El investigador desorientado
Carlos A. Gómez Fajardo
El desconocimiento de las grandes declaraciones y compromisos internacionales sobre temas fundamentales en el campo de la bioética es amplio entre los diversos sectores de la sociedad. Esto es obvio entre las capas sociales más extensas, cuya opinión suele repetir simplemente lo que indiquen la farándula del momento y la publicidad light, pero parece existir menos justificación racional para que el fenómeno afecte, de modo serio, a los ámbitos universitarios de los que se esperaría estuvieran en constante contacto con el conocimiento cierto y con los grandes principios que rigen la búsqueda del saber. Existen interesantes artículos sobre una realidad que a la vez habla de los defectos académicos en los procesos de formación de los profesionales, concentrados excesivamente en los aspectos técnicos de sus parcelas de conocimiento relacionadas con la práctica cada vez más restringida y especializada de las profesiones de la salud, como si se hubiesen dejado de lado las inquietudes y los fundamentos racionales y humanísticos que deben subyacer a toda formación médica. Los resultados de un estudio de origen mexicano merecen ser tenidos en consideración, especialmente por los educadores médicos: RevInvestClin 2004; 56(4):522-527 www.imbiomed.com.mx.
Hallazgos de la citada referencia: muchos ignoran en qué consistió el código de Nuremberg sobre la experimentación médica; muchos ignoran los contenidos generales de las declaraciones de Helsinki sobre experimentación biomédica en seres humanos y de Lisboa, sobre los derechos de los pacientes. Esto tiene sabor paradójico: no son infrecuentes los casos de clínicos, quienes además de desconocer durante años lo anterior, apenas vienen a enterarse de la existencia de textos como la ley 23 (en Colombia el código de ética médica) cuando se ven envueltos en procesos ante los diversos tribunales por casos de responsabilidad ética, civil, penal o administrativa. Aún así, de modo lamentable, el interés parece enfocarse a lo que concierne al ámbito económico-jurídico del caso individual, omitiendo aún el alcance bioético racional del tema.
Es un problema global; hay documentados informes que comprueban la pobre base de información de que suelen disponer las personas en diversos niveles educativos. La ignorancia sobre los códigos y declaraciones internacionales afecta a estudiantes en fase de internado (pregrado) como también a investigadores de años de experiencia y gran recorrido académico, incluidos profesores de sus respectivas disciplinas.
Los conocimientos fragmentarios sobre temas de bioética quizás hablen de una alerta para preocupación de la sociedad y de sus universidades sobre el cumplimiento con el papel de formar profesionales al servicio de los conciudadanos. Quizás se corre el peligro de obtener apenas tecnólogos en determinados campos, o empresarios que buscan obtener rápidas y voluminosas ganancias monetarias mediante el ejercicio de sus habilidades y saberes, desconectados del ethos y del sentido de la responsabilidad social propio de los mismos artes, oficios y profesiones.
Como si la vocación se hubiese reducido a un proceso de adiestramiento para cumplir con imperativos como la facturación y el acomodamiento sumiso a un sistema normativo y jurídico obsesivamente enfocado en el mal entendido de la salud como una actividad comercial de prestación y compra-venta de servicios y de tecnología.
Se suscitan preguntas hondas sobre la idoneidad profesional. El acto médico -cada acto clínico individual en realidad comporta una actitud de investigación y de compromiso por la veracidad y la coherencia de los hallazgos- y el acto clínico investigativo, imponen además, el evidente compromiso con el respeto que debería existir en el investigador en ámbitos de estudios que involucran a poblaciones. El conocimiento y el respeto por las declaraciones de alcance universal necesariamente denota una relación de actitud personal entre quienes han adquirido -y continúan incesantemente en el proceso- la “teckne iatrike”, el saber hacer y saber el por qué de ése quehacer. El paciente, el otro ser humano, es aquel el sujeto y objetivo de la medicina, es aquel cuya biografía lo ubica en condición de fragilidad y de máximo requerimiento de respeto a su integridad y su dignidad por parte de quien lo asiste; a él se refieren Nuremberg, Helsinki y Lisboa.
http://www.periodicoelpulso.com/html/0711nov/opinion/opinion.htm