Un concepto equívoco: “calidad de vida”
Carlos Alberto Gómez Fajardo - MD - elpulso@elhospital.org.co
Desde una perspectiva ética utilitarista puede desvirtuarse la cuestión fundamental de la dignidad de la vida de cada ser humano. En ocasiones, son los criterios pragmáticos de inspiración materialista, usados selectivamente para intentar calificar la prioridad de determinadas decisiones o procesos, tanto en los niveles “macro” de decisiones políticas en la asignación y ordenamiento de los recursos para fines de importancia colectiva, como en las situaciones concretas “micro”, de nivel personal. Es uno de los problemas vinculados a los criterios de análisis costo-eficiencia que intentan valorar el impacto, necesidad y pertinencia del uso de recursos económicos, humanos, logísticos y tecnológicos. Son los dilemas frecuentes, verbigracia, en casos como la evaluación de tratamientos de alto costo (cáncer, las Unidades de Cuidado Intensivo) y las decisiones políticas nacionales en temas como la educación de la población.
Pronto se hace evidente, en el proceso de toma de decisiones, que puede haber dos concepciones antropológicas que se encuentran en contradicción, en lo que atañe tanto a su teoría como a su praxis: por una parte, está el entendimiento (hoy muy extendido) del hombre como un sujeto “valioso” en cuanto lo es para su comunidad, para su país, teniendo en cuenta factores como edad, nivel de instrucción y capacitación, posibilidad de rehabilitación y reintegro a la vida laboral luego de eventos incapacitantes, expectativas de “vida útil”, etc. Aquella es la ética de la “calidad de vida”. Por otra parte, está la perspectiva ética fundada en el carácter intrínseco de la dignidad personal de todo ser humano, la cual defiende, con una base realista y antropológica, que todas las personas, sin distingo, merecen respeto, y éste, en primer lugar, ligado al propio valor de la vida física, requisito previo para el ejercicio de cualquier otro derecho. Todos los hombres en condición de igualdad, de dignidad y de derechos-deberes.
El peligro de los criterios utilitaristas se expresa, de modo contundente, con las políticas estatales a las que se tiene tendencia en la actualidad en diversos países (afanosamente fotocopiadas por sectores “demócratas” de la opinión local): las tendencias a eutanasia, aborto y eugenesia; la intolerancia dogmática al entendimiento del sufrimiento y del dolor; y la supresión “legal” de la vida, con diversos artificios lógicos que acuden a un deficiente concepto de la “libertad”. La libertad en minúscula, desligada de la responsabilidad.
Con frecuencia mayor de la deseable se acude a la expresión “calidad de vida”. En cada especialidad médica se da un contexto variable al término. Se llega, para cada situación patológica, a intentar cuantificar la “calidad de vida”, tratando de predecir variables como la ausencia de determinados síntomas, el progreso en procesos de rehabilitación y recuperación funcional, o el tiempo de retorno a actividades laborales. Mucho se habla de dólares. Tanto se repite el concepto, que con la mayor naturalidad y en los más variados contextos, políticos, comunicadores sociales, urbanistas, transportadores, todos y cada uno, se sienten cómodamente en el derecho incuestionable de usar el término, según sus particulares intereses y conveniencias. Casi todos hablan de algo diferente, y a aquello lo denominan, peregrinamente, “calidad de vida'. Y muchos imaginan entender algo simple.
También hablaron así quienes destinaron a la muerte selectiva a enfermos de variada índole, a ancianos, a opositores al régimen, a niños: “vidas que no merecen ser vividas...”, llegaron a argumentar, con poderosos sofismas económico-epidemiológico-clínicos y de “costo-beneficio” en sus presentaciones académicas y políticas.
Son algunos de los peligros de la pérdida de la dimensión auténticamente humana de la medicina. Es cierto que la medicina requiere ser fundamentada en una antropología correcta que entienda esta profesión, arte y ciencia, al servicio y promoción total del ser humano. Se puede perder de vista -con asombrosa facilidad, según las ideologías que la animen- que su misión tiene que ver con el Bien integral del hombre, no sólo con su “bienestar”, como lo repite constantemente la teoría economicista que se refiere sólo al “homo económicus”, según los postulados de Adam Smith, ahora imperantes por inicua ley.
Con sesudas razones la autora Maria Victoria Roqué Sánchez, en una documentada reflexión crítica sobre el concepto, titula su artículo “Calidad de vida, un mensaje cifrado” (Revista “Persona y Bioética” Años 4 y 5, No. 2 y l2, pp. 82-9l). Llama la atención sobre grandes problemas: hay más de cuarenta escalas que pretenden medirla, y existen duros contrastes entre visiones éticas diversas. Al usar estos conceptos equívocos se corre el peligro de que la sociedad sólo encuentre aceptables y tolerables determinadas condiciones y cualidades de vida. Se corre el riesgo de que se imponga entonces en la tarea de aniquilar, mediante diversos artificios y argumentaciones jurídicas, aquellas consideradas por algunos como de “calidad” inferior. En la citada referencia, además de otras preocupantes realidades, se advierte con claridad: “Si se toma la calidad de vida como condición de vida, la persona se convierte en un ser de materia biológica manipulable”. Lo que viene enseguida de aquello es un abismo de deshumanización, que ya se está viviendo.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/feb05/opinion/opinion.htm
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Un concepto equívoco: “calidad de vida”
viernes, 7 de mayo de 2010
Dificultades con las prácticas clínicas
Dificultades con las prácticas clínicas
Fernando Londoño Martínez - elpulso@elhospital.org.co
Una de las dificultades más graves que tenemos quienes nos dedicamos a la docencia, es la dificultad para la enseñanza de la práctica clínica. Para nadie es un misterio que sólo el contacto con los pacientes en forma directa es la mejor forma de enseñar muchas de las conductas clínicas a los estudiantes de Medicina, quienes en un futuro no muy lejano pueden ser los médicos que estén atendiendo nuestras propias dolencias.
Es cierto que ahora se pueden enseñar muchas maniobras técnicas con modelos artificiales y que incluso con la informática y en forma virtual es posible enseñar hasta procedimientos quirúrgicos muy complejos, pero también es cierto que la relación médico-paciente, la toma de la historia clínica en forma correcta y todas las variantes de la psicología de los pacientes, sólo pueden trasmitirse con pacientes vivos que se enfrentan en la consulta o se evalúan en la ronda clínica. No es en este sitio acaso donde se lleva a cabo la maravillosa lección clínica de que habla Pedro Laín Entralgo cuando dice: “Ante sus discípulos, un maestro expone con mayor o menor detalle lo que la exploración le ha dado a conocer en el paciente de que se trate. A continuación, hace que la atención de sus discípulos se fije de manera especial en un determinado síntoma o signo y a partir de él, adoptando sin saberlo la estrategia del ascenso por lo más empinado (porque a posteriori le es fácil hacerlo), construye un razonamiento eclécticamente anatomoclínico, fisiopatológico y etiopatológico, acaso también constitucional, y llega con impecable brillantez a la formulación de un juicio diagnóstico satisfactorio, y si la índole del caso lo permite, no sólo satisfactorio sino también sorprendente, a la manera de la resolución de un caso policíaco”.
Desde hace muchos años en la integración docente asistencial, hoy llamada integración docencia-servicio, que se puso en práctica en la mayoría de los hospitales oficiales, en muchos privados, y por supuesto en los universitarios, era claro para todos los médicos que al mismo tiempo que hacían la asistencia clínica de sus pacientes, realizaban funciones docentes con residentes, internos y estudiantes de Medicina de las distintas facultades, cumpliendo una función de la mayor importancia a veces ni siquiera completamente valorada por ellos mismos.
Ahora, cada vez con mayor frecuencia, estamos observando, que las funciones asistenciales que les asignan a los médicos y los resultados objetivos que deben demostrar en esta área, no les permite dedicar el tiempo necesario a la docencia, y los estudiantes se convierten en asistentes mudos e incluso a veces sólo se aprovechan para ayudar en las labores puramente asistenciales.
Con frecuencia, cada vez mayor, me enfrento a grupos de estudiantes de Medicina que se quejan de este tipo de conducta, y comienzan por afirmar que en ningún caso es culpa del médico que les tocó de docente, que por otra parte generalmente consideran excelente, sino por el cúmulo de responsabilidades asistenciales que les niega la posibilidad de enseñar sus conocimientos, promesa que todos hemos realizado en el Juramento Hipocrático o en la promesa médica actual que nos compromete en forma solemne a transmitir nuestros conocimientos a nuestros futuros colegas, como un deber importantísimo para la continuidad de la profesión médica. Osler, uno de los padres de la Medicina Interna, no podía comprender que un médico y especialmente un clínico, no fuera un maestro en todo el sentido del término.
Ante esta situación angustiosa, de la cual no somos todos conscientes, es necesario establecer unos mecanismos de diálogo entre los directores de los hospitales y los miembros encargados de la docencia en las facultades de Medicina, para llegar a acuerdos que permitan resolver esta dificultad (y en donde ya existen estas mesas de dialogo, es necesario abordar este tema en particular). En muchos casos será necesario nombrar docentes externos que hagan la docencia al margen de la asistencia como sucedía antes, cuando los médicos de los hospitales y los de las facultades de Medicina vivíamos juntos pero con funciones totalmente separadas, lo cual no es de ninguna manera ideal, pues, ¿quién conoce mejor al paciente que aquel que hace la asistencia, y por lo tanto el que mejor puede hacer la docencia? Volver al esquema antiguo sería en mi concepto un retroceso y además sumamente costoso. ¿No les parece?
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/abr04/opinion/opinion.htm
Yo no voy donde el “loquero”
Yo no voy donde el “loquero”
Luis Fernando Córdoba Velásquez - Psicólogo elpulso@elhospital.org.co
En la consulta psicológica y psiquiátrica se escucha todavía con frecuencia, por parte de algunas personas, expresiones tales como: “A mi sí me habían dicho que viniera, pero es que yo no estoy loco”, “doctor, yo le dije que debería ir donde el psicólogo, y me dijo que eso es para locos”, “a mí no me mande donde el psiquiatra que yo no soy esquizofrénico”. Que valioso sería, que comprendiéramos que ni el psiquiatra ni el psicólogo son “loqueros”, y mucho menos, que todas las personas que asisten a consulta con estos profesionales están “locas”.
Esta concepción distorsionada y equivocada que se tiene de estos profesionales de la salud y de las personas que asisten a su consulta, nos acompaña desde hace muchos años y, si bien poco a poco se desvanece, todavía son muchos los que piensan de esa manera. Por ello, vale la pena insistir en el empeño de lograr que se tenga un concepto más acertado de quiénes son y de qué se ocupan estos profesionales.
Nos quedamos con la idea de que la atención psicológica o psiquiátrica sólo se realiza a personas con “severos” trastornos mentales o de comportamiento; incluso, que si se asiste a consulta, necesariamente se sale de allí medicado, con una serie de pastillas que duermen a la persona, la “emboban” y le crean dependencia, cuando la realidad en la mayoría de los casos es bien diferente.
Muchas de los pacientes que asisten a consulta con el psicólogo o el psiquiatra lo hacen porque tienen dificultades en su relación de pareja, en la crianza de sus hijos, en el trabajo, con sus jefes o compañeros; porque se sienten inseguros, presentan algún temor, quieren superar su timidez o aprender a controlar su ansiedad, porque han vivido una experiencia traumática y deben elaborar el duelo, porque sienten el deseo o la necesidad de ser escuchados, etc. En ninguna de estas circunstancias podemos considerar, y mucho menos afirmar, que se trata de psicópatas, esquizofrénicos, depresivos crónicos o suicidas, etc. Cualquier persona que presente una dificultad o un trastorno psicológico o psiquiátrico, sin importar cual sea, merece y debe ser tratada ante todo como lo que es: como un ser humano, como una persona, con respeto, con afecto, y por ninguna circunstancia se puede o se debe socavar con calificativos denigrantes su dignidad o la del profesional que lo atiende.
Es fundamental que los profesionales de la salud que nos desempeñamos en el campo de la psicología o la psiquiatría, asumamos en todo momento un profundo respeto frente a nuestros pacientes, sin aprovecharnos de su condición de vulnerabilidad o de angustia, lo que es condenable ética y, a veces, legalmente.
Es necesario que a través de nuestro desempeño profesional, de las actitudes que asumimos frente a las demás personas con las que nos relacionamos día a día, que mediante el lenguaje que utilizamos dentro y fuera de consulta, reivindiquemos nuestra profesión, y que además, contribuyamos al respeto de la dignidad de quienes buscan nuestra ayuda para que puedan hacerlo sin el temor de ser juzgados por ello, o, peor aún, estigmatizados como “locos” o “enfermos mentales”.
Es triste pensar que muchas personas que pudieran beneficiarse de un tratamiento psicoterapéutico o psiquiátrico, no lo acepten por temor de ser calificados de “locos”. Muchos otros, que asisten a consulta, se sienten forzados a mentir en su casa o en su trabajo; otros crean una atmósfera de misterio para despistar a los curiosos que buscan indagar sobre sus salidas periódicas sin que aparentemente haya un motivo para hacerlo. Algunos incluso le piden a la secretaria que asigna la cita, que por ningún motivo llame a su casa o trabajo para confirmar la asistencia a la consulta, o que si es necesario hacerlo, mejor diga que es una cita médica, pero que por ninguna razón, vaya a decir que es una consulta con el psicólogo o con el psiquiatra.
¿Acaso se trata de algo denigrante, indigno o deplorable? ¿Por qué no ocurre lo mismo cuando visitamos al odontólogo, al médico general o de alguna especialidad? Más aún, con relativa frecuencia observamos como se hacen campañas de prevención, se motiva a las personas para que cuiden su salud oral, para que se vacunen, para que se practiquen exámenes o chequeos médicos periódicos con el fin de prevenir enfermedades físicas, pero cuando se trata de la salud mental, terminamos pensando que eso es para “locos”. Es como si en esta área no fuera necesario hacer prevención, como si los tratamientos fueran un asunto vedado, bochornoso, algo que debe ocultarse para evitar sospechas, censuras y estigmas sociales. ¿Hasta cuándo vamos a continuar con esa visión equivocada que hace tanto daño, porque niega de cierta manera a muchas personas la posibilidad de recibir la ayuda de profesionales que lo único que desean es contribuir a que ellas logren una óptima realización de su vida y puedan disfrutar de una existencia más agradable, más sana y más plena?
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/mar05/opinion/opinion.htm
Los valores éticos
Los valores éticos
Ramón Córdoba Palacio. M. D.
La axiología, la parte de la filosofía que se ocupa del estudio de los valores, se divide en tres grandes capítulos, a saber: 1º. La teoría de los valores o axiología general. 2º. La estética o teoría de los valores de lo bello y de lo feo, la filosofía del arte. 3º. La ética o moral, la filosofía práctica, una de cuyas funciones esenciales es evaluar los actos humanos, es decir, los que consciente y voluntariamente llevamos a cabo.
La antropología y la simple vivencia de nuestro existir nos revelan que, como lo expresa Bochenski, «La verdad es que el hombre no se enfrenta sólo contemplativamente con la realidad. No sólo la ve, sino que la valora o estima. [...] De modo general, nuestra vida está determinada por la valoración y los valores». Y Diego Gracia afirma más categóricamente: «La estimación es absolutamente necesaria en nuestra vida. Nadie puede vivir sin estimar». Y, ¿qué es lo que estimamos? Los valores expresados en cosas, realidades o "bienes" y que hacen de estos "bienes" algo bueno o mejor, malo o peor, bello o feo, "santo" o profano, agradable o desagradable, etc. Obviamente que si evaluamos, si valoramos, es porque aceptamos una escala de valores -valga la redundancia-, valores que no creamos sino que descubrimos: el bien, la belleza, la justicia, el mal, lo feo, lo injusto, etc.
Y, ¿qué son estos valores? Con García Morente respondemos: «Los valores no son sino que valen. [...] Cuando decimos de algo que vale, no decimos nada de su ser, sino decimos que no es indiferente». Y, con el mismo autor, podemos afirmar que: «El valer es no ser indiferente», que «la no indiferencia constituye la esencia del valer». Al respecto Gevaert, no obstante aceptar que «el valor es una categoría original» que no es posible definirlo en sentido estricto» -afirma- «que valor es todo lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser verdaderamente hombre».
Esta definición que es correcta para todos los valores, lo es especialmente para los éticos o morales, pues éstos se expresan, se manifiestan, se realizan, en las obras humanas que necesariamente se inclinan hacia el "bien", o hacia el "mal" sea por acción o por omisión.
Al manifestarse en cada acto humano, los valores éticos, o al menos la opción fundamental elegida libremente por cada persona, se constituye en la más personalizante, en la "opción" o en el valor «que condiciona al hombre en su realización», enseña Vidal.
Así, los valores éticos o morales se convierten en el "valor supremo" que da sentido a la existencia de cada persona, por lo que se "justifica a sí mismo", se impone como meta libremente elegida y buscada, no obstante la relatividad histórica del hombre y la inconstancia de su quehacer.
Nota: Esta columna es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -CECOLBE-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/ene03/opinion/opinion.htm
Dos mil siete, «el año de la vida»
Dos mil siete, «el año de la vida»
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
«Vamos a hacer del 2007 el año de la vida…», así lo proclamó en su mensaje de fin de año el doctor Álvaro Uribe Vélez, Presidente de la República, desde la martirizada Bojayá, y agregó, según lo registra la prensa: « [...] repudiemos el delito y el crimen, hasta que derrotemos el crimen, hasta que muera el crimen para que viva la vida».
Qué grato que en esta época histórica de destrucción y muerte el Primer Mandatario del país proclame públicamente su adhesión a la vida y el repudio al delito y al crimen, hasta derrotar “el crimen”. Su mensaje es una luz de esperanza para quienes pública y privadamente hemos defendido la vida en todas sus manifestaciones, y especialmente, a la vida que se manifiesta en el ser humano en todas las etapas de su desarrollo.
Y esta decisión del Presidente de la República fue lanzada poco tiempo después de que la Corte Constitucional en un fallo con muchos vacíos, inclusive legales, despenalizó el crimen del aborto voluntario, poniendo el valor de la vida por debajo del deseo de la madre, o del de la salud de ésta o de la del niño. Insisto, despenalizó el crimen del aborto porque el hecho de que la ley tolere un acto no hace dicho acto éticamente aceptable, no le quita el carácter intrínseco de crimen. La Real Academia de la Lengua Española define como crimen: « [m.] Acción voluntaria de matar o herir gravemente a una persona». Y matar voluntariamente y sobre seguro “a una persona”, es lo que ejecuta quien realiza un aborto y la madre que consiente en ello.
La discusión de si es vida humana o no, recurso sofista al que acuden quienes tienen mentalidad abortista, carece de bases sólidas, porque tanto la historia como la biología nos enseñan que desde cuando el género humano existe, el resultado natural de la fecundación de un óvulo por un espermatozoide de seres de este género es siempre un ser humano, ontológicamente una persona, desde el momento mismo de la fecundación, y que no hay en la evolución de su desarrollo cambio de especie. También está demostrada la autonomía teleológica de ese nuevo ser que sólo necesita, como todo ser vivo, el ambiente propicio para alcanzar su madurez, hecho demostrado científicamente incluso por los métodos de reproducción asistida.
Sin embargo, y en notable contraste con la manifestación del señor Presidente, poco tiempo antes el Ministerio llamado de la Protección (¿?) Social estuvo muy ocupado en reglamentar científicamente cómo se debía llevar a cabo el crimen del aborto. Podemos concluir que para este Ministerio el año 2007 no será el año de la vida como lo proclamó el doctor Álvaro Uribe Vélez, Presidente de la República, sino el año del crimen científicamente reglamentado.
Hacemos votos porque el año 2007 sea verdaderamente el año de la vida, el año en el «que derrotemos el crimen, hasta que muera el crimen para que viva la vida», como lo proclama el Señor Presidente, y no el año de la muerte criminal reglamentada científicamente como lo programa el llamado Ministerio de la Protección (¿?) Social.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/0702feb/opinion/opinion.htm
En información sobre el paciente: El fin no justifica los “medios”
En información sobre el paciente: El fin no justifica los “medios”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
La antropología filosófica nos enseña, igual que el sentido común, que el ser humano tiene, o debe tener, en la escala de valores un sitio superior, de privilegio, al de sus posesiones -animales no racionales, vegetales, objetos inanimados-, cualquiera sea el beneficio espiritual, sentimental, o material que de ellos obtenga. Sin embargo, en los avatares culturales, especialmente cuando desaparece o decrece el respeto al ser humano, a su
dignidad intrínseca e incondicional se invierten los términos y, como lógica consecuencia, los animales, los vegetales, los objetos inanimados y hasta las mismas personas se convierten en cosas a las cuales se les señala un precio, en cosas que pueden negociarse, venderse y comprarse, que pueden manipularse para beneficio propio sin importar la suerte de los demás, cuando se trata de personas.
En este siglo XXI, brillante en conquistas tecnológicas, abundan los ejemplos de esta deshumanización y trastrueque de valores: las “pirámides”, algunas técnicas médicas incompatibles con la dignidad del ser humano, los secuestros, etc. Me ocuparé sólo, y por razones obvias, de la situación en que la desastrosa Ley 100 convirtió a la atención médica de los seres humanos.
Gracias a dicha perversa Ley 100 de 1993, creada con un falso disfraz de sentido humano, las mascotas, especialmente animales, tienen muy superior calidad de atención en salud que sus mismos dueños. Sí. Por absurdo que parezca, las mascotas en Colombia tienen mejor calidad de atención en salud: sus médicos no están sometidos a los caprichos de ninguna EPS, IPS, etc., que los obligue a un tiempo determinado y restringido para elaborar un diagnóstico correcto; sus prescripciones no tienen la humillante y no ética condición de ser revisadas por alguien que puede no ser médico y que si lo es no examina al “paciente”, pero que decide sobre la existencia de éste; la mascota no está sometida a la discriminación de una clasificación como el Sisbén y el POS, ni se le niega la atención porque “no está en lista”, “no aparece en pantalla”, etc. Su condición clínico patológica, su historia clínica, no está sometida a manos de no profesionales de la salud y por lo tanto no expuesta a ser conocida por quien nada tiene que saber de ella.
Sí, la perversa Ley 100 de 1993 convirtió en Colombia la salud en un bien de consumo y creó instituciones de mercado que vendieran “salud para todos”, con criterio económico y grandes beneficios para sus arcas particulares; trocó la misión esencial de la medicina que es la velar pre-eminentemente por la existencia más que por la salud del paciente -el cuidado de la existencia exige el cuidado de la salud, no así a la inversa: el cuidado de la salud no exige el respeto por la existencia del paciente-. Más aún, la trocó en una disciplina deshumanizada en la que cuenta más lo técnico que lo humano; más tarde, en el desarrollo del sistema y para vigilar las ganancias, se crearon medidas irracionales como un tiempo caprichosamente fijado en 15 minutos por paciente -de los cuales cerca de 9 minutos se gastan en papeleo-, medida que demuestra el desconocimiento de lo que es de verdad la medicina y la confunde con la revisión en un taller mecánico. Se creó también, como reglamentación de la fatídica Ley, la figura del Supervisor, personaje con autoridad legal pero no ética, pues resuelve sobre la vida del paciente que es en esencia lo que el médico cuida en el ejercicio honesto de su profesión, sin ser médico o, peor aún, siendo médico, sin haber examinado al paciente y, además, nombrado y pagado por la misma entidad que lo considera juez para decidir entre los intereses del paciente y los propios de la entidad; la historia clínica, documento en el cual se deja constancia de la intimidad del paciente y de sus antepasados, con el pretexto de mejor y más oportuna atención, se pone en manos de personas que no pertenecen profesionalmente, aunque sí laboralmente, al área de la salud con las consecuencias nefandas que esto puede traer y ha traído para algunas personas, pero es que en el sistema de atención creado por la Ley 100/93 el ser humano no cuenta: cuenta el rendimiento económico, el sonido de la registradora cada cuarto de hora.
Por paradójico que parezca, las mascotas entre nosotros están mejor atendidas, con más respeto, que sus dueños sometidos por ley a un absurdo y perverso sistema de atención en salud, que desconoce la esencia de la medicina, la dignidad del ser humano y que todo lo enfoca al rendimiento económico de unos cuantos mercaderes que negocian, como los antiguos vendedores de esclavos -los llamados negreros-, con seres humanos.
También es paradójico que el cuerpo médico, las Academias de Medicina y demás asociaciones de estos profesionales, que las Facultades de Medicina y nuestros legisladores, sigan tolerando estos atropellos legales pero reñidos con la más elemental ética.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/0903mar/opinion/opinion.htm
El consentimiento idóneo o ilustrado
El consentimiento idóneo o ilustrado
Ramón Córdoba Palacio. M D.
Desde hace algunos años, el tema del consentimiento idóneo o informado ha ocupado el interés de tratadistas de bioética y de derecho, pues con el auge publicitario de la “autonomía del paciente” se plantean situaciones que merecen la intervención tanto de la primera como del segundo.
En realidad, el consentimiento idóneo -mejor que ilustrado- consiste en solicitar autorización al paciente o a su representante cuando éste está incapacitado para otorgarla, para llevar a cabo las acciones diagnósticas o terapéuticas que le propone el médico. Solicitar este permiso es, simplemente, reconocerle su dignidad incondicional y aceptar que, con la debida información o ilustración sobre su estado clínico patológico, tiene el derecho, en una relación médico-paciente adecuadamente establecida, a decidir libre de toda presión interna y externa sobre el cuidado de su salud, de su existencia.
Para que esta autorización o consentimiento sea válido éticamente, debe llenar algunos requisitos que el médico está obligado a comprobar que se cumplen, a saber: que el paciente entendió la información adecuada -no exhaustiva-- que le proporcionó sobre las medidas terapéuticas, sobre los riesgos y ventajes de éstas, sobre las consecuencias de rechazarlas; que su decisión no obedece a presiones externas familiares, sociales, etc.; que él como profesional fue capaz de disipar los falsos temores y las falsas expectativas creadas por consejas o informaciones incompletas de medios de comunicación, etc., y, muy importante y que requiere a veces intervención profesional especializada, si el paciente es competente para decidir, si su capacidad de optar en relación con el cuidado de su existencia, de su salud, no está alterada.
Una de las más frecuentes dificultades es la de la comunicación entre el médico y el paciente, porque el primero ha olvidado el lenguaje con el que éste, el paciente, conoce y se expresa sobre su organismo, sus dolencias, etc., y sólo encuentra un vocabulario técnico que nada dice al profano, al común de las gentes. La información que proporciona el médico debe ser para algunos autores totalmente neutra para que no influya en la decisión del paciente; sin embargo, si al médico le quedan dudas fundamentadas de que por cualquier circunstancia la decisión del paciente no es plenamente autónoma, si está en alguna forma restringida, no sólo es ético sino aconsejable que emplee su autoridad y sus conocimientos para convencer, nunca para imponer, iluminando conceptos, despejando dudas y temores para que el paciente opte por lo que de verdad es su mayor bien. Es el llamado paternalismo débil. No es ético que por temor a influir en su decisión, el médico permita que la opción del paciente sea equivocada, pero, como dije antes, su participación debe limitarse a convencer, a ilustrar, no a imponer ni a engañar.
En relación con el consentimiento informado en los menores, se acepta hoy que los padres no pueden, por creencias religiosas o por cualesquiera otras razones, exponer a sus hijos a la muerte o a secuelas definitivas por oponerse a un tratamiento probado, y el médico debe acudir a un juez de familia para que tome bajo su tutela al menor y autorice el tratamiento.
La autonomía del paciente no debe ni puede sobrepasar y, menos aún, anular la autonomía del médico. Éste, en el cumplimiento de su misión debe ceñir sus actitudes y sus actuaciones a buscar siempre el verdadero bien, total, pleno, del paciente como persona cuya dignidad es incondicional, máxima. Su conducta debe estar inspirada en la aplicación honesta y oportuna de sus conocimientos y habilidades y, además, según su conciencia adecuadamente iluminada, en el principio de que el bien que fundamentalmente busca para el paciente, no sea tergiversado por otros intereses o por caprichos del paciente que no pretenden el verdadero bien y se transan por el bienestar de éste o de quienes lo rodean. No es válida éticamente la disculpa del profesional cuando afirma que su conducta se debió a solicitudes del paciente.
Entre nosotros el artículo 16 de la Ley 23 de 1981 y los artículos 10, 11, 12 y 13 de su decreto reglamentario, establecen claramente los aspectos legales al respecto, entre otros que es el médico quien está obligado a advertir al paciente los riesgos previstos de las acciones que le propone al paciente y, además, que: «El médico dejará constancia en la historia clínica del hecho de la advertencia del riesgo previsto o de la imposibilidad de hacerla».
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La caja de Pandora
La caja de Pandora
Ramón Córdoba Palacio MD - elpulso@elhospital.org.co
Es frecuente oír decir a nuestra gente: “se necesitaron tantos muertos para que solucionaran este problema”, o, ¿cuántos muertos se necesitarán para que arreglen esto? Continúan los hospitales cerrando servicios y restringiendo atención porque no producen dinero pese a la asistencia de alta calidad para sus pacientes; se presentan con frecuencia reclamos de salarios y, más grave aún, reclamos de elementos indispensables para prestar a los pacientes la oportuna y adecuada ayuda a sus quebrantos de salud, a veces muy graves. Y las autoridades de salud, los responsables de salvaguardar la vida y la salubridad de todos los colombianos según la Constitución vigente, siguen buscando el mal y la solución en el tonel sin fondo de la economía, cuando el mal -incorregible mientras subsista la Ley 100- es el cambio de finalidad de la atención médica que en vez de prestar ayuda de alta calidad en esta área de la actividad humana, tiene ahora, por ordenamiento legal, que producir dinero que mantenga llenas las arcas de las empresas comerciales conocidas como las EPS y las IPS.
Como en el mito griego de la caja de Pandora, la caja con el deslumbrante aspecto de un regalo de los dioses, que estaba repleta de daños y desgracias, la Ley 100 con la engañosa apariencia de salud de calidad para todos, de solidaridad e igualdad para los desprotegidos económicamente, puso precio en dinero a la existencia humana y creó instituciones intermediarias que tienen como finalidad explotar tan funesto comercio y acrecentar así cada vez más sus réditos y a las que nada, absolutamente nada, las obliga con la atención médica adecuada de sus “clientes” o “usuarios”, fuera de que estén a paz y salvo, que éstos cumplan directa o indirectamente con sus cuotas. La existencia y la integridad de la persona humana y su condición de salud, se convirtió, por determinación legal -Ley 100-, en elemento de consumo, con instituciones que la venden según el dinero disponible del cliente y no de acuerdo con la dignidad incondicional de quien la requiere.
Más de una persona ha fallecido en las puertas de instituciones de atención médica -al menos así las denominan-, llevando en sus manos la evidencia para-clínica de su enfermedad, que requiere atención urgente, porque su nombre no aparece en pantalla, porque no tienen orden de remisión, porque debe volver a su pueblo a que le cambien la tarjeta del Sisbén, etc. Más de un enfermo ha soportado el deterioro de su estado de salud -realmente de su existencia-, por las mismas causas o porque las órdenes de exámenes paraclínicos o de substancias o intervenciones terapéuticas se indican para cuando la enfermedad y el tiempo las hacen inútiles y hasta humillantes. Obviamente estos pacientes figuran en la estadística como colombianos “cubiertos por el sistema de salud, Ley 100”, pero no se tiene en cuenta la calidad de la atención. ¡Cuántas evidencias al respecto guardan los expedientes en los Tribunales de Ética Médica y cuántas más dormirán el sueño del olvido en el prontuario de quejas de la Superintendencia Nacional de Salud! ¡Cuánto se revelaría sobre el engaño de la infortunada Ley 100 si esta Superintendencia evaluara adecuada y oportunamente las quejas que recibe!
Más aún, en el afán mercantilista según el cual todas las instalaciones deben rentar para que sean viables, ¿cuántos exámenes inútiles, injustificados en relación con la condición de salud del paciente y, a veces, de grave riesgo para éste se están indicando? ¿Cuántas hospitalizaciones injustificadas desde el punto de vista estrictamente médico se están exigiendo, hospitalizaciones que aportan dinero a los mercaderes de la salud, de la existencia humana, amparados por la ley?
Se habla de reformas y surge una inquietud: ¿aparecerá una ley que indique que debemos acercarnos a las ventanillas de las empresas bancarias a reclamar atención de salud en vez de dinero, una ley que cambie la finalidad de dichas entidades y ordene que produzcan salud en vez de dinero al tenor de la exaltada pero tenebrosa Ley 100, la cual cambió la finalidad de la medicina al exigir llenar las arcas de unos pocos a costa de una deficiente atención médica?
Un colega señala con descarnada certeza que en relación con la salud lo que hoy impera es: “Si eres joven y sano, ¡bienvenido!, mas si eres de edad o enfermo, mejor muérete: nos puedes costar mucho dinero que no debemos gastar en tu persona, ya que de todas maneras, tarde o temprano, morirás”.
Sólo hay una manera de evitar los daños y males de la Caja de Pandora: cerrar permanente y definitivamente dicho “regalo de los dioses” 6
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/jul04/opinion/opinion.htm
Con Ley 100: mascotas mejor atendidas en salud que sus dueños
Con Ley 100: mascotas mejor atendidas en salud que sus dueños
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
La antropología filosófica nos enseña, igual que el sentido común, que el ser humano tiene, o debe tener, en la escala de valores un sitio superior, de privilegio, al de sus posesiones -animales no racionales, vegetales, objetos inanimados-, cualquiera sea el beneficio espiritual, sentimental, o material que de ellos obtenga. Sin embargo, en los avatares culturales, especialmente cuando desaparece o decrece el respeto al ser humano, a su dignidad intrínseca e incondicional, se invierten los términos y, como lógica consecuencia, los animales, los vegetales, los objetos inanimados y hasta las mismas personas se convierten en cosas a las cuales se les señala un precio, en cosas que pueden negociarse, venderse y comprarse, que pueden manipularse para beneficio propio sin importar la suerte de los demás, cuando se trata de personas.
En este siglo XXI, brillante en conquistas tecnológicas, abundan los ejemplos de esta deshumanización y trastrueque de valores: las “pirámides”, algunas técnicas médicas incompatibles con la dignidad del ser humano, los secuestros, etc. Me ocuparé sólo, y por razones obvias, de la situación en que la desastrosa Ley 100 convirtió a la atención médica de los seres humanos.
Gracias a dicha perversa Ley 100 de 1993, creada con un falso disfraz de sentido humano, las mascotas, especialmente animales, tienen muy superior calidad de atención en salud que sus mismos dueños. Sí. Por absurdo que parezca, las mascotas en Colombia tienen mejor calidad de atención en salud: sus médicos no están sometidos a los caprichos de ninguna EPS, IPS, etc., que los obligue a un tiempo determinado y restringido para elaborar un diagnóstico correcto; sus prescripciones no tienen la humillante y no ética condición de ser revisadas por alguien que puede no ser médico y que si lo es no examina al “paciente”, pero que decide sobre la existencia de éste; la mascota no está sometida a la discriminación de una clasificación como el Sisbén y el POS, ni se le niega la atención porque “no está en lista”, “no aparece en pantalla”, etc. Su condición clínico patológica, su historia clínica, no está sometida a manos de no profesionales de la salud y por lo tanto no expuesta a ser conocida por quien nada tiene que saber de ella.
Sí, la perversa Ley 100 de 1993 convirtió en Colombia la salud en un bien de consumo y creó instituciones de mercado que vendieran “salud para todos”, con criterio económico y grandes beneficios para sus arcas particulares; trocó la misión esencial de la medicina que es la velar pre-eminentemente por la existencia más que por la salud del paciente -el cuidado de la existencia exige el cuidado de la salud, no así a la inversa: el cuidado de la salud no exige el respeto por la existencia del paciente-. Más aún, la trocó en una disciplina deshumanizada en la que cuenta más lo técnico que lo humano; más tarde, en el desarrollo del sistema y para vigilar las ganancias, se crearon medidas irracionales como un tiempo caprichosamente fijado en 15 minutos por paciente -de los cuales cerca de 9 minutos se gastan en papeleo-, medida que demuestra el desconocimiento de lo que es de verdad la medicina y la confunde con la revisión en un taller mecánico. Se creó también, como reglamentación de la fatídica Ley, la figura del Supervisor, personaje con autoridad legal pero no ética, pues resuelve sobre la vida del paciente que es en esencia lo que el médico cuida en el ejercicio honesto de su profesión, sin ser médico o, peor aún, siendo médico, sin haber examinado al paciente y, además, nombrado y pagado por la misma entidad que lo considera juez para decidir entre los intereses del paciente y los propios de la entidad; la historia clínica, documento en el cual se deja constancia de la intimidad del paciente y de sus antepasados, con el pretexto de mejor y más oportuna atención, se pone en manos de personas que no pertenecen profesionalmente, aunque sí laboralmente, al área de la salud con las consecuencias nefandas que esto puede traer y ha traído para algunas personas, pero es que en el sistema de atención creado por la Ley 100/93 el ser humano no cuenta: cuenta el rendimiento económico, el sonido de la registradora cada cuarto de hora.
Por paradójico que parezca, las mascotas entre nosotros están mejor atendidas, con más respeto, que sus dueños sometidos por ley a un absurdo y perverso sistema de atención en salud, que desconoce la esencia de la medicina, la dignidad del ser humano y que todo lo enfoca al rendimiento económico de unos cuantos mercaderes que negocian, como los antiguos vendedores de esclavos -los llamados negreros-, con seres humanos.
También es paradójico que el cuerpo médico, las Academias de Medicina y demás asociaciones de estos profesionales, que las Facultades de Medicina y nuestros legisladores, sigan tolerando estos atropellos legales pero reñidos con la más elemental ética.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/0902feb/opinion/opinion.htm
Algunas contradicciones del “Informe Warnock”
Algunas contradicciones del “Informe Warnock”
Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
Son múltiples las contradicciones en las cuales incurre la copiosa cantidad de documentos y reglamentaciones usadas en el ámbito internacional en lo pertinente a la investigación con embriones humanos y a la utilización de las técnicas de reproducción asistida (Fertilización in vitro y transferencia de embriones, inseminación artificial, homóloga y heteróloga, algunas tecnologías de diagnóstico prenatal, especialmente en momentos muy precoces del desarrollo embrionario). Podría afirmarse que se trata de la aparición de las paradojas y absurdos propios de un ambiente en el cual el ser humano (en uno de los períodos máximos de su fragilidad, el inicio de su propia existencia) es reducido a la condición de “cosa”, de objeto de uso de una dinámica tecnológica arrogante y carente de freno, o también, del mismo ser humano reducido a la condición de objeto de sistemas legislativos que tratan -por cierto de modo harto hipócrita- de imponer prohibiciones y penas en terrenos que automáticamente legitiman. Son las paradojas que enfrenta una humanidad que ha deificado el “poder hacer” tecnológico y que se empeña en correr los límites de lo legal hasta llegar de nuevo a los tiempos ya vividos de la discriminación “jurídicamente válida” contra los débiles. Ya no sólo discriminación racial, o política, sino de diferente, y quizá peor, naturaleza.
Es la realidad patética del ser humano como objeto de poder, como producto del supermercado, como víctima de discriminación de vida o muerte debido a las posibilidades técnicas de sus dominadores, quienes a la vez que tecnócratas, son vendedores de quimeras y de ilusiones. Naturalmente, nos referimos también a un terreno abonado para comerciantes, los cuales, ocultándose tras el velo de una hipotética filantropía, ponen en operación una eficiente maquinaria de producción de dinero, bajo una inspiración estrictamente eugenésica y materialista.
Ilustremos esto con algunos de los puntos contenidos en las recomendaciones de la importante “Comisión de investigación sobre fecundación y embriología humana”, mejor conocida como “Comisión Warnock” (Londres, 1984). La importancia de este informe trasciende el ámbito del Reino Unido, pues sus recomendaciones fueron acogidas por el Consejo de Europa (recomendación 1046 del CE) y son obligado punto de referencia para los estudiosos de los problemas de la bioética en el mundo.
Para que el lector diligente ensamble por sí mismo algunas de las piezas de este rompecabezas fatídico, vamos destacando sólo algunos de los puntos contenidos en el informe de la “Comisión Warnock”:
“12. Ningún embrión humano derivado de fertilización in vitro puede mantenerse vivo más de 14 días después de la fecundación si no es trasladado al cuerpo de una mujer; tampoco se le puede utilizar como objeto de investigación más allá de los 14 días a partir de la fecundación”. (Destáquese la arbitrariedad en la definición de este límite temporal debido a la falacia de la diferenciación del tubo neural, omitiéndose la realidad ontológica de la unidad genética del nuevo ser desde el instante mismo de la fecundación, momento de la combinación de su nueva, única e irrepetible identidad genética y cromosómica. Posteriormente, en el seno de la misma Comisión Warnock, se reconocería la arbitrariedad de dicho término temporal. Por fortuna, existen críticas ya muy fundamentadas al respecto, aunque poco difundidas por los medios masivos de comunicación).
“17. La compraventa de embriones o gametos humanos debe ser permitida sólo con autorización de organismos concesionarios de licencias y está sujeta a las condiciones que estos fijen”. (¡Cuidado con esos organismos concesionarios de licencias! De nuevo se propone la esclavitud y el tráfico de seres humanos como norma jurídicamente válida. Esta forma particular de discriminación contrasta con el contenido de la Declaración Universal de los Derechos Humanos -1948- y con otras normatividades respetadas y suscritas por muchos países).
“32. El período máximo de almacenamiento de embriones será de 10 años”. (¿Quién posee autoridad para establecer límites a la supervivencia de un ser humano congelado, aún ignorante de lo que le ocurre, por acción de terceros? Hay que recordar lo ocurrido hace un par de años en Inglaterra, al vencerse estos términos).
“42. El embrión humano debe recibir algún tipo de protección legal”. (¿Habrá una afirmación jurídica más imprecisa y equívoca? ¿Existen diversos “rangos” de individuos susceptibles de recibir diversos tipos de protección legal?).
Estas -hay más- contradicciones de la documentada pero parcializada Comisión Warnock, tienen expresión de trascendencia mundial. Iguales defectos contienen documentos como la “Recomendación 1046” del Consejo de Europa sobre los mismos asuntos. Ni qué decir acerca de las declaraciones provenientes de entidades dedicadas profesionalmente a la difusión y venta de las tecnologías involucradas en el campo de la infertilidad, con el evidente conflicto de intereses coexistentes. Son los resultados de una pérdida del horizonte antropológico, la paradoja de la confianza irracional en la razón, algo que no se diferencia mucho de lo propuesto por el Iluminismo del siglo XVIII.
Para aclarar un poco los engaños contenidos en una brutal “cosificación” del ser humano, vale la pena considerar algunos de los siguientes hechos que hacen posible la presentación de esa atmósfera de manipulación por medio de la biotecnología: afán de “subjetividad” y relativización de las realidades éticas, visión desmedida e hipertrófica del “poder hacer”; desconocimiento del valor sagrado de la vida humana. Negación sistemática de lo sagrado. Degradación y desvalorización del concepto de la “libertad” de la investigación científica.
Nota:
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http://www.periodicoelpulso.com/html/may04/opinion/opinion.htm
Mujer, responsabilidad y aborto
Mujer, responsabilidad y aborto
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Todo acto humano, es decir, todo acto llevado a cabo por el hombre -ser inteligente y racional-, con conocimiento de lo que hace, con consentimiento o advertencia de las consecuencias que pueden derivarse de la acción una vez realizada, consecuencias que él acepta y, consciente de éstas, lleva a cabo voluntaria y libremente lo que eligió como su acción, le crea necesaria e ineludiblemente, responsabilidad frente a la acción y frente a dichas consecuencias. Esto nos distingue de los seres irracionales a los cuales, como no pueden deliberar y sólo obedecen a sus instintos, no les podemos exigir responsabilidad por sus acciones.
De esta responsabilidad por las consecuencias de nuestros actos no podemos excluir el uso adecuado o inadecuado de la genitalidad y menos cuando de dicha relación surge una nueva vida, un nuevo ser humano, una persona humana como es, desde siempre, el vástago de la fecundación de un óvulo de mujer por un espermatozoide de varón, cualesquiera sean las circunstancias de esta fecundación. El concepto de salud implica el de prevención, y si los padres fueron irresponsables en su relación, no es racional ni justo que sea el hijo porque es su hijo, quiéranlo o no el castigado, y castigado con la pena de muerte que es lo que realmente significa el aborto voluntario. En justicia la sanción debe ser para los comprometidos en el acto generativo por irresponsables en su realización y por negarse a cumplir con su obligación frente a su hijo.
Para solicitar el beneplácito legal de la eliminación del nuevo ser, del embrión humano que sólo requiere de quienes lo engendraron un ambiente propicio para realizar el crecimiento y desarrollo característico de su especie, se trae a colación la igualdad de derechos del hombre y de la mujer, desconociendo así la función biológica natural: concebir en la mujer y fecundar en el varón, cuando hacen uso de su genitalidad. Conceder legalmente permiso a la mujer para deshacerse del fruto de esa relación no es igualar sus derechos con los del varón sino permitirle matar a quien ella misma llamó a la vida y que biológicamente es una vida diferente, ontológica y antropológicamente tan valiosa como la suya.
Ciertamente que el Estado debe preocuparse por impartir educación en el área de la salud, no obstante ser la familia la responsable en primer lugar de inculcar los valores de la sexualidad, incluyendo los de la genitalidad; pero no es educar por parte de aquél desamparar legalmente al hijo, indefenso, y en ninguna forma responsable de la incomodidad personal o social de sus padres, específicamente de su madre. Si es un derecho matar a quien nos incomoda, a quien no queremos, ¿por qué se sanciona como homicidio lo que hacen sicarios, guerrilleros, etc.?
Todos los seres humanos, todas las personas, hombres y mujeres, somos seres racionales que tenemos la capacidad y la imprescindible necesidad de elegir en todas y cada una de las acciones que llevamos a cabo como actos humanos, previa una deliberación inteligente y racional en la cual evaluamos las consecuencias de nuestras acciones y las aceptamos, y por las cuales debemos responder ante nosotros mismos y ante los demás. Somos “animales racionales”, inteligentes, libres, con una voluntad que determina nuestras acciones y una conciencia que nos indica si son justas o no lo son. No es cuestión religiosa sino puramente antropológica. Frente a estos “animales racionales” encontramos los “animales irracionales” que por carecer de una inteligencia racional, que por obedecer a instintos y no tener la capacidad de deliberar para evaluar lo justo de su proceder, están exentos de un juicio sobre el bien o el mal en sus actos.
Surge, pues, una pregunta: ¿por qué los movimientos feministas que dicen reivindicar los derechos fundamentales de las mujeres, seres racionales, reclaman que al menos legalmente se las trate como a “animales irracionales” y que no se les exija responsabilidad en los actos que realizan, actos que cuestan la vida a seres humanos indefensos y que no participaron en el origen de las causas que molestan e inquietan a sus progenitoras? ¿Por qué a estos movimientos les perturba hasta el delirio el carácter racional de la mujer y pretenden que se la tenga por “animal irracional”, irresponsable de sus acciones? ¿Será esto una verdadera defensa de los derechos y de la dignidad de la mujer? ¿Serán más dignas y humanas siendo consideradas legalmente como “animales irracionales” que como “animales racionales”? Y es de recordar que aún cuando las leyes positivas no castiguen su acción, éticamente no confundirlo con dictamen religioso su acción es repudiable, condenable, pues “no todo lo legal es ético”.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/sep05/opinion/opinion.htm
La objeción de conciencia y las tiranías
La objeción de conciencia y las tiranías
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
La historia nos muestra con terrible evidencia cómo, desde tiempos inmemoriales, las peores tiranías, las más crueles y sangrientas, se han ensañado en imponer sus criterios y en desconocer uno de los más fundamentales derechos humanos como es obedecer a la propia conciencia, empleando la violencia física o legal en contra de quien o de quienes tienen el valor de desconocer sus criterios para salvaguardar la propia dignidad y la dignidad incondicional de todo ser humano.
Recordemos, sin ceñirnos a una estricta sucesión histórica, algunos de estos vergonzosos y crueles episodios: uno de los más antiguos es, sin duda, el que conocemos como “El martirio de los siete hermanos” y de su madre, en la época de los Macabeos -cerca de 200 años antes de Cristo-, en el cual uno de los Antíocos hizo gala de una sevicia que ni el más feroz de los depredadores irracionales emplearía con sus víctimas. Más cerca de nuestro tiempo encontramos el circo romano y la multitud de personas sacrificadas por su fe o como combatientes que debían morir para complacer la sed de sangre de los habitantes del Imperio que proclamaba la civilización.
Y en el siglo pasado, siglo XX, se nos presentan como verdadero baldón del llamado Homo sapiens sapiens, los campos de concentración nazis y rusos, donde por motivos raciales, religiosos, políticos, etc., se eliminaban seres humanos con refinamientos que no aminoran sino que agravan la ferocidad de tiranos de pueblos llamados civilizados, portadores de cultura, creadores de ciencia “en pro de la humanidad”.
Bien. En Colombia, de forma muy sutil pero con preocupante firmeza, se instaura una de esas tiranías tan crueles o más que las que hemos citado. Más cruel porque involucra a seres humanos indefensos, que no han cometido por su misma condición biológica ningún delito ni han quebrantado ninguna disposición legal y que son condenados a muerte sin otorgárseles la posibilidad de defender sus vidas. Más cruel porque trata de obligar a personas libres a cometer el delito que ellos señalan como un derecho, o a convertirse en cómplices porque no les permite el recurso de la objeción de conciencia, derecho humano fundamental como lo afirmamos antes, reconocido en la Constitución de 1991, artículo 18, que ellos, al asumir sus cargos, juraron cumplir y defender. Todo tirano jura cumplir la Constitución, pero luego se hace un perjuro que sólo obedece a su propio criterio.
Desde las altas Cortes, desde el Ministerio de Protección Social (¿?), y ahora desde el Ministerio Público, se lucha denodadamente por abolir, especialmente para los médicos y las instituciones del área de la salud, el esencial derecho a la Objeción de Conciencia.
¡Ministerio de Protección Social! Parece por su nombre tener el encargo de cumplir en todos los casos el artículo 11 de la Constitución de 1991, que a la letra dice: “Artículo 11. El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte”. Sin embargo, actualmente no sólo se considera legal condenar a muerte a seres humanos en el período embrionario de su natural desarrollo, sino que se pretende obligar al médico a ser el verdugo.
La misma Constitución al ocuparse del Ministerio Público ordena en el “Artículo 277. El Procurador General de la Nación por sí o por sus delegados y agentes, tendrá las siguientes funciones: 1. Vigilar el cumplimiento de la Constitución, las leyes, las decisiones judiciales y los actos administrativos. 2. Proteger los derechos humanos y asegurar su efectividad, con el auxilio del Defensor del Pueblo. etc.”.
Sí, sutil pero firmemente la tiranía se impone en Colombia y, por temor más que por desconocimiento, poco o nada hemos hecho para defender nuestra libertad, antes de que sea demasiado tarde.
“El derecho a la vida es inviolable”. “Se garantiza la libertad de conciencia. Nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas ni obligado a actuar contra su conciencia”, señalan los artículos 11 y 18 de la Constitución vigente, al reconocer los derechos esenciales de todo ser humano a la vida y a obrar según su conciencia. Vuelvo a preguntar: ¿qué hemos hecho o estamos haciendo para defender nuestra libertad, nuestra dignidad?.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/0901ene/opinion/opinion.htm
“Cuando el médico falla”
“Cuando el médico falla”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
El título de este artículo es tomado del editorial de El Tiempo, 26 de octubre de 2008, editorial que hace un análisis de errores médicos, ilustrado con impresionantes ejemplos. El editorialista hace un somero recuento de las posibles causas de esos errores, con énfasis en la “mala práctica”, en la “formación dudosa” de los médicos, “en un sistema de salud que alteró la esencia del acto médico; los bajos ingresos y la pérdida de autonomía frente al manejo de los pacientes, así como la atención apresurada de los enfermos bajo un esquema mercantilista” y recalca sobre la necesidad de que los profesionales de la medicina no se escuden en las situaciones adversas -los "eventos adversos"- en el ejercicio de su misión, como excusa a su falta de responsabilidad.
Es, sin duda, un análisis relativamente completo, pero, como en muchos otros presentados en los medios de comunicación de masas, el énfasis recae sobre la conducta del médico y poco o nada sobre las situaciones en las que éste tiene actualmente que desempeñar su misión a causa de la Ley 100 de 1993, ley perversa desde su origen, pues tras el seductor ideal de salud igualitaria para todos los colombianos -lo que no se logró-, hizo de la medicina un ejercicio comercial, con todos los vicios del mercantilismo, en el cual unas cuantas instituciones creadas por la misma Ley -EPS, IPS- trafican con la vida, con la salud, con la integridad de seres humanos y, luego, hacen recaer la responsabilidad en los médicos, cuya libertad de acción honesta ha sido conculcada en beneficio de las rentas monetarias de dichas instituciones.
La salud no puede ser un bien de consumo ya que hace parte esencial de la existencia y es el cuidado de ésta, de la existencia, lo que confiamos al médico cuando acudimos a la consulta. La misión fundamental del médico, aunque parezca paradójico, no es el cuidado de la salud sino el de la vida del paciente, y esta vida es la que se mercantiliza en las instituciones creadas por la Ley 100. En otras palabras, se negocia con vidas humanas al amparo de una ley, en una nación cuya Constitución vigente, la de 1991, proclama en el artículo 17: “Se prohíben la esclavitud, la servidumbre y la trata de seres humanos en todas sus formas”.
«Ser médico es diferente de saber medicina». Ser médico implica una actitud, una vocación de servicio a la persona humana, manifiesta Félix Martí Ibáñez. La salud por sí misma carece de sentido, pues nadie desea estar sano por el placer de estar sano, como bien lo expresa Siebeck, citado por Laín Entralgo: «No hay salud cumplida sin una respuesta satisfactoria a la pregunta: Salud, ¿para qué? No vivimos para estar sanos sino que estamos y queremos estar sanos para vivir y obrar».
« [...] La labor del médico, su privilegio es ayudar a una persona; malgasta mucho de su oportunidad cuando limita su atención a la enfermedad de su paciente», nos enseña James Roswell Gallagher, el creador de la medicina del adolescente, y Laín Entralgo proclama: «La relación entre el médico y el paciente no puede ser satisfactoria si no tiene su término en el paciente mismo… no en la sociedad, ni en el Estado, ni en el buen orden de la naturaleza, sino en el bien personal del sujeto a quien se diagnostica y trata, y por lo tanto el sujeto mismo» (subrayado fuera de texto).
Debemos recalcar algo: “esa formación dudosa” de los futuros médicos apenas comienza y cada día será más crítica: los hospitales que se enorgullecían de su título de Universitario desaparecieron por la Ley 100, pues sobreviven de los contratos con las EPS, IPS, que no permiten que sus afiliados sea sujetos de enseñanza médica, no siempre por respeto a éstos sino porque esta práctica disminuye sus ingresos monetarios y porque en el fondo pueden manipular más fácil a los profesionales mal preparados. Así las cosas, inclusive las Facultades de Medicina que disponían de buenas áreas de práctica honesta y humana para sus estudiantes, ven menguada esta indispensable experiencia. Infortunadamente, estos aspectos fundamentales en la correcta atención de los pacientes, se soslaya y se da la impresión de que todo depende del cuerpo médico y que el Estado, que es el llamado a volver las cosas al buen camino, no tiene responsabilidad, toda la responsabilidad, al respecto.
Errores médicos han existido siempre y es imposible evitarlos: en primer lugar, porque la medicina no es una ciencia exacta, porque todo acto médico, por bien preparado que esté académica y éticamente el profesional, cae dentro del rango de la incierta certidumbre de lo biológico; en segundo lugar, porque como en todo quehacer humano ha habido, hay y habrá quien piense solamente no en cumplir su deber sino en explotar para su propio provecho lo que es una misión humanitaria, una obligación social.
¡Grave y urgente es la tarea de nuestros legisladores que se hacen los sordos frente a los hechos que vivimos día a día, en relación con el ejercicio honesto de la profesión médica.
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La justicia distributiva en salud
La justicia distributiva en salud
Fernando Londoño Martínez, M.D.
Uno de los temas más difíciles en Bioética es la justicia en la distribución de los recursos del Estado en materia de salud. Es un tema que se relaciona no sólo con el valor de la justicia como tal, sino con la disponibilidad de recursos que la Nación puede dedicar al rubro de salud dentro de un criterio de sana distribución, donde al mismo tiempo deben considerarse la educación, la vivienda, la defensa del Estado, etc.
La definición clásica de justicia según Ulpiano, es la intención firme y constante de dar a cada uno lo suyo. La palabra justicia viene de justus o sea la cualidad de hombre justo, y esta de Jus (derecho), por eso en general derecho y justicia son inseparables, lo cual significa que en este sentido no puede existir un derecho injusto.
Pero hay que ser muy claros: la justicia y la igualdad no son lo mismo, el derecho como objeto de la justicia tiene una medida, no existen derechos ilimitados o desmesurados, no es posible predicar una acción mediante la cual se da a todos lo mismo porque no todos necesitamos lo mismo, o sea que lo justo en términos de igualdad es nada menos que la medida o medición del reparto en la justicia y se colige que la justicia en los repartos (justicia distributiva) implica de suyo una relación de proporción del reparto entre los sujetos.
En cuanto a la naturaleza, todos somos iguales, pues tenemos ontológicamente la misma dignidad humana, y en términos jurídicos todos somos sujetos de derecho, lo cual no significa que todos tengamos los mismos derechos; o sea, la igualdad en la justicia no es lo mismo que igualitarismo ni mismidad, significa eso sí, que cada derecho tiene la misma fuerza con relación a su titular. Es lógico y se ha ido aceptando en todas las sociedades, que sí tenemos los mismos derechos fundamentales: derecho a la vida, a la libertad, a vivir en comunidad, a la búsqueda de la felicidad, a la procreación, al trabajo, etc. Son los llamados derechos primarios o de primera generación y se basan en una tendencia de la naturaleza humana. Otros derechos llamados derivados devienen de los primarios y son por lo tanto de segunda generación, como el derecho a la salud y al alimento que devienen del derecho a la vida; éstos ya dependen de la concepción del Estado y de la política del Estado en particular. Así, el derecho a la salud y a la seguridad social remite a un contenido prestacional que no es ajeno a la conservación de la vida orgánica. Asimismo, se habla de derechos de tercera generación relacionados con los derechos colectivos y del medio ambiente, y serían derechos de cuarta generación, los derechos de las minorías.
Los Estados sociales de derecho son aquellos que se comprometen a realizar todos estos derechos, es decir, a la trasformación de los derechos teóricos del Estado liberal en concreciones materiales que hagan cumplir estos derechos. El Estado Colombiano es un Estado social de derecho y según el artículo 13 de la Constitución, “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley y recibirán la misma protección y trato de las autoridades, y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razón de raza, sexo, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política, etc. El Estado proveerá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará medidas a favor de los grupos discriminados o marginales”. Como se ve, para tener derechos iguales distintos de los fundamentales, se necesita de la voluntad política del Estado.
Sin embargo, en la vida real frente a los escasos recursos del Estado para proveer a todos igual derecho a la salud y a la seguridad social, se ha de acudir a la justicia distributiva, que tiene unos criterios de reparto que varían según las circunstancias y que establece diferencias sin afectar el derecho a la igualdad. En las distintas sociedades se ha tenido en cuenta la condición del ciudadano, la función que desempeña, el aporte a la sociedad y la necesidad (es legítimo tratar con preferencia a quien más lo necesita).
Para lograrlo en la práctica, se deben priorizar los recursos dedicados a la salud, y priorizar significa la decisión de asignar recursos a unos beneficiarios antes que a los otros, o simplemente asignar más recursos a uno que a otro. Al tomar la decisión de priorizar, entran en juego varios derechos de la persona, las necesidades de la población en general y los recursos disponibles.
Gene Outka estableció cuatro posibles criterios para la repartición de los recursos. 1-. Los méritos o virtudes de las personas, de por sí injusto y subjetivo. 2-. La utilidad social de las personas, que ignora de hecho el principio de la dignidad humana. 3-. La capacidad de las personas para costear los gastos médicos, que obviamente no merece comentarios. 4-. A cada uno según sus necesidades, dando más a los que tienen mayor necesidad, más ajustado a la justicia. Al ver que estos cuatro no eran los mejores, formuló un quinto y es: “A casos iguales, tratamientos iguales”, estableciendo un diálogo social para saber qué servicios deberían ser prestados como mínimos a todos los ciudadanos, los cuales no se distribuirían sino que se darían por igual a todos, se tendrían unas atenciones médicas esenciales y básicas y ciertas limitaciones de otros servicios, procurando que los recursos se apliquen con la máxima eficiencia y lleguen al mayor número posible de necesidades, lo cual es éticamente aceptable. Lo que no es aceptable, es que se establezcan restricciones al pie de la cama, basándose en la teoría de que el médico sólo debería hacer lo que es costo-efectivo, pues si no lo hace, se malgastarían los recursos que le tocarían a otros pacientes; sin embargo, el médico debe ser defensor irrestricto del paciente que tiene al frente, como su obligación más inmediata, y no le está permitido anteponer otros intereses a los del propio paciente.
En Colombia, los artículos 48 y 49 de la Constitución, que tratan sobre la seguridad social para todos como un derecho irrenunciable, hablan más de un “deber ser”, teóricamente inobjetable, pero que está muy lejos de cumplirse. En los enunciados se tuvieron en cuenta los siguientes principios: el de la eficiencia, basándose en el parámetro costo-beneficio; el de la universalidad (seguridad social para todos), y el de la solidaridad (recursos aportados por todos y usados por quienes los necesiten).
Como es de muy difícil cumplimiento, se ha propuesto que en Colombia se estableciera una comisión de priorización, siguiendo modelos muy afortunados como el sueco, con las siguientes premisas: 1-. Reconocer que todos tenemos igual dignidad e igual derecho a la salud y la seguridad social. 2-. Reconocer que los recursos deben dirigirse primero donde hay más necesidad, prestando especial atención a grupos que no pueden ejercer sus derechos o que no son conscientes de su dignidad. 3-. Buscar una relación realista entre costo y efectividad, sin que este sea el único factor que se tiene en cuenta al distribuir los recursos. El Estado ha de ingeniarse la forma de tener partidas especiales para casos poco comunes, raros o difíciles, o de costos que a veces superan aparentemente los beneficios
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -CECOLBE-.
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Bioética: más allá de la casuística
Bioética: más allá de la casuística
Carlos Alberto Gómez Fajardo, MD - elpulso@elhospital.org.co
Existe una extendida confusión que suele afectar el tono y el rigor intelectual con que se deben abordar los temas de la bioética. Esto es frecuente cuando se trata del planteamiento -no análisis, sólo planteamiento- de casos y circunstancias clínicas complejas que diariamente ponen entre sí a los médicos en controversias, algunas de ellas innecesarias y en exceso emocionales. Aquello es explicable, pues en los afanes propios de la práctica, en el escenario vertiginoso de los hechos, se necesitan respuestas urgentes y rápidas. La ansiedad y la premura que acompañan a algunas decisiones clínicas, suelen dar poco espacio y tiempo a la elucubración sistemática.
Aún con la anterior observación, tiene validez enunciar esto: la bioética como disciplina académica va más allá del casuismo. Sus alcances, en cuanto método de aproximación al hecho concreto, trascienden el afán de búsqueda de normas externas que pretendan regir en casos especiales. Sus conclusiones van mucho más allá del protocolo y de la deliberación sobre aspectos concretos de la ley civil que se aplican a casos particulares. Algunos autores han hablado, con gran propiedad, del tema de la seriedad de la ética y de la rigurosa exigencia de idoneidad intelectual que se espera de quienes intervienen en este campo. Esto naturalmente contrasta con una “mentalidad light” que a todos nos afecta, y que pretende y espera hallar respuestas fáciles y rápidas que se acomoden a circunstancias complejas. No es propio de la bioética como disciplina racional, el acomodo a las visiones que superficialmente pretenden solucionar diferencias de partes en conflicto. La bioética no es circunstancialismo, no es casuismo, aunque sí pertenece a su naturaleza el aportar datos e ideas que ayudan a la toma de decisiones. No es tampoco, merece la pena repetirlo, enumeración de normas positivas. No se puede confundir la bioética con el derecho, otra frecuente falla.
Para efectos didácticos bien puede considerarse la definición que Guy Durand da sobre la bioética: “Búsqueda del conjunto de exigencias del respeto y de la promoción de la vida humana y de la persona en el sector biomédico”. En casi todos los escenarios académicos se acude a los conceptos: respeto, dignidad, vida, búsqueda, verdad.
El tema de ética se relaciona con la valoración del acto humano libre. La complejidad de las consideraciones que atañen al problema de la libertad es grande; tanto, que existen ideologías y tendencias deterministas que anulan la posibilidad del acto humano libre (neurodeterminismos, sociologismos, economicismos). Como se ve, esta área del pensar y del actuar humano requiere de un sólido soporte filosófico y conceptual; su carácter de diálogo de tipo interdisciplinario la hace trascender el ámbito del derecho positivo. La bioética exige un conocimiento sólido del “estado del arte” de diversos temas de ciencia y tecnología, sobre los cuales es necesaria una reflexión “a la segunda potencia”: biología, ecología, medicina, derecho, sociología. Tiene una sólida tradición académica e histórica, nutrida de corrientes que interactúan en diálogo, a veces arduo, como el positivismo pragmático de corte anglosajón y la antropología personalista realista mediterránea. La idoneidad y la seriedad de la ética son exigencias que van más allá de la mirada apresurada que exigen los casos urgentes y complejos. A fin de cuentas, lo complejo y lo urgente constituye el accionar cotidiano de cada médico en su práctica. Al actuar diario, la bioética le debe brindar un aporte filosófico de coherencia, veracidad y serenidad.
Nota: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-
http://www.periodicoelpulso.com/html/0810oct/opinion/opinion.htm
De víctimas a victimarias
De víctimas a victimarias
Ramón Córdoba Palacio MD - elpulso@elhospital.org.co
El pasado 8 de marzo, Día de la mujer, los medios de comunicación nos ilustraron sobre las discriminaciones, los crueles e injustos vejámenes que han padecido las mujeres en todas las culturas y épocas históricas, y lo justo de sus luchas porque se reconozca su dignidad, sus indispensables e insustituibles contribuciones al progreso general de la humanidad, hechas con generosidad, con honestidad, con sincero amor. Paradójicamente, unos días después, los mismos medios nos mostraban una multitud de mujeres vociferantes que exigían se les mantuviera la autorización legal de decretar ellas mismas la muerte de sus hijos, de esos hijos que según ellas perturban su felicidad o que rechazan por cualquier otra causa, hijos que no intervinieron en ningún momento ni en ninguna forma en los hechos que provocaron su presencia en ese vientre maternal. Exigían la potestad de suprimir la vida de alguien indefenso, inocente en la extensión plena del vocablo, sin que dicha supresión de la vida sea penalizada ni pueda señalarse como inhumana la con-ducta de quien llamada por la naturaleza de los acontecimientos a defenderlo, lo elimina como reo de delitos que no cometió, como chivo expiatorio de los propios errores de quien lo concibió sin consentimiento de la víctima: su hijo.
Y a favor de tan antinatural tendencia surgen con equívoco ropaje de ayuda humanitaria, “de salud sexual y reproductiva”, sutiles métodos abortivos como la llamada “píldora del día siguiente”, métodos seguros para suprimir la vida del hijo por la imposibilidad biológica de anidar el embrión en el endometrio, farmacológica y voluntariamente alterado. Desaparece el escenario de salas quirúrgicas, de instrumental médico, de doctores o enfermeras, de comadronas, etc., pero no la atroz realidad de una madre que niega al hijo que ella engendró, a su propio hijo, el derecho a vivir, que elimina consciente y voluntariamente la vida del ser que llamó a la existencia, de una madre que condena a muerte ese nuevo ser humano por haber respondido al fenómeno biológico que ella y su compañero desencadenaron y del cual no es responsable el hijo que ella mata. Para hacer desaparecer toda huella de su conducta irresponsable, la madre elimina a quien no participó, insistimos, en los hechos que materializaron su existencia.
“Salud sexual y reproductiva”, ¿para quién? ¿Para la mujer incapaz de realizar sus uniones sexuales, genitales, con responsabilidad? La “carga hormonal” de la píldora del día siguiente, Levo-Norgestrel -el Postinor 2-, no fortifica su voluntad ni su responsabilidad, antes bien puede contribuir a que sus actos irresponsables se repitan porque tiene a mano la manera de suprimir los efectos que, aunque biológicamente naturales y esperados, no son de su agrado. ¿Tendremos que agregar a los libros de medicina el embarazo como un nuevo capítulo de patología? ¿Salud para el hijo? ¿Podremos aceptar como salud la supresión de la vida, de una vida que comienza y en la cual no se presenta ninguna manifestación de enfermedad? ¿Será que para el embrión la vida es una patología?
En sana lógica no se encuentra ningún sentido de salud en la difusión de la mencionada “píldora del día siguiente” y menos aún un sentido de verdadera ayuda humanitaria para la madre y su hijo con esta forma de eliminar la vida de éste. El acto de matar al propio hijo, inocente e indefenso, no deja de ser una acción antinatural y éticamente condenable porque se ejecute con medios cada vez más sofisticados y menos espectaculares, medios que sólo tienen como fin primario el enriquecimiento de unos pocos a costa del dolor y el error de otros, la comercialización de la existencia de los seres humanos cuya desaparición como seres vivos llena sus arcas.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/jun04/opinion/opinion.htm
¿Cuándo se es madre asesina?
¿Cuándo se es madre asesina?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Si la descomposición moral de una persona o de una sociedad se mide por lo horrible de los crímenes y la frecuencia de los mismos, no podemos ocultar la gravedad de nuestra realidad nacional y contentarnos con manifestaciones externas vehementes, conmovedoras, pero que pronto se olvidan ante hechos de similar magnitud en otras áreas.
Hace pocos meses el país entero se manifestó aterrado y avergonzado por la muerte del niño Luis Santiago asesinado por su padre, y recientemente, quizás con más dolor por ser la madre la asesina del hijo de pocos días de nacido, se repiten con expresiones de rechazo y con el clamor de justicia y de ira contenida las marchas de solidaridad en defensa de los niños contra estos progenitores homicidas y mentirosos, pues en ambos casos lloran y suplican -con cirio encendido en sus manos el padre de Santiago- para que quien secuestró a su hijo lo devuelva sano y salvo, cuando ellos saben con certeza donde está el cadáver y quien le arrebató la vida. Humanamente, lo único de mayor gravedad que estos asesinatos, sería la indiferencia de la comunidad ante conductas tan abominables.
Pero estos crímenes se repetirán si no analizamos con sinceridad y honestidad, así nos cueste reconocerlo, que en nuestros principios culturales se han introducido conceptos que restan todo valor al ser humano y a su existencia en cualquiera de las etapas de su desarrollo y que, por lo tanto, puede sacrificarse con la misma y a veces con más impavidez que cuando se elimina la vida de un animal irracional, de una mascota. Las mismas Instancias nacionales han resuelto que matar al hijo no nacido es una acción no punible y, sin embargo, se pide el máximo castigo para quien lo asesina fuera del vientre materno. ¿Podrá alguien demostrar con una verdadera antropología que en la etapa de desarrollo intrauterino ese ser no es el vástago humano, fruto de la unión de un óvulo y un espermatozoide de la especie humana, y en cambio sí lo es cuando ha nacido? Los partidarios del aborto dicen que en esas primeras etapas es sólo un montón de células -criterio que manipulan con doble moral-, pero es que un motón de células somos siempre, pero un montón de células que ontogénicamente son elementos fundamentales de la estructuración esencial del ser humano, estructuración que no es posible cambiar ontogénicamente. Es de advertir que esta imposibilidad de cambio estructural no es condición exclusiva del ser humano, sino propiedad de todas las especies vivas. Nuestra legislación permisiva y falsamente humanitaria es responsable de esta desvalorización del ser humano y del desprecio por el hijo, cualquiera sea la condición de su gestación.
El respeto incondicional y sumo por el ser humano desde la concepción hasta su muerte natural no es un concepto religioso como lo enseñan falazmente los abortistas y los partidarios de la eutanasia, sino un principio fundamental de toda antropología que merezca llamarse así. Es el respeto incondicional al ser inteligente, racional, libre y por lo tanto responsable de realizar su existencia con sentido humano y humanitario en medio de la comunidad en la cual convive.
La enseñanza de este respeto necesariamente debe iniciarse en el hogar, no sólo con las palabras sino especialmente con el ejemplo y continuarse en todas las instituciones educativas, incluyendo dentro de éstas los medios de comunicación de masas. Pero menguado será el resultado, o totalmente malogrado, si desde las instancias nacionales se sigue proclamando la impunidad a quien asesina al hijo sin nacer y castigando a quien lo hace después de nacido, creando así confusión y autorizando a la madre a decidir si su hijo debe morir o puede vivir.
NOTA: Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/0808ago/opinion/opinion.htm
Medicina Basada en la Prudencia -MBP-
Medicina Basada en la Prudencia -MBP-
Carlos_Alberto_Gómez_Fajardo, MD
Con frecuencia se hace referencia a la necesidad del análisis prudencial de situaciones clínicas concretas, en especial cuando éstas se presentan en los espectros de la máxima dificultad, tanto en los procedimientos diagnósticos como en las propuestas terapéuticas en circunstancias de complejidad tecnológica. En esta era en que la medicina evolucionó hacia una alta especialización e “instrumentalización”, es minuciosa la capacidad de medir o cuantificar con asombrosa precisión determinadas realidades objetivas.
Basta ver los innumerables patrones de medición de datos y parámetros fisiológicos, bioquímicos, hematológicos, cardiovasculares y de funcionamiento de diversos órganos y sistemas, que se lleva a cabo de modo rutinario en los pacientes que han ingresado por diversas razones en Unidades de Cuidados Intensivos.
El paradigma contemporáneo de tan alta intervención mediada por la tecnología, hace parte del incremento exponencial de la disponibilidad de las ayudas tecnológicas útiles en la interpretación de las realidades clínicas del paciente concreto. Karl Jaspers, uno de los más destacados pensadores médicos del siglo XX, ya lo había comentado en su significativa obra La práctica médica en la era tecnológica: “… Cuanto mayor el conocimiento y la pericia científicos, cuanto más eficiente la aparatología para el diagnóstico y la terapia, más difícil resulta encontrar un buen médico, tan sólo un médico”. El psiquiatra y pensador alemán escribía esto a finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado.
Por otra parte, no es de extrañar la actual preocupación social y política acerca del exponencial incremento de los costos de la atención médica y de la necesidad de intervenir en ello por diversos mecanismos: auditoría, normatización de las prácticas, medidas regulatorias, “managed care”. A la gran complejidad de la práctica clínica se añade un innegable deterioro del panorama en el aspecto jurídico, que cada vez interviene con mayor peso en la relación médico-paciente en un entorno en que la “autonomía” del segundo a veces quisiera aniquilar la del primero. Estos son problemas existentes en ambos mundos, en el de la avanzada económica y tecnológica, y en el que se encuentra en vía de desarrollo; es una constante global.
No obstante lo anterior, tiene validez el compromiso con el “non nocere” hipocrático, como principio rector de la práctica clínica contemporánea. El médico con capacidad de discernimiento ético -diferenciación entre el bien y el mal de acuerdo con escalas racionales de valor, y por supuesto, con elección deliberada, libre y consciente del bien como opción-, está en capacidad de poner mucho de su parte para promover y favorecer el bien del paciente. Existe el peligro de caer en la confusión del concepto “salud”, con el de “venta de tecnologías médicas”. Estos son dos temas bien diferentes, comercial el uno, de rango antropológico el otro. La realidad de enfermar es un dato de orden existencial. La historia clínica constituye un “relato pato-biográfico”, abarca la condición existencial de ambos (médico y paciente), y supone en toda su entidad la presencia entre ellos de una relación de carácter interpersonal. Por otro lado, está la realidad constantemente presente de la iatrogenia, el abuso comercial de determinadas tecnologías y modas, y la poderosa influencia del “marketing” y de los medios masivos de comunicación en el tema del consumismo en aspectos sanitarios. Es cierto que la amenaza del encarnizamiento terapéutico y la pérdida del sentido de la proporcionalidad terapéutica existen, y van de la mano de una hipertrófica “medicalización” de la vida cotidiana.
Tiene especial importancia el ejercicio de la “phrónesis”, la clásica virtud de la prudencia para el discernimiento de lo que es bueno y malo por arte del médico tratante. Es básica la confianza del paciente en ese compromiso por parte de quien lo trata. Este concepto es aplicable también para equipos e instituciones en las cuales el manejo interdisciplinario es una condición pareja al nivel de complejidad e intromisión instrumental. La medicina basada en la prudencia afirma la fidelidad al “ethos” hipocrático: “primum non nocere”. De ella se habla poco y debería ser motivo más frecuente de consideración en las cátedras de las diversas especialidades.
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¿Médicos o cacharreros? Mercantilismo preocupante
¿Médicos o cacharreros? Mercantilismo preocupante
Ramón Córdoba Palacio, MD elpulso@elhospital.org.co
Debemos aceptar los cambios, más aún promoverlos, cuando hagan avanzar plenamente a la sociedad humana, pero vigilando siempre con especial cuidado que tras sublimes apariencias no se oculten mezquinos intereses, inconfesables apetitos de manipulación, de explotación de los seres humanos con el único fin de llenar las arcas sin fondo de unos cuantos. Infortunadamente han surgido en el área de la salud infinidad de programas en diferentes medios de comunicación -escritos, de radiodifusión, televisivos- que bajo el pretexto de ayudar a la salud de los colombianos sólo buscan la venta de productos elaborados o el prestigio de unos cuantos doctores que confunden su misión con la de cacharreros, que cazan así a ingenuos usuarios o clientes que sirvan de señuelo o directamente acrecienten el rédito para sus arcas.
Es deplorable y preocupante que programas aparentemente orientados a difundir conocimientos sobre el cuidado de la salud sean en realidad ratos de mercadeo de productos o de nombres de doctores que sin ningún pudor convierten su misión en la de vendedores de substancias que todo lo curan, que sirven en todo caso como nutrimentos milagrosos que pueden comprarse a buen precio si se llama ese día y a esa hora a determinado teléfono, en vitrina para exhibir al drama de unos cuantos que al final son instrumentos de propaganda sin darse cuenta de que el costo para ellos, para los pacientes, es la pérdida y explotación de su intimidad.
Mejor lo hacían los llamados, en épocas ya superadas, “culebreros”, que explotaban en curas milagrosas la grasa del oso, de la anaconda, o los extractos de la uña de la gran bestia y mil pomadas, ungüentos o bebedizos extraídos de exóticos orígenes y traídos desde el Amazonas. Aún recuerdo los golpes sobre la caja de madera que guardaba una asustadora culebra que el “culebrero” tomaba en sus manos y, a veces, la enrollaba en su garganta para mejor demostrar la fuerza de su “arte” y la confianza en sus productos curativos. Tenían, o mejor aún tienen porque todavía explotan su comercio, cierta gracia y decoro del que no hacen gala los actuales médicos cacharreros.
“Al caído caerle”, dice un refrán popular de honda sabiduría. A nuestra hoy desprestigiada profesión médica -gracias en gran parte al mercadeo a que la redujo la malhadada Ley 100- no le faltaba para acrecentar el menosprecio de la comunidad sino que aparecieran por todas partes magos generosos que revestidos de la noble capa de servicio a la comunidad, de difundir los progresos y buenos servicios del arte de curar, de enseñar conocimientos sobre el cuidado de la salud o dar a conocer los muy costosos recursos técnicos último modelo con que cuenta tal o cual entidad, dejen ver, al menos en la manera de presentar sus peroratas, su mezquino interés de rédito, los andrajos mercantilistas de su acción.
Y más preocupante y doloroso, es que a esta nueva modalidad promotora se hayan sumado médicos de renombre e instituciones que se han visto como modelos de seriedad, de cordura, que se miran como verdaderos orientadores de la sociedad en la defensa y la búsqueda del verdadero norte en la actividad médica.
¡Volvamos a ser médicos! Por favor no echemos más leña al fuego.
Para los lectores que no tuvieron la fortuna folclórica de presenciar la labor de un culebrero, me permito transcribir el significado que trae el “Nuevo diccionario de americanismos. Tomo I. Nuevo diccionario de colombianismos. Santa Fe de Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1993, p. 117: «Culebrero. m E- Vendedor de pomadas, ungüentos o tinturas, que exhibe culebras y pronuncia largos discursos para convencer el público circundante del poder curativo que tiene su mercancía»
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/dic05/opinion/opinion.htm
Ética, ¿qué modelo de ética?
Ética, ¿qué modelo de ética?
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Todos los días los medios de comunicación de masa nos atiborran con vergonzosas noticias sobre malos manejos en todas las áreas de la actividad pública y privada: sobornos, falsedad de documentos, compra de conciencias, etc. Sin embargo, la mayoría de estas personas ostentan un título profesional otorgado por instituciones de educación superior, a veces de gran renombre, y cuyos lemas ostentan casi siempre el afán de formar cada vez mejores ciudadanos, mejores servidores de la humanidad y de la patria.
Lo anterior implica que en esas instituciones se enseña honestidad y ésta se fundamenta en la justa evaluación de las acciones en relación con el Bien y con el Mal como valores permanentes y universales, no como simples opiniones subjetivas sobre lo bueno y lo malo, porque si así fuere no podríamos llamar corrupto a quien actúa como deshonesto, a quien corrompe el medio en el que desarrolla su profesión u oficio, o inclusive a quien roba abiertamente, sin ningún tapujo. Ese es el valor subjetivo de su existencia y, en nombre de la libertad mal entendida nadie podría objetar, ni siquiera criticar, su proceder.
No olvidemos que los valores humanos, los valores morales o éticos, no los inventa el hombre sino que los descubre, y que su existencia no está supeditada a situaciones culturales ni a modas o costumbres, sino a la evaluación de si nuestras acciones llevan el Bien a quien o a quienes las reciben, si les permite crecer plenamente en el sentido humano o si, al contrario, menguan su dignidad.
Una de las características de estos valores, y sin duda la que más polémicas suscita, es la de ser absolutos, es decir, que son independientes o «ajenos al tiempo, al espacio, al número... extraños por completo a la cantidad», como lo enseña Manuel García Morente.
Y López Castellón, afirma: «Hay que aclarar que la practicidad de la ética no se determina por el hecho de estudiar comportamientos, sino por el nivel prescriptivo y evaluativo que pretende alcanzar. Por otra parte, lo importante es que la fundamentación de la normatividad no es relativa exclusivamente a la cultura de un grupo social concreto o a una situación temporal determinada, sino a la totalidad de los seres humanos y de las épocas históricas…».
Kant, más explícito y severo, afirma: «La ética atañe a la bondad intrínseca de las acciones; la jurisprudencia versa sobre lo que es justo, no refiriéndose a las intenciones, sino a la licitud y a la coacción... La ética es una filosofía de las intenciones y, por ende, una filosofía práctica, ya que las intenciones constituyen fundamentos de nuestras acciones y vínculos de las acciones con el motivo… La ley moral ha de ser estricta y enunciar las condiciones de la legitimidad. El hombre puede o no llevarlo (sic) a cabo, pero la ley no ha de ser indulgente y acomodarse a la debilidad humana, pues contiene la norma de la perfección ética y ésta tiene que ser exacta y estricta... La ética propone reglas que deben ser las pautas de nuestra conducta; no ha de orientarse conforme con la capacidad del hombre, sino mostrar aquello que es moralmente necesario».
Surge, entonces, una pregunta: ¿Cómo se está enseñando esa ética? ¿Qué interpretación de la ética se está enseñando y practicando en esas cátedras? Recordemos que para el ser humano, en todas las etapas de su vida, vale más lo que se hace, que lo que se dice pero no se practica. Se proclama una ética de respeto sumo al ser humano, una ética que sirva de valla a la creciente corrupción, una ética que reconozca y otorgue a cada quien lo que le pertenece no sólo en el aspecto material sino, y más importante, en lo espiritual, en lo social, en sus derechos elementales -entre ellos el de su trabajo-. Pero a renglón seguido, ese mismo profesor, gerente o jefe de oficina, convencido de su falta de idoneidad en el desempeño de sus funciones y temeroso de que la honestidad y preparación de sus subordinados hagan notoria su mediocre preparación, los reemplaza por otros más mediocres que él, sin tener en cuenta el gravísimo perjuicio que causa a la comunidad entera.
Estos verdaderos camaleones humanos son paradigmas de la corrupción, capaces de apoderarse con su lengua pegajosa de los proyectos elaborados por sus subalternos y presentarlos como propios para encubrir así su inhabilidad y aparentar una honestidad, una dedicación a su labor de la cual carecen totalmente. Sí, son paradigmas de la corrupción y la difunden con modalidades tan sutiles, que para muchos los hace aparecer como promotores del Bien, de la honestidad, del respeto al ser humano y aún de sincero cristianismo.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
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“Manos libres”
“Manos libres”
Ramón Córdoba Palacio, MD - elpulso@elhospital.org.co
Designamos “manos libres”, en el lenguaje popular, al resultado de servirse de cualquiera de los adminículos que permiten a miles de personas usar su teléfono móvil sin ocupar sus manos, bien por comodidad, o bien por temor a las sanciones legales que han penalizado el hecho de conducir vehículos conversando por el “móvil”. Es, sin duda, una buena reglamentación que disminuye la posibilidad de accidentes.
Pero encontramos en la cultura actual una forma de actuar que también podríamos denominar de “manos libres” y que, al contrario de la restricción anterior, entorpece el progreso verdaderamente humano de la comunidad en general y hace que nuestras gentes vivan desorientadas, que el horizonte de la Nación sea desolador, oscuro, y que unos pocos, generalmente no bien intencionados y que en buena proporción emplean modalidades reñidas con el bien -verdades a medias, sospechas infundadas, maledicencia, etc.-, impongan criterios mezquinos, inhumanos.
Estas “manos libres” traducen la innoble actitud, la infortunada intención y la deshonesta conducta de no comprometerse con nada y quedar, ante cualquier situación, aparentemente libres de responsabilidad y poder acogerse así, sin sonrojarse, al resultado que más convenga a su egoísmo, a su calculada falta de entereza, ignorando o pretendiendo ignorar que esa forma de comportamiento, además de ser expresión de cobardía, crea igualmente responsabilidad por actos de omisión.
Pero, tras de esta denominada cordial indiferencia en aras de la tolerancia o el respeto al pluralismo ideológico, se oculta el relativismo que hace de los valores humanos permanentes y universales algo inane, el relativismo materialista que confunde el sentido del valer con el de precio y le pone éste a lo que sólo puede tener valor: al respeto absoluto por la vida y especialmente la vida humana en todas las etapas de su desarrollo -desde la concepción hasta su terminación natural-; a la dignidad incondicional del ser humano cualquiera sea la circunstancia de su momento vital embrión, feto, padecimiento de malformaciones orgánicas, enfermedad incurable, trastornos mentales, enfermedades en fase terminal, sexo no deseado en el nascituro, etc.-; al respeto sumo y honesto por las creencias y convicciones religiosas o políticas del “Otro”.
Peor aún: ese relativismo se disfraza frecuentemente con sentimientos de compasión, y conquista así adeptos que sirven de idiotas útiles a criterios francamente inhumanos, tales como: aborto, eutanasia, etc. Tal relativismo ha difuminado tanto los valores que por siglos han sido los pilares de la cultura occidental, que hoy vivimos a la deriva: el Absoluto, Dios, no existen; sólo es importante lo que satisfaga el deseo del momento, el placer, el dinero, el poder, etc; la verdad tampoco existe, por lo tanto no compromete, es algo que cambia al ritmo del capricho momentáneo; las creencias religiosas cambian según el clima político o económico; lo trascendente se desprecia y sólo cuenta lo inmediato; la fidelidad se tilda de tontería y la infidelidad, no únicamente la matrimonial, es trasunto de inteligencia y de ingenio; el matrimonio y la familia son conceptos desechables; la preñez y los hijos son obstáculos para gozar a plenitud la vida.
Más aún, lo chabacano adquiere brillo de arte exquisito; los actos más íntimos son del dominio de un público ansioso de experiencias ajenas presentadas por medios de comunicación que hacen de lo íntimo -por vulgar que sea-, espectáculos falsamente maravillosos, medios de comunicación que convierten lo soez en noble, que hacen de lo indigno paradigmas de vida; y en el campo de la justicia la fuerza pública encargada de guardar el orden constitucional, pasa al banquillo de los acusados, y en cambio los trasgresores de la ley reciben beneficios. Por último, el título y la condición de ser cristiano no es ya una forma de vivir sino algo que puede explotarse con grandes prebendas honoríficas y económicas.
Y, sin embargo, es obligatoria la enseñanza de ética al menos en las universidades, es decir, en las instituciones llamadas en primer lugar a mostrar caminos de progreso verdaderamente humano a la sociedad. Entonces, cabe preguntarnos, ¿qué modalidad de ética están enseñando? ¿Si podremos llamar ética la que proclama o tolera la destrucción de los valores humanos y eleva a esta categoría los peores anti-valores, los más inhumanos?
Apliquemos las “manos libres” a las restricciones en el empleo del teléfono móvil, pero corrijamos con entereza las “manos libres” en el ineludible deber de todo ser humano honesto de contribuir a encontrar caminos de verdadero progreso y exaltación de la vida y la dignidad del hombre.
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/0802feb/opinion/opinion.htm