¿Eutanasia pasiva?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Con mucha frecuencia, más de lo deseado por los errores que se difunden, opinamos sobre temas que desconocemos o conocemos muy superficialmente. Y las confusiones que se crean son mayores cuando quien habla o escribe es un insigne personaje en otro campo del conocimiento. Entre las áreas en las cuales es común que se cometan estos desaguisados están la economía, la política, la religión y, actualmente, la ética y la bioética.Es usual pero erróneo deducir que cuando un clérigo dice, escribe o publica su personal concepto sobre temas fundamentales, ese concepto pasa a ser la opinión oficial de la iglesia correspondiente. Al menos en la Iglesia Católica Romana eso no es así y no podemos afirmar que ésta acepta algo porque un sacerdote, inclusive teólogo reconocido, lo admita. La Iglesia Católica tiene canales bien establecidos para definir oficialmente sus criterios y afirmar que ésta avala algo -especialmente en temas de especial gravedad- porque en la obra de un moralista aparece aprobado, es una falacia o una ignorancia crasa.Igual error ocurre al referirse a la mal llamada “eutanasia pasiva”. Hoy en día -y desde hace ya varias décadas- la tendencia de los autores que se ocupan del tema es considerar la eutanasia como un todo y no tener en cuenta la división de activa y pasiva, pues ésta, la pasiva, no existe en realidad ya que dejar de llevar a cabo un acto que debe realizarse, crea éticamente responsabilidad por una acción que consciente y voluntariamente se omitió, un acto de omisión, un acto que implica voluntaria actividad humana: dejar de hacer.Si analizamos lo anterior desde el punto de vista antropológico y de la ética médica, es obvio que no existe realmente la llamada “eutanasia pasiva”. Recordemos: se estructura un acto de eutanasia cuando voluntaria y conscientemente, y para acortar la existencia del paciente, se lleva a cabo o se omite un tratamiento o una medida asistencial que es necesaria, debida y que tiene sentido, es decir, cuando en la intención del médico o de quien hace su papel predomina el deseo de suprimir la vida del enfermo. Este criterio es válido aún para los enfermos en período terminal, porque para vivir dignamente esta etapa de su existencia necesitan humanamente los llamados cuidados básicos: hidratación, alimentación, comodidad, acompañamiento, etc.En cambio en la ortotanasia, que no debe confundirse con la impropiamente denominada eutanasia pasiva, el médico o quien haga su función, suspende u omite un tratamiento o cuidado médico que no es necesario, no es debido y carece de sentido dada la posible respuesta a la indicación médica. La intención consciente y la ejecución voluntaria de suspender u omitir el tratamiento o la medida médica es, en esta situación, contribuir a la dignificación del paciente reconociendo la limitación intrínseca, biológica, de la vida terrenal que tiene un final ineludible -un agotarse natural de su energía vital-, la limitación intrínseca de la medicina que sólo puede y debe contribuir a la dignificación de la persona y de la vida del paciente y la limitación del profesional de la medicina que no es dueño sino cuidador de dicha vida para dignificarla, no para eliminarla. Por estas razones, la ortotanasia es el verdadero derecho a morir con dignidad, y si se cumplen correctamente las exigencias de atención primaria y de tratar oportuna y adecuadamente el dolor y la angustia del enfermo -tratamientos paliativos-, merece siempre la aprobación ética. En cambio, desde el punto de vista antropológico y ético, la eutanasia -suprimir la vida de un enfermo porque padece sufrimientos en vez de suprimir éstos- es siempre reprobada por la ética axiológica personalista y por la ética médica; la ortotanasia es siempre, tanto antropológica como éticamente, aprobada, y no debe confundirse con la mal llamada “eutanasia pasiva” ni con la distanasia -alejar por todos los medios el momento de la muerte sin importar la prolongación de la agonía del enfermo-.
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