Entrevista a Huntington
EE.UU. no puede imponer la democracia', asegura el teórico Samuel Huntington
Insiste en que los ataques que han tenido lugar en Estados Unidos, Europa y Medio Oriente, son parte de un "choque de civilizaciones" de mayor alcance.
Samuel Huntington, de 79 años, profesor de sistemas de gobierno en la Universidad de Harvard, no le saca el cuerpo a la lucha. Sus libros son contundentes, vigorosos y, algunas veces, fuertemente controvertidos por otros académicos e historiadores; sin embargo, han provocado discusiones sobre gobierno y política internacional durante generaciones.
Una obra reciente, Choque de civilizaciones y configuración del nuevo orden mundial (Simon & Schuster, 1996), afirmó que, después del fin de la Guerra Fría, los conflictos no se deberían a tensiones económicas o ideológicas, sino que más bien "las grandes divisiones entre la humanidad, y la causa fundamental de los conflictos, serán culturales". Después de los ataques del 11 de septiembre del 2001, el trabajo de Huntington fue explotado por numerosos comentaristas que creyeron que este había previsto acertadamente que el incremento de las tensiones entre Occidente y las culturas islámicas fue la causa de muchos de los conflictos en curso.
En años recientes, Huntington ha concentrado su atención en el asunto de la inmigración en los Estados Unidos. En ¿Quiénes somos? (Simon & Schuster, 2004), sugiere que los inmigrantes hispánicos son tan numerosos que estos no van a ser asimilados por la corriente principal de la cultura estadounidense, sino que la van a alterar fundamentalmente.
Huntington se reunió con Wolfram Eilenberger, redactor de planta de la revista política alemana Cicero, para discutir cómo se pueden aplicar estas teorías a lo que viene ocurriendo en los Estados Unidos y el Medio Oriente.
Profesor Huntington, hace 10 años que usted publicó El choque de las civilizaciones, que se convirtió en el más importante e influyente análisis político de entonces. Usted desarrolló un novedoso paradigma de la política mundial al argüir que la fuente principal de conflictos después de la Guerra Fría será cultural o religiosa. ¿Ese paradigma es aún válido para los años por venir?
Procuro evitar predecir el futuro. Cuando las personas hacen predicciones, simplemente expresan sus preferencias o temores propios, en forma de adivinanzas. Ciertamente me parece que en esta época lo que sostuve en el Choque de civilizaciones es sumamente válido en relación con los mayores acontecimientos y tendencias de los negocios mundiales. Hemos visto el 11 de septiembre, la jihad y la lucha entre palestinos y judíos. Desgraciadamente, me parece que lo que sugerí es lo que está ocurriendo. El mayor reto para los dirigentes mundiales es prevenir, reprimir y terminar estos conflictos.
El argumento básico de su libro es que la seguridad de los Estados Unidos no depende de tratar de exportar la democracia, los valores y las instituciones occidentales a tales países. La administración Bush, sin embargo, no piensa así.
Nunca he sido partidario de la política de Clinton, Bush y otros presidentes, que han tratado de promover la democracia. No creo que sea posible exportar democracia. Creo que los Estados Unidos, desde luego, pueden y deben dar un apoyo limitado a los movimientos democráticos de otras sociedades. Pero estas sociedades se volverán democráticas sólo cuando tales movimientos logren apoyo popular y esos pueblos sean capaces de alcanzar el poder y de cambiar el sistema de gobierno.
Existe la propuesta de que hay un nuevo paradigma en la política exterior ahora mismo, que no trata de concentrarse tanto en las diferencias menores entre civilizaciones, como en lo fundamental. Thomas Friedman acuñó el término "petropolítica". ¿Cree que ésta es una alternativa viable ante lo que usted propone?
No creo que estos paradigmas necesariamente se contrapongan. Obviamente, el petróleo es un recurso crítico, probablemente el más crítico del mundo puesto que es un componente ingente y esencial de la provisión de energía para la mayoría de los países.
En su libro ¿Quiénes somos?, usted sostiene que la verdadera amenaza para la identidad estadounidense no proviene del interior, sino del exterior: es decir, de la inmigración y, especialmente, de la ilegal proveniente de México. Hay, ahora mismo, en Estados Unidos, once millones de inmigrantes ilegales.
Es cierto. La inmigración es, con toda probabilidad, el principal problema doméstico que afronta Estados Unidos hoy día. Es manifestación de hasta qué extremo la inmigración -y nos referimos, por supuesto y ante todo, a la migración de personas de los países pobres hacia los más ricos- es rasgo central de lo que nos gusta llamar globalización. En Europa, la inmigración se está convirtiendo en problema mayor. Los alemanes están tratando de restringir la inmigración procedente de África.
¿Pero no es diferente el caso estadounidense? ¿Después de todo, qué queda de Estados Unidos si deja de ser un país de inmigrantes?
Los estadounidenses típicamente consideran que el suyo es un país de inmigrantes, y esto en un sentido es cierto. Pero nosotros, antes de tener inmigrantes, tuvimos colonos. Los inmigrantes son personas que se trasladan de una sociedad a otra, y la sociedad a la que se dirigen ya tiene que existir. Ahora, ¿quiénes crearon las colonias aquí? Básicamente, fueron colonos protestantes que vinieron de Inglaterra y Escocia. Ellos trajeron consigo sus culturas, valores e ideas sobre política y gobierno que están incorporadas y todavía existen en nuestra Constitución, que es un documento del siglo XVIII y que realmente sólo se ha cambiado en cuestiones menores. La Constitución desarrolló las ideas de los colonizadores sobre gobierno limitado, frenos y contrapesos, así como sobre la protección de los derechos civiles. Ahora, por supuesto, a lo largo de los dos siglos pasados, recibimos a millones de inmigrantes, procedentes inicialmente y sobre todo, de Europa, pero también de Asia, y ahora, de América Latina. En el pasado, estos inmigrantes asimilaron esta cultura y adoptaron los valores, las prácticas y las formas de vida estadounidenses. Ello tomó una o dos generaciones para que ocurriera, pero ocurrió.
¿Los mexicanos, sin embargo, plantean una amenaza diferente?
No utilizo la palabra "amenaza". Prefiero la palabra "reto", porque la inmigración mexicana es diferente. Después de todo, los inmigrantes anteriores surcaban 3 mil millas de océano, desde Europa o Asia. Los mexicanos atraviesan el río a nado o caminan por una línea imaginaria a través del desierto. Y recibir este enorme número de inmigrantes procedentes de un país vecino, con el cuál compartimos una frontera de l.500 millas, es algo absolutamente sin precedentes para nosotros. Aunque ahora esto está cambiando significativamente, al comienzo los mexicanos se concentraron sobre todo en el suroeste: en California meridional, en Arizona, en Nuevo México. Algunas partes de estos estados y ciudades son preponderantemente ciudades de habla española y cultura mexicana. En el pasado, los inmigrantes de Europa y de Asia se establecían en las grandes ciudades de la Costa Oriental, el Medio y el Lejano Oeste, y se congregaban en vecindades étnicas; estas eran relativamente pequeñas, dentro de grandes ciudades. Y las subsiguientes generaciones, que quieren abrirse paso económicamente en este país, abandonan estas vecindades y se van para los suburbios: consiguen negocios y oficios profesionales que los obligan a vivir en otra parte. Todo esto es parte del proceso de asimilación. No sé si un proceso similar se va a dar con los mexicanos. Espero que así sea, pero creo que hay otros factores -número, procedencia de un país vecino, concentración en algún lugar particular de los Estados Unidos- que hacen de este un proceso bastante difícil.
Usted alude frecuentemente al "Occidente" como a una civilización. Cuando uno habla con intelectuales estadounidenses en estos días, el temor que todos comparten es el del antiamericanismo en Europa, porque les parece que se está dando cierta clase de alienación.
¿Porque somos tan religiosos?
El movimiento evangélico ciertamente parece provocar desasosiego.
No creo que haya que exagerar el papel o la influencia del movimiento evangélico. Seguro: este es un movimiento religioso con consecuencias políticas, pero de ningún modo es una fuerza predominante en la sociedad estadounidense. Es, fundamentalmente, un fenómeno regional. Uno no encuentra demasiados evangélicos en Massachussets.
¿Se abre una nueva división entre Europa y Estados Unidos?
Estados Unidos ha sido siempre un país de tendencia religiosa. Europa, me parece, se ha vuelto más y más secular: eso comenzó con la Revolución Francesa. Así, pues, ahora hay esta diferencia, que realmente existe y es significativa. El presidente Bush puede justificar la política exterior de los Estados Unidos en términos religiosos; los dirigentes europeos justifican su política en términos de ideologías seculares. Esto, obviamente, desemboca en diferencias políticas. Pero Europa y Estados Unidos sí comparten, a pesar de todo, tantísimo en común, por su herencia occidental, sus intereses económicos y políticos en el mundo, que no creo que la diferencia entre Estados Unidos religioso y Europa secular sea capaz de separarlos.
El noventa y cinco por ciento de los estadounidenses creen en Dios. Suponiendo que usted sea uno de ellos, ¿se presentó alguna tensión entre su trabajo científico y sus convicciones religiosas?
Pudo haber sido así, pero no. Cuando digo que soy religioso, experimento un compromiso muy generalizado. Fundamentalmente, soy cristiano. Uno de mis padres fue bautista, el otro unitario, y ambos me permitieron experimentar una niñez estrictamente secular. No fui a la escuela dominical; ellos no iban a la iglesia; no recibí ninguna instrucción religiosa. Desarrollé un sentimiento religioso cuando me pareció que hay buenas razones para que, a través de la historia humana, casi todos los pueblos, con contadas excepciones, creyeran en un ser y una fuerza superiores, y adoptaran un conjunto de principios trascendentales; es muy consolador... Lo sublime de los estadounidenses es que, aunque somos racial y étnicamente diferentes, casi todos creemos en Dios y estamos comprometidos con la democracia liberal.
Por Wolfram Eilenberger
Redactor de 'Cicero', revista política alemana.
(Traducción de LUIS E. GUARÍN G.)
Fecha: Sat, 30 Sep 2006 08:27:08 -0300