Bioética y Sociedad. Yo
"El hombre cree estar siendo más, porque evita cualquier relación que le suponga dar, y al final lo que encuentra es el vacío de su propia soledad"
Francisco José Ramiro
Las Palmas de Gran Canaria
En una reunión internacional reciente en Asturias, Gilbert Hottois -Catedrático de Filosofía de la Universidad libre de Bruselas- defendía la legalización de la Eutanasia, que ya se ha llevado a cabo en su país. Contra lo que suele ser argumento frecuente, no se fundamentaba en el dolor que pueden experimentar algunos enfermos, sino en la libre decisión de cualquier ser humano sobre su propia vida, lo que se suele definir como su autonomía. En el debate posterior a su intervención, surgió una fuerte controversia a partir de ejemplos concretos, en los que la aplicación de tal planteamiento parecía contraria al sentido común.
Un caso, que él mismo trajo a colación, fue la petición de eutanasia que hizo una anciana belga, razonándola en que vivía con tres perros que habían muerto recientemente y le habían dejado sin ningún sentido de la existencia. La petición fue aceptada para trámite aunque con ciertas reticencias, porque, aun estando clara la decisión libre de esa persona y el sufrimiento psicológico que pudiera experimentar, en realidad parecía que su petición no tenía mucho sentido. El caso se resolvió porque durante el tiempo del proceso la anciana se suicidó.
Uno de los principios más importantes de la Bioética, y de la misma cultura actual, es la afirmación de la autonomía del individuo. Todo hombre, cada hombre, tiene derecho a tomar las decisiones que afectan a su propia existencia. No cabe duda de que se trata de una adquisición importante, consecuencia inmediata de la dignidad que debe reconocerse a todo ser humano.
Sin embargo, la aplicación que se hace de este principio suele incurrir en dos grandes errores: confundir al hombre sobre su propia realidad y convertirlo en una torre amurallada.
Considerar que el hombre es su propio deseo le conduce a una situación muy equívoca respecto a sí mismo. El ser humano se mueve en un horizonte de limitaciones propias y ajenas que debe reconocer y asumir. Limitaciones de muchos tipos, también éticas. No puede hacer todo lo que puede desear, porque en ocasiones puede ser éticamente malo. La unidad de medida ética no es el deseo sino la realidad: es bueno lo que conduce a la plenitud humana, y es malo lo que le degrada.
Además, una comprensión de la autonomía como mera voluntad de querer, hace incomprensible todo lo que contradice esa voluntad: enfermedad, dificultades, carencias, etc. Mientras que el hombre sólo puede entenderse bien cuando es capaz de asimilar como parte de su propia existencia eso que, aparentemente, va contra él.
El segundo error en la comprensión de la autonomía, es considerarla como un movimiento de potenciación del yo desarraigándolo de cualquier dependencia respecto a los demás.
La realidad nos enseña que tan necesario como respirar es el sentirse querido. El hombre es un ser relacional que se construye sobre los lazos del amor. Surge así una situación paradójica: se debe ser uno mismo, pero uno no se desarrolla si no ama, y si ama se entrega a los demás. Esta característica del ser humano: su necesidad de experimentar el amor como receptor y como agente, choca frontalmente con la concepción de la autonomía que encierra al hombre en la exigencia de sus propios derechos, y solo le permite estar atento a sí mismo. El hombre cree estar siendo más, porque evita cualquier relación que le suponga dar, y al final lo que encuentra es el vacío de su propia soledad.
La paradoja se resuelve cuando el ser humano vive su autonomía dándose en el amor.
Si a la anciana belga de la que hablábamos, alguien le hubiese regalado un cachorrillo, y no digamos ya si le hubiese hecho un rato de compañía, el final de la historia habría sido distinto.
http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=56917