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El paciente, el médico y la verdad

jueves, 6 de mayo de 2010

El paciente, el médico y la verdad

Ramón Córdoba Palacio MD - elpulso@elhospital.org.co

¿Qué “verdad”, o mejor, qué aspecto o aspectos de la verdad deben revelarse al paciente? En anteriores oportunidades hemos expresado que, fieles al principio médico, humano, de «favorecer, no hacer daño», principio que debe orientar toda actividad médica, al paciente debe dársele a conocer «[...] toda la verdad que convenga a su bien natural (el logro de su salud) y a su bien personal (el destino último de su existencia, tal como sus creencias lo entiendan); por tanto, toda la verdad que sea capaz de soportar», según enseña Laín Entralgo.

Y no es engaño como seguramente estarán pensando algunos de los lectores. Permítasenos un ejemplo que puede dar claridad al anterior concepto: si un niño de cinco años de edad pregunta por qué vuela un avión, no se nos ocurre explicarle planos de sustentación, revolución y fuerza de propulsión de turbinas, etc., porque se quedaría más confundido que antes de preguntar; nos limitamos a decirle razones verdaderas, ciertas pero no exhaustivas que él pueda captar, hacerlas suyas.
No es frecuente que el paciente solicite, verbalmente o con sus actitudes -con «su mirada», con «sus silencios»- la verdad científica, la evidencia fundada en algún examen “incontrovertible”. Generalmente, y porque para él es de mayor interés, desea una verdad existencial que le muestre el probable horizonte de su vivir. Y decimos probable porque la “seguridad biológica” de la vida es siempre incierta, porque no siempre los pronósticos en este sentido se cumplen con la precisión que expresan las palabras del médico o de los familiares. A veces escuchamos: “a fulano de tal hace 10, 20 años le dijeron que duraría unos meses y está vivo”. Es lo que llamamos la “incierta seguridad biológica”.
La revelación de esa verdad o de esos aspectos de la verdad que no hagan daño al paciente, que sean convenientes a “su bien natural” y a “su bien personal” y que “sea capaz de soportar”, exige un conocimiento profundo del paciente, una verdadera amistad médica que le dé seguridad de que se busca sin reservas su bien pleno y de que encontrará siempre quién escuche sus inquietudes, quién aclare sus dudas, quién lo acompañe en el transcurrir de su enfermedad, quién esté atento a indicar los medicamentos que necesite para sus dolencias -sin acortar la existencia ni prolongar los sufrimientos-, quién no siembre falsas esperanzas pero que tampoco destruya las humanamente necesarias. «Porque el médico debe saber curar al enfermo, pero también debe saber acompañarle humanamente, cuando las posibilidades de la actividad terapéutica han llegado a su límite», afirma Laín Entralgo, y esto no como simple acto humanitario o de caridad sino como uno de sus deberes profesionales.
Y en esta misión del médico es imprescindible la noble colaboración de los familiares, de los amigos, de quien pueda orientarlo en lo pertinente a su fe cualquiera que ella sea -sacerdote, pastor, rabino, etc.-, siempre con el consentimiento del paciente, buscando todos el bien, el pleno bien de éste. Bien que no se consigue, queremos insistir hasta la saciedad, ocultándole la realidad que vive, la verdad de su situación de salud.
Ese acompañamiento profesional fundado en la verdadera amistad médico-paciente, es requisito esencial de quien responde a la vocación médica, al êthos de la medicina. El médico deber estar diligentemente atento a las necesidades físicas, mentales y espirituales de quien se confió a su cuidado, y por respeto a la incondicional dignidad de éste y a la suya propia, no acortarle ni por acción ni por omisión la vida -eutanasia-, menos aún prolongar sin sentido sus sufrimientos distanasia-. Su obligación es cuidar con oportunidad y prudencia su estado de salud y reconocer los límites de la medicina, los límites humanos de su labor y los biológicos de la existencia -ortotanasia o derecho a morir con dignidad-. No olvidemos que su deber es: «Curar con frecuencia; aliviar siempre; consolar aliviando no pocas veces; consolar acompañando; en todo caso [...] -más aún, como siempre-. Allá donde no puede llegar la técnica debe llegar la misericordia», enseña Laín Entralgo.
El doctor Frederick Stenn, profesor asociado de medicina en Northwester Medical School, escribió en su lecho de muerte: «El otro día mi médico se sentó al lado de mi cama para hablar. Me reafirmó que mis molestias físicas serían aliviadas y que él continuaría su atención regular. Hablamos francamente del proceso de la muerte y de la necesidad de vivir como estoy muriendo: viviendo con pleno aprecio cada momento de mi vida. La mayoría de los médicos han perdido el tesoro que en otro tiempo fue parte esencial de la medicina y lo que es humanismo. Las máquinas, la eficacia y la precisión desterraron el afecto cordial, la compasión y el respeto por la persona. La medicina es ahora una ciencia yerta; su calor pertenece a otras épocas. El hombre moribundo recibe poca ayuda de los doctores mecánicos».
¡Dura lección! ¡Tremendo reclamo!.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.

http://www.periodicoelpulso.com/html/feb04/opinion/opinion.htm

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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