DELIBERACIÓN RACIONAL Y DEMOCRACIA POLÍTICA
José Olimpo Suárez Molano Ph. D
Coordinador
Maestría en Estudios Políticos
Facultad de Ciencias Políticas
Universidad Pontificia Bolivariana
La anécdota académica narra que, hacia mediados de los años treinta del siglo pasado, el célebre filósofo alemán Martin Heidegger se reincorporó a sus tareas docentes en la Universidad de Friburgo luego de haber coqueteado y defendido el espíritu del Nacional Socialismo Alemán. En aquel momento uno de sus colegas, continúa la historia, le preguntó “De regreso de Siracusa, Profesor Heidegger?”. El sentido de ésta cuestión resulta pertinente para nuestra vida intelectual y académica en la medida que nos recuerda que las relaciones entre los intelectuales y el poder han sido históricamente complejas y en la mayoría de casos paradigmáticos han desembocado en situaciones desesperanzadoras. En efecto, era algunos casos los intelectuales han terminado apoyando regímenes políticos autoritarios y antidemocráticos como en las obras de Sartre, Chomsky y el mismo Heidegger; en otras ocasiones los intelectuales han regresado a su hábitat natural decepcionados y escépticos como en las vidas de Platón, Foucault e igualmente Heidegger(1). Recordemos que el divino Platón fue seducido por su alumno Dion para que pusiese en obra sus enseñanzas sobre el bien y la justicia, educando en la filosofía a Dionisio el Joven, gobernante de Sicilia. El filósofo probablemente reticente al comienzo, terminó aceptando la invitación de su alumno y apostó por la instauración de un Estado o Polis en la que la verdad racional se impusiera tal como el la había expuesto en sus lecciones hoy recogidas en el texto titulado la República(2). La historia de esta aventura, narrada por el propio Platón, terminó en un desastre que por poco le cuenta la vida y debió huir apresuradamente de la isla cuando el experimento fracasó violentamente. Regresar de Siracusa es entonces retornar decepcionado desde ese dominio apasionante y terrible que es el terreno del poder político. Regresar de Siracusa es reconocer que los discursos de teoría pura chocan dolorosamente contra el acantilado del poder y los intereses humanos.
He querido rememorar esta bella y triste anécdota precisamente cuando en nuestro país asistimos, entre asombrados y escépticos, al viaje a Siracusa que ha iniciado uno de los candidatos a la presidencia de la República, el profesor Antanas Mockus. Y, porqué decimos que ha iniciado este viaje emulando a su célebre antecesor griego?. La respuesta está en que su propuesta política está sustentada en la adopción directa de la denominada Teoría de la Acción Comunicativa ofrecida originariamente por el profesor Jurgen Habermas. En qué consiste tal apuesta teórica que ha ganado la inteligencia y la voluntad del profesor Mockus y que este ofrece hoy al pueblo colombiano como una alternativa teórica que habría de conducirnos al progreso, la paz y la justicia?. Pues bien, como lo ha hecho público el candidato se trata de postular el camino de la deliberación racional que daría forma a la democracia deliberativa y con ello la realización práctica de una forma de tratar los asuntos de la política esencialmente diferente de los procedimientos propios de la democracia liberal tradicional. Consideremos este asunto un poco más de cerca desde el punto de vista de la teoría política.
Digamos, de entrada, que se trata de llevar a la realidad empírica la denominada Teoría de la Acción Comunicativa ofrecida, como ya lo señalamos, por el filósofo alemán Jurgen Habermas y cuya intención primigenia fue la de salvar el proyecto de la Modernidad filosófica que había entrado en un impasse muy serio con la quiebra de valores y sentido de la historia en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El profesor Habermas postuló, entonces, su idea según la cual atendiendo a la comunicación lingüística se podría salvar el sentido de la razón universal superando así el déficit inherente a la razón sustantiva de cuño kantiano. No es este el espacio adecuado para una exposición cuidadosa de esta teoría y por ello solo atenderemos un aspecto importante de la misma: el valor y la función de la deliberación racional y su relación con la política. Pues bien, la teoría en cuestión supone una racionalidad universal que reconoce un determinado procedimiento de toma de decisiones sobre problemas morales y sociales mediante el refinamiento y establecimiento de ciertas condiciones formales que afectan el ejercicio de la argumentación. El objetivo de este procedimiento lingüístico en claro: se trata de ofrecer un método, o una metodología capaz de conducir inexorablemente a los participantes, en un debate problemático, a tomar decisiones correctas o para decirlo de una manera directa, para alcanzar una instancia racional-referencial ante la cual nadie pueda no ofrecer su asentamiento voluntario (3). Veámoslo desde esta otra perspectiva sin tocar el concepto de verdad: se trata de reconocer que sí participamos honesta y decididamente en una argumentación racional bajo ciertas condiciones formales, este es, insistamos, el punto de partida, necesariamente habremos de alcanzar un acuerdo no forzado con lo cual se habrá resuelto el conflicto inicial. No perdamos de vista, entonces, la promesa que se ofrece: resolver racional y pacíficamente los conflictos en el dominio de la política. No es de poca monta lo que está en juego, pues de lo que se trata es de competir por el poder con otras alternativas teóricas para resolver problemas sociales y morales.
Comencemos señalando que lo que diferencia a este modelo de deliberación racional de otros modelos de solución de conflictos sociales, tales como el voto individual secreto y universal, el acuerdo razonable, el contrato político y el utilitarismo, es que en el modelo en cuestión se enfatiza el procedimiento dialógico de comunicación que obliga al terminar el ejercicio a reconocer la verdad y con ello a deponer, por parte de los participantes, sus intereses humanos y egoístas y a aceptar las decisiones correctas superiores. Y, aquí podríamos preguntarnos, con justa razón, por las declaraciones del profesor Mockus quien frente a la hipotética situación en que fuese ungido primer mandatario de la nación y ante el trance de negociar las iniciativas ejecutivas con un Congreso adverso ideológicamente, le bastaría con convocar a un diálogo honesto y razonable para que se solucionen los problemas mediante acuerdos razonables. Lo que nos preguntamos, por el momento, es si tal situación resultaría plausible en el modelo de democracia realmente existente en nuestro país. Nuestra posición en francamente escéptica en este momento ante tal situación. Pero quisiera señalar que no sólo resulta poco viable tal procedimiento en términos de decisión política sino que aún debemos señalar tres aspectos problemáticos del modelo mockusiano – habermasiano.
En primer lugar, es evidente que cuando un político, en nuestro caso el candidato Mockus, hace uso político del modelo parece o dá la sensación de poseer cierta superioridad epistémica y moral frente a las propuestas de los políticos contendientes, esta percepción es evidente tanto por las declaraciones del profesor Mockus como por las descripciones realizadas por los medios de comunicación; debemos preguntarnos, entonces, por qué sucede tal fenómeno (4). La razón de ello radica en que el modelo resulta inmune a cualquier crítica, es puramente teórico, es un horizonte de sentido normativo y no se acomoda a posibles reconocimientos de negociación o acuerdos políticos. En otras palabras podríamos decir que el defensor del modelo de deliberación racional está más allá de toda transacción pues su propuesta no toma en cuenta el contexto, los intereses, los deseos o las pasiones de los argumentadores; recordemos que la deliberación sólo es posible entre seres humanos honestos e interesados en la verdad. Esto explica porqué las propuestas del profesor Mockus no son pertinentes, ni parece interesarle, sobre problemas determinados o específicos en el conflicto social, es más bien la propuesta de un método para resolver diferendos sobre temas y problemas generales. Basta con repasar los argumentos y conceptos ofrecidos a través de los debates públicos para constatar que existe una especie de propuesta extra–política o extra-económica, que resolvería los asuntos sin importar su naturaleza. En segundo lugar, debemos reconocer que el profesor Mockus ha ofrecido su propuesta teórica bajo el marco de la denominada Democracia Deliberativa basada en la teoría de la deliberación racional habermasiana. Ahora bien no es muy claro ni aceptable que se esté, realmente, frente a una propuesta de democracia política si por tal se entienden condiciones objetivas y subjetivas propias de modelos de distribución y control del poder tal como lo ha señalado el profesor inglés David Held (5), más bien estaremos enfrentados aquí a un modelo normativo de acción voluntaria que se condiciona por su función teleológica o finalista. Podemos afirmar entonces que aquí tampoco el modelo mockusiano se puede ofrecer realmente como alternativa a otras propuestas políticas como los procedimientos electorales, los procedimientos de asignación de funciones a personas o corporaciones, etc, bien visto el asunto tendríamos que decir que se trata de una apuesta por un modelo diferente al del contractualismo legitimador del poder estatal. No olvidemos que en el contractualismo se trata de buscar acuerdos interindividuales partiendo de condiciones históricas determinadas y teniendo en cuenta la condición humana con toda su carga de intereses egoístas y heroicos; deseos y voluntades, creencias y sentimientos; no se trata aquí, por lo tanto, de un asentimiento obligatorio y definitivo fruto de una deliberación puramente racional; se trata, por el contrario, de un acuerdo entre individuos autointeresados, complejos, autónomos, es decir libres, y capaces de implicar tanto su razón como su deseo y sus pasiones. Podríamos decir que el acuerdo en el modelo mockusiano es intemporal, en tanto que el acuerdo en el contractualismo está situado históricamente. Esta diferencia es de suma importancia en el mundo de los intereses políticos y sociales, pues nos recuerda la ya larga y compleja discusión ente los iusnaturalismos de cuño racional y los iusnaturalismos cristianos y clásicos; e igualmente nos devuelve a la célebre discusión entre empiristas y racionalistas de los siglos XVII y XVIII. Finalmente, en tercer lugar, vale la pena constatar que los críticos filosóficos del modelo habermasiano lo han encontrado demasiado intelectualista, es decir, presupone una esencia única y excluyente de la condición humana centrada en la razón pura y con ello excluyente de toda otra instancia humana. Al aportar por este enfoque antropológico el modelo se auto legítima como bueno y único para alcanzar la verdad de la solución de conflictos y con ello poder decidir, por fin, sobre el bien común que antecedería a la deliberación misma. Esta discusión nos llevará a las aguas profundas de la antropología filosófica tan compleja como apasionante y por ello no podemos hacer otra cosa que señalarla, advirtiendo eso sí, que aquí las fronteras entre metafísica, teología y política deben mantenerse lo mejor señaladas posibles para no caer en demasiados equívocos, tales como lo ejemplifica la célebre discusión de la teología cristiana que sometió la voluntad humana a los designios divinos haciendo perder, para los racionalistas clásicos, el propio valor de la libertad humana. Dejemos para otra ocasión estas cuestiones filosóficas. Por el momento insistamos en el tema de este ejercicio: levantar la guardia frente a una propuesta que bien intencionada, podría conducir al pueblo colombiano a un enfrentamiento entre partidarios de la verdad y la moral frente a supuestos partidarios del engaño y la maldad. El enfoque que hemos utilizado ha consistido en señalar que el compromiso del intelectual con la teoría pura podría, como la historia lo ha enseñado, conducir a defender teorías inhumanas y autoritarias. Basta ejemplificar los casos de los filósofos señalados al comienzo de esta exposición que, con su ejemplo, nos ponen en guardia frente a esta apuesta peligrosa.
No podríamos terminar estas breves reflexiones sin hacer una indicación pertinente sobre la deliberación racional y sus relaciones con la política. En efecto, no resultaría aceptable decir que la reflexión racional deba estar excluida de la teoría política que ilumina, a su vez, la práctica política. Es necesario reconocer tal como lo han indicado los utilitaristas, los pragmatistas y los contractualistas, que la reflexión racional debe ser incorporada necesariamente a la deliberación democrática a fin de proveer y refinar los conceptos propios de los intereses políticos. La reflexión se impone como resultado de la historia social pero excluyendo como condición para su ejercicio el a-priori de una teleología necesaria. El azar y la finitud de la vida humana, en términos puramente racionales, nos impide sobreponer voluntariamente conceptos políticos sobre conceptos teológicos, sin por ello desconocer y olvidar sus sobredeterminaciones históricas. Nos recuerda el profesor Max Weber que quien no se la quiera ver con demonios mejor es que no participe en política. Creo que esta es una sana y dolorosa advertencia que no conoce contraejemplos históricos; por el contrario, el viaje de ida y regreso a Siracusa nos ofrece el triste espectáculo de cómo colisionan la buena fe, el intelectualismo puro y el decisionismo contra las artimañas y fuerzas del poder, entendido este como esa extraña capacidad de los seres humanos de someternos unos a otros. Confiemos en que no tengamos que ser testigos impotentes del regreso de Siracusa del profesor Mockus.
Medellín, junio 3 de 2010
ENCUENTRO DE EGRESADOS - AREA DE CIENCIAS POLÍTICAS UPB
NOTAS
1. Lilla Mark, pensadores temerarios, Ed. Debate. México 2005.
2. Platón, La República, Ed. Evedeb. Buenos Aires, 1971.
3. Habermas, Jurgen. Teoría de la Acción Comunicativa, 2v. Taurus, Madrid, 1984
4. Mockus, Antanas. Ampliación de los modelos de hacer política. http://www.ceri-sciences-po.org (consultado el 02/06/2010).
5. Held, David. Modelos de Democracia. Ed. Alianza, Madrid, 2007.
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sábado, 5 de junio de 2010
Etiquetas:
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POLÍTICA
Publicado por
Beatriz Campillo
en
16:17