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Un análisis erróneo de la dignidad

viernes, 31 de julio de 2009

Un análisis erróneo de la dignidad
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo

Que la dignidad es un “concepto inútil” y que no significa más que “el respeto a la autonomía de las personas” es lo que enseña una profesora de ética médica en una importante escuela de medicina de los Estados Unidos, el colegio Albert Einstein. Estas afirmaciones, neonazis en su forma y en su fondo filosófico, podrían ser dejadas de lado si se le escucharan a cualquier anónimo particular que se creyese, al calor de los debates y de las confrontaciones lingüísticas, con la idoneidad intelectual para sostenerlas. Pero –este es un punto que merece ser destacado- no se trata de un particular cualquiera: se trata de Ruth Macklin, una profesora universitaria, médica epidemióloga, cuya influencia e importancia la ha llevado hasta merecer las páginas editoriales del “British Medical Journal” (BMJ 2003;327:1419-20), una de las publicaciones periódicas que debe ser tenida en cuenta en el ámbito global. Y su materia se denomina “ética médica”.
Es erróneo el débil análisis de Macklin: niega uno de los fundamentos -reconocido desde las más importantes declaraciones históricas de los derechos humanos y por las diferentes convenciones internacionales que han tratado el tema de la investigación médica desde el juicio de Nuremberg. La dignidad humana se relaciona con una condición intrínseca al ser del hombre; es algo que pertenece a su naturaleza, no depende de lo que se “opine” sobre ello, sino que se trata de una verdad de razón que puede ser reconocida por quien quiera aceptar que el respeto a esta condición trascendental, la dignidad, está en el corazón del sentido último del sistema democrático y de una posibilidad de convivencia humana que no excluya a algunos. Quienes quieren otorgar criterios “extrínsecos” a la dignidad humana razonan del mismo modo que los esclavistas del sur en el siglo XIX: existen unos seres humanos de “categoría inferior” a los cuales se puede, si las circunstancias lo ameritan, someter a trabajos forzados y a la utilización como bestias de trabajo. No otra fue la ideología que se estableció con las “vidas que no merecen ser vividas” de los eugenistas nazis de los años treinta. Macklin va más allá de la simple discriminación: acude al expediente de negar el propio concepto de la dignidad. Algunos autores han resumido de modo breve el tema de la dignidad intrínseca del ser humano, de todo ser humano, sin excepción. Vale la pena aproximarse a algunas de estas premisas fundamentales para que el lector interesado note el contraste racional entre la brutal cita y afirmación con que se dio inicio a este “vestigium”. Al contrario de lo que considera la profesora de ética médica de aquella ilustre institución, sucede efectivamente esto: La dignidad humana es intrínseca; es una realidad de carácter objetivo. Está presente en cada persona por la condición de pertenecer a la especie homo sapiens. No es otorgada por ninguna clase de consenso de académicos o por votos mayoritarios de encuestas de opinión pública. El concepto de la dignidad está relacionado con la vocación –propia y única del hombre- de ser un ser libre y responsable, coautor de su destino y de sus decisiones. La afirmación de esta dignidad es una piedra angular para el entendimiento del derecho y de la vida comunitaria en parámetros de paz y de respeto. Si se niega este principio, bastará la prevalencia de la opinión y de los deseos del más fuerte para que se impongan sus puntos de vista y sus métodos de relacionarse con los demás. El respeto –dice von Hildebrand- es base de toda vida moral. Cada uno de nosotros aspira a vivir, respetando y siendo respetado, tal como lo establece la inmortal regla de oro: trata a los demás como quisieras ser tratado. Uno de los grandes peligros de la intelectualidad contemporánea es su sumisión a los principios utilitaristas. Cuando el sustento argumental teórico teñido de pseudo filosofía se utiliza para efectos de dar licitud a aplicaciones de la biotecnología y de los avances provenientes de la tecnociencia, se reduce al ser humano a la condición de medio para ser explotado con determinados fines. Precisamente desde los tiempos del florecimiento de la razón (Kant) conocemos otro principio: el ser humano no tiene precio, es un fin en sí mismo, es digno pues su propio valor es de un nivel superior al de toda otra clase de ente biológico. Desafortunadamente en esta época de “pensamiento débil”, como en el caso comentado, se pretende negar la realidad con la mera emisión de opiniones: ése fue el recurso de quienes en la Grecia clásica se vanagloriaban de querer persuadir a los ingenuos sin importar la verdad, los sofistas.

http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=120586&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=1418

Nota

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Perfil

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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