Una nota sobre el Valor
Carlos A. Gómez Fajardo, MD elpulso@elhospital.org.co
Hablar de “valores” es correr el peligro de referirse a significados que por el gasto y el uso han sido sistemáticamente “desvalorizados”. Hasta el extremo de que cuando se habla de “crisis de valores”, lo repetido de la expresión haga preferible que la conversación gire hacia otros campos menos confusos. Quizás esto tenga que ver con el original y frecuente uso del término en el ámbito académico de las disciplinas y teorías económicas. Prueba de la dificultad adicional de este tópico son las extensas y muy variadas definiciones dadas por los diccionarios al respecto. La clásica Enciclopedia Universal Espasa-Calpe (Tomo LXVI) tiene 39 páginas bajo esta palabra, la mayoría de ellas haciendo referencia a aspectos jurídicos y económicos pertinentes.
No obstante, en una de las definiciones clásicas de “Bioética” (Encyclopedia of Bioethics, Reich, 1978), está incluido el concepto, de modo inevitable: “Estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la atención de la salud, en cuanto dicha conducta es examinada a la luz de los principios y valores morales”. Las posteriores definiciones lo incluyen, de modo explícito o implícito. No deja de tener importancia intentar una breve reflexión -con intención meramente didáctica- al significado de este importante concepto. Así el lector interesado podría hallar “valioso” el esfuerzo que haga por sí mismo, por indagar más acerca de definiciones tan fundamentales.
El español García Morente piensa que el valer es no ser indiferente. “...Las cosas de que se compone el mundo, en el cual estamos, no son indiferentes, sino que esas cosas tienen todas ellas un acento peculiar, que les hace ser mejores o peores, buenas o malas, bellas o feas, santas o profanas... no hay cosa alguna ante la cual no adoptemos una posición positiva o negativa, una posición de preferencia...”
Esta precisa consideración se halla muy de acuerdo con la idea de que la ciencia de la ética tiene que ver precisamente con el acto humano libre. Preferir algo es a la vez posponer algo. La decisión humana es una necesidad constante e inaplazable, y obedece, si es decisión libre, al proceso completo que incluye conocimiento (deliberación racional) elección, ejecución de la acción y naturalmente, evaluación de ésta desde la responsabilidad. No existe, ni se puede entender el juicio ético, sino sobre el acto cabalmente libre. Y se decide (racionalmente) por y hacia lo que se halla valioso y bueno.
Se ha enunciado que el valor tiene tres características: polaridad, dependencia y jerarquía; tiene dependencia del sujeto (quien valora) pero a la vez del objeto o bien del que es cualidad. Lo valioso de un litro de agua fría, de un diamante, de un lápiz, o de una obra de arte, en determinada circunstancia (ejemplos claros y a la vez rudimentarios), habla de la condición de ser estimadas o apreciadas que poseen las cosas o una propiedad, carácter o esencia de éstas.
Haciendo referencia a algunas lecturas sobre este punto puede decirse: Los valores no “son”, valen. No son simples impresiones subjetivas. No son cosas, pero son objetivos.
Son necesariamente de signo opuesto, polares (bien-mal; bello-feo; justo-injusto; útil-inútil); a cada valor corresponde su contravalor. Su esencia es la no indiferencia. Tienen carácter de invitación, nos llaman, pues la voluntad es capaz de responder sí o no ante ellos.
Para efectos prácticos (la ética no es otra cosa que práctica), sigue teniendo vigencia el comentario de Aristóteles: la virtud es dura tarea. Decidir de modo correcto es un proceso exigente; la prudencia consiste en el juicio y conducta del saber obrar, según la recta razón.
Y la realidad, a veces nítida, a veces confusa, abunda en ejemplos de una enfermedad oftalmológica y ética de alta prevalencia contemporánea: la ceguera para los valores. Mucho más hoy, en época de “pensamiento débil”, en la que se intentan reintroducir los sofismas de Protágoras y de Gorgias, quienes negaron la verdad y la posibilidad del conocimiento. Por eso se escucha a muchos que con tranquilidad se acostumbran a denominar “bueno” a lo que es malo, o viceversa. O bien, los más frecuentes, que simplemente repiten: “Todo vale; allá cada quien; todo da igual....”
Nota:
Esta sección es un aporte del Centro Colombiano de Bioética -Cecolbe-.
http://www.periodicoelpulso.com/html/nov05/opinion/opinion.htm