PERIODICO EL MUNDO - Impresión artículo
Fecha de impresión: 2008/06/27
Fecha del artículo: 10:58 pm | 26 de Junio de 2008
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Conversación sobre animales
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Existen personas, principalmente adultos, que creen sinceramente que los animales no hablan. Son gentes muy serias, entregadas a su mundo, un mundo gris en el cual hay muchas urgencias, noticias preocupantes, dificultades y afanes. En ésas cosas importantes –carreras, problemas, trabajos- acostumbran consumir el tiempo quienes todavía piensan que los animales no intercambian palabras con los humanos. Por supuesto, se trata de personas cuyas múltiples ocupaciones les impiden dedicarse a cosas tan inútiles como la conversación, la contemplación o el ocio; sus razones tendrán para creer que el lenguaje articulado e inteligente se limita a ellos y a quienes consideran sus iguales. No hay espacio para pensar en temas tan infantiles como el de la conversación con los animales; ¡no faltaría más! Quizás opinen que con ésas cosas es mejor no perder el tiempo; “hay que ir rápido al banco, antes de que cierren, a hacer una consignación.” Bueno, hay que dejar a ésos adultos serios con sus problemas, allá ellos.
El hecho es que los animales sí hablan: se sabe que lo han hecho desde siempre, desde que tenemos memoria. Hay algunos que son apenas bromistas, otros, filósofos de muchos quilates, buenos y malos. Uno de los más antiguos de todos, fue una serpiente que a nuestros padres les trató de hacer creer esto: “seréis como Dios…” En ése caso, de modo libre, nuestros remotos padres, le creyeron al sinuoso interlocutor.
Siglos después Esopo nos regaló las inmortales fábulas. En versiones más contemporáneas La Fontaine, Samaniego y Pombo nos enriquecieron también con amenos diálogos y circunstancias protagonizadas por toda clase de personajes; están al alcance de quien quiera comprobarlo en una biblioteca infantil. Con la ventaja de que las ilustraciones que suelen tener estos textos son –por sí mismas- ya una amable y sonriente invitación al diálogo con el texto; los libros, cabe aquí la metáfora, por supuesto también hablan. Basta escuchar a Andersen, y a los hermanos Grimm.
Al rey sabio, don Alfonso, le debemos un cofre lleno de misterio, de humanidad, de humor y de filosofía, las historias de Calila y Dimna, un par de chacales. Estas historias transmitidas desde un lejano oriente medio, dan color y carácter a las tradiciones castellanas de la edad media. “Ejemplos de homnes e aves e animalias…” Los dos chacales, un buey, un león conversan animadamente en un español naciente, la original traducción del idioma oriental en el cual seguramente hablaron por primera vez aquellos amigos. El santo de Asís, con su amor y sus razones, convirtió al lobo en el hermano lobo.
Gulliver en su último viaje conoció al país de los caballos, seres nobles, cultos y virtuosos. Después de retiró y se alejó bastante del mundo de los “yahoos”; prefirió dedicarse más bien a sus amigos cuadrúpedos: “… mis caballos me entienden bastante bien; converso con ellos cuatro horas diarias por lo menos.” Swift nos habla de las virtudes de “esta gente excelente” en el país de los Houyhnhnm; su idioma es complejo, muy difícil de pronunciar para los humanos, quienes no están acostumbrados a usar las fosas nasales como fuente de sonido. Se necesita mucho tiempo y entrenamiento no sólo para comprender aquel extraño idioma tan parecido a los relinchos, sino para poder articular en él alguna frase coherente. Es un lenguaje muy particular: “no tienen en su lengua palabra que exprese idea de maldad.”
Prokofiev nos cuenta la historia de Pedro y el lobo. Hay diálogo, música, intercambio de ideas entre los instrumentos y la orquesta. Quien no lo crea, que escuche cualquier tarde la voz amable y clara de José Carreras: representa al gato, al lobo, al pato, al pájaro, en medio de las formas de vientos, timbales y cuerdas, quienes, ¡claro! también saben hablar.
Saint-Exupéry cuenta que el niño de los cabellos dorados dialoga con el zorro; el animal le recuerda al principito que es responsable de su rosa. “Adiós –repuso el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Consiste en que no se ve bien sino con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos.”
Todavía hay muchas gentes, especialmente ocupadas y serias, que no comprenden el tema de las conversaciones con los animales. Por alguna razón, hablan poco de ello. “Decididamente, los adultos son raros, pensó el principito durante el viaje.”