29/06/2009
Francisco Rodríguez Barragán
Las leyes que quieren imponernos
La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma con la justa razón, en caso contrario se trataría de una ley injusta
Nuestros gobernantes nos obsequian cada día con algunas afirmaciones inquietantes. La vicepresidenta nos dice que los que nos oponemos al aborto somos unos retrógrados, otro ministro afirma que la moral es cosa de cada cual, pero que la única moral que tenemos que profesar los ciudadanos es la que fija la Constitución, seguramente interpretada por el Gobierno o el Tribunal Constitucional que él controla. Otra sapientísima ministra, además de promover el aborto y negar la condición humana a los niños en gestación, va a gastar el presupuesto de su prescindible ministerio en promover un nuevo modelo de masculinidad, nada menos. La Junta de Andalucía ha elaborado un proyecto de Ley sobre la muerte digna en cuyo preámbulo dice que no se trata de la eutanasia, pero de su lectura se deduce otra cosa bien distinta con prohibición expresa al personal sanitario de invocar ninguna objeción moral o de conciencia.
En el tema educativo ya llevamos varios años luchando contra una ley que pretende imponer el relativismo de los valores y la ideología de género. Los gobernantes amenazan a unos y otros gritando que las leyes están para cumplirlas sin excepciones ni objeciones, y que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, cuando no se trata de ninguna ignorancia ya que los que se oponen a ella la conocen perfectamente y por eso la rechazan.
La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma con la justa razón y en caso contrario se trataría de una ley injusta que no tendríamos que obedecer, aunque ello pueda acarrearnos problemas y persecuciones. Nuestros gobernantes en ningún momento quieren contrastar sus leyes con la justa razón, es decir con una norma moral permanente que busca el bien y rechaza el mal. Al haber abolido toda moralidad objetiva para sustituirla por la que quieren imponernos según sus intereses de partido, electorales o confusamente ideológicos, no tienen más remedio que legitimar sus engendros legales por el simple hecho de haber sido aprobados por una mayoría, conseguida a través de pactos y componendas con minorías que, convertidas en indispensables, rentabilizan sus favores al gobierno.
No hace falta ninguna preparación especial para comprender que es una aberración jurídica querer convertir el aborto en un derecho de la mujer a disponer de la vida de su propio hijo. La artera manipulación del lenguaje que pusieron en marcha, con éxito, algunas conferencias de la ONU, incluyendo el aborto como medio de conseguir ”la salud sexual y reproductiva de la mujer”, se esgrime con clara desfachatez por los partidarios del aborto. Si el hijo en gestación altera la tranquilidad de la madre, no parece que sea motivo para matarlo, que es lo que se pretende legalizar. Seguramente los hijos adolescentes producen a las madres muchas más inquietudes y problemas, por tanto para tranquilizarlas también podría legislarse su eliminación y evitarles que un hijo difícil les amargue la vida.
Se considera como un avance de la humanidad la abolición de la pena de muerte, pero aplicar esta pena a los niños concebidos y no nacidos, resulta la mar de progresista y los que nos oponemos a ello unos retrógrados. Lo mismo pasa con la vida en su fase terminal. Manipulando el lenguaje, se habla de garantizar la dignidad de la muerte, con una ley que viene a disponer que sea el médico el responsable de la decisión de desconectar el tubo para respirar o el que facilita la nutrición o de administrar una sedación, necesariamente mortal. El proyecto de ley de Andalucía habla de un comité de ética cuyo dictamen no es vinculante para el médico que trata al enfermo. Esta ley, a mi parecer, servirá para dar cobertura a prácticas de eutanasia, aunque se afirme lo contrario.
Nos creemos libres porque podemos decir lo que pensamos o incluso escribirlo como yo hago ahora, pero nuestra capacidad de hacernos oír es bastante limitada. He leído en estos días que la izquierda marca el camino y la derecha lo sigue. Quizás no sea exacto pero se aproxima bastante a lo que viene ocurriendo. Ni estas leyes demenciales, ni la corrupción rampante, ni la mentira permanente, ni el desastre autonómico, ni siquiera la situación de crisis que padecemos, peor que la de los otros países de Europa, parecen suficientes para despertar a los ciudadanos que seguirán votando cada cuatro años a los mismos partidos, aunque no lo merezcan.
Es el resultado de una educación caótica, pero perfectamente planificada para evitar gentes que piensen, reflexionen y no se dejen embaucar.
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