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No ocultar lo lógico

jueves, 30 de julio de 2009

No ocultar lo lógico
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

En varios capítulos de la medicina contemporánea se pone en triste evidencia el problema del desplazamiento del norte antropológico que ocurre debido a la progresiva influencia de una fe irracional en la tecnología, en los logros de lo que se “puede” hacer desde el punto de vista técnico-instrumental, dejando en el olvido el sentido humano del quehacer médico: eutanasia, distribución injusta de los recursos, encarnizamiento terapéutico, investigación médica en países subdesarrollados, confianza indebida en cuidados intensivos usados de modo desproporcionado, son algunos de aquellos temas.
Otro de los críticos capítulos es el de la reducción de la persona a la condición de objeto de supermercado; es lo que ocurre de modo necesario con la aplicación de las tecnologías de reproducción asistida en seres humanos. Aquellos avances, desde el histórico nacimiento de Louise Brown, la primera “bebé probeta” en 1978, continúan siendo objeto de titulares de prensa, los cuales frecuentemente presentan ante el público de modo positivo y encomiable lo que en realidad oculta grandes interrogantes: cuando se presentan “logros” como el nacimiento de niños “libres” de hemofilia o de fibrosis quística cuidadosamente se esquiva mencionar las palabras eugenesia y aborto. Pero eso es lo que ha sucedido en la realidad: la eugenesia y el aborto. Para que ocurran los nacimientos de unos niños, presentados por los medios como sonrientes retoños para la felicidad de sus padres (usuarios-clientes de los laboratorios en que se engendraron) necesariamente ha ocurrido la selección y eliminación deliberada de un alto porcentaje de embriones fruto de los mismos procesos. Un porcentaje tan alto como el 90% han muerto. Por cada centenar de niños obtenidos en condiciones de fertilización in vitro y transferencia embrionaria han muerto miles en condiciones de laboratorio. Y ello por causas no naturales: han sido seleccionados, manipulados, crio-preservados o simplemente descartados. La propia Sociedad Americana de Medicina Reproductiva reconoce el hecho. Las tendencias actuales tratan de imponer técnicas en las cuales se intenta reducir el número de pérdidas embrionarias. A todo aquel proceso de muerte selectiva de seres humanos se le aplican normas de calidad y de certificación ISO 9000. Se habla con frialdad en el medio de relaciones cliente-proveedor, se busca uniformizar procesos, satisfacer la necesidad del cliente, y en consecuencia, de la garantías de calidad del producto último… Se han ideado “índices de calidad embrionaria” que dependen de aspectos descriptivos como el número de blastómeros (primeras células de la división embrionaria), las características de su segmentación, el tamaño de los mismos, todo ello para determinar cuáles son los mejores y los más aptos para sobrevivir según los criterios de quienes los manipulan. No se le hace énfasis al público en un hecho cierto: las proporciones de recién nacidos vivos son inferiores al 12%. Se suele ocultar o tergiversar un hecho inobjetable: se trata de embriones humanos, seres pertenecientes a la especie, engendrados como producto de la unión de gametos (óvulo y espermatozoide) de la especie humana. No son embriones de bovinos ni de vegetales. Ninguno de los “científicos” dedicados a esta industria lucrativa y poderosísima en tecnologías e influencias, ha llegado a demostrar que no se trata de miembros de nuestra especie. Si existe un consenso en la descalificación moral sobre la aterradora realidad del secuestro y del homicidio, ¿cómo se explica que la sociedad quiera permanecer indiferente ante el hecho cierto de la muerte de aquellos otros miembros de la especie humana, que tienen el infortunio de pasar por las máximas condiciones de fragilidad e indefensión bajo el escrutinio de quienes se creen poseedores del derecho de decisión sobre sus vidas? Este fenómeno de insolidaridad y de encallecimiento de la conciencia en materia grave invita a que alguien se pregunte por el sentido último de las aplicaciones que la tecnociencia del siglo XX ha puesto en manos de la medicina del siglo XXI. No se trata de cuestiones “neutrales” sobre las cuales se deban hacer interminables debates. Se trata de verdades contundentes y poderosas: un ser humano es siempre, un ser humano, desde su inicio hasta su final; ello no depende de su edad, de su raza, de sus condiciones de salud, de su nacionalidad o de sus ideas políticas. No puede depender tampoco de las opiniones de quienes tienen intereses particulares en pretender esquivar los datos proporcionados por la realidad y por la razón natural.


http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=60222&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=699

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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