Ahora: ¿Lucha de géneros?
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
El “activismo de género”, en su extremismo publicitario y comercial, invoca a la democracia, al respeto y a la participación ciudadana, mezclando algunos elementos atractivos en su discurso. Sobre todo, parece ser coherente cuando se relaciona con la corrección de evidentes marcos históricos de injusticia y discriminación hacia a las mujeres en su condición sociológica y política.
Apenas en el siglo XX el sufragismo, entendido en su versión moderada y realista, logró los avances que hoy parecen naturales; es justo diferenciar entre aquel feminismo y el hoy militante feminismo de género. Pero las cosas alcanzan ya límites ajenos al raciocinio cuando aquellos activistas vociferan que lo del género es “cuestión de opción personal” y que la “construcción social crea la verdadera naturaleza del individuo”. Estos son algunos absurdos que se remontan a los dogmas impuestos por Engels en su concepción ideológica sobre la familia: no en vano el “manager” de Marx llegó a afirmar que la familia fue la “gran derrota histórica del sexo femenino” y que la monogamia era una forma de esclavitud y una expresión del primer “antagonismo de clases”. Es muy explicable que dentro de la plataforma ideológica de quienes se creen “progresistas” se incluyan invectivas contra la realidad natural e histórica de las familias de los seres humanos. A fin de cuentas, para esa metodología –que además imagina tener la propiedad de ser “científica”- el motor de la historia de todos modos, es la lucha. Sucede que la vetusta “lucha de clases” hoy ha querido ser sustituida por una “de género”. Mucho antes de la confusión existencial sartreana y del radicalismo izquierdista de Simone de Beaouvoir, Engels en el siglo XIX, había proclamado que era necesario destruir los cimientos de la familia. Esto coincide con el activismo propagandístico de quienes pretenden elevar a condición contractual equivalente a la familia las uniones jurídicas de todas las variantes de “opción de género”. Hay una gran falsedad en la cuestión de entender el género como “papeles definidos y asignados socialmente”. La falsedad de aquella premisa radica en que la realidad de la diferenciación sexual entre los mamíferos es apenas un dato de la naturaleza. Es una realidad, no una “opinión” o un hecho que pueda modificarse por lo que piensen y legislen sobre ello en los parlamentos. El ser humano, como cuestión intrínseca a su propia naturaleza, es ser sexuado, varón o mujer. Y lo es en la totalidad de las esferas de su existencia: en lo genético, lo gonadal, lo endocrino, lo psicológico, lo cultural, lo espiritual. No lo es meramente en una de ellas. Esto es un hecho cierto, verificable por los datos de la realidad sensible, no es una opinión modificable por grupos activistas que lleguen conformar mayorías de políticos transitorios o de delegados a la Conferencia de Pekín auspiciada por la ONU. La realidad no es modificada por la opinión. Pretender hacerlo es continuar imponiendo una gran falsedad antropológica; el feminismo extremo contiene en su “ideología de género” las premisas equivocadas y pesimistas de Engels, tan equivocadas como la otra clásica, la de que el motor de la historia es la lucha de clases y que el paraíso vendría luego de la dictadura del proletariado. Aquella es una visión pobre, pesimista en términos de humanidad, pues niega acríticamente la posibilidad y las realidades históricas del amor y de la solidaridad; y parte, además, de una arbitrariedad que no hace honor a la razón ni a los datos que proporciona la realidad. Esto lo puede afirmar, con energía y alegría, cualquier ser humano que ame la verdad y que acceda a reconocer, en su profundidad existencial, el auténtico sentido de la familia, de la solidaridad y de la democracia.
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