Bailando con el Sr. D: en cinco años, la eutanasia es un horror burocrático
Un doctor "eutanasiador" cuenta en un libro sus espantosas anécdotas. "Me está poniendo de los nervios. ¿Quiere morir o no?"
El 14 de marzo Inmaculada Echevarría fallecía en un hospital de Granada. Fue desconectada de la unidad de ventilación mecánica para provocarle la muerte. Días después, el profesor de ética (sic) y diputado de Los Verdes en el Grupo Socialista del Congreso, Francisco Garrido, proponía despenalizar la eutanasia. Promulgada la legislación del gaymonio, el repudio, la clonación y experimentación con embriones humanos, el cambio de sexo por declaración, la paridad de género y la manipulación escolar, la de la eutanasia es la última ley-muerte que le falta a Zapatero.
El nihilismo de Zapatero parece seguir al holandés, que despenalizó la eutanasia en 1984 y la legalizó en abril de 2002. Desde entonces, muchos ancianos holandeses prefieren acabar sus días en asilos alemanes porque temen ser asesinados por sus médicos y familiares. En agosto de 2004 la justicia holandesa autorizó también el asesinato de niños menores de 12 años. A pesar de que oficialmente la eutanasia se aplica a unos 2.000 holandeses al año, se calcula que la cifra real puede ascender a 20.000. En realidad, la cultura de la muerte está ya muy extendida en Holanda. Más del 80% de los médicos de cabecera han practicado la eutanasia, y es común negar operaciones cardiacas a niños con síndrome de Down, o implantaciones de marcapasos a personas mayores de 75 años.
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La vida consigue más éxitos en EEUU. En 1994, Oregón permitió que los médicos recetaran tratamientos letales a ciertos enfermos, pero la legislación pro-muerte fue rechazada en Michigan (1998), Maine (2000), California (2006) y otros estados de la Unión, gracias a la acción concertada de las asociaciones de defensa de los minusválidos, organizaciones médicas profesionales, abogados de los pobres y el movimiento pro-vida.
El pasado Lunes Santo, Wesley J. Smith publicó una reflexión sobre la eutanasia holandesa en la bitácora de la revista estadounidense First Things. Smith ilustra cómo la cultura de la muerte es producto de la muerte del amor, a la que sucumben incluso algunos clérigos (recordemos en España al jesuítico Instituto Borja de Bioética, que en 2005 pidió con entusiasmo la legalización de la eutanasia). A continuación reproducimos el artículo de Smith.
“En su libro Seducido por la muerte, Herbert Hendin informa de que una razón por la que los holandeses no se han vuelto contra su ley de eutanasia es que los médicos y los medios de comunicación en Holanda no informan abiertamente de los muchos abusos y violaciones de la ley que se producen con respecto a la política de eutanasia en su país.
Un reciente noticiario en Radio Países Bajos para conmemorar el quinto aniversario de la legalización formal es un buen ejemplo. No debatió en absoluto sobre los aproximadamente 1.000 pacientes que, a pesar de no solicitar la eutanasia, son asesinados por los médicos holandeses. No debatió en absoluto sobre el hecho de que el Tribunal Supremo holandés permita a los deprimidos ser asistidos en el suicidio. No mostró en absoluto ninguna discrepancia sustantiva.
Sin embargo, sí mencionó citas del doctor Bert Keizer, autor del libro Bailando con el Sr. D, en el que describe su trabajo de eutanasia como el de un médico de asilo. Dijo, por ejemplo, que “la gente que pide la eutanasia no es sometida a presiones, está sometida al peso del sufrimiento”.
Hendin y otros han demostrado lo contrario. Y hay todo tipo de maneras de presionar a los pacientes para que se maten, algunas de las cuales el propio Keizer recoge en su libro. Por ejemplo, está Van de Berg, un paciente de Parkinson que solicita la eutanasia. Pero antes de que Keizer pueda asesinarlo, Van de Berg recibe una carta de su religioso hermano, diciéndole que sería un pecado suicidarse, y que violaría el modo en que fueron educados de niños por sus padres.
El hombre duda. A Keizer no le divierte. De la página 94:
“Y ahora esta carta, que para mi sorpresa se toma en serio. No sé que hacer con un deseo de morir tan vacilante. Me está poniendo de los nervios. ¿Quiere morir o no? Espero no tener que volver a empezar de nuevo (...) De pronto, tengo una idea: «¿Sabes lo que haremos? Le preguntaremos a Hendrik Terborgh, nuestro párroco. ¿Estarías de acuerdo?». Llora y escribe: «Sí» (...)
Al día siguiente Hendrik me dice que está arreglado. Me cuenta su reunión con Van de Berg. «Bueno, sabe lo que se debe hacer. Ahora sabe lo que quiere» (...) Va bien. Tiene buenas venas.”
Keizer no nos dice lo que el párroco le dijo a Van de Berg, pero apuesto a que no entró en prevenciones de suicidio y que no validó las preocupaciones religiosas del hermano. Además, Keizer está más preocupado por los asuntos burocráticos que por el bienestar de su propio paciente. Uno puede imaginar qué deprimente debe ser tener un médico así, qué solo y abandonado debe uno sentirse.
Aquí tenemos otra forma de presión: no decirle a un paciente nada de la capacidad de controlar el dolor, o incluso no esperar a un diagnóstico final antes de acordar el asesinato de un paciente.
Le piden a Keizer que mate a Teus, un hombre que a Keizer le parece –pero no lo sabe- que tiene cáncer de pulmón. Discute el caso con su colega en la página 37, y éste le pregunta si el paciente de veras sufre mucho. «¿Nos corresponde a nosotros responder a esa pregunta? Todo lo que sé es que quiere morir más o menos erguido, y que no quiere arrastrarse hasta su tumba como un perro se arrastra aullando al arcén después de ser arrollado por un coche».
Los pacientes con cáncer no tienen por qué morir de este modo. Un cuidado médico adecuado lo impediría. Pero esto nunca se le menciona al paciente. Y tampoco, por lo que leemos, sabe Keizer de los poderes de la morfina para controlar los dolores del cáncer. Ni siquiera discute la residencia de enfermos con Teus o su familia, lo cual es una negligencia escandalosa.
En lugar de eso, como describe en la página 39, cuando Keizer está preparado para eutanasiar a Teus, no tolera dudas: «Le digo a Jaarsma y a De Goover [los colegas de Keizer] que Teus va a morir esa tarde. Jaarsma parece dolorido pero no plantea objeciones. De Goover me mira agudamente, intentando adivinar si estoy asustado. Si alguien se atreve a susurrar ‘cortisona’ o ‘diagnóstico incierto’, le pego».
El pasaje más revelador del libro tal vez llegue cuando un colega le pregunta a Keizer si no debería amar a sus pacientes. «’¿Qué me dices del amor?’ pregunta Herman. ‘¿No deberías amar a tus pacientes, aunque fuera un poco?’. De entrada no sé qué contestar. Creo que es bueno para la profesión si ahora suspiro y me muestro de acuerdo. Y hay situaciones que te disgustan. Pero ¿amor? Lo dudo».
Debemos deshumanizar primero a quienes vamos a asesinar, o al menos debemos divorciarnos de su humanidad. Esta ética del abandono está repetidamente ilustrada en el libro del Dr. Keizer. Quien quiera leer de primera mano acerca de los valores fríos, estériles e inhumanos intrínsecos al movimiento pro-eutanasia debe leer Bailando con el Sr. D”.
Publicado originalmente con el título "La eutanasia holandesa, vista desde EEUU" en www.a-r.es
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