No sólo leer el genoma, escribirlo
Carlos Alberto Gómez Fajardo
Aunque los titulares han anunciado -con una cierta tendencia al exceso- cuestiones como la creación de “vida artificial”, es de gran importancia el artículo aparecido en “Science” (Mayo 20 2010). Después de varios años de esfuerzos interdisciplinarios, y con el más alto desarrollo de la biotecnología, el grupo liderado por Craig Venter ha puesto en marcha las aplicaciones del desarrollo de su “cromosoma sintético”: se trata, dice el notable industrial y genetista cuyo papel es innegable en el colosal Proyecto Genoma Humano, “… no sólo de leer el código genético, sino de escribirlo”.
En realidad, en un sentido más descriptivo que el de la “creación de vida,” el trabajo ha consistido en la modificación genética de la bacteria Mycoplasma capricolum. A esta se le introduce el “genoma mínimo” contenido en el cromosoma artificial y se ha obtenido, a partir de ello, la reprogramación de una nueva célula bacteriana. Esta célula es capaz de efectuar funciones metabólicas y además, de la replicación; dos de las funciones que tradicionalmente en el ámbito de las disciplinas biológicas se han caracterizado como propias de la vida. Hay en realidad, algo más que diferencias con el tema de la “creación” de vida artificial. Se trata, en sentido estricto, de un paso más en un tema de frontera en la biotecnología: la manipulación de un genoma bacteriano con el fin de reprogramar y reproducir bacterias.
Hay varios puntos para reflexionar sobre el proceso desarrollado por el grupo de Craig Venter, con costos de millones de dólares y con años de la intensa aplicación de científicos del más alto nivel y la más avanzada tecnología: patentes, medicamentos, vacunas, aplicaciones industriales, guerra biológica.
Patentes: es uno de los puntos de mayor eficacia del propio Venter, quien además de su trayectoria académica descollante, ha sido un eficaz generador de réditos para su propio interés; estas técnicas prometen desarrollos farmacológicos y terapéuticos cuyos colosales rendimientos económicos serán fuertemente amparados por un sistema de patentes que reconoce y favorece la inventiva y creatividad individual. Esto es obvio, no sólo para la persona, sino que se extiende al esfuerzo colaborativo y multicéntrico de diversos equipos del más avanzado nivel académico y técnico concebible. Ha existido una eficaz coordinación de esfuerzos, por años y a costos de muchos millones de dólares. Esto también se aplica a la invención de vacunas o de intervenciones terapéuticas sobre el propio genoma humano.
También hay que mencionar el tema del desarrollo de armas biológicas: ¿cuál es la dirección evolutiva que tomarán los nuevos tipos bacterianos?, ¿qué sucederá cuando las cosas escapen al control del laboratorio y lleguen a ejercer su novedoso efecto en los ecosistemas originales? Son conocidos preocupantes antecedentes históricos en aspectos ecológicos, sobre todo en temas de fitosanidad. Aún es difícil imaginar futuros pero reales alcances sobre el equilibrio ecológico de la totalidad de la biosfera.
Son llamativas las eventuales aplicaciones de microorganismos como generadores de energía (producción de butano o propano) a partir de azúcar, y el uso de algas sintéticas para control de contaminación ambiental. La manipulación genética ofrece posibilidades interesantes.
Pero es claro que existen alertas serias, pues las cosas pueden salirse del control de sus creadores. No en vano la UNESCO, en 1997, expide la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos. Ya desde 1975 las Naciones Unidas han considerado la “Convención sobre armas biológicas”, para eliminar la amenaza de las armas de destrucción masiva. Por cierto, esta no es una amenaza que se haya superado. Apenas estamos entrando en ella con la reproducción y manipulación de bacterias aparentemente inofensivas. Ya hay casos de ataques con armas biológicas. Ya se ha tocado el tema, desde años atrás, en las más altas instancias gubernamentales de las potencias.
Se habla ahora de una materia viva diferente de la orgánica, de “biología sintética”, de “genómica sintética”. Son tonalidades adicionales de la expresión de la asombrosa capacidad humana de intervenir sobre la naturaleza con su ingenio. Pero al mismo tiempo, parece tratarse de un momento en el que vale la pena la formulación de una seria pregunta sobre la dirección de las diversas investigaciones y aplicaciones de la tecnociencia: sus para qué; sus eventuales consecuencias –tanto positivas como negativas- y la necesidad de una constante alerta sobre grupos de expertos que ciertamente lo son en su campo, pero no en otros, como el de la política, la historia, o el uso prudencial y sereno de la razón al servicio del bien del ser humano concreto.
Carlos Alberto Gómez Fajardo es médico ginecólogo, especialista en bioética en la Universidad de la Sabana en Bogotá y columnista del diario El Mundo de Medellín.
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No sólo leer el genoma, escribirlo
sábado, 5 de junio de 2010
Etiquetas:
GENÉTICA,
PROYECTO GENOMA HUMANO
Publicado por
Beatriz Campillo
en
15:52