Por principio de precaución. No a los transgénicos
COMO plataforma Navarra libre de transgénicos, que engloba a consumidores, agricultores, ecologistas, y como parte de la sociedad de Navarra con derecho a dar opinión, nos gustaría realizar una serie de aclaraciones respecto a este tema de candente actualidad.
En primer lugar habría que empezar por definir que un transgénico u Organismo Modificado Genéticamente (OMG) es un organismo vivo que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes. Se aisla segmentos del ADN (el material genético) de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano) para insertarlos en otros. Por ejemplo, el maíz transgénico que se cultiva en España lleva genes de bacterias para producir una sustancia insecticida. Así se franquean las barreras entre especies para crear seres vivos que no existían en la naturaleza.
Esta técnica controvertida está siendo promovida por las grandes multinacionales de semillas y ha creado un gran debate y división en la Unión Europea hasta tal punto que algunos estados han decidido adoptar el procedimiento de salvaguarda (prohibición nacional previa autorización de Bruselas) para impedir su cultivo en sus territorios.
Es incuestionable que los transgénicos están en entredicho en muchos países, así se da la actitud de precaución en Francia, Austria, Alemania, Hungría, Luxemburgo, Bulgaria, Suiza, Irlanda, Grecia o Italia, que mantienen moratorias y prohibiciones a su cultivo. Por el contrario, en el Estado español se cultiva el 80% de las 94.750 hectáreas de transgénicos que hay ahora en la UE. Son 76.000 hectáreas de maíz modificado genéticamente MON810 las cultivadas en España, de ellas 4.397 hectáreas en Navarra.
Uno de los países que ha decidido actuar con cautela es Francia, basándose en estudios como los presentados recientemente por las universidades de Caen y Rouan, donde han revisado los datos de los ensayos realizados con ratas de laboratorio por Monsanto (principal productora de OGM) y presentados por esta multinacional para solicitar su autorización en Europa. Los datos se mantenían como confidenciales y los investigadores han tenido que obtenerlos en algunos casos por vía judicial. Una vez revisados, han advertido que son apreciables cambios significativos en los valores sanguíneos del hígado y los riñones de los cobayas, precisamente los órganos por donde se eliminan las sustancias tóxicas. Además, el Estado francés, como la Autoridad Europea de Seguridad de los Alimentos (EFSA) no aportaba datos experimentales, consultó al Haut Conseil des Biotechnologies (HCB) que ha dado un diagnóstico claro sobre el controvertido maíz MON 810: "El riesgo de no detectar un efecto biológicamente significativo verdaderamente no ha sido evaluado".
Es sabido que en estos momentos la EFSA, organismo consultivo de la Comisión Europea en autorizaciones, está en entredicho en varios países. De hecho en un reciente consejo de ministros europeos de Medio Ambiente solicitaban a la Comisión Europea que se mejorase el funcionamiento mediante informes de expertos que ahora se confían a la citada EFSA. También solicitaban una mejora en la evaluación a medio y largo plazo del impacto de los transgénicos, sobre todo aquéllos que producen pesticidas o son resistentes a los herbicidas.
Pero, ¿qué ocurre en el Estado español para cultivarse el 80% de la Unión Europea? Lo que ocurre sencillamente es que el lobby de transgénicos se ha instalado más cómodamente en los centros de decisión, una estrategia que comenzó en el anterior gobierno del PP y continúa ahora. Semanas atrás se hablaba en los medios de comunicación de los movimientos especulativos en el mercado global para que se produjeran decisiones económicas en determinada dirección, no es desproporcionado alertar también de una ofensiva de los lobbys transgénicos en el mercado agroalimentario mundial.
¿Beneficios para los agricultores? Los mayores rendimientos que publicitan no son tan evidentes y se están cuestionado. Lo que se descubre con el paso del tiempo es que conducen a crear una peligrosa dependencia en el tema de las semillas e insumos, que quedarían en manos de unas pocas multinacionales. En Estados Unidos, principal productor mundial, en los 25 años desde 1975 hasta 2000, los precios de semillas transgénicas de soja aumentaron un modesto 63%. Desde el año 2000, como la soja transgénica llegó a dominar el mercado, el precio aumentó en un 230%.
Paradójicamente, una de las razones dadas por las empresas promotoras de las variedades transgénicas es que ayudan al medio ambiente al reducir los productos químicos utilizados. Los datos que demuestran lo contrario se acumulan, el más reciente es el recogido por el departamento de Agricultura de los EEUU, que confirma que se emplea un 26% más de producto químico por hectárea en los cultivos transgénicos que en los cultivos convencionales.
Lo cierto es que los transgénicos no avanzan en el mundo como quisieran las empresas de semillas. Una lectura atenta del último informe de la propia empresa de consulting de las multinacionales de la ingeniería genética agraria recoge que la superficie cultivada con transgénicos ha disminuido un 12% en la Unión Europea entre 2008 y 2009, y según Greenpeace, en el caso de España se ha producido una disminución del 9%. Las grandes empresas de semillas no pueden con el manifiesto rechazo y dudas de la población ante los transgénicos. Una encuesta de la Comisión Europea demuestra que el 94,6% de la ciudadanía quiere tener el derecho a elegir, y nos preguntamos en nombre de qué se puede negar este derecho.
La tecnología agrícola de los transgénicos no tiene futuro, y no va a ser la solución al problema alimentario mundial, que es un problema de reparto no de producción. El cambio climático y la disminución de los recursos como el petróleo y los fosfatos, están influyendo negativamente en la agricultura, y esta tecnología es muy dependiente de estos recursos. Necesitamos cambios de gran alcance en nuestros sistemas agrícolas en lugar de tecnología de modificación genética, y la apuesta está en la agricultura ecológica y el desarrollo de la producción local por la contribución a frenar el cambio climático, entre otras cosas por su bajo consumo de petróleo y de insumos químicos.
Pero sobre todo, ante las dudas por el sistema de evaluación del riesgo que pueden tener estos cultivos a medio y largo plazo, las organizaciones -que cada vez son más numerosas, con iniciativas legislativas populares como la de Catalunya por ejemplo-, solicitan una agricultura y alimentación libres de transgénicos y exigen un cambio de política del Estado español en el que el principio de precaución sea fundamental.