Ama de casa
Autor: Pedro Juan González Carvajal
Cuentan las crónicas Platónicas que en la antigua Atenas los oficios de maestros y servidores públicos, no eran remunerados, pues era tal su importancia para la sociedad, que cualquier pago resultaría inadecuado para tratar de compensar lo invaluable de su labor.
Quiero hoy rendir un homenaje público a aquellas mujeres que desempeñan el papel más importante de la estructura social actual, si tenemos presente a la familia como su núcleo vital: el ama de casa, advirtiendo que la siguiente no es una apología al machismo, ni una subvaloración de los otros oficios que realizan hoy, con plena solvencia, las representantes del sexo femenino. No existe una profesión más demandante ni de mayor responsabilidad que el de viabilizar y desarrollar el componente fundamental de toda sociedad moderna: la familia. Son 24 horas al día al servicio exclusivo del buen funcionamiento de todas y cada una de las actividades que son necesarias para que este proceso tan dispendioso, desapercibido y a veces ingrato, funcione, no solo en su conjunto, si no en la potencialización del proyecto individual de cada uno de sus miembros. El ama de casa es ecónoma, experta en primeros auxilios, impulsora del desenvolvimiento infantil, solvente en relaciones humanas, multifacética en sus roles como esposa, amante, madre, amiga, compañera, instructora, supervisora, terapeuta, especialista en oficios varios, creadora de posibilidades en múltiples campos en medio de la escasez, profesora, recreacionista, secretaria, sicóloga, y profesional empírica en múltiples áreas del conocimiento y las ciencias humanas, que ningún posgrado de ninguna universidad sería capaz siquiera de intentar ofrecer, por lo complejo y lo variado del asunto, y por que su aplicación se realiza en vivo y en directo, en medio de las realidades complejas que vivencia cualquier grupo familiar. El ama de casa es paciente, posee un espíritu de gratuidad que ninguna otra profesión ofrece, es la primera que se levanta y la última que se acuesta, en medio de una jornada donde las actividades matutinas empatan con las vespertinas, las de la tarde y las de la noche, donde como los buenos centinelas, duerme con un ojo abierto y otro cerrado. Si hay hijos, parte de sus quehaceres tienen que ver con el seguimiento a sus labores escolares, el inculcar formas de comportamiento que considera adecuadas, el saber quienes son los amiguitos, el descubrir los deseos y las preocupaciones difíciles de expresar, el tener que empujar a veces y frenar en otras, el saber administrar la época prejuvenil cuando las hormonas se alborotan, y donde muchas veces coincide este período con aquellos ciclos biológicos femeninos naturales en que el funcionamiento de su cuerpo sufre cambios estructurales, que pese a ello, no le permiten ninguna pausa en su accionar. Pero sobretodo, lo más valioso, lo invaluable, lo irrecompensable, es el estar ahí, en el hogar, donde se le requiere, donde el esposo y los hijos encuentran a la dueña del hogar, como un ciprés enhiesto, siempre presente, siempre firme, prodigando su protección, su sombra, su fortaleza, sin delegar lo indelegable, sin permitir que sus obligaciones como madre sean reemplazadas por las empleadas del servicio doméstico, o por las guarderías que hoy por hoy, casi reciben a los niños, apenas salen del vientre materno. Uno no puede servir a dos señores: o se es ama de casa o no se es. Eso de argumentar que lo importante no es el tiempo dedicado a un asunto sino la calidad del poco tiempo que se dedica a este, no pasa de ser un eufemismo, un argumento simplón que sirve de autojustificación y consuelo a aquellos que por diversos motivos, todos ellos respetables, tienen que escoger entre dedicarse a su familia o salir a compartir la obligación económica y social del mantenimiento del hogar, presionado por una sociedad de consumo, que está aniquilando la base de las sociedades en el planeta. Formar una familia y tomar la decisión de procrear, son decisiones que cualquier ser humano puede tomar, pero que muy pocos saben llevar a feliz término, si nos atenemos al descuadernamiento social que se evidencia a lo largo y ancho del planeta, con las honrosas excepciones que son propias a cualquier actividad humana. La valoración de esta actividad, como la de muchas otras, se hace ya cuando la vida decae. Recordemos a Stefan Zweig, cuando advierte: “Una de las misteriosas leyes de la vida es que descubrimos siempre tarde sus auténticos y más esenciales valores: la juventud, cuando desaparece; la salud tan pronto como nos abandona, y la libertad, esa esencia preciosísima de nuestra alma, sólo cuando está a punto de sernos arrebatada o ya nos ha sido arrebatada”.
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