La Discriminación Prenatal y el “Costo–Eficiencia”
Carlos Gómez Fajardo
Abundan los ejemplos de la pérdida del sentido terapéutico en la cual, casi insensiblemente, puede sumirse una medicina desprovista de fundamentación antropológica y sometida a un “ensimismamiento”, a una concéntrica “pasión por el objeto”, limitándose en su actuar a la aplicación de adelantos tecnológicos, sin preguntarse el “por qué” de estas aplicaciones.
Sucede una nueva realidad, aunque también antigua, pues quienes miran con respeto y con conocimiento la historia bien la conocen: la profesión médica puede efectivamente convertirse en instrumento selectivo de muerte de los débiles cuando se sustituye el ideal hipocrático, el compromiso del médico por el bien auténtico de su paciente, por diversos y “actualizados” ideales. Uno de estos espurios, aunque no nuevos, “ideal” frecuentemente propuesto, es el del “bien común”, entendido desde el prisma del pragmatismo utilitarista, el “análisis costo-eficiencia”.
De una comprensión materialista del hombre se deriva la muy discutible concepción ideológica de la política y del poder, defendida por muchos demagogos, de que la vida humana tiene precio. Esta realidad pragmática y totalitaria inspira el uso de avances de la tecno-ciencia hacia la detección precoz de determinadas condiciones, para la aniquilación de estos enfermos, no para su curación. Tal es el patético ejemplo presentado por investigadores de California, en un estudio basado en análisis costo eficiencia y en criterios numéricos de “calidad de vida” en relación a la detección prenatal, mediante el uso de marcadores bioquímicos y de ultrasonido, del síndrome de Down, conocido como mongolismo o trisomía del cromosoma 21. Este estudio pone en evidencia como el hombre, el ser humano enfermo y débil, se convierte en medio para la justificación de los fines que se convengan según los interese reinantes: es un ejemplo de la mentalidad eugenésica propia del pragmatismo materialista, o bien, un rasgo trágico de la deshumanización a que se precipita la civilización “light” de occidente.
Según estas autoridades académicas, con costos en dólares americanos del 2002, se dan estos hechos y “valores”: estudio ecográfico de translucencia nucal: 156; marcadores bioquímicos para el diagnóstico del síndrome de Down: entre 105 y 126; consulta y consejería genética: 90; “terminación” en el primer trimestre del embarazo: 576; “terminación” en el segundo trimestre: 1018 . Es real el sabor ideológico contenido en el eufemismo “terminación”, en el artículo citado se omiten las palabras “aborto” y “eugenesia”. Y quizás, el dato “nuclear” de este artículo científico, la expresión logística-matemática de la reducción del enfermo a la condición de un mero objeto avaluado por los financistas-epidemiólogos- estrategas de la salud: un caso de síndrome de Down costaría us $ 577.248. Para el lector que quiera indagar un poco más a fondo, va la referencia completa: AmJObstetGynecol 2002;187:1239-45. Merece la pena aclarar que no es sino un ejemplo más en medio de múltiples artículos “científicos” concebidos en igualmente patética visión de la medicina. Son los mismos que se fotocopian para la formación intelectual de las nuevas generaciones de médicos.
La iniquidad de estos autores no tiene una mera intención local: proponen el uso de estas metodologías como políticas sanitarias globales para la toma de “decisiones razonadas”. Los autores validan sus métodos, acudiendo a mecanismos de medición “objetiva” de la “calidad de vida” que denominan “modelos analíticos de decisión”. Se trata de una conducta homicida, con validez científica, que tiene una intención globalizadora, pues lo que proponen es la adopción de esta política de tamizaje para la detección de anormalidades prenatales en ámbitos poblacionales más amplios, considerando que en los Estados Unidos ocurren aproximadamente 4 millones de partos cada año.
La profesión médica requiere de tenaz tarea de reflexión, volver sobre sí misma, sobre su fundamento y razón de ser: el servicio hacia el bien integral del hombre. Hay que interrogarse sobre el sentido en el cual se orienta la aplicación de la técnica. Sabemos que la ciencia sin conciencia es sólo retorno a la barbarie, y ésta es la institucionalización del homicidio, especialmente, de los enfermos y de los más débiles.
Tiene razón Karl Jaspers al pensar: “...cuanto mayor el conocimiento y la pericia científicos, cuanto más eficiente la aparatología para el diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encontrar un buen médico, tan sólo un médico”.
(vestigium 01 04 2003 EL MUNDO)
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sábado, 18 de julio de 2009
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NASCITURUS
Publicado por
Beatriz Campillo
en
23:11