Marías, la vida como proyecto
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
“La vida me es dada, pero no me es dada hecha –una antigua y decisiva tesis de Ortega-; yo me encuentro con las cosas, en una circunstancia, y tengo que hacer algo para vivir; tengo, pues, que proyectar sobre las facilidades y dificultades con que me encuentro un cierto proyecto o pretensión que imagino, y que a su vez sólo es posible en función del programa total, pretensión o vocación que me constituye. Al proyectar dicho proyecto, las circunstancias me aparecen como posibilidades –o imposibilidades-, entre cuyo repertorio tengo que elegir...”
Esto escribía en “Idea de la Metafísica”, un didáctico y claro ensayo sobre algo aparentemente difícil, hace más de cincuenta años, Julián Marías. Ahora, en diciembre de 2005, ha completado su parábola existencial, larga y fecunda. Este gran pensador y escritor, cristiano y caballero español, vivió entre los años 1914 y 2005; presenció con lucidez los dramáticos acontecimientos del siglo XX, sucesos que en la España invertebrada tuvieron todos los matices de contradicción, sufrimiento, incomprensión, sacrificio y dramatismo. Aquellos matices se extenderían al mundo poco después, en la catástrofe de la segunda guerra mundial: en cierto modo, la trágica y heroica historia de España de los treinta precede a lo que serán las expresiones de las grandes tensiones del siglo en todo el mundo. Y Marías, como protagonista importantísimo del pensamiento español contemporáneo, es figura descollante. Toma partido por la afirmación, optimista, serena y rigurosamente pensada, de que el hombre, ser que es capaz de preguntarse por sí mismo, es a la vez ser libre, responsable, protagonista y arquitecto de su trayectoria existencial. La opción de Marías es la del humanista cristiano, defensor de la verdad trascendente del hombre y riguroso crítico de los totalitarismos materialistas que aniquilan a la persona. Entiende, como posibilidades perfectamente logrables y auténticas, el amor y la felicidad; el hombre es un viajero cuya existencia está orientada hacia un fin lógico e indudable. Hace parte de la “escuela de Madrid”, es discípulo de Ortega y Gasset, de García Morente, de Xavier Zubiri. Es decir, está en el centro de la más sólida y auténtica tradición del pensamiento español del siglo XX. El humanismo español –vale destacarlo- es esencial motor para la antropología filosófica contemporánea que afronta el problema del hombre desde el conócete a ti mismo del oráculo délfico. Por fortuna, existe extensa difusión editorial de la obra de Marías. Algunas de sus obras: “Antropología Metafísica”, “Biografía de la Filosofía”, “Historia de la Filosofía” (múltiples ediciones sucesivas), “Ortega, circunstancia y vocación”, “El oficio del pensamiento”, “El tema del hombre”. Varias de sus conferencias se hallan en www.hottopos.com Son clásicas sus magníficas notas de prensa en “ABC” de Madrid y en muchos otros periódicos españoles. Allí hay ejemplos de casticismo, de expresión inteligente, respetuosa y documentada de ideas sobre los más diversos temas, incluidas sus afectuosas y profundas observaciones sobre los países ibero-americanos. Para el lector curioso que quiera introducirse en el pensamiento de este gigante -por fortuna bien conocido en algunos centros académicos colombianos- merece la pena la lectura del ensayo “El pensamiento antropológico de Julián Marías”, de Ana María Araújo de Vanegas. (1992, Programa Editorial Universidad de la Sabana). Esta autora y estudiosa anota bellamente sus tres impresiones sobre la personalidad de Julián Marías: eficacia, orden y gentileza. Marías ya ha hallado la certeza o realidad radical, que no se limita a lo corpóreo-material. Para expresarlo en sus palabras: “ ... Mi vida, pues, no es el hombre, ni es el yo, ni es el modo de ser de un ente privilegiado que somos nosotros. La vida no se agota en el yo –este es sólo un ingrediente o momento abstracto suyo-, ni es cosa alguna, porque toda cosa se encuentra en alguna parte, y la vida es, por el contrario, el “dónde” en que las cosas aparecen. Es el área en que se constituyen las realidades como tales, en que acontece mi encuentro con ellas, mi tener que habérmelas con ellas.”
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Marías, la vida como proyecto
sábado, 1 de agosto de 2009
Un caso de decoro
Un caso de decoro
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Varias ideas vienen a la mente con motivo de la reciente renuncia de la distinguida académica y jurista doctora Ilva Myriam Hoyos a la postulación de su nombre en terna para la Corte Constitucional de Colombia. Quizás tres de ellas en relación al caso sean: 1. la idea del decoro; 2. el realismo jurídico como meta y 3. el tema de la separación de los poderes en el sistema democrático.
1. Decoro (honor, respeto, estimación): como lo explicó la doctora Hoyos, era necesario en conciencia renunciar ante el presidente. No existían condiciones de equilibrio e igualdad ante la presentación de otro de los postulados, afecto al presidente y a las fuerzas políticas del parlamento actual, funcionario del actual gobierno, de modo evidente ubicado en situación de preferencia respecto a las otras integrantes de la terna. 2. Realismo jurídico como meta: es reconocido el hecho de la distinción de la doctora Ilva Myriam como luchadora incansable y comprometida con el realismo jurídico. Una visión auténticamente democrática que entiende el derecho como instrumento al servicio de los hombres y de la paz, la convivencia y el respeto mutuo. Por tal razón ha sido crítica contundente de la equívoca determinación de la Corte Constitucional ante el tema del aborto. Con aquel fallo quedó en evidencia la subyugación de la independencia intelectual de aquel órgano de máximo jerarquía ante los designios ideológicos abortistas que en su momento (y ahora) han sido encabezados por poderosa y eficaz campaña mediática y política que pretendió hacer creer a la gente que el aborto es un “derecho”. Tan inicuo error racional es la negación del derecho, la negación arbitraria de la igualdad jurídica intrínseca, existente por naturaleza para todos los seres humanos. Desde su clara orilla intelectual de jurista la doctora Hoyos ha dado una batalla noble, valiente y equipada con todo el poderío intelectual y filosófico. Sea esta una invitación al estudio de sus extensas obras. 3. La separación de los poderes: ¿cuál es el punto de equilibrio que permita la independencia sana entre legislativo, ejecutivo y judicial? ¿Cuál el espacio de diálogo y de operatividad en que se de el contraste vigoroso que necesitan las fuerzas de opinión en la democracia? Se viven tiempos de uniformidades de criterios que suenan sospechosas; se viven los rápidos éxitos de políticos cuyos “principios” son intercambiables y dependen de los vientos que indiquen las encuestas o las voluntades de sus superiores. El relativismo ético imperante es fermento de carreras fulgurantes y frágiles que cuántas veces no han representado sino frustración y desencanto para el país. Quienes tenemos el privilegio de conocer la hondura intelectual y moral de la doctora Ilva Myriam Hoyos podemos percibir con claridad su mensaje: la independencia intelectual, la voluntad y la templanza son necesarios para atravesar los momentos de soledad e incomprensión. En esos laboratorios de reciedumbre se forja la capacidad de sacrificio y compromiso con la patria que deben inspirar al servidor público. El caso de su renuncia es un decoroso ejemplo que debe poner a recapacitar sobre la realidad contemporánea colombiana a quien quiera hacerlo.
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¿Y las humanidades?
¿Y las humanidades?
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Algunos datos de la realidad cotidiana hablan de un serio déficit en la formación profesional de quienes son los protagonistas. Aquellas preocupantes carencias no tocan sólo aspectos técnicos de las actuaciones de egresados universitarios en diversos ámbitos; parece como si fuese el lucro personal o el beneficio egoísta lo que moviera a las actuaciones de gentes que son motivo constante de noticia: se pueden mencionar torres descomunales cuyas estructuras torcidas denuncian en lo que terminan proyectos comerciales que ocultan truculentos mecanismos de enriquecimientos particulares, propios de la picaresca de buscones como don Pablos o como otros pícaros conducidos a las galeras por amor, pero por amor al dinero ajeno…
Las maniobras habilidosas en el campo de la industria, de la política, de las finanzas, involucran el sometimiento de la libertad personal a los intereses materiales propios y de terceros, y la sumisión a ideologías y a modas, por parte de quienes debieran marcar caminos de autenticidad y de criterio independiente. No en vano debería ser mayor el escrutinio de los medios de comunicación en los aspectos morales del desempeño de los ciudadanos mientras mayores sean las responsabilidades y los niveles de decisión de aquellos; este principio debería tener validez tanto para el ámbito gubernamental como en el privado. Son frecuentes los funcionarios y burócratas empeñados en la técnica, reducidos al cumplimiento ciego de los mandatos de su inmediato superior, ignorando los evidentes cuestionamientos que pueden hacerse en lo que atañe a la justicia y a la licitud moral de las acciones y decisiones que afectan a terceros. Si no existen las herramientas racionales de discernimiento prudencial, la formación de los profesionales será apenas un proceso de entrenamiento de ejecutores técnicos, de repetidores de tecnologías, de comerciantes y “emprendedores” cuyo norte moral estará en la búsqueda del enriquecimiento personal mediante el uso y el abuso del saber y del poder, ignorando el sentido de la responsabilidad social y poniendo en entredicho conceptos como el de la solidaridad. En consecuencia de un déficit intelectual, serán sujetos que entenderán el sacrificio como una abstracción teórica que corresponde a los otros. Jamás a ellos mismos. Quizás esto sea una consecuencia de la ausencia de humanidades en los procesos educativos. Es inexistente, cuando no mediocre o equivocada, la formación universitaria en historia, en filosofía, en lógica, en religión, en historia de las civilizaciones, en estética. La pérdida del norte antropológico es campo propicio para los subjetivismos y relativismos, los “pretextantismos” de que hablara Giovanni Papini: el lucro personal y el egoísmo descarado hace parte del irrespeto al valor que se vive en épocas de cinismo e impertinencia. La necesidad de fundamento humano del actuar da realidad a la solidaridad entendida como responsabilidad hacia el semejante; el merecido trato al otro como a un igual, con especial consideración hacia quien se encuentra en situación de fragilidad por cualquier causa. Un profesional humanizado jamás descalificará o se aprovechará de quien atraviese momentos de pobreza y de máxima dependencia; puede ayudar efectivamente a construir un mejor país dentro del marco del respeto. Si no hay humanidades en su formación, no hay norte para la actuación: será para él lo mismo norte que sur, bueno que malo, ocho que ochenta. Todo será cuestión de “interpretación”: finalmente allá cada cual, en el espectro del nihilismo y de la disolución de las normas de convivencia y del respeto mutuo. Las humanidades aportan al discernimiento, al ejercicio de la prudencia que diferencia entre el “poder hacer” y el “deber hacer”, en fin, entre el vivir, y el vivir bien, no de cualquier manera, como se pretende en la civilización del utilitarismo. A fin de cuentas, las ciencias positivas, con sus excelentes aplicaciones concretas, no responden las preguntas fundamentales sobre el sentido, sobre el bien y el mal, sobre las implicaciones remotas de los procesos de decisión-acción en el marco de la libertad. Todos estos interrogantes humanos son reales; quien los omite niega las dimensiones más fundamentales del ser y reduce su actuar al de un autómata.
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Medicina basada en la prudencia
Medicina basada en la prudencia
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Con frecuencia se hace referencia a la necesidad del análisis prudencial de situaciones clínicas concretas, en especial cuando estas se presentan en los espectros de la máxima dificultad, tanto en los procedimientos diagnósticos como en las propuestas terapéuticas en circunstancias de complejidad tecnológica.
En esta era en que la medicina ha evolucionado hacia una alta especialización e “instrumentalización”, es minuciosa la capacidad de medir o cuantificar con asombrosa precisión determinadas realidades objetivas. Basta ver los innumerables patrones de medición de datos y parámetros fisiológicos, bioquímicos, hematológicos, cardiovasculares y de funcionamiento de diversos órganos y sistemas, que se lleva a cabo de modo rutinario en los pacientes que han ingresado por diversas razones en unidades de cuidados intensivos. El paradigma contemporáneo de tan alta intervención mediada por la tecnología hace parte del incremento exponencial de la disponibilidad de las ayudas tecnológicas útiles en la interpretación de las realidades clínicas del paciente concreto. Karl Jaspers, uno de los más destacados pensadores médicos del siglo XX ya lo había comentado en su significativa obra “La práctica médica en la era tecnológica”: “… cuanto mayor el conocimiento y la pericia científicos, cuanto más eficiente la aparatología para el diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encontrar un buen médico, tan sólo un médico”. El psiquiatra y pensador alemán escribía esto a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado. Por otra parte, no es de extrañar la actual preocupación social y política acerca del exponencial incremento de los costos de la atención médica y de la necesidad de intervenir en ello por diversos mecanismos: auditoria, normatización de las prácticas, medidas regulatorias, “managed care”. A la gran complejidad de la práctica clínica se añade un innegable deterioro del panorama en el aspecto jurídico que cada vez interviene con mayor peso en la relación médico-paciente en un entorno en que la “autonomía” del segundo a veces quisiera aniquilar la del primero. Estos son problemas existentes en ambos mundos, en el de la avanzada económica y tecnológica y en el que se encuentra en vías de desarrollo; es una constante global. No obstante lo anterior, tiene validez el compromiso con el “non nocere” hipocrático como principio rector de la práctica clínica contemporánea. El médico con capacidad de discernimiento ético -diferenciación entre el bien y el mal de acuerdo a escalas racionales de valor, y por supuesto, con elección deliberada, libre y consciente del bien como opción- está en capacidad de poner mucho de su parte para promover y favorecer el bien del paciente. Existe el peligro de caer en la confusión del concepto “salud” con el de “venta de tecnologías médicas”. Estos son dos temas bien diferentes, comercial el uno, de rango antropológico el otro. La realidad de enfermar es un dato de orden existencial. La historia clínica constituye un “relato pato-biográfico”, abarca la condición existencial de ambos (médico y paciente) y supone en toda su entidad la presencia entre ellos de una relación de carácter interpersonal. Por otro lado, está la realidad constantemente presente de la iatrogenia, el abuso comercial de determinadas tecnologías y modas, la poderosa influencia del “marketing” y de los medios masivos de comunicación en el tema del consumismo en aspectos sanitarios. Es cierto que la amenaza del encarnizamiento terapéutico y la pérdida del sentido de la proporcionalidad terapéutica existen y van de la mano de una hipertrófica “medicalización” de la vida cotidiana. Tiene especial importancia el ejercicio de la “phrónesis”, la clásica virtud de la prudencia para el discernimiento de lo que es bueno y malo por arte del médico tratante. Es básica la confianza del paciente en ese compromiso por parte de quien lo trata. Este concepto es aplicable también para equipos e instituciones en las cuales el manejo interdisciplinario es una condición pareja al nivel de complejidad e intromisión instrumental. La medicina basada en la prudencia afirma la fidelidad al “ethos” hipocrático: “primum non nocere”: de ella se habla poco y debería ser motivo más frecuente de consideración en las cátedras de las diversas especialidades.
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=118712&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=1397
Por cumplir con su deber
Por cumplir con su deber
Autor: Carlos Alberto Gomez Fajardo
Al tratar de cumplir su obvia misión de proteger y tutelar la dignidad de toda vida humana, sin excepción, una institución hospitalaria colombiana ha sido sancionada por las actuales autoridades de salud. Al hospital San Ignacio le han aplicado una multa por haberse comprometido con el bien.
Ha tenido que pagar una sanción que viene desde las instancias sanitarias oficiales convertidas ahora en una especie de organismo policial y represivo por el poder que las leyes vigentes les confieren. No es tan importante el tema del monto de la multa; sí lo es el implacable valor simbólico de lo que está sucediendo con la atención en salud en Colombia: he aquí que a una entidad hospitalaria, por tratar de ser coherente con su vocación y sentido, se le sanciona debido a que se niega con energía a dar muerte a un paciente. El estado, creyendo ejecutar justicia, ha conferido a una madre el cuestionable poder de decisión sobre la continuidad de la existencia física de su propio hijo, como si él fuera un objeto sobre el cual se ejerce dominio. Tal es el espíritu inicuo que inspiró a la sentencia C-355 del 2006 de la Corte Constitucional, en fallo injusto que reedita épocas de esclavitud y discriminación de unos seres humanos por parte de otros de la misma especie. Por ello hay quienes aún creen justo que el diagnóstico prenatal se convierta en sentencia de muerte prematura como en efecto ya sucede en muchos países. La ley, injusta pues va contra la naturaleza del ser humano, se apoya en este caso sólo en la arbitrariedad e interés totalitario de quienes la impusieron. No en vano la citada y fatal sentencia de la alta corte ha sido el bastión de “derecho” de quienes quieren creer que existen seres humanos de categoría inferior y que no merecen vivir por diversas razones. Simultáneamente los propagandistas de ése tipo unilateral de derecho se hacen pasar ante las irreflexivas muchedumbres como demócratas. No lo son; apenas llegan, como lo hemos dicho anteriormente, a la categoría de fotocopiadores de las legislaciones europeas más desviadas hacia la extrema izquierda de las ideas. Tal es el caso de la extensa normatividad eugenésica que el ministerio de la protección social se apresuró en imponer una vez que una triste y conocida ONG abortista le abrió el camino político: resolución 0769, circular externa 002137, decreto 4444 y “normas técnicas de interrupción voluntaria del embarazo”. Las leyes y normas se han convertido en expresión máxima de la voluntad de aniquilación del individuo por parte de una “nomenklatura” de funcionarios anónimos y despóticos, como en los oscuros tiempos de los soviet. Caben ahora para Colombia y para la continuidad del ejercicio digno de la profesión médica en este país las breves ideas de Henry David Thoreau, el autor del clásico “Del deber de la desobediencia civil”. En su inmortal discurso de 1848 manifestaba: “Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se deriven su propio poder y autoridad, y lo trate en consecuencia. Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo”. Ahora estamos viviendo en una época oscura en que el estado ha querido, por imposición de algunos juristas que creen más en los acuerdos y en los beneficios políticos y electorales que en la realidad objetiva de la justicia, y que por ello, son capaces de degradar el derecho a la condición de maquinaria de poder inflexible que sirve para ejecutar la eliminación sistemática de quienes son considerados indeseables. Lo que está teniendo lugar es la máxima aniquilación del propio concepto de la democracia.
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=117445&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=1383
¿Diagnóstico o sentencia?
¿Diagnóstico o sentencia?
CARLOS ALBERTO GOMEZ FAJARDO
El reciente activismo político de la “ideología de género” se ha propuesto por diversas estrategias imponer el aborto como si se tratase de un “logro” democrático.
Sus agresivas y hábiles campañas publicitarias incluyen la difusión de opiniones de personalidades de alto nivel de penetración en el confuso mundo de los medios masivos de comunicación. Acuden a funcionarios de alto rango y a otras personalidades de máxima notoriedad a quienes se han ganado para su causa. Entre las estrategias de la ideología abortista se destaca la deliberada y equívoca manipulación de conceptos, cifras e indicadores estadísticos. Algunos estudiosos han puesto claramente en evidencia, con valientes y documentados aportes críticos, aquellas sinuosas estrategias. Tales son las verdades expuestas de forma clara y simple por unos cuantos columnistas, como Rafael Nieto Loaiza (El Tiempo: “Verdades ocultas sobre el aborto”) y Ramón Córdoba Palacio (El Pulso: “La despenalización del aborto”). Ocurre que quienes pretenden difundir la ideología abortista acuden también a antiguos recursos y sofismas que buscan exacerbar el ánimo: uno de ellos suele ser la presentación de casos médicos extremos y dolorosos, situaciones clínicas de la máxima complejidad. Caen como anillo al dedo en terrenos de emotividad, y por supuesto, de extendida ignorancia y desconocimiento de las implicaciones médicas correspondientes. Así sucede con facilidad que se escuchan conceptos “médicos” en boca de quienes manifiestan con su vehemencia y superficial entusiasmo, el profundo desconocimiento de la materia sobre la cual pontifican. Esta clase de manipulación incluye la intencionalidad particularmente perversa de intentar cambiar el sentido de la medicina, procurando convertirla en instrumento de muerte selectiva y eugenésica, por razones de “piedad” o de “solidaridad”. Tal es el caso de la equívoca propuesta de la “terminación del embarazo” ante la circunstancia del diagnóstico prenatal de determinadas condiciones patológicas fetales. Esta absurda denominación - “terminación”- en realidad es un eufemismo para una de las formas más crueles de eugenesia: la eliminación de los enfermos reducidos a la condición de indeseables por parte de unos toscos técnicos sometidos al servicio de ideales de terceras personas. Ahora los indeseados son aquellos desafortunados fetos a quienes se les hace un diagnóstico genético o ecográfico de determinadas condiciones: los casos típicos son los del mongolismo y los defectos anatómicos del cierre del tubo neural. Quienes desean y pretenden cambiar el sentido humano de la profesión médica usan la misma metodología de razonamiento aplicada por los nazis. Se debe recordar que las leyes eugenésicas fueron impuestas por aquel régimen desde sus inicios en la década de los 30. Allí comenzaron las esterilizaciones de los enfermos mentales, más adelante, la “pendiente resbaladiza” se convertiría en la formidable máquina masiva de deshumanización y muerte conocida por la historia. Es el costo de la pérdida del horizonte antropológico de una sociedad que rinde culto a la utilidad y el costo-beneficio. Es pertinente recordar oportunamente la historia de la medicina del siglo XX. Esta es la dolorosa génesis de documentos internacionales tan importantes como el código de Nuremberg, cuyos principios basados en el respeto a la dignidad de la vida humana han sido refrendados en diversos escenarios internacionales desde su promulgación, en 1947. ¿Que es lo que le sucede a una sociedad que imagina que son ideales “democráticos” los que inspiran a los instigadores, ideólogos y publicistas de las ideas eugenesicas? Se requiere gran discernimiento y prudencia para la asimilación de lo que proponen algunos medios comprometidos con visiones “ligth” de la realidad. Ayuda recordar al gran genetista Jérôme Lejeune, quien dedicó sus colosales esfuerzos científicos y humanos a la promoción, defensa y respeto de los niños con síndrome de Down y otras enfermedades genéticas. Decía el médico francés: “Entonces, ¿qué nos queda?: Nos queda la sabiduría misma. Si los especialistas la desprecian, entonces acabaremos en una temible biología desnaturalizada. Pero si los médicos no la pierden, la tecnología más sofisticada estará honestamente al servicio de la comunidad humana. Sabiduría que resume una sola frase, el argumento que juzga todo: ´Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis´”. A la luz de la razón, algo anda mal con quienes pretenden que el diagnóstico prenatal se convierta en sentencia de muerte anticipada, y al mismo tiempo aleguen –macabra paradoja- que son demócratas. Hay que hacer un esfuerzo por formar una opinión pública seria que evalúe y pese prudentemente los datos que se proporcionan en la discusión de los temas más delicados. Es posible la democracia si se respeta la dignidad de la vida humana. Pero, hay que manifestarlo de modo enérgico, el respeto de la vida de todos, especialmente de quienes más necesitan la solidaridad del estado y de los otros ciudadanos: los enfermos, los débiles y los inocentes. En este tema del respeto es un imperativo. Comienza, naturalmente, por el respeto más fundamental de todos: el de la vida, pues para ejercer cualquier derecho, es necesario vivir.
http://www.elmundo.com/sitio/noticia_detalle.php?idcuerpo=1&dscuerpo=Sección%20A&idseccion=3&dsseccion=Opinión&idnoticia=2216&imagen=&vl=1&r=buscador.php&idedicion=60