Morillo a tratar de poner orden en las cosas desde su punto de vista de militar, con una misión precisa. Buena parte de la sociedad bogotana de la época lo recibe como a un liberador, lo invitan a un célebre banquete; el “pacificador” se negó a asistir pues no halló coherencia ni dignidad en la conducta de aquellas gentes veleidosas. En el triste año de 1816 la cabeza de don Camilo Torres terminaría en la picota “a la salida de Santa Fe, en la Alameda vieja”.
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