Cuando Alonso Salazar ganó la Alcaldía de Medellín, muchos pensamos que lo iba a hacer mejor que Sergio Fajardo. Nos convencía de eso su trayectoria social y que en todos los mentideros se sabía que él era el poder detrás del trono en la administración anterior; es decir, conocía a qué se enfrentaba. Incluso, estuvimos dispuestos a olvidar que su campaña se construyó sobre la figura de Fajardo (en las piezas de propaganda de Salazar tenía más preponderancia el entonces alcalde que el mismo candidato) y esperamos evaluaciones positivas cuando las firmas encuestadoras empezaron a trabajar. Con todo eso, cuando arrancó su mandato, sorprendió que Alonso andaba sólo al ritmo que le marcó el gobierno anterior y su iniciativa dependía si frustraba o no la senda política de su jefe. Como era obvio los números empezaron a descender: medición tras medición el Alcalde bajaba puntos valiosísimos, que no son para gastárselos en vanidad de poder, sino en gobernabilidad. A mayor aceptación popular, el mandatario puede tomar decisiones difíciles que de otra manera no serían toleradas. De lo contrario sólo podrá gobernar para subir en las encuestas, con las consecuencias infortunadas que esto trae. Hoy, a esta altura de su período, el mayor problema que tiene Salazar es que las medidas impopulares que debe tomar todo gobernante en algunos momentos para conducir con orden una ciudad, no las ha podido poner en marcha porque tiene el compromiso ineludible de respaldar con una gestión positiva, la campaña a la presidencia de Fajardo. Y el inconveniente es que en una ciudad como Medellín pasan cosas buenas y malas, y las segundas, las ha tenido que minimizar porque aceptarlas es trasladarle -piensa el Alcalde- esa calamidad a la campaña de su mentor. Por eso, cuando hace más de un año la inseguridad en Medellín empezó a disparar las alarmas, Alonso no pudo ni siquiera reconocer el problema y procuró, sin conseguirlo, aplacar las cifras con las explicaciones irracionales de Jesús Ramírez, su secretario de Gobierno de entonces. Sin embargo, creo que a diferencia de lo que podría pensarse, Salazar no va a terminar a la baja en la opinión pública su cuatrienio: vendrá el período de entrega de obras, que logra congraciar a los mandatarios con el pueblo (el cemento siempre será un buen referente para medir las gestiones públicas). No obstante, de continuar así, Alonso Salazar habrá perdido la oportunidad de quedar en la historia de Medellín como un alcalde realmente social y habrá pasado a ser un simple elemento propulsor de la campaña a la presidencia de Sergio Fajardo. P.S.: ¿No habrá algún sicólogo que le ayude a Héctor Abad Faciolince a superar el trauma que tiene contra los conservadores, los católicos y los columnistas de EL COLOMBIANO? En cada columna suya la emprende contra uno de estos tres colectivos, o contra los tres juntos. |