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EFECTOS DEL CONTROL DE LA NATALIDAD

miércoles, 15 de julio de 2009

EFECTOS DEL CONTROL DE LA NATALIDAD

En Europa nacen 1,38 hijos por mujer; se necesitan 2,1; Grecia (1,28), España (1,34) e Italia (1,34) son los países europeos con índices de natalidad críticos.
"Civilizaciones que se extinguieron. La extinción ha respetado siempre un esquema: disminución de la natalidad, envejecimiento, declinación y, en fin, decadencia". Son palabras del Francois Dumont, docente en la Sorbona, para referirse al "invierno demográfico" de Europa.
En la Unión Europea de los Veintisiete (UE-27) nacen cada vez menos niños. Según un informe elaborado por la agencia FIDES, en 2005 nacieron 1,38 hijos por mujer, pero el llamado reemplazo generacional exige un mínimo de 2,1 hijos.
El estudio "La crisis de la familia en Europa" analiza diversos factores que inciden en esa crisis de la institución familiar, entre ellos el de la natalidad. Al igual que ocurría con el apartado de las rupturas matrimoniales, los datos que muestra España no son precisamente alentadores.
Tras Grecia, con 1,28 hijos por mujer, que lidera el ranking de baja natalidad, y con la misma tasa que Italia, España tiene un índice de natalidad de 1,34 hijos por mujer, de los definidos como "críticos".
La causa principal de la caída demográfica de estos y otros países europeos "es la profunda transformación que ha sufrido la familia a partir de los años setenta [...] Familias mucho más frágiles e inestables, incapaces de permanecer sin especiales políticas de apoyo", afirma Dumont.
Reproducimos a continuación el texto íntegro que el informe de FIDES dedica a la natalidad.
LA NATALIDAD

En Europa nacen siempre menos niños: en 2006, se han registrado apenas 5,1 millones de nacimientos. La situación es estacionaria desde 1995 hasta el 2006, con un incremento entre el 2005 y el 2006 sólo del 1,1%.
El así llamado nivel de reemplazo generacional, fijado a una porcentaje del 2,1 hijas mujeres, está muy lejano: en 2005 ha sido de 1,38 hijos por mujer en la UE-27. Francia (1,94) e Irlanda (1,88) son dos países con el mayor índice de natalidad. Grecia (con el 1,28); España (1,34), Italia (1,34) son países con índices de natalidad definidos críticos.
Durante la audiencia con los participantes del Congreso promovido por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (Comece) sobre los valores y las perspectivas de Europa, el 24 de marzo de 2007, Benedicto XVI afirmaba: "Desde el punto de vista demográfico, se debe constatar que Europa parece haber emprendido un camino que podría llevarla a despedirse de la historia. Eso, además de poner en peligro el crecimiento económico, también puede causar enormes dificultades a la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo, desatento de las consecuencias para el futuro. Casi se podría pensar que el continente europeo, está perdiendo la confianza en su propio porvenir".
Francois Dumont, docente en La Sorbona, ha hablado de "invierno demográfico" respecto a Europa, refiriéndose a aquella situación que no permite la sustitución de las generaciones.
En los países mayormente en riesgo, Italia y España, 100 mujeres de hoy serán sustituidas mañana sólo por 70 mujeres, con una disminución de la natalidad del 30%.
Disminución demográfica y envejecimiento de la población tienen también consecuencias de carácter económico, porque la riqueza de un país depende de su número de habitantes. Bélgica, por ejemplo, que presenta una fuerte disminución de la población activa, es un país que crea seis veces menos riqueza que Italia, porque tiene seis veces menos población.
A las consecuencias de carácter económico, se agregan aquellas de carácter social, entre los jóvenes y la población de edad superior a los 65 años, que será siempre más numerosa y determinará las políticas sociales.
En Europa se tiende a enfrentar el problema del envejecimiento de la población dejando de lado el factor cultural, que constituye el corazón del problema, que alimenta el miedo de engendrar y el desamor por la familia.
Siempre según Dumont, la causa primaria de la declinación demográfica es la profunda transformación que ha sufrido la familia a partir de los años setenta: "una transformación ---afirma--- que ha tocado la mujer y la duración de la unión, la dimensión y la composición de los núcleos, el rol de los padres y la relación entre las generaciones. La tradicional estructura compuesta por un padre que trabaja y provee a las necesidades económicas, una madre educadora y una prole numerosa, prácticamente ha desaparecido en Europa, para dar lugar a formas llamadas modernas, que surgen en Europa del Norte, basadas sobre el 'respeto' por las elecciones individuales del otro, sobre la igualdad de los roles entre hombre y mujer, sobre el sentimiento como base de la formación de las parejas y de la relación entre padres e hijos; es una transformación apoyada y acompañada por la revolución feminista. El resultado ha sido tener familias quizás más 'vivaces', pero mucho más frágiles e inestables, incapaces de permanecer sin especiales políticas de apoyo; […] cuando este apoyo resulta insuficiente, la natalidad disminuye posteriormente […] Hoy tenemos una situación en la cual los matrimonios disminuyen y al mismo tiempo son más frágiles, las uniones de hecho aumentan, pero son aún menos estables, y la decisión de tener hijos se retrasa hasta los 30 años. Ciertamente, todo esto no favorece los nacimientos!".

Según la opinión del histórico francés, lo que sucede en Europa hoy no es distinto de lo ya acaecido en otras épocas históricas respecto a otras civilizaciones que se extinguieron.
La extinción ha respetado siempre un esquema: disminución de la natalidad, envejecimiento, declinación y, en fin, decadencia. La novedad de lo que sucede es la intensidad y la duración del fenómeno de la caída de la fertilidad, que en un primer momento ha tocado Europa del Norte y sucesivamente se ha extendido hasta el Mediterráneo, cambiando toda la estructura del consumo, teniendo repercusiones sobre el sistema económico, no promoviendo la investigación y las inversiones en nuevos productos.
Por estos motivos, es necesario encontrar un dinamismo demográfico capaz de reducir la edad media de la población. Y en esta perspectiva se necesitan medidas que ayuden a las familias y a los jóvenes.
Muchos países europeos, siempre según el histórico francés, tienden a confundir política social y política familiar. La primera es una política de solidaridad momentánea para ayudar a un sujeto a satisfacer sus necesidades.
La política familiar, en cambio, es una política de solidaridad entre las generaciones, una afirmación de duración en una sociedad dominada por el consumo inmediato.
"Considerar la familia un simple objeto de una política social ---sostiene Dumont--- significa hacer de la familia un objeto de piedad y transmitir una imagen muy triste. La política familiar, en cambio, tiene que permitir a la familia asumir libremente sus propias responsabilidades. Y cada poder político público que influya en la vida de las familias tiene que orientarse en esta dirección, desde la publicidad hasta el mundo del trabajo".

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Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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