PERIODICO EL MUNDO - Impresión artículo
Fecha de impresión: 2008/06/22
Fecha del artículo: 11:50 pm | 20 de Enero de 2008
Vestigium
Las presiones eugenésicas
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
La democracia y la “tecnocracia” en las naciones occidentales de máximo desarrollo material bordean unas fronteras de actuación que hacen temer por la realidad práctica y operativa del propio sentido de la participación y del respeto por las personas.
Desde los tiempos del racionalismo se ha hecho énfasis en esta realidad: el ser humano es fin en sí mismo, jamás medio. Lo expresó Kant con su inmortal imperativo: “obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca meramente como medio”. La razón humana afirma lo evidente: la dignidad se halla por encima de todo precio.
Lo que se vive -al contrario- es la repetida constatación de que la persona corre siempre el riesgo de ser reducida a la condición de objeto: objeto de cambio, objeto de engaño, objeto de placer sexual, de conducta irracional, consumista y estereotipada. En ocasiones es apenas un trofeo de intereses políticos y de dominación, en otras de manipulación mediática, como en el caso de los rehenes en toda clase de conflicto; allí la persona se trata en una denigrante condición, la de mercancía por medio de la cual se exigen prendas de intercambio.
Francia para muchos es cuna de la democracia representativa. En realidad son anteriores las tradiciones inglesas y mucho más las españolas: los fueros municipales ibéricos desde el siglo XIII eran temidos aún por el propio rey, quien tenía que aproximarse a ellos con respeto y consideración.
Hoy vemos que los demócratas franceses contemporáneos no toleran que nazcan allí niños con defectos congénitos. El diagnóstico prenatal se ha orientado hacia la erradicación y exterminio selectivo de aquellos que tienen malformaciones congénitas, muy especialmente dos de ellas para las cuales las actuales pruebas diagnósticas tienen altos niveles de sensibilidad: el síndrome de Down y los defectos abiertos del tubo neural. La tasa de nacimiento de niños (vivos) con mongolismo viene descendiendo en París anualmente. En el año 2004 el 95 % de las madres que conocen el diagnóstico prenatal de mongolismo han ordenado dar muerte a sus hijos enfermos aduciendo razones “caritativas”. Las cifras se repiten en los distintos países occidentales. Basta ver reportes como el “Eurocat Working Group” o las cifras de registros de enfermedades congénitas de los Estados Unidos, información a la que se accede con facilidad por el uso de buscadores electrónicos como “PubMed”.
Se vive trágicamente, en medio de la sociedad del confort material y de la “hipertrofia del yo”, lo que Didier Sicard, presidente del Consejo Nacional Consultivo de Ética (Francia), ha denunciado como “presiones eugenésicas”: efectivamente el diagnóstico prenatal se está orientando hacia el feticidio.
Estas son expresiones brutales de sociedades sometidas a imperativos utilitaristas, a subjetivas y equívocas interpretaciones del término “calidad de vida”. Quieren olvidar los contemporáneos partidarios de la eugenesia que fue precisamente bajo el régimen hitleriano cuando hizo carrera la visión eugenésica y homicida sobre las “vidas de inferior calidad”, “vidas que no merecen ser vividas” y que fueron conducidas a los hornos crematorios por aquellos funcionarios y ciudadanos que imaginaban estar actuando bajo los principios del bien de la sociedad. Con razón el pensador español Aranguren ha escrito: “Es necesario hablar para proclamar la verdad, denunciar y no prestar atención a la mentira”.
Y esta es la verdad: la hipertrófica visión del “yo” occidental contemporáneo, materialista e intolerante hacia los diferentes, pretende imponer poco a poco un pensamiento único y totalitario: eliminar a los débiles. Y continúan creyendo muchos que los inspira el espíritu de la democracia. ¡Cuán equivocados andan! El sentido de la democracia está más próximo en cambio, al de la actitud del respeto hacia todos, sin excepción.