Gracias, Farc, por los favores recibidos
Elbacé Restrepo | Publicado el 11 de abril de 2010
Desagradecimiento, olvido o desprecio por los bienes recibidos, definición de ingratitud, otro más en la larga lista de defectos de los seres humanos. Aunque a veces la gratitud tampoco cabe. Todo depende.
Casos de ingratitud vemos a diario, sin horarios preestablecidos, pero la de Pablo Emilio Moncayo es campeona. Aclaro: la ingratitud frente al presidente Uribe y frente a las instituciones militares de la República de Colombia, porque con Correa y Chávez se le fue la mano en gallina. Lula por lo menos prestó los helicópteros.
A Moncayo solo le faltó agradecerles a los señores de las Farc por los favores recibidos, por haberle brindado hospedaje durante doce años, que por el buen semblante no parecen de secuestro. ¡Cómo llegan de distintos los secuestrados que se escapan o que son rescatados! ¡Y qué distinto es su discurso!
Por simple cortesía y por respeto a la jerarquía del Ejército al que pertenece, Moncayo debió agradecerles a los militares que patrullan las selvas en función de recuperar el territorio, perseguir verdugos y rescatar secuestrados. Su actitud, demasiado serena para tanto tiempo de vejaciones en la selva, nos avivó la leve sospecha que teníamos: el soldado confunde los papeles y cree que el secuestrador era el Gobierno, como su padre. No de otra manera puede uno tener un hijo encadenado por las Farc durante 12 años, visitar campamentos guerrilleros en varias oportunidades y ser militante político del Polo Democrático, que tanta simpatía tiene por los grupos guerrilleros. Este tipo de incoherencias resultan demasiado enmarañadas para un cerebro normal o los valores se invirtieron hasta donde produce náusea, una de dos.
Una muestra clara de esa mutación de principios es la amistad del cardenal Darío Castrillón con algunos cabecillas de la guerrilla, con quienes toma café en algún lugar de Europa de vez en cuando, y para los que pide respeto, que no les digamos narcoterroristas. ¿Entonces cómo debemos llamarlos en adelante, señor cardenal? Denos una pista, por favor, para no ofenderlos, ni a usted ni a tan honorables escuderos de la dignidad nacional. ¡Qué tal!
Ahora sólo falta que este jerarca de la Iglesia, desde su lujosa oficina en Roma, nos dé las pautas para rendirles reverencia a quienes durante más de cuarenta años han sido el azote de nuestro país. Si hay que darles las gracias por existir, me declaro ingrata para siempre.
Y así como me impactó la indiferencia de los Moncayo, me cayó como un baldado de agua helada la gratitud de doña Emperatriz de Guevara hacia las Farc. Entiendo que al recibir los restos de Julián su corazón encontró la calma perdida desde hace tanto tiempo, pero no asimilo su agradecimiento hacia los verdugos. Nada les debía. ¿Gracias por qué? ¿Por las cadenas de su hijo y por sus ocho años de humillación? ¿Por verlo enfermo y dejarlo morir? ¿Por arrancarle la vida, el alma, los sueños y el futuro? ¿Por jugar con su dolor cuatro años? ¿Por su llanto cansado y sus gemidos no atendidos? No. Creo que en casos tan atroces de insensibilidad humana, los agradecimientos salen estorbando y ante ellos sólo cabe decir como los muchachos malcriados: ¿Gracias? ¡Las que hace un mico!
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