Las otras fármaco-dependencias
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
El caso sociológico del sildenafil (viagra) puede merecer algunas reflexiones: hay que tener presente el fenómeno real de la medicalización de una sociedad que cede ante las presiones propagandísticas orientadas a imponer un consumismo de objetos y de medicamentos para influir en las más variadas esferas de la vida de la gente.
Existen fármacos que hoy son presentados como panaceas o equivalentes contemporáneos a la utopía alquimista medieval. Continúa la humanidad, como ayer, en busca de piedras filosofales, de eternas juventudes, de promesas de idílicas estancias que radican en la confianza irracional en unas moléculas que ahora se hallan disponibles en los supermercados, para cualquiera, a cambio de un puñado de billetes. Hay varias caras de este cubo: las ventas del viagra (Pfizer) para el 2001 alcanzan los 1.500 millones de dólares. En el mercado colombiano hay 42 opciones diferentes del producto sildenafil, dato que expresa la violenta puja comercial involucrada en este proceso de ventas masivas, de publicidad y de mercadeo. La agresividad de este capítulo se vive comúnmente con el correo “basura” en la internet. Por todas partes se habla de “disfunción eréctil”. De modo menos repetido, por supuesto es algo de menor interés para la muchedumbre desorientada, se habla de la ley de Hatch–Waxman, ley de extensión de patentes (OMC 1994) para que la globalización no atente contra los intereses del capital. Con razón Marcia Angell afirma que una industria de tal volumen de ganancias (la farmacéutica) se comporta como un gorila de 500 kilos: hace lo que quiere. Para sus estrategias, aquella industria acude al estímulo de la comercialización de sus productos mediante la presión propagandística. Los gastos fuertes son en temas como el mercadeo y el monopolio de medicamentos, incluidos los esenciales. Hay poca investigación sobre enfermedades que afecten a los pobres y se logra, mediante el cabildeo político en el más alto nivel, que las legislaciones resguarden sus intereses. Son notorios los casos de los medicamentos “yo también” (“mee too drugs”, casos de la cerivastatina y el vioxx); hay documentadas críticas a la independencia de la FDA, el organismo estatal regulador de medicamentos para los Estados Unidos. Se crea hábilmente la necesidad de una droga; luego ésa necesidad se convierte en “derecho”; al cabo de poco tiempo, millones de dóciles consumidores pagarán gustosos por aquel producto que consideran su panacea y a la vez, su “derecho”, reafirmando, eso sí, que actúan porque son libres y porque tienen capacidad de compra. Vale la pena mencionar que en el campo de la anticoncepción hormonal -el negocio del sildenafil es diminuto en comparación a aquél- millones de personas sanas han sido llevadas a la necesidad de usar medicamentos potentes. El tema se continúa, tal es la lógica de un mercado implacable, con el de la menopausia. Las encuestas se refieren a estudios y descripciones de los hábitos de los consumidores; no son pautas éticas, son apenas descripciones de hechos sociológicos que en ocasiones son expresiones de consumismo masivo e irracional. La gente corre hacia el mercado que se encuentra en promoción, aunque la necesidad de ello pudiera ser puesta en cuestionamiento. A fin de cuentas, hasta hace pocas décadas la humanidad ha logrado pasársela sin el sildenafil, así como también lo ha logrado sin medicamentos para millones mujeres sanas, sin anticonceptivos orales y estrógenos. Ahora están en proceso la invención de la “disfunción sexual femenina”. En 1999 la revista Jama afirma que el 43 % de las mujeres padecen ésa condición. Un buen nicho de mercado, muy de acuerdo con el contenido ideológico de los “derechos sexuales y reproductivos”, ahora que se viven épocas de activismos políticos “de género”. Se da una mezcla de pseudo-academia y de habilísimas estrategias comerciales concertadas por la industria farmacéutica: opera en medio de la docilidad de los consumidores y de la generosa disponibilidad de las “autoridades académicas” que asumen gustosas el papel de divulgadores y vendedores. Que existan millones y millones de usuarios de algo no proporciona validez ética a ése mismo patrón de comportamiento, es un dato estadístico; lo frecuente no es lo bueno; lo bueno hace mención a una categoría de valor relacionada con el uso de la inteligencia y de la voluntad del ser humano, ser capaz siempre de algo mejor o peor, ni ángel ni bestia, pero siempre capaz de hacer uso de su libertad, independientemente de lo que le dicten los comerciantes.
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=65921&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=765