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ALGUNAS DELIBERACIONES EN TORNO AL DEBATE SOBRE LA EUTANASIA Y EL SUICIDIO ASISTIDO

domingo, 16 de agosto de 2009

ALGUNAS DELIBERACIONES EN TORNO AL DEBATE SOBRE LA EUTANASIA Y EL SUICIDIO ASISTIDO

Por: Gloria Patricia Naranjo Ramírez

              "Una sociedad que legitima la eutanasia suicida, es una sociedad que está proclamando su ineptitud para ofrecer una auténtica solidaridad, afecto y cariño a sus enfermos terminales“.

Antonio Orozco

En el artículo “Qué dice la gente que está próxima a morir sobre la eutanasia y el suicidio asistido: un estudio cualitativo”1, se describe brevemente la situación jurídica de ambos procedimientos, tanto en el Derecho Comparado como en la legislación del Reino Unido para, posteriormente, adentrarse en la descripción, objetivo, método, resultado y conclusiones de tal estudio que fue realizado en éste país.

Es de anotar que Holanda y Bélgica permiten la eutanasia ejecutada por un médico, y la definen como el acto realizado por una tercera parte, la cual intencionalmente termina con la vida de una persona a su solicitud. El suicidio asistido por médico es legal en Holanda, Bélgica y Oregón. El suicidio asistido, con o sin el compromiso de un médico, es legal en Suiza. En Australia, el Territorio del Norte aprobó la eutanasia en 1995, pero en 1997 este proyecto de ley fue revocado por el parlamento.

En el Reino Unido el tema de la eutanasia ha sido ampliamente debatido desde 1870, y muchos arguyen que la cuestión sobre el derecho a morir ha sido una de las más importantes en la ética contemporánea. Asimismo, la Cámara de los Lores seleccionó un comité que produjo un informe sobre un proyecto de ley referente a la muerte asistida para los enfermos terminales y recomendó que, en el futuro, el suicidio asistido y la eutanasia voluntaria fueran debatidos separadamente, permitiendo la posibilidad de un cambio en la ley para uno pero no para el otro.

La eutanasia en el Reino Unido es ilegal, pero la aplicación de la ley no siempre es clara. Por ejemplo, a los médicos no se les permite dar tratamiento que cause la muerte, pero el médico puede dejar de sostener la nutrición artificial y la hidratación (definida por la Asociación Médica Británica como “tratamientos de prolongación de la vida”) si considera que esto sería en el “mejor interés” del paciente. En ausencia de consenso, cualquier decisión debe ser autorizada por una Corte, pero el significado de “mejor interés” puede ser controversial. Dar comida y bebida al enfermo ha sido tenido como símbolo de “cuidado compasivo”. Entonces, la ley parece ser inconsistente. Se prohíbe al médico darle al paciente una inyección letal que ha pedido, pero permite a una Corte que autorice su muerte por inanición sin tal requerimiento o solicitud.

La ley británica sobre suicidio asistido también ha sido descrita como “contradictoria, confusa y opaca”, pues lo que cuenta como asistencia en suicidio en “casos de muerte misericordiosa” parece ser bastante arbitrario debido a que, a quien ayuda a otro a suicidarse, en unos casos se sanciona y en otros no.

Estudios previos examinaron las actitudes frente a la eutanasia y el suicidio asistido desde las perspectivas de políticos, eticistas, profesionales de la salud y el público en general. Unos pocos estudios trataron de capturar la perspectiva indirectamente, pues no entrevistaron a la gente que estaba muriendo. Poco es el conocimiento acerca de la eutanasia o el suicidio asistido desde el punto de vista del paciente. Sin embargo, este estudio cualitativo explora esos problemas desde la perspectiva de la gente que conoció la situación de otros enfermos terminales.

El estudio pretendía indagar las experiencias de personas con una “enfermedad terminal”, enfocándose en las perspectivas de los pacientes sobre la eutanasia y el suicidio asistido, y no en el número de personas que estaban a favor o en contra de la eutanasia.

Para dicho estudio se valieron del método cualitativo, realizando entrevistas a personas que vivían en el Reino Unido y que dijeron tener una enfermedad terminal. La muestra incluyó a personas jóvenes y viejas de varios estratos sociales con enfermedades “terminales” malignas y no malignas.

La mayoría fue entrevistada en sus casas durante 2003 y 2004, y fueron indagados para que hablaran acerca de sus experiencias recientes de enfermedad. Algunos fueron entrevistados dos veces, usualmente porque estaban fatigados. Todas las entrevistas fueron grabadas y duraron de 1 a 2 horas.

El estudio reconoce que el método fue apropiado pero tuvo algunas limitaciones. La entrevistadora no definió exactamente qué significa eutanasia, lo cual dejó confusión en algunos casos. Una persona, por ejemplo, mencionó a Harold Shipman, y evidentemente pensó que la entrevistadora hablaba de eutanasia involuntaria o asesinato.

El número de personas entrevistadas en estudios cualitativos es necesariamente pequeño; así que, en el artículo en mención, se plantea que puede ser necesario explorar el tema de eutanasia y suicidio asistido desde la perspectiva de varios grupos étnicos minoritarios en el Reino Unido.

Algunas de las personas entrevistadas expresaron fuertes puntos de vista, a favor o en contra de la opción de eutanasia o muerte asistida, lo que puede haber sido influenciado por una necesidad de proyectar un estado moral particular, por los debates comunes o por el argumento del cuidado paliativo que reduciría la necesidad de la eutanasia.

Este estudio encontró que, para la mayoría de entrevistados, la ley en el Reino Unido debería ser cambiada para permitir el suicidio asistido o la eutanasia voluntaria. Quienes habían visto a otros morir estaban convencidos particularmente que esto debería ser un derecho. Algunos tenían múltiples razones para defenderlo, incluyendo el terminar con un dolor y la anticipación al mismo, el miedo a la indignidad, el temor a la pérdida de control y al deterioro cognitivo, la pérdida de independencia física, el rechazo a ser una carga física o financiera para otros. El suicidio fue contemplado por unos pocos, quienes habrían preferido un cambio en la ley que les permitiera terminar sus vidas con ayuda médica y en la compañía de familiares o amigos. Los pocos que se opusieron al cambio en la ley, o quienes sintieron ambivalencia, se enfocaron en la eutanasia involuntaria, citaron razones religiosas o manifestaron temor de cualquier nueva legislación que pueda ser mal usada, llegando a su abuso. Otro argumento en contra de la eutanasia ha sido que un buen cuidado paliativo debería controlar los síntomas de la enfermedad, incluyendo el dolor y la depresión y, por tanto, las personas quienes consideran el final de sus vidas pueden cambiar su modo de pensar cuando los síntomas son controlados adecuadamente. Es importante tener en cuenta que esta no fue una muestra numéricamente representativa, y que las entrevistas fueron dirigidas a la historia de los pacientes.

El estudio concluye que la investigación cualitativa conducida en personas quienes conocen que están cerca de morir es un importante aporte al debate internacional sobre eutanasia y suicidio asistido.

No obstante lo dicho anteriormente, vale la pena recordar que en el 2006 en el Congreso Anual de la Asociación Médica Británica, salió a la luz pública la opinión de los médicos británicos en relación con el tema, la cual fue de rechazo contundente a una eventual legalización de la eutanasia en el Reino Unido por considerarla contraria a la ética médica. De esto hicieron eco los diversos medios de comunicación en su momento. Igualmente, la Asociación Médica Mundial condena como antiético tanto la eutanasia como el suicidio con ayuda médica2.

Lo cierto es que estas prácticas no son un tema nuevo en la historia de la humanidad, pues ha habido pronunciamientos, tanto a favor como en contra, desde el siglo V a.C.3 y el término eutanasia se cita por vez primera en “La Utopía” de Tomás Moro en donde se sostiene que "...Cuando a estos males incurables se añaden sufrimientos atroces, los magistrados y sacerdotes, se presentan al paciente para exhortarle, tratan de hacerle ver que está ya privado de los bienes y funciones vitales [...] y puesto que la vida es un puro tormento, no debe dudar en aceptar la muerte, no debe dudar en liberarse a sí mismo o permitir que otros le liberen [...]”4. Sin embargo, la eutanasia médica fue reconocida por primera vez como tarea médica por Francis Bacon, a comienzos del siglo XVI, como mitigación de los dolores de la muerte. En este sentido el término eutanasia sigue usándose en todo el mundo5.

Detrás de la eutanasia y del suicidio asistido realmente se esconde una modalidad de eugenesia, al eliminar a quienes son débiles y no son útiles económicamente pero, en cambio, generan elevados costos al sistema sanitario de un país, que para el caso colombiano, sólo en enfermedades catastróficas supera los 1.5 billones de pesos al año6 -cifra ésta que se incrementa anualmente-, lo cual se traduce en un gasto público que con el tiempo se puede considerar insostenible7 y que frente al costo de ciertas enfermedades se hace inútil, por lo que debería gastarse ese dinero en quien tenga más opciones de recuperar la salud y continuar siendo rentable al sistema.

En consecuencia, la estrategia de explotar el recelo humano al sufrimiento y al dolor, resulta favorable a los intereses económicos de ciertos grupos de poder. De ahí el que se valgan de los medios de comunicación para la difusión de imágenes y mensajes, en donde se exalta la atención deficiente de las necesidades de un enfermo grave, su sensación de inutilidad y de ser una carga para la familia y la sociedad, su miedo al dolor, al deterioro físico y/o sicológico, su falta de autonomía, entre otros temores8, creando en el receptor de la información una respuesta propicia a dichas prácticas, como la única manera de liberarse de una situación que se imagina puede ser insoportable tal como, en su momento, fue utilizada dicha estrategia por el régimen nazi9, y por supuesto, la investigación realizada en el Reino Unido también ha dado cuenta de la eficacia de esta estrategia mediática; evidentemente, en los medios de comunicación no se dice nada sobre la existencia de cuidados paliativos (que generan costo adicional y no son rentables económicamente) y, cada vez más, se busca intencionalmente la confusión con la distanasia para la promoción de la eutanasia.

Gaspari afirma que “si se estudian detenidamente los argumentos, los motivos y la propaganda en la que Hitler impuso la práctica masiva de la eutanasia, se descubre que las palabras, los conceptos y los ejemplos utilizados hoy por los lobbys favorables a la «muerte dulce» son muy parecidos a aquellos utilizados por los médicos nazis. Retomando conceptos difundidos por las Sociedades Eugenéticas en boga en los primeros decenios del siglo XX, la eutanasia es considerada por el régimen nazi una práctica piadosa para eliminar las vidas indignas de vivir10.

Por esto, termina exigiéndose que los delitos de homicidio por piedad y de ayuda al suicidio se transformen en “derecho”; es decir, matar a un ser sufriente no debe ser sancionado, sino que debe considerarse como una conducta debida, necesaria y, en consecuencia, exigible jurídicamente dándole el estatus de “derecho” reivindicatorio de la dignidad humana11, el cual puede ser invocado por el mismo paciente o por otros en su nombre, aún sin su consentimiento ni conocimiento12 cuando aquel no pueda otorgarlo13, -o como en el caso Holandés a pesar de poderlo hacer-, en aras de terminar con una vida “sin calidad”; o sea, se promueve la idea de vidas no dignas de ser vividas y, por tanto, la legislación debe permitir que un médico pueda terminar o ayudar a terminar con una vida que ha perdido su calidad14 y, por ende, su valor. Ante esto, Luis Miguel Pastor advierte que “ninguno puede arrogarse la capacidad de dictaminar esa calidad de vida que puede suponer la exclusión de alguien, rompiendo la igualdad esencial que existe entre los miembros de la especie humana. Hay que oponerse pues, a un concepto de calidad de vida que fomente la selección, la cobardía o la falta de sensibilidad de una sociedad frente al débil o discapacitado”15.

En este sentido, bien vale la pena recordar que “en el capítulo del libro "A Sign for Cain" ("Una señal para Caín") de Fredric Wertham, M.D, -Doctor en Medicina- que detalla los asesinatos por eutanasia, Wertham cita a un médico alemán del siglo XVIII, Christoph Hufeland: Si un doctor se toma la libertad de tener en cuenta si una vida humana tiene valor o no, las consecuencias son ilimitadas, y el médico se convierte en el hombre más peligroso del estado. Transcurrió un siglo antes de que la trágica presciencia de Hufeland encontrara cumplimiento en los programas del Tercer Reich de eutanasia por medio de los médicos”16 y sigue cumpliéndose en Holanda.

No obstante lo dicho, se crea la imagen según la cual los médicos que practiquen la eutanasia o participen en la asistencia al suicidio terminan convertidos en “ejemplos de humanidad” y de “sacrificio por el otro” debido a que soportan el tratamiento injusto del sistema jurídico vigente. Es aquí en donde hay que estar alertas para mostrar lo que hay detrás de este juego de palabras, que son fiel expresión del lenguaje políticamente correcto. Lo que se oculta es el deseo de terminar con la vida de quienes no cumplen con los estándares de calidad predominantes en un tiempo y lugar determinado, y como no pueden aportar a la sociedad su vida pierde valor, entonces quien sea “víctima de una enfermedad terminal o grave lesión corporal” o “esté sufriendo intensos dolores, continuados padecimientos o una condición de gran dependencia y minusvalía”17 trátese de adultos o de menores18 debe ser, retomando las palabras de Gonzalo Herranz, “compasivamente eliminado”.

No se puede olvidar que “los pacientes terminales, acaban muriendo. Aunque los partidarios de la eutanasia hablan constantemente sobre esos casos, no son su verdadero objetivo. Son más bien aquellos que se piensa que deben morir, pero que no mueren… los biológicamente tenaces. Por lo general, tales personas no sufren dolor y sus vidas no dependen de aparatos terapéuticos, pero son, según el juicio de muchos, una carga para la sociedad. Se trata de las personas con derrames cerebrales, esclerosis múltiple, enfermedad de Lou Gehrig, daños cerebrales, tetraplegia, etc.”19.

Además, quien solicita la eutanasia o el suicidio asistido no lo hace porque quiera morir, sino porque necesita comprensión y quiere dejar de sufrir física y/o sicológicamente20, y la respuesta no debe ser eliminar el sufrimiento a través de la supresión de la vida de quien sufre, sino brindarle el apoyo (médico, espiritual, físico, etc.) que en su condición requiere. Esta es la verdadera muestra de solidaridad, principio reconocido por la mayoría de ordenamientos jurídicos.

De todo lo expuesto, puede predicarse que el problema que plantea el tema, gira en torno del alivio del sufrimiento a través de la eutanasia o del suicidio asistido de un paciente, quien soporta una enfermedad terminal o una grave lesión corporal o está aguantando intensos dolores, continuados padecimientos o una condición de gran dependencia y minusvalía y decide solicitar la terminación de su vida, y la “crueldad” con este paciente a quien no se le permite recurrir a dichos procedimientos. Sin embargo, esto no es realmente un problema, aunque los promotores de estas prácticas así lo quieran hacer ver, pues si a la gente se le habla en un lenguaje políticamente incorrecto, es decir sin eufemismos que escondan falsas piedades, perfectamente queda al descubierto el verdadero significado de ellas; de modo que, en primer lugar, se tiene que crear conciencia colectiva sobre la diferencia que existe entre la eutanasia, la distanasia y la ortotanasia, promoviendo esta última que es la que realmente lleva a una “muerte digna” a través de la asistencia integral al paciente y a su familia, ya sea con cuidados paliativos y/o con la atención del Hospice21, a pesar de los costos económicos o de otra índole que tanto molesta a unos cuantos. En segundo lugar, se tiene que promover una cultura de la vida, desenmascarando la intención cruel de eliminar a quienes son considerados una carga para la sociedad, la familia y el Estado, lo cual se evidencia en el poco interés y hasta en el abandono a su suerte de estas personas. Finalmente, se tiene que insistir en que el ser humano nunca pierde su dignidad a pesar de las adversidades que enfrente porque ésta es inherente a todo individuo por el hecho de ser tal; lo que puede ocurrir es que su estado lo lleve a creer que la ha “perdido” y el reto es ayudarle a encontrar sentido a su vida.

Aceptar esas prácticas, dirigidas intencionalmente a terminar con la vida de otro, hace que la existencia del más débil quede en manos del más fuerte y que se pierda la confianza en los médicos, pues la aceptación de ellas termina indefectiblemente en la eutanasia involuntaria tal y como se ha demostrado en la historia. Su aceptación promueve la cultura de la muerte y deja abierta la puerta para que unos, de acuerdo con sus intereses (políticos, económicos, eugenésicos, etc.) decidan quiénes deben morir y quiénes deben continuar viviendo. Las presiones sobre quienes no quieren solicitar dichos procedimientos no se harán esperar, se les tildará de egoístas, se les hará sentir indeseados e indignos y la única opción que se les dará es dejarse eliminar para que no sigan estorbando e igual que en la Alemania del régimen nazi y en la Holanda del siglo XXI, como dice Adolfo Castañeda, “el control de calidad no tendrá fin”.

Tampoco puede olvidarse que la Medicina, a pesar de los avances en ciencia y tecnología, continúa siendo inexacta y en no pocas oportunidades un mal diagnóstico ha hecho tomar decisiones equivocadas tanto a médicos como a pacientes. Ha habido un sin número de casos en donde los diagnósticos médicos no se cumplen y los pacientes pueden vivir más de lo que se había pronosticado e inclusive pueden recuperarse22; entonces tampoco es cierto que sea mejor recurrir a la eutanasia o al suicidio asistido porque “de todas maneras se va a morir”, pues es obvio que todos lo haremos algún día porque somos seres finitos y esto no autoriza a nadie a adelantar nuestro viaje.

En conclusión, la asistencia a los pacientes terminales o con grave lesión corporal o que están soportando intensos dolores, continuados padecimientos o una condición de gran dependencia y minusvalía plantea un gran reto al personal médico-sanitario, debido a que no sólo le exige un verdadero compromiso ético- profesional que le permita enfrentar el dolor y el sufrimiento desde una perspectiva antropológica sin caer en falsas compasiones, sino una permanente actualización en cuidados paliativos y otros elementos que le ayuden a acompañar debidamente a su paciente durante la enfermedad y durante el tiempo de vida que le quede, respetando su dignidad y su vida, ya que como dice Malraux “La verdadera civilización consiste no sólo en reconocer que el otro existe, sino en verlo como imprescindible”.

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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