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Persona, ¿desde cuándo?

lunes, 24 de agosto de 2009

Persona, ¿desde cuándo?

Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Uno de los argumentos más socorridos por los partidarios del aborto, es la opinión de Ana McLaren de que el nuevo ser no es persona sino después de que haya aparecido en él la “línea primitiva” neural, lo que coincide con la culminación del proceso de implantación o anidación, entre el décimo-segundo y décimo-cuarto día después de la fecundación. Sin embargo, tanto la biología como la antropología filosófica nos permiten afirmar que desde la fecundación del óvulo por el espermatozoide se constituye un nuevo ser de nuestra especie, un nuevo ser humano, con una fórmula genética diferente a la de sus progenitores, y con una autonomía teleológica que sólo exige un ambiente propicio -exigencia común a todos los seres vivos-, para alcanzar su pleno desarrollo. Nos enseña además la antropología filosófica, que la estructuración ontogénica de un ser no cambia para hacerse individuo de otra especie. Todo lo anterior nos permite afirmar, sin lugar a dudas, que la aparición de la “línea primitiva” neural no convierte al nuevo ser en embrión sino que por ser embrión humano, por su propio impulso vital -persona en acto, no en potencia- y como resultado de un programa predeterminado de su crecimiento y desarrollo específico, surge dicha “línea primitiva”.
Xavier Zubiri afirma, que ningún accidente biológico altera la sustantividad o estructuración fundamental del nuevo ser, estructuración que él denomina personeidad, y que hace persona desde la concepción al vástago humano. Insistimos, ningún accidente biológico, social o de otra índole, puede cambiar, por imposibilidad ontogénica, la sustantividad o estructuración del ser, del zigoto que se conforma en la unión de un espermatozoide y un óvulo humanos, cualquiera sea la circunstancia en la cual se realice dicha unión o singamia. Según la etapa de crecimiento y desarrollo que viva ese nuevo ser cambian las sustancias, su proporción, etc., pero no su sustantividad, su personeidad, lo que nos permite decir: como humanos somos siempre los mismos y siempre diferentes.
Para darle visos científicos a su pensamiento, Ana McLaren acuñó el término “pre-embrión” para llamar al nuevo ser, al zigoto, fruto de la singamia de las células genésicas femenina y masculina hasta cuando apareciera la “línea primitiva” neural, fenómeno que coincide con la terminación de la anidación, como lo vimos antes. Al respecto, Jérôme Lejeune en su profunda obra “¿Qué es el embrión humano?”, afirma categóricamente que el ser humano tiene comienzo en el zigoto: « [...] cada uno de nosotros tiene un comienzo muy preciso: el momento de la concepción». En otra parte de su obra agrega: « [...] nuestros colegas británicos inventan el término “pre-embrión”. Esto no existe ni ha existido nunca». Y un poco más adelante: «No necesitábamos ninguna subclase a la que llamar “pre-embrión”, porque no hay nada antes del embrión. Sólo el espermatozoide y el óvulo, eso es todo».
Permítaseme transcribir un párrafo de Xavier Zubiri que ilumina con meridiana claridad, desde cuándo somos persona: « […] Pero la persona es cosa distinta. El oligofrénico es persona; el concebido, antes de nacer es persona. Son tan personas como cualquiera de nosotros. En este sentido, la palabra persona no significa personalidad. Significa un carácter de sus estructuras, y como tal es un punto de partida. Porque sería imposible que tuviera personalidad quien no fuera ya estructuralmente persona. Y, sin embargo, no se deja de ser persona porque ésta hubiera dejado de tener tales o cuales vicisitudes y haya tenido otras distintas. A este carácter estructural de la persona lo denomino personeidad, a diferencia de la personalidad». En otras palabras, somos persona desde la fecundación, porque desde ese entonces tenemos estructuralmente dicha condición, lo que implica una dignidad incondicional e intrínseca.
Ahora bien, las disposiciones jurídicas no cambian las realidades antropológicas y éticas ni las evidencias biológicas. La despenalización del aborto voluntario, cualesquiera sean las razones alegadas, no puede convertir un acto no ético ni humano, en uno aceptable, justo: vale decir, la aplicación de la pena de muerte a una persona que no ha quebrantado ninguna norma legal, que sólo ha obedecido a una ley biológica, será siempre, éticamente, un homicidio. Nadie niega el derecho de la mujer a su propia vida y a su cuerpo, pero esto no la autoriza, no puede por ningún motivo autorizarla a disponer de la vida y el cuerpo de un ser que es, como ella, un individuo del género humano, que en nada la ha ofendido, que no es un apéndice suyo sino una persona -en acto no en potencia-, como lo vimos antes, y que por la “autonomía teleológica o intrínseca” que posee se desarrollará adecuadamente, si las condiciones en las que vive le son propicias.
Por el hecho de estar despenalizado, el aborto no deja de ser reprobable desde la bioética y desde la antropología filosófica: es un crimen sin castigo jurídico, pero reprobable humana y éticamente.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-


http://www.periodicoelpulso.com/html/0808ago/opinion/opinion.htm

Nota

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Medellín, Antioquia, Colombia
Magister en Filosofía y Politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana. Diplomada en Seguridad y Defensa Nacional convenio entre la Universidad Pontificia Bolivariana y la Escuela Superior de Guerra. Docente Investigadora del Instituto de Humanismo Cristiano de la Universidad Pontificia Bolivariana. Directora del Grupo de Investigación Diké (Doctrina Social de la Iglesia). Miembro del Grupo de Investigación en Ética y Bioética (GIEB). Miembro del Observatorio de Ética, Política y Sociedad de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Centro colombiano de Bioética (CECOLBE). Miembro de Redintercol. Ha sido asesora de campañas políticas, realizadora de programas radiales, así como autora de diversos artículos académicos y de opinión en las áreas de las Ciencias Políticas, la Bioética y el Bioderecho.

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